La interseccionalidad entre clase y género: un acercamiento desde los relatos de vida Este artículo es una versión revisada y modificada de la ponencia presentada en el Congreso 2016 de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA). El proyecto de investigación cuenta con una beca postdoctoral otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede en el Área de Estratificación Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA), y es dirigido por la Dra. Ruth Sautu y la Dra. Betina Freidin. Algunos resultados preliminares fueron publicados en Fraga y Krause (2010) y Krause (2013; 2014a; 2014b).

La interseccionalidad entre clase y género: un acercamiento desde los relatos de vida1

Mercedes Krause (IIGG-CONICET).

Resumen

Un creciente número de trabajos viene revisando las dificultades que tienen los estudios de estratificación y movilidad social para incorporar la dimensión de género y estudiar la imbricación entre ambos ejes de desigualdad. Por ello, en este artículo tomamos distancia de los esquemas de clase y de los estudios cuantitativos de la estructura ocupacional e incorporamos las teorías de la interseccionalidad a los estudios de estratificación social para explorar cómo se viven, se rememoran y anticipan las trayectorias en vinculación con la conformación de las familias y las labores domésticas.

Abstract

An increasing number of studies is reviewing the difficulties that social stratification and mobility analysis have to incorporate the gender dimension, and to study the overlap between these two axes of inequality. Therefore, in this article we take distance from class schemas and quantitative studies of the occupational structure. We incorporate the theories of intersectionality to social stratification studies, and we explore how trajectories are lived, reminisced and anticipated in connection with the formation of families and housework.

 

Enviado: 20 de mayo de 2016

Aceptado: 30 de julio de 2016

 

 

 

Introducción

En las últimas décadas, los estudios de estratificación y movilidad social latinoamericanos han incorporado la dimensión de género, abriendo “interrogantes sobre los canales típicos de movilidad de clase de varones y mujeres, así como sobre la desigualdad en la competencia por las posiciones de clase más altas” (Dalle, 2015: 143). Paralelamente, un creciente número de trabajos viene revisando las dificultades que tienen estos estudios para abordar la imbricación entre ambos ejes de desigualdad social, así como la relación entre el trabajo doméstico y las clases sociales (Gómez Rojas, 2011, 2013; Riveiro2014). Castañeira et al. (2010) señalan una concentración de las mujeres en unas pocas categorías ocupacionales, y sobre todo en las categorías que “hacen ruido” dentro de los esquemas de clase; como por ejemplo el servicio doméstico (Méndez y Riveiro, 2015) y la docencia (Donaire, 2012). Es decir, se observa una segregación por género, ubicándose las mujeres en las capas de menor calificación dentro de las diferentes posiciones de clase (Dalle, 2015).

En su conjunto, estos antecedentes abordan “el trabajo y la familia como mundos no yuxtapuestos” (Gómez Rojas, 2011: 132). Han buscado integrar a las mujeres dentro de los modelos de análisis de clase de la sociedad industrial, pero manteniendo una cierta falta de problematización del género (Gómez Rojas, 2011). Desde el punto de vista teórico-metodológico, simplemente incluir a las mujeres en este viejo esquema y analizar su inserción diferencial respecto de los hombres, podría estar reproduciendo una noción de la inserción ocupacional y la movilidad social de los hombres como el “estándar” y las de las mujeres como una “especialización de contenido” de dichos patrones (Choo y Ferree, 2010: 133).

Por el contrario, en este artículo nos interesa ir más allá de los límites del mercado de trabajo para comenzar a explorar el sentido de la clase y el género en el contexto de una comunidad doméstica. El objetivo es indagar en qué medida la maternidad-paternidad ha influido sobre las trayectorias educativas y ocupacionales de padres y madres de clase media y clase trabajadora, así como sobre las expectativas que éstos tienen para sus hijos e hijas; si se percibe o no como un posible punto de inflexión en sus trayectorias; y qué otras vivencias se asocian con el hecho de que sus planes de vida fueran o no concretados.

Analizamos relatos de vida realizados entre 2009 y 2015 con padres o madres de 31 familias de clase media y clase trabajadora calificada, residentes en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Seleccionamos los casos con la lógica del muestreo intencional estratificado (Patton, 2002). Partimos de un esquema de cinco posiciones de clase: “Clase media profesional y managers”, “Mediana y pequeña burguesía”, “Clase media técnico-comercial-administrativa”, “Clase trabajadora calificada” y “Clase trabajadora semi/no calificada” (Sautu, Dalle, Otero y Rodríguez, 2007). Se trata de una tipología de posiciones en la estructura de clases, construida a partir de grupos ocupacionales que luego se agruparon. En cuanto a las tres posiciones de clase media, para componer en primer lugar la categoría Clase media profesional y managers, se agruparon ocupaciones no manuales, con condición de dirección respecto de la autoridad y un nivel de educación universitario completo o más. En segundo lugar, para componer la Mediana y pequeña burguesía se tomaron en cuenta los propietarios de capital (no asalariados) que tuvieran nueve empleados o menos. En tercer lugar, para componer la categoría Clase media técnico-comercial-administrativa se tomaron en cuenta el carácter no manual de la tarea ocupacional, la condición de supervisión de nivel inferior o sin autoridad, y el nivel de educación hasta universitario incompleto. Por último, para componer las categorías Clase trabajadora calificada y Clase trabajadora semi/no calificada se tomaron en cuenta el carácter manual de la tarea ocupacional, de cualquier rama de actividad, y el grado de especialización laboral: calificado o semi/no calificado respectivamente (Krause, 2009).

