jats4r Conversion Vendor guri 1.0.0 5596 QUID 16. Revista del Área de Estudios Urbanos QUID 16 2250-4060 Área de Estudios Urbanos Argentina quid16@sociales.uba.ar Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones Gino Germani 10.62174/quid16.i21_a308 Dossier El incómodo espacio público que me habita Mujeres, territorios cotidianos y corporeidades The uncomfortable public space that inhabits me Women, daily territories and corporeity 0000-0002-9980-2948 Bertolotti Florencia Lucia fc.bertolotti@gmail.com Conceptualización Curación de datos Análisis formal Investigación Metodología Recursos Redacción - preparación del borrador original Redacción - revisión y edición Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) https://ror.org/03cqe8w59 , Argentina Instituto de Investigación sobre Sociedades, Territorios y Culturas (ISTeC), Facultad de Humanidades, Universidad de Mar del Plata https://ror.org/02h8m2a72 , Argentina Enero-Junio 2024 21 a308 19 9 2022 17 7 2023 https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/ Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional. Resumen

En las siguientes páginas se presentarán los resultados de un estudio exploratorio que tiene como objetivo contribuir a la comprensión de diversas temáticas relacionadas con la vida cotidiana de las mujeres y los múltiples modos en que habitan sus espacios. El énfasis está en iluminar las representaciones y prácticas que se entretejen dentro de una estructura social mayor, pero que se significan alrededor del ser mujer y experienciar el territorio en un tiempo y contexto específicos. Por lo tanto, este análisis se encuentra atravesado por las representaciones culturales relacionadas con el género, que se consideran variables importantes para explicar cómo las mujeres se habitan, representan y experimentan tanto el espacio público como el espacio privado. Para dar cuenta de ello, se emplea una metodología particular: la combinación de relato y retrato fotográfico en un tipo de narrativa para pensar un entramado social, entendiendo que las nociones figuradas por las mujeres dan cuenta de significados, prácticas, emociones e historias que articulan sus experiencias urbanas. En este sentido, este enfoque permite, por un lado, comprender las experiencias de las mujeres al recuperar el sentido-significado de las prácticas cotidianas desde una perspectiva espacial. Por otro lado, aquello se asume como un recurso analítico fundamental a la hora de pensar sobre el espacio público y, con y a través de él, el merecimiento, los derechos y usos de la ciudad. A partir de este escenario, el trabajo se estructura en tres apartados: en primer lugar, se revisarán las principales consideraciones teóricas circunscriptas al objetivo de estudio; en segundo término, se hará un breve repaso sobre la metodología empleada; y finalmente, se desglosará el análisis de las narrativas, que se conforman por el relato y el retrato en tanto conjunto, en relación con las categorías emergentes.

Abstract

The following pages will present the results of an exploratory study aimed at contributing to the understanding of various themes around the daily life of women and the multiple ways in which they inhabit their spaces. The emphasis is on illuminating the representations and practices that are interwoven within a larger social structure, but that take on significance in the context of being a woman and experiencing the territory in a specific time and context. Therefore, this analysis is crossed by cultural representations related to gender, which are considered essential variables for explaining how women inhabit, represent and experience both public and private spaces. To achieve this, a particular methodology is employed: a combination of narrative and photographic portrait are used to create a narrative to think a social network, understanding that the notions formulated by women reflect meanings, practices, emotions and stories that articulate their urban experiences. In this sense, this study enables us to understand women’s experiences, their choices, manifestations and emotions, recover the significance of everyday practices from a spatial perspective. On the other hand, that is assumed as a fundamental analytical input when thinking of the public space, and with and through it, the merit, use and right of the city. Whitin this framework, the work is structured into three sections: firstly, we will review the main theoretical considerations limited to the study’s objective; secondly, we will provide a brief overview of the methodology employed; and finally, we will delve into the analysis of narratives, both in the form of narrative and portrait, in relation to their emerging categories.

Palabras claves Espacio urbano Métodos cualitativos Mujeres Vida cotidiana Keywords Urban space Qualitative methods Women Everyday life
Introducción

Más allá de cualquier determinismo, en el encuentro con la palabra de otro/a, en sus visiones o enunciaciones, podemos explorar nuevos sentidos de la realidad. Con la fotografía ocurre lo mismo, aunque a través de un lenguaje diferente. Más aún, tanto la palabra como la fotografía son formas de comunicación. En esta búsqueda, impulsada por un interés en la investigación social a través del uso de imágenes, surgió el impulso para iniciar un trabajo exploratorio en la ciudad de Mar del Plata, con el objetivo de comprender, al menos en parte, la diversidad de experiencias cotidianas de las mujeres en sus entornos. Específicamente, se busca analizar cómo las prácticas en el espacio y sus diferentes usos varían significativamente en función del género.

En las páginas siguientes, se encontrará la consolidación de un ejercicio analítico1 que se enmarca, en términos generales, en la sociología urbana y, particularmente, en los estudios de género. Está, a su vez, sostenido, inspirado y fundamentado en un despliegue metodológico particular, en el que el relato y el retrato fotográfico se combinan en un tipo de narrativa para pensar un entramado social (Bertolotti, 2021). Concretamente, e inspirándonos en la autora Flores Pérez, las representaciones que las mujeres construyen en sus relatos denotan significados, prácticas, emociones e historias que articulan su experiencia en la ciudad (Flores Pérez, 2014).

