La degradación ambiental, la desigualdad y la violencia hacia las mujeres son situaciones que necesitan atenderse para alcanzar un orden justo y sustentable. De ahí que sea necesario enriquecer cuerpos teórico-metodológicos que posibiliten conectar problemáticas socioambientales diversas. Y, aunque el vínculo entre feminismo y ecología ha producido conocimientos y herramientas plurales, estas posturas no suelen articularse; por el contrario, prevalecen nociones erróneas y violencias epistémicas que entorpecen el debate. El propósito de este trabajo es sistematizar analíticamente distintas vertientes para avanzar en la comprensión de cómo se conecta la instrumentalización de la naturaleza con la lógica de género. Para ello se revisaron textos clásicos y compilaciones actuales identificando su sustento epistemológico y sus métodos. Como resultado se propone la formulación de un campo de estudio denominado ecopolítica feminista para observar la retroalimentación entre las lógicas, las prácticas y los procesos que producen y son producidas por un orden socionatural configurado por el género.
Environmental degradation, inequality and violence against women are situations that must be addressed in pursuit of equitable and sustainable order. Although the link between feminism and ecology has produced knowledge and diverse analytical tools, these positions are usually not articulated; on the contrary, misconceptions and epistemic violence prevail, hindering debate. The purpose of this work is to analytically systematize these aspects to move forward in the understanding of how nature´s instrumentalization connects with gender logic. For this purpose, classic texts and compilations were reviewed -produced both in the global North and South- identifying epistemological bases and research methods associated. As a result, the formulation of a study field called feminist ecopolicy is proposed, it works for analyzing the logics, practices and processes that produce -and which are produced- by a gender configured socio-natural order.
El intercambio entre feminismo y ecología se viene dando desde hace cinco décadas, articulándose en tres ámbitos: la academia, el activismo político y las políticas de desarrollo. En este trabajo me referiré fundamentalmente al primero, reconociendo que se alimenta del diálogo con los otros. Se describirán los componentes de un ecosistema intelectual que es habitado por muchas disciplinas ―filosofía, sociología, ciencias políticas, psicología, antropología, geografía, medicina, biología, etc.― y posturas distintas que, a grandes rasgos, se pueden identificar como ecofeminismo, ambientalismo feminista y ecología política feminista. A pesar de las diferencias entre las vertientes, tienen en común un cuestionamiento base: ¿
La diversidad de respuestas ofrecidas a esta pregunta ha entrado en tensión, cuando no en franca confrontación, lo que muchas veces se ha traducido en desacreditaciones impidiendo el reconocimiento necesario para establecer diálogos que, en la disidencia y en la confluencia, permitan cristalizar los linderos de un campo que desde su origen ha sido multidisciplinario. Así, aunque el intercambio entre ecología y feminismo sigue siendo fructífero ―tal como lo muestran publicaciones colectivas recientes (
Este trabajo busca contribuir a esta tarea con el objetivo paralelo de proponer la formulación de un campo de conocimiento: el de la
Con este ejercicio se asume un papel de interlocución en una conversación ―feminista y ecologista― que, desde sus inicios, ha sido alimentada desde el Sur Global, aunque muchas veces estas contribuciones se invisibilizaban o se relegaban como planteamientos particulares sin alcance para teorizar sobre lo general. En este trabajo, además de recuperar las voces del Norte Global, se retoma el trabajo realizado en América Latina y se piensa desde los desafíos que enfrentamos en esta región.
A continuación, se presentan las vertientes siguiendo un recorrido cronológico. Paralelamente, su clasificación se hizo atendiendo a dos criterios: cómo se problematiza el género y cómo se conciben las relaciones sociedad-naturaleza en términos simbólicos, materialistas, identitarios o sistémicos (
El encuentro entre ecología y feminismo comienza a gestarse a mediados de la década de 1970, en el contexto de la Guerra Fría y en el auge de movimientos sociales que buscaban revalorizar la naturaleza, impulsar el pacifismo y promover la liberación sexual de las mujeres. Sus primeros planteamientos están tamizados por esa dinámica política y siguen la lógica de la lucha social.