De acuerdo con un estudio de estratificación social, la unidad de análisis fueron las familias. Asumimos que las familias son el lugar donde se llevan a cabo permanentemente negociaciones, deliberaciones, microsíntesis y transacciones entre los distintos ámbitos de existencia (Bertaux, 2005). Constituyen espacios de permanentes negociaciones y deliberaciones, cuya perpetuación en el tiempo depende de la gestión de emociones así como de las estructuras de orden y transmisión sociocultural (Bertaux y Thompson 2007). Sus prácticas cotidianas son fundamentales para la reproducción social y se entrelazan con las relaciones de clase, ya que tienen un gran impacto en la calidad de vida de las personas (Stephens, Markus y Fryberg, 2012), e implican el logro de objetivos y la apropiación (o no) de las oportunidades estructurales (Sautu, 2014).

Los datos de las familias fueron proporcionados por las encuestas sobre Estratificación y movilidad social aplicadas en 2004, 2005 y 2007 por el CEDOP-UBA, y por la encuesta sobre Reproducción y movilidad social en Argentina llevada a cabo en 2015 por el proyecto PICT 2012-1599 dirigido por la Dra. Ruth Sautu. A fines de estudiar sus trayectorias de reproducción de clase, construimos cuadros que nos permitieron identificar a las familias de interés: heterosexuales de tipo conyugal, monoparentales y biparentales homógamas, con hijos e hijas menores y jóvenes, y con una trayectoria intergeneracional de reproducción de clase -ya fuera en las diferentes fracciones de clase media o en clase trabajadora-. A todas ellas contactamos telefónicamente, preguntando al/a encuestado/a o a su cónyuge si estaban dispuestos a tener una entrevista en profundidad. Así seleccionamos a 22 de los 31 casos; y utilizamos la estrategia de bola de nieve para llegar al resto de las familias por recomendación de las y los entrevistados previamente.

Desde una perspectiva fenomenológica, definimos nuestro análisis como una construcción de segundo orden que se basa en el pensamiento de sentido común de los individuos que viven su existencia cotidiana dentro de su mundo social precientífico e intersubjetivo (Schutz, 2003). Trabajamos con relatos de vida porque buscamos comprender los horizontes de experiencias y expectativas del mundo de la vida y no sólo capturar sus trayectorias individuales y familiares. En el contexto de la modernidad tardía, los relatos de vida se han vuelto especialmente pertinentes para comprender la agencia humana teniendo en cuenta aspiraciones de largo alcance –“quiénes quisiéramos devenir”- así como condicionantes estructurales (Freidin, 2014: 16). Partimos de la idea de que los actores tratan de organizar un orden en su vida cotidiana, y por ello nos acercamos a sus biografías como una realización, concreta y siempre en curso, de sentido. Tratamos a los relatos de vida como un método de las ciencias sociales, pero también como “métodos del actor utilizados para hacer comprensible su mundo” (Meccia, 2012: 41). Realizamos un análisis temático a fines de comparar por temas los diferentes contextos sociales para la acción (Bertaux, 2005).

El artículo comienza con una breve reconstrucción teórica del debate actual sobre la interseccionalidad entre clase y género, y cómo entendemos que la maternidad-paternidad y las trayectorias pueden pensarse desde dicho debate. En las siguientes secciones, analizamos los puntos de inflexión que padres y madres de diferentes clases sociales identifican en sus trayectorias, y cómo aparecen los estereotipos masculino y femenino en las trayectorias esperadas para sus hijos e hijas. Hacia el final, retomamos la discusión teórica sobre la interseccionalidad a la luz de los datos empíricos presentados.

Pensando desde la interseccionalidad.

A menudo desde el feminismo se ha criticado a los estudios de estratificación social porque se centran en las clases sociales como la principal categoría de definición de las desigualdades sociales; utilizando un modelo donde el género o la raza son determinados por la clase (Anthias, 2008). Siguiendo a Wright (2000), la primacía explicativa de las clases sociales rara vez fue defendida de manera explícita; sin embargo, sí ha existido una “falta de atención” por parte de la tradición marxista en relación con el género (p. 115).

Viceversa, pareciera que el feminismo ha sido más capaz de abordar las diferencias de raza y etnia que desafiaron la universalidad de la categoría "mujer", que de abordar las diferencias de clase (Walkerdine, Lucey y Melody, 2001: 12). Como argumenta Bel Hooks (2000), está de moda hablar de raza o género; sin embargo, el tema incómodo, el que nos pone tensos, nerviosos, inseguros acerca de dónde nos encontramos, es el de las clases sociales. En este sentido, las teorías de la interseccionalidad buscan aportar intelección sobre la relación entre aquellas nociones.

Existe una enorme y sustantiva literatura interseccional que aborda cómo los diferentes ejes de estratificación interactúan en la conformación de experiencias subjetivas. El concepto de interseccionalidad se utilizó por primera vez como una forma de "mediación de la tensión" entre las diferencias dentro y entre los grupos sociales (Knapp, 2005). Pero más recientemente, este enfoque se ha vuelto especialmente válido para estudiar las desigualdades en sus dimensiones entrelazadas a nivel histórico, micro y macro sociales, evitando así las reducciones unidimensionales (Roth, 2013). La perspectiva interseccional examina de este modo la forma en que diferentes divisiones sociales se interrelacionan en términos de la producción de las relaciones sociales y en términos de la vida de las personas (Anthias, 2008: 13). Por lo tanto, este tipo de análisis abarca las interconexiones entre clase y género en dos niveles: considera los efectos de las estructuras de desigualdad en las vidas de las personas, y al mismo tiempo cuestiona las formas en que múltiples instituciones y procesos también están involucrados en las construcciones sociales de poder y privilegio (Bilge, 2010).