Dentro de todas las implicaciones que esto conlleva, especialmente en ciudades afectadas por los efectos de una pandemia, las temáticas se elaboran a partir de entrevistas realizadas a seis mujeres de diferentes barrios, edades y labores, quienes se expresan alrededor de tres preguntas: ¿cómo vivís tu territorio cotidiano siendo mujer?, ¿cómo te atraviesa ese territorio?, ¿cómo es el vínculo con tu cuerpo en relación a lo anterior? Todas ellas, al momento de ser entrevistadas, tienen entre 25 y 45 años; cinco viven en zonas centrales de la ciudad, mientras que una vive en el periurbano sur de Mar del Plata.2

Desde este marco, es necesario aclarar que, en aras de mantener la coherencia en la investigación, se decidió hacer un enfoque selectivo. Es decir, las narrativas surgen de diferentes voces, de distintos y diversos cuerpos, pero de alguna manera se articulan debido a que reflejan ciertas características socio-culturales compartidas.3 Sin embargo, citando a De Certeau (2000), la cuestión abordada se centra en los modos de operación o esquemas de acción, y no directamente en el sujeto pensado como el autor o portador de estos esquemas. En otras palabras, el énfasis está en iluminar las representaciones y las prácticas que se entretejen dentro de una estructura social más amplia, pero que se significan alrededor del ser mujer y experienciar el territorio en un tiempo y contexto específicos.

En este último aspecto, cabe destacar que las entrevistas se llevaron a cabo en el marco de las condiciones dadas por la pandemia de COVID-194, y si bien los interrogantes no lo inducen de manera explícita, fue un aspecto emergente en todos los conversatorios. Además, esta característica otorga relevancia a un trabajo que busca contribuir a la comprensión de diversas dimensiones temáticas relacionadas con la vida cotidiana de las mujeres y los múltiples modos en que habitan sus espacios. Por lo tanto, este análisis está influenciado por las representaciones culturales relacionadas con el género y las sexualidades, entendidas como variables a tener en cuenta para explicar cómo se habita y experimenta tanto el espacio público (Boy, 2018) como el espacio privado.

En este sentido, a través de este estudio se viabiliza, por un lado, comprender las experiencias de las mujeres, sus elecciones, manifestaciones y emociones, recuperando el sentido-significado de las prácticas cotidianas desde una perspectiva espacial (Lindón, 2017). Por otro lado, aquello se asume como un recurso analítico fundamental a la hora de pensar sobre el espacio público y, con y a través de él, el merecimiento, uso y derecho de la ciudad (Lefebvre, 1969).

A partir de este escenario, el trabajo se divide en tres secciones. En primer lugar, se revisan las principales consideraciones teóricas circunscriptas al objetivo de estudio. En segundo término, se hace un breve repaso sobre la metodología empleada, en parte mencionada anteriormente. Por último, pero no menos importante, se desglosa el análisis de las narrativas, que se conforman por el relato y el retrato en tanto conjunto, en relación a sus categorías emergentes.

Todo tiene su principio: aproximaciones teóricas en estudio

Si se trata de un punto de partida, lo primero a pensar para llevar a cabo este análisis son los conceptos de espacio y de territorio, en tanto la cuestión de género es ubicada en relación al sentido atribuido a los lugares y cómo esto encuentra un correlato en el propio cuerpo5 de las mujeres. Ahora bien, estas dos grandes categorías no deben ser consideradas de manera equivalente o como sinónimos (Raffestin, 2009). Nuestro punto de partida es asumir que el espacio y el territorio, junto con los procesos derivados de sus dinámicas, constituyen la esencia de la espacialidad de la vida social (Montañez Gómez y Delgado Mahecha, 1998), y, al mismo tiempo, los diferentes grupos sociales dentro de una población pueden tener una capacidad muy distinta para esquematizar el espacio (Harvey, 2007).

Por su parte, Haesbaert (2012) plantea que, para comprender estas dimensiones y además profundizar en la definición de territorio, es necesario superar las dicotomías que a menudo se utilizan para explicarlas. Siguiendo al autor, el concepto de espacio es más amplio y no se trata simplemente de una categoría de análisis. Al mismo tiempo, gracias a su lectura con base en los postulados de Henri Lefebvre, es posible comprender la dinámica concreta y material del espacio como una producción social que involucra dinámicas económicas, políticas, culturales y naturales (Lefebvre, 1974; en Haesbaert, 2012).