En este sentido, los primeros textos estuvieron orientados a impulsar una agenda política bajo la denominación
Esta primera vertiente, a la que se le identifica como
Fue tal el impulso que tenía esta hibridación política que se pensó que podría permear hacia todo el movimiento feminista (
Los planteamientos ecofeministas entraban en contradicción con la agenda política que promulgaba la igualdad de género. Intelectualmente, tampoco eran sólidos, pues no se ofrecía evidencia empírica con la que se pudiera sostener que hombres y mujeres poseyeran cualidades polarizadas que les colocaban de manera generalizada como victimarios y salvadoras del planeta.
A partir de estos cuestionamientos, fueron surgiendo posturas críticas con base empírica que llegaron a ser descalificadas como
Coincido con Herrero (
Por otra parte, Plumwood (
Cabe subrayar que ni Merchant ni Plumwood enaltecen esta asociación simbólica, tampoco derivan de ella una moral superior de las mujeres, no promueven una estructura binaria, sino que la exhiben denunciando su carácter ideológico y los efectos prácticos a los que conduce: un orden social en el que la subordinación de lo femenino y la instrumentalización de la naturaleza están entrelazadas.
Esta vertiente se distingue por articular el capitalismo, la desigualdad de género y la explotación de la naturaleza como componentes de un programa desarrollista y patriarcal. Se explica que es la distribución sexual del trabajo la que organiza las relaciones socioambientales. También, se señala la importancia de superar la visión instrumental de la naturaleza. Específicamente, Mies y Shiva (
Partiendo del análisis de los movimientos ambientales de la época, argumentan que las mujeres tienen una relación especial con la naturaleza porque su trabajo está orientado a la satisfacción de las necesidades que sostienen la vida, pero también porque en la experiencia adquirida, a partir de la defensa de los territorios, constatan que la violencia que experimentan se conecta con la explotación de la naturaleza.
El primer trabajo de estas autoras puede ser criticado por no tener suficiente base empírica, por no explorar contraejemplos en los que las mujeres no se guían por la perspectiva de la subsistencia o por recuperar símbolos de inspiración religiosa simplificando los conflictos socioambientales. Pero no por ello se puede señalar que sus planteamientos sean esencialistas ni que se fundamente en la biología una afinidad automática entre mujeres y naturaleza. Además, ellas colocan precedentes en los que se reflexiona sobre el cuidado, la desigualdad social y de género en relación con el manejo de los ecosistemas, y las relaciones Norte-Sur en la política ecológica. Estos planteamientos han sido afinados en trabajos posteriores (
En esta vertiente también destacan los trabajos de Mellor (
Salleh (
Propuesto por Puleo (
Habiendo expuesto estas variantes del ecofeminismo, desarrolladas desde 1970 hasta la actualidad, se observa que sus planteamientos rara vez transcurren por una veta esencialista y, sin embargo, este cuerpo de pensamiento vasto suele descalificarse infundadamente por asociarse con dicha corriente. En el ánimo de hacer contrapeso al prejuicio, aquí se han recuperado estos planteamientos puntualizando sus aportes pues, tal como lo señalan Thompson y MacGregor (
Considero que estas vertientes siguen siendo útiles para arrojar luz sobre las prácticas y las operaciones cognitivas que producen órdenes socionaturales articulados por el género. Sin embargo, no suelen ofrecer estudios de caso que ilustren prácticas concretas en contextos ecológicos diversos. A esto contribuyen las siguientes vertientes.