Ahora bien, ¿cómo podrían integrarse estas ideas al estudio de la maternidad-paternidad y otros puntos de inflexión en las trayectorias educativas y ocupacionales de las familias? Una clave posible es alejarse de la posición de clase y el género (entre otras divisiones sociales e identidades) como categorías fijas y permanentes; o sea, inequidades de naturaleza diferente que se intersectan al caracterizar a determinados individuos o grupos (por ejemplo, mujeres + inmigrantes peruanas + de clase trabajadora). A fines de integrar teórica y políticamente los diferentes enfoques de desigualdad social, Anthias (2008) propone prestar mayor atención a cómo los procesos y prácticas sociales repercuten en posiciones que son socialmente producidas a través de la interacción. Es decir, aunque en algún momento se haya comprendido a la interseccionalidad como un modelo aditivo de opresiones diferentes (de género + de racialización + de clase), que se viven de forma simultánea; dicho modelo fue luego criticado por ser demasiado mecanicista (Anthias, 2008). Aportes más recientes han tratado, por tanto, de alejarse de este modelo aditivo pensando cada división social como constituida a través de una intersección con las demás: las clases son siempre generizadas y racializadas, el género es siempre clasista y racializado y así sucesivamente (Anthias, 2008: 13).

En suma, teniendo en cuenta la clasificación que hacen Choo y Ferree (2010) sobre las formas de comprender la interseccionalidad en la práctica de la investigación, aquí entendemos que la interseccionalidad entre la clase y el género atraviesa a todo el sistema social, y conforma las desigualdades en las trayectorias educativas y ocupacionales, así como en la maternidad-paternidad, como procesos totalmente interactivos, históricamente co-determinados y complejos. A continuación, y desde una perspectiva constructivista, nos enfocaremos en cómo se experimentan dichos procesos por parte de los actores: padres y madres de familias de diferentes clases sociales que residen en el Área Metropolitana de Buenos Aires en la actualidad2.

Piedras generizadas en los caminos de clase.

Con el objetivo de avanzar sobre el análisis de las trayectorias en relación con la interseccionalidad entre clase y género, en la presente sección nos interesa indagar en qué medida la maternidad-paternidad ha influido sobre las trayectorias educativas y ocupacionales de los padres y madres entrevistados; si se percibe o no como un posible punto de inflexión en sus trayectorias; y qué otras vivencias se asocian al hecho de que “a veces uno piensa y después no llega a hacer todo lo que uno quiere”(Corina, madre de familia de clase trabajadora, 48 años, entrevista realizada por la autora el 14/01/15)3.

Como es sabido, las uniones matrimoniales precoces, así como la maternidad-paternidad tienen un impacto negativo sobre la movilidad ocupacional (Elder, 1985, citado en Ariza y de Oliveira, 2001: 31). Tal es el carácter irreversible que sus “consecuencias negativas sobre el curso de vida de las personas pueden efectivamente ser catalogadas como daño” (Ariza y de Oliveira, 2001: 31). En este sentido, las mujeres de clase trabajadora entrevistadas fueron madres relativamente más jóvenes que las mujeres de clase media4. Algunas de ellas manifiestan que sus planes de vida no fueron concretados e identifican el momento del embarazo como el punto de inflexión en sus trayectorias educativas y ocupacionales. Por ejemplo, una madre cuenta que ella abandonó el secundario por haber quedado embarazada cuando era adolescente:

Yo hice hasta primer año de Polimodal, no terminé porque quedé embarazada de la más grande y empecé a ir a la escuela con panza, y me empezaron a mirar raro, me empezaron a mirar mal y entonces decidí no ir más porque me sentía realmente incómoda, que miraban [como a] sapo de otro pozo digamos, así que no fui más (Jazmín, madre de familia de clase trabajadora, 28 años, entrevista realizada por la autora el 10/04/15)5.

También un padre de clase trabajadora relata que haber tenido a su hijo durante la adolescencia fue determinante en su trayectoria, a tal punto que lo relaciona con su forma de vida actual:

Determinante en mi vida fue él. Cuando me enteré que mi mujer estaba embarazada, eso ya cambió la cabeza de los dos prácticamente, y éramos chicos, yo tenía 18 años, y ella tenía 16 (...) éramos novios, así que los planes los fuimos haciendo... es que por eso vivimos como vivimos, porque… planes a futuro sí (…) hay proyecto, pero como se dé la vida. Nosotros la fuimos aprendiendo todo solos, apoyos de mi vieja y de mis suegros sí tenía, pero aprendes a hacer todo, a ser pareja, a ser padre, ¿entendes? y vas creciendo a medida que va creciendo él (Máximo, padre de familia de clase trabajadora, 38 años, entrevista realizada por la autora el 18/03/15).