Los postulados de Haesbaert (2012) pueden relacionarse con los del geógrafo Milton Santos, quien en su obra plantea que el espacio está conformado por objetos (materialidad) pero también por acciones (inmaterialidad y atemporalidad). Deviene así el espacio como un conjunto indisociable de sistemas de objetos y sistemas de acciones que interactúan de manera dialéctica; es decir, los objetos condicionan las acciones y estas, a su vez, permiten la creación de nuevos objetos. Además, los sistemas naturales de un lugar, combinados con las intervenciones humanas, configuran lo que el mismo autor define como configuración territorial:

La configuración territorial no es el espacio, ya que su realidad proviene de su materialidad, en tanto que el espacio reúne la materialidad y la vida que la anima, La configuración territorial o configuración geográfica tiene pues existencia material propia, pero su existencia social, es decir, su existencia real solamente le viene dada por el hecho de las relaciones sociales (Santos, 1996, p. 54).

Ambas dimensiones, por lo tanto, se conciben en una constante dialéctica en la que se influyen una sobre otra. Nos adentraremos en este último punto más adelante; mientras tanto, es menester dirigirnos hacia el lugar donde todas las narrativas aquí trabajadas convergen y, a su vez, se problematizan: el espacio público. Si bien es en Henri Lefebvre donde encontramos las principales referencias e incidencias teóricas sobre el espacio, como señala Martínez Lorea (2013), la noción de espacio público urbano deviene posterior a la propia obra de Lefebvre. Es a partir de la década de 1990, según Martínez Lorea, que el espacio público comienza a entenderse en relación con lo común, las diferencias, el intercambio y la participación. Sin embargo, el legado de Lefebvre persiste en los análisis contemporáneos que piensan, tal como se plantea en El derecho a la ciudad, que el espacio urbano implica simultaneidad, encuentros, convergencia de comunicaciones e informaciones, conocimiento y reconocimiento, así como confrontación de diferencias. Martínez Lorea destaca que este espacio se concibe como un lugar de deseo, de desequilibrio constante, un momento de lo lúdico y de lo imprevisible (Martínez Lorea, 2013).

En esta línea, la calle también cumple “una serie de funciones”, ya que es el lugar “donde el grupo (la propia ciudad) se manifiesta, se muestra, se apodera de los lugares y realiza un adecuado tiempo-espacio” (H. Lefebvre en Martínez Lorea, 2013, p. 21). En este sentido, lo urbano se convierte en un escenario inacabado, donde convergen las relaciones sociales y se moldea como una “obra” –creación– de los ciudadanos. La ciudad no puede considerarse como un sistema único de significaciones y sentidos; por el contrario, la producción del espacio se da en forma simultánea y contradictoria (Boy, 2018), en la cual muchas veces, los modelos planificados de la ciudad entran en tensión con “la que forma en la que los grupos y clases sociales crean espacios o participan en la creación de espacios” (H. Lefebvre en Boy, 2018, p. 161).

Siguiendo estas ideas, adquiere especial relevancia indagar sobre la situación vivencial de la ubicación en el espacio. Ángela Giglia (2012) sostiene que los lugares tienen normas de uso y regularidades que conforman un orden espacial. Cuando nos sentimos ubicado/as, estamos identificando el resultado del habitar. Este concepto refiere a “un conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden espacio-temporal al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo” (2012, p. 13). De esta manera, un lugar, según Giglia, se convierte en un espacio provisto de usos y significados compartidos, así como recuerdos colectivos. Ahora bien,

los espacios y los lugares, así como el sentido que tenemos de ellos […] se estructuran recurrentemente sobre la base del género. Más aún, se estructuran sobre la base del género en miles de maneras diferentes, que varían de cultura a cultura y a lo largo del tiempo. Y esta estructuración genérica de espacio y lugar simultáneamente refleja las maneras como el género se construye y entiende en nuestras sociedades, y tiene efectos sobre ellas (Massey, 1994, p. 40).

Es posible especificar esta idea a partir del enfoque de Flores Pérez (2014), quien recupera una serie de nociones teóricas previas (Del Valle, 1997; Sabaté et al., 2010; Soto, 2011), para concluir en una idea central: cuando el espacio-tiempo cotidiano se organiza por normativas de género, no solo se delimita el acceso a lugares, sino que también se genera una forma particular de estar en ellos, lo que, a su vez, conlleva una experiencia diferencial del entorno que nos rodea. Bajo este mismo enfoque, para comprender las experiencias cotidianas de las mujeres en la ciudad, sus modos de habitarla, sentirla y transitarla, es necesario considerar la perspectiva desde el propio sujeto habitante, es decir, reconociendo, además de su experiencia en el espacio, los significados construidos en relación a dicho espacio (Flores Pérez, 2014).

Por lo tanto, al incorporar esta corriente de pensamiento, retomamos los conceptos de Lefebvre y Martínez, mencionados al inicio, en relación con las “funciones” de la calle y la diversidad de experiencias expresadas en el espacio. No obstante, también incorporamos algunos elementos recuperados desde la autora Rodó de Zárate, que permiten ampliar la conceptualización sobre la apropiación y la participación en la producción del espacio urbano. Estos elementos incluyen la consideración del espacio privado, es decir, los hogares; la noción del cuerpo como lugar en sí mismo; y una aproximación emocional en torno al experienciar la ciudad (Rodó de Zárate, 2018). En este contexto, nos adentraremos en un análisis de las prácticas y los imaginarios urbanos en relación con las experiencias de las mujeres en la ciudad, como se mencionó anteriormente. Sin embargo, antes de hacerlo, es importante comprender desde qué perspectiva metodológica se lleva a cabo este análisis.