Es una vertiente propuesta por Agarwal (
Esta vertiente surge a mediados de la década de 1990, inaugurada por el trabajo de Dianne Rocheleau en colaboración con Wangari y Thomas-Slayter (
Bajo estos enfoques, se han realizado un gran número de estudios de caso en los que se distingue un patrón: las mujeres suelen tener derechos consuetudinarios sobre recursos que generalmente son renovables o de uso común (follaje, leña). Mientras que los hombres usufructuan derechos legales sobre recursos que suelen ser productivos (tierra, ganado). El uso que se hace de los recursos naturales está orientado a cumplir responsabilidades en el ámbito productivo y reproductivo; a través de estas actividades se desarrollan conocimientos ambientales que, por tanto, se configuran también por el género.
Se observa que las mujeres suelen tener pocos derechos formales para garantizar su acceso a los recursos naturales de los que dependen para subsistir lo que va marcando su interés en participar en proyectos ambientales. Con base en esta evidencia, se argumenta que el análisis de género es necesario para diseñar intervenciones ecológicas que capten las dinámicas y arreglos sociales articulados al ecosistema. Señalan también la importancia de concebir a las mujeres como sujetos de derechos y no solo como aliadas.
Pienso que la principal contribución de esta vertiente es haber dotado de un andamiaje metodológico, facilitado el despliegue de estudios en distintos países, principalmente en el Sur Global (
En América Latina se han desplegado todas las vertientes anteriores en mayor o menor medida, pero independientemente desde donde se posicione la mirada, comparten dos características: la reflexión está articulada a experiencias de mujeres rurales, indígenas, mestizas y afrodescendientes. De ahí, que suela conectarse con el feminismo comunitario, indígena y campesino. Asimismo, prevalecen análisis críticos hacia proyectos desarrollistas que reproducen la desigualdad de género, la desigualdad entre países y la explotación de la base de subsistencia de las comunidades locales.
Particularmente, el desarrollo del ecofeminismo ha estado conectado con la teología de la liberación proclamando una agenda de derechos de las mujeres, sobre los territorios y para la autonomía. El cuerpo y la naturaleza se entienden como espacios simbólicos y materiales interdependientes desde los cuales reflexionar y actuar (
En la región también hay un trabajo desde la
Aunque en este texto se están exponiendo, específicamente, los desarrollos teóricos de la ecopolítica feminista, es importante resaltar que este campo se enriquece a partir de distintos ámbitos. Para ilustrar esto se toma el caso de México que ejemplifica cómo estas reflexiones se condensan en la construcción de redes. Hacia finales de la década de 1990 investigadoras y pioneras en el tema, como Margarita Velázquez, Beatriz Martínez y Esperanza Tuñón conformaron un grupo de trabajo sobre género y medio ambiente, y a ellas se sumó Hilda Salazar. Se fueron integrando mujeres de todos los sectores ―académico, gubernamental y de la sociedad civil—.
Así surgió la Red Género y Medio Ambiente y se convocó a la primera reunión latinoamericana sobre el tema a la que se sumaron Lorena Aguilar y Nieves Rico. También se creó un Área de Género y Ambiente en la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales en la década del 2000. En todo este proceso se destacan personas como Itzá Castañeda, Dolores Molina, Verónica Vázquez, Natalia Armijo, Ivonne Vizcarra y Balbina Hernández. A partir de esto, se ha incubado a una nueva generación de investigadoras y especialistas. De manera reciente se formó la Red de Género, Sociedad y Medio Ambiente (2017) con académicas de México y América Latina.
Es una tarea pendiente sistematizar esta experiencia mexicana que, a lo largo de tres décadas, ha tenido una amplia producción y colaboración con personas de la región. Pero es relevante hacerlo porque es un trabajo que no suele referirse en las compilaciones producidas desde Europa o Norteamérica y, desafortunadamente, también ha sido invisibilizado en producciones latinoamericanas, por ejemplo, en una publicación reciente de CLACSO (
Debido a las erróneas asociaciones con el esencialismo y biologicismo, no solo se descalificó al ecofeminismo, sino también a otras vertientes (
Durante casi diez años hubo una importante desaceleración en este campo hasta que a inicios de la década del 2010 fue resurgiendo, en parte quizá, como fruto del trabajo realizado por las pioneras que, una vez legitimadas, pudieron formar y dar respaldo a nuevas generaciones de investigadoras. En este auge se han diseminado las distintas vertientes y están apareciendo otras aproximaciones, al tiempo que resurgen debates y se colocan nuevos desafíos. Se reseñan brevemente estos giros para esbozar el panorama actual.