Indagando algo más en su trayectoria, este padre cuenta que “mi vieja quedó sola con cinco pibes cuando yo tenía 12 años” (Máximo, padre de familia de clase trabajadora, 38 años, entrevista realizada por la autora el 18/03/15). Durante algún tiempo recibieron la ayuda de sus tíos, “ellos nos daban una mano, sí, si no muchas veces ni comíamos”; luego, dado que “soy el mayor (…) yo salí a laburar a los 14, 15 años, y no le daba pelota tampoco al colegio, no era lo prioritario en ese momento” (Máximo, padre de familia de clase trabajadora, 38 años, entrevista realizada por la autora el 18/03/15). Hacía changas de albañilería, limpieza y mensajería para proveer económicamente a su familia de origen. A los 18 años tuvo su primer hijo y, como él afirma, fueron creciendo juntos: “nosotros con mi señora, empezamos el secundario cuando él lo empezó como para darle un ejemplo de lo que no hicimos antes nosotros, no fue tarde tampoco hacerlo (…) ahora cuando empiece la facultad le voy a hacer la segunda y me meto en la facultad” (Máximo, padre de familia de clase trabajadora, 38 años, entrevista realizada por la autora el 18/03/15). En términos de distribución de la agencia en el relato de vida (Meccia, 2012), este padre plantea una vida “como se dé, como si ésta estuviera fuera de su control6. Este es un punto en común con otro caso de clase trabajadora, quien contrapone sus proyecciones de vida antes y después de quedar embarazada:

Mi idea era bueno, obviamente terminar los estudios, empezar la facultad, estar trabajando, conseguir un trabajo dentro de lo que era un industrial, en una buena fábrica, una buena empresa, o en su defecto, poder... mis grandes ganas eran poder emprender algo yo directamente, empezar a generar yo un negocio, a fabricar piezas, dentro de lo que es industrial (...) y poder comprar mi casa, tener mi coche, todo eso lo pensaba siempre sola, sin tener hijos. Y bueno, el día de mañana conocer a alguien y… pero yo quería tener mis cosas. Yo tenía un problema de desfasaje de hombre-mujer [risas]. Nada, mi idea era poder ya para los 25 años tener mi casa, estar tranquila, la carrera terminada, pero bueno, a los 20 lo tuve al nene… [risas] (Carla, madre de familia de clase trabajadora, 26 años, entrevista realizada por la autora el 20/01/15).

Aquí, la brecha entre las ideas de la entrevistada con respecto a su futuro y sus concreciones no se explica por sus condiciones de vida, la disponibilidad de recursos materiales (de clase) necesarios para generar un negocio, comprar una casa, etc. Por el contrario, sus “fracasos” se explican por lo que ella define como un “desfasaje hombre-mujer”. En este sentido, el género se ha conceptualizado como una clasificación cultural que define prácticas, creencias, representaciones y prescripciones sociales “en función de una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres” (Lamas, 2000: 3). La entrevistada no relaciona este “desfasaje” con su identidad sexual, pero entiende que lo que ella fantaseaba y planeaba no era “propio” de las mujeres. No sólo porque la tecnicatura industrial, el trabajo en una “buena fábrica”, el “coche”, etc. son todas prescripciones culturales típicamente masculinas. Sino también porque “lo pensaba siempre sola”, es decir, sin pareja y sin hijos. Cuando ella quedó embarazada, se encontró con una encrucijada: debía decidir si “me quedaba viviendo en lo de mi vieja en ese momento que todavía vivía con mis viejos, con mi padrastro y con mi mamá; o la otra posibilidad era que el padre del nene quería que yo estuviera con él… ante esas dos posibilidades, yo pensé: “embarazada ya estoy, vamos a ver si se puede generar algo bueno de todo esto”” (Carla, madre de familia de clase trabajadora, 26 años, entrevista realizada por la autora el 20/01/15). Ella continuó con el embarazo, se mudó con “el padre del nene” –no se refiere a él como su pareja-, quien “quería que yo estuviera con él” –no sabemos cuál era su propia voluntad- y, además, pone entre paréntesis sus proyecciones previas: podría haber estado con mis viejos, hubiera seguido trabajando, por ahí seguía estudiando y era distinto (…) sabía que podía vivir sola, lo que aposté fue a que... a tratar de crear una familia” (Carla, madre de familia de clase trabajadora, 26 años, entrevista realizada por la autora el 20/01/15). Así, con el embarazo, se colapsaron las prescripciones de feminidad, maternidad y familia.

Los estudios acerca de la bifurcación o los puntos de inflexión en la vida de las personas señalan que estos puntos constituyen comienzos de etapas nuevas (Denzin, 1989: 17, citado en Sautu, 1999: 25). Representan un cambio en relación a la trayectoria pasada y -a destacarse aquí- “tienen un impacto en las probabilidades de los destinos de vida futura” (Wheaton y Gotlib, 1997: 5, citado en Sautu, 1999: 36). Estos puntos de inflexión implican la evaluación de ciertas opciones y estrategias a seguir por parte de los actores (Hareven y Masoaka, 1988, citado en Muñiz Terra, 2012: 45); y suceden como consecuencia de eventos contingentes que pueden ser tanto subjetivos (nacimientos, fallecimientos, migraciones) como externos a los sujetos (crisis económicas, terremotos, etc.) (Muñiz Terra, 2012: 46). Considerando dichas apreciaciones del enfoque biográfico, hasta aquí podemos observar que la maternidad y la paternidad constituyen puntos de inflexión de las trayectorias de clase trabajadora ya que inscriben un antes y un después. No obstante, el punto de inflexión no sería el momento psicobiológico del parto, sino la situación de maternidad-paternidad ligada a la tenencia de un hijo o una hija. Se trata de un proceso social que incluye en sí mismo las pautas normativo culturales ligadas a la vida familiar y que no se puede desvincular de las mismas, como describimos más arriba. En ocasiones, estas responsabilidades aparecen con el embarazo -como es el caso de esta madre que quedó embarazada a los 20 años-. En otros casos, las responsabilidades emergen antes, por la desaparición de un padre o de una madre en sus familias de origen, teniendo que ocupar dicho rol en el hogar. Tal es el caso del padre de clase trabajadora que describimos más arriba, y el de otros casos de clase trabajadora como el que sigue:

Hace 16 años atrás, yo justo había terminado la secundaria y... iba a empezar a estudiar… (...) pero justo a mitad de año ella [mi madre] fallece, y bueno, ahí chau, se descolocó todo. Yo antes de que ella falleciera estaba haciendo todos los papeles para entrar a la policía, ya había hecho todo, tenía que presentarme a ver el físico, después del físico venía el teórico y ya está, había hecho todo. Pero ella falleció y ella tenía a cargo dos sobrinas mías, así que la que se tuvo que hacer cargo fui yo, porque son todos varones [se refiere a su padre y dos hermanos] (...) así que cuando ella falleció, chau. Yo tenía que llevarlas a la escuela, yo tenía que llevarlas al médico, yo tenía que cocinar, mantener la casa porque los tres trabajaban… así que ahí caí yo, que tenía 18 [años] (Marta, madre de familia de clase trabajadora, 33 años, entrevista realizada por la autora el 22/01/15).

Es decir, aquí por más que no haya ocurrido el embarazo, sí vemos que, al fallecer su mamá, la entrevistada se vio obligada a reemplazarla en ese rol tradicional que implicaba, en pocas palabras, hacerse cargo de los menores del hogar y de la reproducción de la fuerza de trabajo. Porque “son todos varones”, porque “los tres trabajan”, la mujer del hogar se ve obligada a abandonar su formación. Observamos entonces cómo un acontecimiento contingente -aquí, una muerte; arriba, un nacimiento- inscribe una ruptura en la vida familiar y la resolución que se toma ante dicha bifurcación es adscribir -consciente o inconscientemente- a los mandatos culturales y los estereotipos de género compartidos en el marco de su clase social de pertenencia.

Como afirma Gómez Rojas (2013), que exista “una idea generalizada que ambos miembros de la pareja deban contribuir a los ingresos familiares no significa que haya desaparecido la visión del varón como proveedor de recursos monetarios, ni que las expectativas frente a la mujer, principalmente casada, no estén sujetas a la evolución del ciclo familiar” (p. 176). Entre las mujeres entrevistadas, tanto de clase trabajadora como de clase media, vemos cierta identificación con dichas tipificaciones y prescripciones tradicionales de género. En algunos relatos de la clase trabajadora, la maternidad y la vocación de ser amas de casa emergen como proyectos personales desde muy pequeñas y se complementa con su desinterés por la educación formal: “yo lo que quería era ser ama de casa y mamá, tener mis hijos... y es lo que me propuse, no tanto el estudio. Más que nada estar en mi casa con mis hijos, y ese era un poco mi propósito y lo conseguí. Dentro de todo crie hijos sanos y puse a mi familia adelante y ese es mi emprendimiento” (Corina, madre de familia de clase trabajadora, 48 años, entrevista realizada por la autora el 14/01/15). En otros casos, la adscripción a dicho estilo de vida aparece durante la juventud, entrando en conflicto con las experiencias previas y marcando un punto de inflexión. Por ejemplo:

Mis planes eran no casarme nunca, no tener hijos [risas], porque... como te digo, siempre me gustó trabajar, no me gustaba ni limpiar mi casa, ni cuidar a mis hermanos más chicos, yo era siempre de salir a trabajar, tengo a mi hermana mayor que ella sí era muy casera, ella le cambiaba los pañales a mis hermanos, pero no, no, mis planes eran siempre esos, yo digo bueno, voy a trabajar, voy a ayudar a mis padres, pero no me quiero casar nunca, no quiero tener nunca hijos, siempre fue ese mi pensamiento. Pero cuando me casé dejé todo, todas mis cosas dejé atrás, eso de salir, de fumar, de tomar, de ser amiguera, dejé todo, todo ¿por qué? Por mis hijas, por mi matrimonio, porque si yo decidí casarme fue para dedicarme yo a ellos (Leonor, madre de familia de clase trabajadora, 44 años, entrevista realizada por la autora el 20/03/15).

En este caso, vemos que la maternidad y la formación de una familia desplazan la atención originalmente dada a los proyectos ocupacionales y personales. En su relato de vida, la maternidad se valoriza como un símbolo de la familia y la dedicación hacia los otros, que esta mujer busca reafirmar.

En suma, a lo largo de esta sección hemos observado que la representación de la maternidad y paternidad vinculada a los estereotipos tradicionales de género y de lo que debería ser la familia modela las trayectorias de los casos de clase trabajadora. En otras palabras, (la formación de) dicha clase social se encuentra generizada.

Negociando los roles de género.