¿Por qué el rostro es la voz? Metodología

La imagen facilita la construcción de relato en tanto, siguiendo a Bourdieu (2003), forma de comunicación no escrita. Según el autor, este aspecto se relaciona con la comprensión de la fotografía en términos de lo que simboliza sobre una época, una clase o un grupo. Aquí es importante señalar, como plantea Triquell (2011), que “la técnica fotográfica brinda cierta percepción de cercanía con los sujetos representados, gracias al valor testimonial de la imagen”, al tiempo que “habilita el despliegue de toda una serie de imaginarios y proyecciones del mismo que lo amplían, complejizan y lo convierten en materia narratizable” (Triquell, 2011).6 En esta misma línea, la autora describe la fotografía como un “territorio específico de construcción de subjetividad”, debido a que “trabajar con imágenes fotográficas nos abre la puerta a la reflexión sobre el sujeto en diversas dimensiones de su vida social” (Triquell, 2011).

En esta etapa, se emplea la imagen en relación con la producción de significantes, aunque no se la entiende de manera aislada, sino en conjunto con el relato, lo que permite crear una narrativa concreta para abordar el objetivo de estudio. Es importante señalar que las fotografías se tomaron el mismo día en que se realizaron las entrevistas. Previamente, se seleccionó una muestra reducida, en consonancia con la naturaleza inicial y exploratoria del trabajo, compuesta por mujeres de entre 25 y 45 años. Esta elección responde principalmente a la disponibilidad de acceso en ese momento, en el contexto de las restricciones vigentes. En todos los casos, las mujeres eran conocidas, como vecinas o colegas, lo cual falicitó ingresar al hogar de algunas de ellas.7 Es decir, los conversatorios y las tomas fotográficas se llevaron a cabo durante el primer verano con la pandemia de COVID-19 y las consecuencias de los primeros meses con las disposiciones gubernamentales de la medida de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO).

Como se mencionó anteriormente, las preguntas que guiaron los conversatorios fueron tres interrogantes abiertos y ninguno de ellos centraba su atención en la pandemia. Sin embargo, la propia coyuntura “la trajo a colación”, aunque con diferentes grados de relevancia en las distintas entrevistadas. Además, teniendo en cuenta las medidas de precaución sanitaria de ese momento, una de las entrevistas se realizó en el patio de la entrevistada (Figura 2), otra en una plaza (Figura 3) e inclusive en la playa (Figura 6); dos entrevistadas ofrecieron su lugar de trabajo como punto de encuentro (Figura 1 y Figura 5), y solo una se llevó a cabo en un espacio cerrado en el hogar de la entrevistada (Figura 4), y, en ese caso, con barbijo. En todos los casos, una vez concluida la conversación, se le preguntaba a la entrevistada acerca de un espacio en la casa o un lugar con el cual se sintiera especialmente relacionado con la conversación previa, y, sobre todo, con su vida cotidiana.

Es menester aclarar que en ningún momento se dejó de considerar que todas ellas responden a una estructura social y cultural similar. Son profesionales, asalariadas o emprendedoras en el momento del encuentro, pero tienen diferencias en sus vidas privadas cotidianas; en algunos casos, nos encontramos con mujeres convivientes, una mujer casada a punto de ser madre, una mujer y madre divorciada, y una mujer que vive sola en el barrio de las afueras de Mar del Plata. En resumen, existen patrones comunes, pero también variaciones que permiten que estas experiencias se analicen en diálogo con las categorías de estudio. Al mismo tiempo, es importante mencionar que este estudio reconoce la diversidad de mujeres que no se encuentran representadas por estas características, por eso se aclaró inicialmente que el análisis de “la diversidad de experiencias” es parcial.

Desde este enfoque –y a modo de trabajo con la subjetivación–, se utiliza lo que aquí se denomina “retrato sin rostro”, inspirado en una serie fotográfica de Euge Kaiss, en la cual la fotógrafa expone una serie de imágenes a color de cuerpos sin rostro en formato “foto carnet”.8 A partir de ese esquema, a priori se ideó todo lo que podríamos inferir, conocer y comprender al observar solo el torso de una persona: su ropa (y su marca si la tuviera), el color y la textura de la piel, la dimensión y la postura del cuerpo se convierten en indicadores tanto como en imaginarios-disparadores de análisis. De esta manera, se asumió que al combinar un retrato sin rostro con un fragmento breve de entrevista, las palabras podrían funcionar como una identidad, completando la parte ausente del cuerpo en la fotografía (Bertolotti, 2021). Es así como el recorrido que se muestra a continuación busca que la enunciación de la palabra se relacione con lo que se puede apreciar en la imagen, sin que esta última nos cuente todo, lo que permite múltiples posibilidades discursivas y, así, categóricas, en este caso, relacionadas con ser mujer, el territorio cotidiano y las corporeidades. Resta agregar que en los relatos urbanos se hacen visibles los conflictos, las relaciones, los afectos y los sentidos que los sujetos construyen alrededor de su espacialidad cotidiana (Flores Pérez, 2014).