Las propuestas del feminismo poscolonial están germinando en el campo de la ecopolítica feminista, pues si bien categorías como la raza o la etnia eran incorporadas en las investigaciones, no se cuestionaba los efectos de una epistemología colonialista en la subordinación de otras formas de conocimiento. Empíricamente, esta perspectiva se está traduciendo en el análisis de procesos de neocolonización y de prácticas extractivistas enmarcadas en modelos de desarrollo que están vulnerando las condiciones de subsistencia de las comunidades locales, contribuyendo a la violencia social y afectando de manera particular los derechos de las mujeres (
Un reto en el campo de la ecopolítica feminista es que, en un ejercicio de consistencia epistemológica, se reconozcan los saberes que se están produciendo en regiones que han sido y son vulneradas por los procesos colonialistas y de desarrollo. Aquí se está generando un conocimiento que parte de estas experiencias. Y aunque lo anterior suele ser reconocido (
La perspectiva poshumanista critica al antropocentrismo que pone al centro la razón y la libertad, produciendo un modelo cultural de superioridad frente a la naturaleza. En el marco de la filosofía y la ética, se cuestiona la división entre cultura y naturaleza (
Por otro lado, hay una línea inscrita en los estudios humano-animal (o antrozooología) que encuentra uno de sus antecedentes en el trabajo de Adams (
Aunque estos temas han estado presentes en el campo, principalmente en las vertientes ecofeministas, actualmente están resurgiendo desde un enfoque de derechos. En este entramado, se está reflexionando acerca del cuerpo bajo una mirada relacional en la que se conectan los procesos de producción y consumo con los impactos en los ecosistemas y en la salud humana, especialmente la de las mujeres (
Se exploran las emociones como experiencias teñidas por las condiciones ecológicas, a la vez que aparecen como un factor de peso en las relaciones socioambientales. Los cuidados refrendan su importancia en el contexto de una ética ecológica que permita reconocer las interdependencias entre el sistema social y natural; en este sentido, va más allá de la distribución sexual del trabajo y aborda una revaloración de las actividades que sostienen la vida (
En los últimos años está surgiendo el interés por entender cómo se entrelazan la desigualdad de género, la subordinación de lo femenino y la instrumentalización de la naturaleza con las formas en las que pensamos, construimos y habitamos las ciudades. Al respecto, algunos de los temas que están destacando son conflictos ecológicos urbanos, movilidad, habitabilidad y políticas urbanas sustentables (
Este giro surge de posiciones posmodernas que cuestionan los binarismos. Con base en el trabajo de Haraway (
Antes de cerrar con esta sistematización es importante comentar que el tema de las masculinidades es una perspectiva poco abordada en este campo, pero que, en los últimos tiempos, se están consolidando a través de mayores estudios que están enriqueciendo analítica y metodológicamente la comprensión sobre su vínculo con el medioambiente. Al respecto se puede consultar la compilación de Hultman (
Como se ha visto, el encuentro entre feminismo y ecología ha producido un legado de saberes que actualmente sigue expandiéndose. Sin embargo, considero que su desarrollo se ha visto entorpecido por una desacreditación interna que se presenta en, al menos, tres formas:
En posturas que catalogan erróneamente como
En análisis laxos que, al identificar similitudes teóricas o políticas, etiquetan obras o movimientos bajo la vertiente con la que simpatiza ―ecofeminismo, ecología política feminista, ambientalismo feminista―, imponiendo una etiqueta a autoras o agentes sociales que no se autoidentifican como tales, y;
En la falta de inclusión y reconocimiento de trabajos y voces de académicas del Sur Global, invisibilizando estas trayectorias y sus aportaciones.