En los relatos de clase media, en cambio, las mujeres-madres buscan combinar ambas versiones de sí mismas: ama de casa y profesional7:

Mi sueño era tener mi familia como toda niña, encontrarse el amor de su vida y seguir adelante. Y bueno, se me lo dio. Encontré al hombre que realmente quise, con él hice mi vida (…) yo [me] dediqué más a cuidar mi familia. Tengo mi trabajo, pero la dedicación a ama de casa era algo más fuerte que cualquier otra cosa (…) es difícil, pero con un poquito de sacrificio, uno puede hacer… porque la formación de la familia, de los hijos, lo valoramos mucho más que ganar más platita trabajando más (…) cobraba poco y nada, pero completaba mi lado profesional y de mujer. No quería estar metida dentro de casa todo el tiempo. Yo necesitaba este lado mío, no sólo de mamá, ambas cosas. Y bueno, hay que saber equilibrar los tiempos, corremos como locas porque las mamás… es siempre el pívot de la casa la mujer (Lucía, madre de familia de clase media, 63 años, entrevista realizada por la autora el 14/01/13).

Es decir, la reproducción de este orden familiar (y sexual) tradicional, implica una discusión acerca de “cuándo y cuánto puede y/o debe trabajar cada miembro” (Jelin, 2010: 101). En algunas familias de clase media entrevistadas esta negociación se describe como equitativa y coordinada:

Yo soy de la idea de que en la pareja tiene que trabajar uno. Ahora, si deciden trabajar los dos, todo lo que trabaja uno lo tiene que dejar de trabajar el otro. Y yo más o menos tuve esa idea. O sea, mi mujer trabaja, [también] es docente: ‘bueno, todo lo que vos trabajas de docente, yo lo dejo de trabajar, (…) y vos cumplís con tu necesidad de trabajar y yo también’. Y eso la docencia me lo permitió (Julio, padre de familia de clase media, 62 años, entrevista realizada por la autora el 24/01/13).

Pero en otros casos, dependiendo de la flexibilidad y la carga horaria de las relaciones laborales de cada uno, las mujeres dejan de trabajar por algunos años cuando tienen hijos:

Yo estoy poco con mi familia: me voy temprano y llego a las 8 o 9 de la noche, (…) por eso mi señora dejó de trabajar, fue uno de los motivos que… dejó ella de trabajar porque se había puesto medio complicado. Con las tres [se refiere a sus hijas] es medio… es complicado el tema (...) y mi suegra trabaja también, así que no podemos… (Ciro, padre de familia de clase media, 50 años, entrevista realizada por la autora el 06/02/13).

Así, a través de los diferentes casos presentados, vemos que, más allá del grado de identificación de cada relator y relatora para con las prescripciones socioculturales de género, éstas corroen las trayectorias educativas y ocupacionales de las y los entrevistados. En los siguientes ejemplos de padres y madres de clase media, vemos que sus consecuencias en términos de carrera ocupacional son diferentes para varones y mujeres -y por supuesto para las diferentes clases sociales-.

Primero, una madre de clase media termina la secundaria en el año 1975. En el año ‘76 comienza a estudiar Medicina en la UBA y a trabajar como vendedora en una empresa de transportes. Sus estudios no los pudo continuar más allá de unos meses porque se sentía insegura concurriendo a la universidad pública mientras era intervenida durante la dictadura militar:

Caían los milicos y se llevaban indiscriminadamente, no importa que vos no tuvieras nada que ver… Y me pegué dos sustos grandes, dos corridas grandes, y dije “no”, y dejé… Y a la vez dije “cuando esto pase, retomaré”, porque a mí me gustó mucho estudiar, pero no llegué a que pase porque a los 20 años me casé (Luisa, madre de familia de clase media, 51 años, entrevista realizada por la autora el 01/12/09).

Al momento de casarse continuó trabajando durante tres años más, hasta que tuvo a su primera hija. Entonces, pasó a depender económicamente de su marido y esta situación se transformó en un obstáculo al querer divorciarse. Con vistas a obtener los recursos materiales para separarse, tuvo que apelar a los contactos laborales de una amiga:

El problema es que mi marido tenía dos familias. Yo me entero después de tener a [mi segunda hija] y la situación no se pudo sostener más. Llamo a una amiga y le digo “vos que estás con gente…”, ella trabajaba en una distribuidora de tuercas… le pido que me ayude a conseguir trabajo y así lo hace. Esa noche me separé (Luisa, madre de familia de clase media, 51 años, entrevista realizada por la autora el 01/12/09).

Dados sus recursos y relaciones sociales, su dependencia económica no se perpetuó más allá de su voluntad. Ella logró reinsertarse en el mercado laboral, y más adelante, a los 38 años comenzó a cursar la Licenciatura en Psicopedagogía. Hoy, ya recibida, trabaja en el gabinete de una escuela pública en José León Suárez. En base a su propia historia, esta madre transmite a sus hijas la importancia de tener estudios formales y ser económicamente independientes.

Segundo, un padre de clase media se casa a los 24 años, mientras tanto sigue estudiando la carrera de ingeniería en una universidad privada y luego la abandona durante el tercer año, cuando la familia migra a Sudáfrica por una oportunidad laboral. Allá tienen a su primera hija y cuando vuelven -recuerda su esposa- él se propuso:

Retomar la carrera porque él tiene esa asignatura pendiente. Hizo primer año pero ya teníamos la nena, la casa, la presión laboral que era muy alta, porque ya tenía proyectos importantes, y estaba con chicos chicos y yo no sé. No sé cuál de todos esos factores influyó para que él no la terminara. Yo todavía a veces pienso si hoy por hoy se jubilara joven, ¿viste? A lo mejor... (Alejandra, madre de familia de clase media, 56 años, entrevista realizada por la autora el 24/11/09).