Entre las representaciones, las prácticas y los imaginarios

Alicia Lindón (2017) formula que, para una aproximación más justa del derecho a la ciudad que nos legó Lefebvre, es necesario integrar y admitir lo inestable y contingente, permitiendo estudios que contemplen (e integren) la ciudad como un conjunto de escenarios fugaces, vitales e históricos. Todo esto se relaciona con el espacio público en virtud de las afectividades, a partir de las cuales se van tramando diferentes maneras de sentir y comportarse en los lugares. Aquí se plantea una doble cuestión. Por un lado, a través de lo afectivo, se construye socialmente al espacio, y por otro, desde la corporeidad,9 los sujetos sienten tanto como constituyen y se apropian del espacio (Lindón, 2017). Estas dimensiones amplían la manera de concebir al sujeto urbano como ciudadano de derechos, ya que las diferencias operan significativamente en los aspectos simbólicos y materiales de la vida cotidiana.

Con frecuencia, al analizar al sujeto, se tiende a enfocarse en la capacidad cognitiva, la comprensión del mundo o las prácticas, mientras que el cuerpo y la corporeidad suelen soslayarse. Sin embargo, no se puede concebir una biografía sin un cuerpo que la protagonice y en el que se encarnen las acciones cotidianas (Lindón, 2017). En línea con estas ideas, como se verá a continuación en nuestras narrativas, ninguna experiencia, emoción o vivencia podría existir sin la materialidad del propio cuerpo. En él, lo no material se encarna, lo atraviesa y lo define. Es también gracias al cuerpo que llenamos y habitamos los lugares y transitamos los espacios.

Nos aproximamos, por lo tanto, a una concepción del espacio como multiplicidad de flujos en movimiento, directamente relacionados con las prácticas y las performatividades de los cuerpos en movimiento: las acciones, las prácticas y los comportamientos se dan gracias al cuerpo, lo atraviesan. En este sentido, la autora establece a la corporeidad como el concepto asociado con el cuerpo desde la perspectiva del movimiento (Lindón, 2017), que se vuelve central a la luz de este análisis. Al mismo tiempo, se destacan las prácticas, las cuales

siempre proceden de tramas de sentido, reactivan sentido y reconstruyen significados, pero todo ello está mediado constantemente por su dimensión espacial: los lugares en los que ocurre la vida práctica les dan sentido a las prácticas, y las prácticas reconstruyen el sentido de los lugares (Lindón, 2017, p. 117).

De todas maneras, continuando con las consideraciones de la autora, no es suficiente pensar en las practicas espaciales y sus significantes. Por esta razón, se integra este enfoque al de los imaginarios urbanos. Estos últimos, en tanto universos de sentido mucho más amplios, son definidos por Lindón como una trama subjetiva construida a partir de elementos propios del sentido común y la imaginación. Considerando las nociones de Castoriadis en Lindón, los imaginarios sociales y urbanos, a diferencia de las prácticas, “pueden proceder de cotidianidades distantes en el tiempo y/o espacio” (Castoriadis en Lindón, 2017, p. 113). Es decir, por un lado, las prácticas están acompañadas de significados que se producen al mismo tiempo que se llevan a cabo; y por otro lado, están vinculadas, entretejidas, enlazadas o delimitadas por los imaginarios. Estos últimos configuran la acción, desplegada en prácticas cotidianas. Se trata de una distinción que, además de asumir que ambas dimensiones deben analizarse en un sentido dialéctico, “dignifican lo cotidiano”, como recupera Lindón (2017) de Lefebvre (1981).

El incómodo espacio público que me habita

Para Rodó de Zárate (2018), el menosprecio por el ámbito privado en el desarrollo teórico sobre las ciudades parte esencialmente de la división entre lo público y lo privado en tanto fundamento del sistema patriarcal. Sin embargo, pensar el mundo privado es fundamental para entender cómo operan las dinámicas de género en el espacio público. Dentro de las diferentes corrientes teóricas feministas, hay debates en torno a cómo tratar el espacio privado; sobre todo en relación a concebirlo de manera positiva o negativa, ya sea como un lugar de opresión y violencia doméstica o uno de resistencia y reafirmación.

Pero en las narrativas de las mujeres aquí estudiadas se trata de casos que no necesariamente se sienten marginadas, pero que tampoco encuentran una representación o un espacio de seguridad en el espacio público. Al mismo tiempo, es en sus hogares donde muchas veces se sienten realmente cómodas, reforzando la idea de la casa como un lugar seguro. Ahora bien, esto complejiza la cuestión público-privado en relación a las experiencias de género, ya que esa “seguridad” que brinda “la casa” se enfrenta en oposición a la experiencia ofrecida en el espacio público, al tiempo que estas pueden impactar en la cotidianidad doméstica. Así, además, entra en juego la dialéctica mencionada anteriormente. Vemos esto, por ejemplo, en el relato de E, que encuentra en su casa un lugar de elección:

Yo estoy en mi casa en un lugar en el que, por suerte, estoy donde quiero estar. Es un lugar donde yo me siento cómoda y donde intento que eso sea siempre un hogar, y donde yo me pueda sentir cómoda y desarrollarme lo mejor posible dentro de ese lugar (Entrevista a E., 28 años).