Sostengo que es necesario encontrar una denominación común capaz de albergar la pluralidad de vertientes. Formular un campo de estudio que permita integrar sin asimilar y, distinguir sin dispersar (
Con este propósito, sugiero la denominación de
Esto posibilita encontrar nuevos objetos, relaciones y dinámicas de retroalimentación para una indagación más amplia: ¿cómo opera la lógica de género en la configuración de órdenes socionaturales, y cómo estos, a su vez, colaboran en la reproducción de un orden de género? Para explorar respuestas se proponen los siguientes ámbitos de observación que se inspiran de las vertientes previamente descritas:
Las lógicas: estudio de las operaciones de simbolización con las que se entreteje un entramado cultural y cognitivo que tiene como componente central los binomios masculino-femenino/cultura-naturaleza.
Las prácticas: estudio de las acciones, entendidas como maneras de decir y de hacer que están dinamizadas por recursos, intereses, conocimientos, afectos y sentidos, asociadas a formas de manejo ambiental y de vinculación con la naturaleza.
Los procesos: arreglos y disposiciones que norman las relaciones socioecológicas a lo largo del tiempo, incidiendo en cambios en los ecosistemas y estableciendo condiciones para acuerdos o conflictos ambientales.
A partir del ensamble de estos ámbitos se puede definir a la
Con el propósito de ahondar en la propuesta, en el siguiente apartado se identifica la posición epistemológica respecto a cómo se entiende el género y las relaciones socioecológicas, el tipo de estudios o trabajos y, las herramientas metodológicas de cada vertiente. Asimismo, se propone una aproximación sistémica que favorece rastrear empíricamente los componentes específicos de la lógica de género que operan en la construcción de órdenes socioecológicos sexuados. Todo este planteamiento se sintetiza en la siguiente figura
Ecopolítica feminista
Cuando el género se entiende como una estructura simbólica fundada en la distinción entre lo masculino y lo femenino, lo que se busca es identificar cómo se conecta la naturaleza, la cultura o la razón con dicha estructura (
Cuando el género se entiende como un sistema de organización social basado en la distribución sexual del trabajo, se realizan estudios sobre cómo mujeres y hombres utilizan los recursos naturales, las formas de participación en la toma de decisiones y la manera en que el cambio ambiental les afecta. Los estudios que se producen suelen alimentarse de la sociología, la ciencia política, la geografía, la biología, la economía y la psicología social, mostrando que hay patrones que reproducen la desigualdad de género en las relaciones socioambientales. Suelen hacerse análisis acotados a un ecosistema o problema específico. En la siguiente figura se describen las herramientas utilizadas para identificar las estrategias de subsistencia locales en las que se entrelaza el género y el manejo ambiental. Cabe señalar que aquí la naturaleza generalmente se concibe como un conjunto de recursos, resaltando los patrones, intereses y necesidades marcadas por el género (
Análisis de género de las estrategias de subsistencia y manejo ambiental
En esta aproximación, la naturaleza se toma como referente para la construcción de identidades, ya sea porque se afirman algunas características individuales o colectivas, porque se resaltan conocimientos particulares o para legitimar alguna agenda política. Interesan los discursos sobre la naturaleza más que su materialidad, cuestionando y deconstruyendo su estructura con el propósito de trastocar los fundamentos biológicos del género. Así se puede observar un cruce entre nociones sobre la naturaleza e intereses específicos de grupos sociales diversos, a través de los cuales se construyen o se reivindican identidades colectivas. El género se trata como un proceso de subjetivación de normas a partir de las cuales se marca al cuerpo y se orienta el deseo sexual.