El abandono de sus estudios universitarios parece no haber tenido mayores consecuencias sobre su trayectoria ocupacional. Con 51 años, este padre se desempeña como Gerente Manager en una empresa multinacional líder en electrónica e ingeniería eléctrica. Sin embargo, su trayectoria educativa aún se percibe como inconclusa. En base a esta experiencia, la madre de esta familia anticipa los posibles obstáculos que su hijo pudiera encontrar estudiando Ingeniería:

Desde el día 1 que terminó la secundaria “yo no voy a dejar de trabajar, yo quiero trabajar, yo…”. Se lo explicamos de todas las maneras (…) que los tres primeros años de Ingeniería lo mejor era no trabajar. Que [mi esposo] tiene la experiencia de cualquier cantidad de chicos de [la empresa donde trabaja] que se vuelven locos tratando de trabajar y estudiar y entonces la carrera en lugar de ser en 6 años, son 12. Ya lo hemos visto, no en un caso, en decenas de casos (...) entonces sé lo que es la lucha de tratar de hacer la carrera de Ingeniería, que es tan pesada, trabajando. Pero bueno, no hubo forma, no hubo forma, no hubo forma, no hubo forma. Muy independiente, él quería su plata. Él quiere trabajar. Se está equivocando, pero no sé cuándo se dará cuenta. Cuando se dé cuenta ya tiene dos años de antigüedad en el trabajo (Alejandra, madre de familia de clase media, 56 años, entrevista realizada por la autora el 24/11/09).

Repasando los relatos descriptos en esta sección, podemos mencionar tres puntos en el análisis de sus trayectorias de vida. Primero, la maternidad-paternidad también puede pensarse como punto de inflexión en las trayectorias de clase media. Para algunos padres y madres, tener un hijo o una hija significó reducir su carga laboral, para otras mujeres-madres significó la interrupción de su carrera laboral y para otros varones-padres significó el abandono de sus estudios universitarios. Más aún, al igual que en clase trabajadora, la maternidad-paternidad no se resuelve de la misma manera, no tiene consecuencias similares sobre las trayectorias de vida de varones y mujeres de una misma clase social. Segundo, los factores que influyen en dicha configuración no se agotan en las desigualdades de género, sino que la clase social (generizada) sigue segmentando las trayectorias y experiencias de maternidad-paternidad. En los relatos de las mujeres encontramos puntos de intersección entre ambas clases sociales (la relegación de las metas personales frente a la dedicación familiar, por ejemplo) así como diferencias (el sentido atribuido a su dedicación a tareas del hogar como aislamiento). Lo mismo sucede si comparamos los relatos de los varones de ambas clases sociales. Entre ellos existen similitudes (en comparación con sus parejas, acceso a puestos ocupacionales mejor retribuidos aun habiendo abandonado sus estudios) así como claros puntos en los que se distancian (la distribución sexual del trabajo al interior del hogar)8. Tercero, y teniendo en cuenta lo anterior, el género no es una relación social aparte, que venga a “amplificar” las desigualdades de clase de las mujeres frente a los varones. El género y la clase social se co-constituyen en interacción, estructurando “translocaciones” (Anthias, 2008).

De hombres y mujeres, de hijos e hijas.

Además de las propias experiencias vividas por padres y madres respecto de los puntos de inflexión en sus trayectorias –y las anticipaciones que éstas pudieran generar-, podríamos pensar que las concepciones respecto de los roles domésticos de varones y mujeres también dan forma a las expectativas a futuro. En este sentido, en los relatos de vida de gran parte de las y los entrevistados subyacen estereotipos tradicionales de género y sexualidad, que se expresan en sus expectativas y en cómo asignan responsabilidades asociadas a la conformación de una nueva familia nuclear por parte de sus hijos e hijas. Ello se vincula, a su vez, con las expectativas respecto de los logros educativos y ocupacionales, como veremos a continuación.

En ambos sectores sociales, observamos que el orden familiar actual, además de encontrarse tradicionalmente generizado, se considera indicador de ciertas aptitudes en sus hijos e hijas y predictor de sus habilidades laborales a explotar en el futuro. Es decir, los padres y madres proyectan las trayectorias educativas y laborales de sus hijos e hijas como una extensión o potenciación de las capacidades diferenciadas por género que ven (o hacen) emerger en la vida cotidiana familiar. A partir de las actividades –tanto recreativas como obligatorias- de sus hijos e hijas, los padres y madres van prescribiendo su futuro:

[Mi esposo] es electricista, y el más chiquito lo veo más para ese lado, para… porque siempre de chiquito lo siguió, lo siguió y agarró la herramienta y andaba atrás de él, le gusta romper las cosas para ver qué tienen. De golpe un celular no me anda, bueno lo rompe hasta saber el chip, hasta verle todo. Una cámara de foto vieja no andaba y la rompió para ver qué es lo que tenía, cómo era el flash, cómo era ese así, entonces lo veo más para esas cosas, él dice artista pero mi marido el otro día le decía que un técnico es artista, porque tiene que hacer los planos, y dibujar, y entonces él se quedó pensando en eso también (Marta, madre de familia de clase trabajadora, 33 años, entrevista realizada por la autora el 22/01/15).