Centro, Mar del Plata. Diciembre, 2020.

none Fuente: Autoría propia.

El cual difiere de ciertas incomodidades percibidas en los entornos públicos o comunes:

Muchas veces nos sentimos miradas por ojos que no tenemos ganas de que nos vean u observaciones incómodas. Muchas veces no vestimos algo para no mostrar determinadas partes del cuerpo […]. Muchas veces la incomodidad viene por un mandato externo o experiencias que desencadenan en eso que llamamos ‘incómodo para mi cuerpo’ (Entrevista a E., 28 años).

A un nivel más vivencial, afirma Boy (2018), nuestras experiencias de la ciudad variarán de forma exponencial según la expresión de género que tengamos. Las afirmaciones del autor refieren que esas diferencias atraviesan nuestras vidas cotidianas y también modifican nuestra conducta.

Ser mujer creo que tal vez se siente mucho más cuando una está fuera de su espacio, de su hogar. Y tal vez las calles suelen ser donde uno más siente la diferencia al ser mujer… Como que no te sentís nunca del todo segura andando sola, y creo que la diferencia de cuando una transita los espacios siendo mujer sola lo vivencia completamente distinto […]. Estar en tu casa te da cierta sensación de estar segura (Entrevista a M., 27 años).

San José, Mar del Plata. Enero, 2021

none Fuente: Autoría propia.

Como que siempre tu existencia podría ser mejor si tu cuerpo cumple con ciertos estándares de belleza y de estereotipos de cuerpo (Entrevista a M., 27 años).

Para V, mujer bisexual, la experiencia en el espacio en relación al género despierta emocionalidades compartidas con el resto de las entrevistadas, aunque ella expresa enfáticamente cómo vivencia la representación simbólica del patriarcado, sobre todo en los espacios laborales. Al respeto, cuenta:

Tengo trabajos que me ayudan a sobrevivir, pero que son lugares donde me encuentro con este machismo, con este patriarcado […]. Yo sé que llego a mi casa y ya soy yo. Ya estoy tranquila, estoy… me siento segura, puedo hacer lo que quiero, vestirme como quiero, sentarme como quiero (Entrevista a V., 28 años).

Parque Primavesi, Mar del Plata. Enero, 2021

none Fuente: Autoría propia.

Pero en su caso, el relato también demuestra cómo en el espacio público se activan emociones vinculadas al miedo, en tanto amenazas. Y ello también aparece en el relato de M. Estos factores, según Rodó de Zárate (2018), operan como el resultado de la producción social de la vulnerabilidad de las mujeres.

Este mundo exterior [es] tan amenazante, y encima tener un cuerpo muy flaco, tener un cuerpo muy atractivo a su vez es peligroso. Hay un peligro ahí, en la calle, en el día a día, porque no siempre estas acompañada (Entrevista a V., 28 años).

Y que me pase algo… O me aborde algún hombre, la verdad. Nunca tuve miedo a un posible asalto por pertenencias, la verdad. Si no más que nada [por] la integridad física. Y como que es una súper carga a la hora de elegir cómo y cuándo te movés. Y la estrategia de tal vez no transitar tan sola los espacios (Entrevista a M., 27 años).

Sería interesante preguntarnos si la afirmación “en casa me siento segura” implica en realidad una reproducción de aquella violencia, ya que la casa se convierte en un espacio potencial donde la mujer podría sentirse más libre frente a un espacio público que se encuentra crecientemente condicionado. En este marco, el contexto de aislamiento social que produjo la pandemia de COVID-1910 al parecer ha intensificado aún más estas potenciales desigualdades o diferencias, ya que

Después de pasar tanto tiempo sin salir como que hay cosas que una ya se había acostumbrado por la cotidianidad, de tener ciertas precauciones, de que, en ciertos horarios, ciertas cosas… Incluso cuando estoy sola la paso rebién estando sola en mi casa… Como que es un lugar donde me siento muy libre de sentir lo que me pasa y expresarme emocionalmente, como que es mi lugar seguro para eso. Si estoy sola es mejor incluso (Entrevista a M., 27 años).

Para Flores Pérez (2014), esto demuestra que la vida de las mujeres en la ciudad está marcada por un uso diferencial y jerárquico del espacio urbano a través de diversas formas de control social que atentan contra la autonomía de las mujeres y el ejercicio pleno de su ciudadanía. En otro orden, retomando la concepción de Giglia (2012) sobre los lugares, las prácticas repetitivas desde las cuales habitamos el espacio configuran una dimensión de la experiencia relacionada con la domesticidad. La autora confirma que cuando transitamos territorios desconocidos (no domesticados ni familiarizados), nos sentimos inseguras. Por tanto, la cotidianidad y la acumulación de rutinas produce el efecto contrario. Estas aproximaciones de alguna manera también explican las sensaciones tan diferidas entre las vivencias en el espacio público y el privado.