Parte de un entendimiento de la complejidad consiste en una posición epistemológica que permite abrir campos de problematización, identificando cómo se conectan elementos que operan en distintos niveles, organizando patrones que funcionan en dinámicas de retroalimentación y recursividad que generan propiedades emergentes (
Desde lo sistémico se coloca la mirada en las dinámicas de codeterminación e influencia bidireccional entre naturaleza y sociedad: lo social incide en la materialidad de la naturaleza, lo que, a su vez, retroalimenta lo social en un ciclo constante de reproducción y transformación socionatural articulada. En este planteamiento, naturaleza y sociedad se conciben como sistemas interconectados y abiertos que requieren intercambiar materia, energía o información para mantenerse. El sistema natural se integra por el conjunto de seres vivos, sus interacciones, compuestos físicoquímicos, los patrones y ciclos que los regulan y los espacios que producen: los ecosistemas. El sistema social se compone por el conjunto de seres humanos, sus interacciones, las prácticas y patrones culturales, económicos y políticos que los regulan y las instituciones que producen (
Así se pueden identificar los puntos de retroalimentación entre el sistema social y el sistema natural, observando al género como un eje clave en esta articulación. Para ello es necesario considerar los aspectos simbólicos y materiales que construyen un orden social sexuado, sin reducir la comprensión del género a cuestiones identitarias o socioeconómicas. En este sentido se propone trabajarlo como una lógica que se estructura tomando como base la pareja simbólica masculino-femenino a partir de la cual se despliegan operaciones de clasificación y atribución con las que se configuran, organizan y legitiman tanto los significados como las prácticas (
Para desentrañar esta lógica se proponen los siguientes componentes:
Lógica de género
Para rastrear empíricamente la manera en que la lógica de género opera en el intercambio entre el sistema social y el sistema natural se propone el análisis de trayectorias socioambientales. Esta técnica permite entretejer el espacio y el transcurrir del tiempo (
En este artículo se propuso sistematizar y articular las vertientes que han surgido del encuentro entre ecología y feminismo. Se argumentó que este es un paso necesario para favorecer el reconocimiento entre quienes trabajan desde estas coordenadas y para promover análisis más robustos, así como diálogos con otros campos de conocimiento y sujetos políticos.
Se planteó la formulación de la ecopolítica feminista para captar las lógicas, las prácticas y los procesos que producen y son producidos por un orden socionatural articulado por el género. Más que una denominación, es una plataforma que permite trabajar en la exploración de nuevas preguntas, ensayar ensambles innovadores entre los ámbitos de observación, identificar dimensiones poco estudiadas a partir de los componentes de la lógica de género e integrar el potencial de cada vertiente atendiendo al objeto o problemática estudiada.
Esta es una propuesta que sigue en elaboración. Aquí se han sentado las bases para transitar desde exploraciones lineales hacia el estudio recursivo de las relaciones sociedad-naturaleza. Se busca contar con más información sobre cómo opera la lógica de género en la configuración de órdenes socioecológicos y cómo estos, a su vez, sostienen un orden sexista.
Finalmente, cabe señalar que la consolidación del feminismo y la ecología como un campo de estudio es una tarea que, en definitiva, requiere ser colectiva y colaborativa. Este trabajo pretende contribuir a dicho propósito, el potencial de la ecopolítica feminista como una plataforma de encuentro dependerá de la recepción y del eco que logre entre quienes buscamos alternativas a favor de la igualdad de género, la libertad de las mujeres, la autonomía relacional y los acuerdos de justicia con capacidad de incluir a otros seres sintientes. La invitación al diálogo está abierta.
Se cuenta ya con sistematizaciones útiles, pero que suelen decantarse, principalmente, por una vía: la ecofeminista o la ecología política feminista sin incorporar las otras (
Merchant no fue la primera en analizar este vínculo, Ortner (
Rebasa el propósito del texto dar cuenta de todo el trabajo realizado en México para alimentar este campo o de todas las mujeres que han contribuido. Pero con el interés de ilustrar los frutos que han dado las Redes mencionadas, se señalan algunos ejemplos. La primera publicación a coro que convocó a autoras de América Latina (
Cabe subrayar que esta propuesta se construye sobre lo que se ha investigado hasta el momento, por ejemplo, se reconoce que se han realizado estudios que rastrean operaciones simbólicas (
Para ahondar en distintas acepciones de la sostenibilidad