¿Hasta dónde llegan las construcciones sociales referidas al género? Acerca de la “carga de ser mujer”

Las narrativas de muchas mujeres acerca de sus experiencias cotidianas en los lugares están enraizadas en diversas emociones. En otras palabras, las dimensiones temáticas que se analizan aquí son significadas en los relatos a través de sentimientos o sensaciones de los cuales se desprenden definiciones y saberes. Una de las sensaciones reiteradas en las entrevistas es la carga, la cual connota maneras de vivenciar el ser mujer.

El énfasis que le pongo a una tarea específica que quizás otra persona que no es mujer no le pone. Eso sí lo observo (Entrevista a E., 28 años).

Como que la carga la tenemos nosotras. Entonces, en ese sentido, me pasa que muchas veces yo antepongo las tareas de lo común antes que mis tareas personales (Entrevista a M., 27 años).

Claro que, en el caso de L, madre divorciada que en su hogar no solo ejerce la maternidad sino también trabaja, se expresan otro tipo de significancias:

Todo lo que tiene que ver con las tareas del cuidado, más allá de la maternidad o no. Digo, en general están vinculadas a la maternidad, pero no de manera exclusiva, son todavía para las mujeres, digamos, un mandato. Y eso repercute. Es tal la carga de eso que repercute en todas las demás dimensiones de la vida (Entrevista a L., 42 años).

San José, Mar del Plata. Enero, 2021

none Fuente: Autoría propia.

Por lo tanto, según Flores Pérez (2014), las emociones son factores importantes para analizar la configuración de las desigualdades, no solo como sus consecuencias sino como elementos relevantes para la (re)producción de las mismas. En el caso de MA, quien trabaja de manera autogestionada en el mismo barrio donde habita y proyecta la construcción de su vivienda en el periurbano sur de la ciudad, su respuesta tácita a la carga simbólica que implica ser mujer se reivindica el orgullo.

Y, a su vez, también siento, dentro del espacio que gestiono con mi amiga B, que el ser mujeres lo llevamos como un orgullo. De decir, bueno, mira cómo siendo mujeres llevamos adelante este proyecto autogestivo… cultural, gastronómico, artístico, vinculado con la naturaleza, y además somos mujeres (Entrevista a MA, 28 años).

Acantilados, Mar del Plata. Enero, 2021

none Fuente: Autoría propia.

En cambio, en el relato de LE, la carga vuelve a poner en jaque las diferencias de género. Ella está embarazada de su primera hija y expresa que, al tener 38 años, además de tener que explicar por qué esperó para ser madre, siente que su marido, de la misma edad, no enfrenta el mismo cuestionamiento:

Recaen más sobre uno que es mujer. Y la pregunta generalizada de la sociedad o del entorno que yo me rodeo siempre era hacia mí, más focalizado que hacia A., y siempre me pasaba que me preguntaban qué más quería yo, qué más buscaba y por qué no era madre (Entrevista a L.E., 38 años).

Playa Constitución, Mar del Plata. Enero, 2021

none Fuente: Autoría propia.

Al mismo tiempo, LE se da cuenta de que un cuerpo gestante “carga” con otro tipo de emociones:

Pero, bueno, en el caso de estar embarazada, el cuerpo, la parte física, es la panza el foco de todo el resto de las personas, entonces uno deja de ser el cuerpo completo para convertirse en panza y en cómo está esa panza. O sea, el exterior piensa solamente en esa panza. Y para mí, no es la panza, sino [que] es mi cuerpo (Entrevista a L.E., 38 años).

MA, en cambio, le da una transcendencia específica al modo en que su cuerpo se ve afectado por sus prácticas cotidianas, relacionadas al territorio donde habita tanto como trabaja:

Yo creo que he notado que se me ha curtido bastante el cuerpo en el territorio, por los trabajos que desarrollo, muy vinculados a la tierra… Y, bueno, esto, como las grietas en las manos, como ciertos registros de la tierra, como en la piel, muy marcados […]. Pero, a un nivel más profundo, el cuerpo lo pienso también como en el sentido de cómo paso esta experiencia de lo comunitario y lo colectivo por el cuerpo, y lo vinculo mucho al goce y al placer (Entrevista a M.A., 28 años).

Por su parte, L autopercibe su cuerpo de una manera diferente después de la pandemia. La mayoría de sus actividades y prácticas diarias ocurren en el espacio privado de su casa: la crianza, trabajar, habitar y preservarse del virus desconocido. Ella resalta:

En este momento particular… estoy un poco peleada con mi cuerpo. Porque creo que me pasó por arriba la cuarentena. O sea, me mató el encierro. Literalmente (Entrevista a L, 42 años).

Para Lindón (2017), los saberes incorporados en una persona que le permiten realizar cierta acción no solo existen como una capacidad de agencia individual, ya que todos los movimientos corporales de un habitante están relacionados con saberes que otras personas también poseen. Estos saberes permiten que tanto una persona como otras participen en secuencias de acciones, que en última instancia son formas de colaboración incorporadas en nosotros/as.

A modo de cierre

En un periodo caracterizado por una creciente producción sobre la vida de las mujeres y las desigualdades que esto implica, todavía hay muchas preguntas por plantear. La particularidad de este trabajo radica en su metodología, que busca dar cuenta de ciertas experiencias de las mujeres en sus cotidianidades. En este sentido, conjugar el relato con el retrato en una narrativa conjunta permite ampliar el contenido teórico con múltiples elementos de orden simbólico: los cuerpos, sus formas y expresiones, los entornos, la vestimenta, los colores y los objetos se convierten en recursos explicativos que van más allá de las palabras. Todas estas expresiones también describen el complejo entramado de las categorías que se exploran en este estudio. Desde este escenario, se intenta exponer de manera interconectada cómo las experiencias relacionadas con las particularidades de género, el cuerpo y las emociones son vivenciadas en el espacio urbano. Asimismo, se exploran las formas en que un contexto concreto, como la pandemia de COVID-19, aunque podría ser otro, modifica las significancias alrededor de las experiencias relacionadas con los espacios.

Es importante destacar que, aunque las preguntas realizadas a las entrevistadas, como se ha visto en este trabajo, no mencionan de manera explícita la pandemia, esta emergió inevitablemente, consumando su trascendencia en nuestras vidas cotidianas, sus puntos de giro y referencia, los jaque mate ante los cuales nos ha dejado. Hoy, pasado ese contexto, más la coyuntura abierta al análisis que ha dejado, podemos afirmar que la vivencia en los usos de los espacios públicos y privados también se (y nos) altera, y seguramente todavía hay mucho por analizar.

No obstante, lo que resulta crucial en este análisis es que pone de manifiesto las tensiones entre el espacio público y el privado. Las incomodidades o la falta de representación que las mujeres experimentan en la calle, en sus entornos laborales y en la vida urbana en general demuestran, por un lado, que aún existen desafíos pendientes en lo que respecta a la ciudadanía; es decir, en términos de igualdad, equidad y derecho para transitar lo público. Por otro lado, nos invita a explorar de qué manera se están viviendo los espacios privados para ciertas mujeres. En efecto, para muchas de ellas, este último no es un espacio de liberación, sino de violencias y hostigamientos. Pero para otras mujeres, como las representadas –al menos parcialmente– en este trabajo, “la casa” es un espacio seguro donde pueden ser “ellas mismas”. Y es también en esa casa donde surgen conflictos relacionados con prácticas de género, como los cuidados, la maternidad, el trabajo y lo doméstico.

En este sentido, se torna de vital trascendencia recuperar una distinción que está presente todo el tiempo: la potencialidad de incorporar estas dimensiones para problematizar cómo se construye la ciudad y para quién/es (Boy, 2018). Además, es relevante analizar cómo se constituye el espacio privado, y qué tipos de conflictos subyacen en él. Estas cristalizaciones, estructurantes, afectan la vida cotidiana de las personas, en este caso, de las mujeres. Mujeres que no siempre se sienten libres frente a determinados mandatos, ya sea al caminar por algunas calles en horarios específicos o al vivenciar sus propios cuerpos.

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Elaborado en el marco del seminario Las otras ciudades: formas alternativas de problematiza, sentir y vivir el espacio público, Doctorado en Ciencias Sociales-UBA.

Zona lindante con el ejido urbano, conformada por barrios en expansión creciente en las últimas dos décadas, y caracterizado, entre otros aspectos, por una densidad habitacional muy reciente. Muchas de sus localizaciones responden a tipologías de “Barrios Reserva Forestal”.

Con las heterogeneidades que ello implica, aunque no sea el objetivo de este trabajo profundizar en esa variable.

Periodo diciembre 2020-enero 2021. El fenómeno del COVID-19 tuvo una influencia significativa en el contexto en que se llevaron adelante las entrevistas.

El cual también es concebido como lugar, como espacio, como territorio.

Publicación del Posgrado en Ciencias Sociales UNGS-IDES sin numeración aclaratoria de página.

Sin embargo, tal muestra puede ser ampliada a fines de avanzar con el relevamiento, así como en la búsqueda de diversidad de experiencias. Sobre todo, para dar cuenta de aquellas mujeres atravesadas por violencias o desigualdades de índole laboral o vincular, afectadas tanto en el espacio público como el privado.

Euge Kaiss es una fotógrafa argentina. La serie mencionada incluye “fotos carnet” con torsos de diferentes cuerpos. Solo se exhibe el cuello de la persona hasta su cintura. La “fotografía carnet” son fotos de 4,5×3,5 cm que suele emplearse para llevar a cabo trámites o diversas documentaciones, como constatación de la identidad.

En tanto “cuerpo y lo que él expresa en cada situación” (Lindón, 2017, p. 117).

Sería motivo de otro trabajo indagar en las consecuencias o repercusiones de la pandemia, y particularmente del ASPO, sobre las categorías espacio público-privado-mujeres.

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Quid16. Revista del Área de Estudios UrbanosISSN: 2250-4060.

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