Los padres y madres de clase trabajadora, asocian a sus hijos varones con la reproducción de los oficios manuales de sus padres como la electricidad, la mecánica, la carpintería. Se trata de puestos calificados dentro de la clase trabajadora, que implican capacidades técnicas, pero también un gran desgaste físico y fuerza, así como ciertos compromisos a nivel de la salud.

Los padres y madres de clase media resaltan que sus hijos varones, en contraposición a sus hijas, son menos disciplinados en el estudio pero más intuitivos: “[mi hijo] dio el examen [de ingreso a la secundaria] así prácticamente sin haber estudiado, cosa que yo creí que no iba a hacer, no iba a dar bien, bah, mi esposa no creyó que iba a dar bien, yo le tengo confianza al varón, ¿viste? Pero porque es muy intuitivo. Es intuitivo, no es estudioso” (Gonzalo, padre de familia de clase media, 53 años, entrevista realizada por la autora el 09/10/09). Se supone así que su inteligencia intuitiva les permite a los varones adquirir de forma práctica conocimientos complejos, por ejemplo, asociados a la programación, a la computación, a la arquitectura, así como a la ingeniería: “[mi hijo] tiene que ser ingeniero. Porque él, es lo que él vio en el… siempre en el padre y el abuelo, lo ve como ejemplo, lo que él quiso hacer en el trabajo. De hecho, él programa y encima es muy inteligente. Entonces como muy inteligente el tipo empíricamente aprende las cosas y las hace” (madre de la familia 6). En ambos sectores sociales vemos claramente cómo las tipificaciones de las trayectorias ocupacionales de sus hijos reflejan una herencia familiar (y de clase), a la vez que se entrecruzan con tipificaciones de género al marcar dominios estereotípicamente masculinos para sus hijos varones.

En cuanto a las hijas mujeres, su futuro ocupacional se asocia con el diseño, la estética, la docencia y la medicina en clase media; y con la enfermería y el cuidado de personas, los puestos administrativos de baja calificación y también la docencia en clase trabajadora. En ambos sectores sociales, el hábil manejo de los demás –sobre todo, los más chicos- y la capacidad de enseñar son cualidades presupuestas desde niñas en sus hijas mujeres:

[Mi hija] tiene 13 años y sin embargo agarra a los primitos más chiquitos y se pone a ser maestra y les hace hasta los boletines, y les corrige y les hace prueba, y entonces la veo más… no de maestra, pero sí para el lado de la educación. Tiene más paciencia y le gustan los chicos. Todo lo que es más chiquito que ella, o sea hasta 8 o 9 años, ella se entiende re bien, por eso la fomento para ese lado (Marta, madre de familia de clase trabajadora, 33 años, entrevista realizada por la autora el 22/01/15).

Bourdieu (1998) muestra cómo los agentes reproducen estructuras sociales a través del habitus. En sus propias palabras: “estructura estructurante, que organiza las prácticas y la percepción de las prácticas, el habitus es también estructura estructurada: el principio de división en clases lógicas que organiza la percepción del mundo social es a su vez producto de la incorporación de la división de clases sociales” (Bourdieu, 1998: 170). La noción bourdieuana de “incorporación” de la historia y de la división de clases sociales da cuenta aquí de que el proceso de inculcación e interiorización del habitus es en gran parte inconsciente: “los habitus incorporados son percibidos como naturales, como algo innato” (de Gaulejac, 2013: 37), que se despega y niega sus condiciones sociales de producción. Los estereotipos de género también son indicativos de ello. Como lo describe un padre de clase media, sus hijas son “naturalmente” estudiosas y, por consiguiente, tienen cierta facilidad para entender y hacer entender a los demás: “ella misma [mi hija] dice los grupos cuánto les cuesta por ahí entender algo o no. O sea, en casa está siempre lleno de chicos [se refiere a los compañeros de la facultad] que ella les está enseñando, ¿no? Explicando. Eh ayudándolos para... para llegar” (Manuel, padre de familia de clase media, 48 años, entrevista realizada por la autora el 10/01/13). La docencia es destacada además como una ocupación que no entra en conflicto con los roles productivo y reproductivo que siguen asumiendo para el futuro de los varones y mujeres respectivamente: “yo tiro para mi profesión [docente] [risas] porque siempre les digo a ellas “si ustedes quieren tener una familia o algo, la verdad que estaba bueno” porque estás con ellas [se refiere a sus hijas] y en las vacaciones estás con ellas, no es que tenés que ir quince días sólo” (Florencia, madre de familia de clase media, 39 años, entrevista realizada por la autora el 10/12/09).

Discusión y conclusiones.

Gómez Rojas (2011) insiste en la necesidad de “efectuar ciertos cambios en el abordaje de los estudios de estratificación social, tal vez imaginando nuevas soluciones a viejos problemas” (p.132). En este artículo hemos intentado avanzar en ese sentido, incorporando las perspectivas de la interseccionalidad a los estudios de estratificación social, y tomando distancia de los esquemas de clase y de los estudios cuantitativos de la estructura ocupacional para explorar cómo se viven, se rememoran y anticipan las trayectorias en vinculación con la conformación de las familias y las labores domésticas. A continuación, resumimos algunas observaciones:

Primero, nos preguntamos si la maternidad-paternidad se percibe o no como un punto de inflexión en las trayectorias educativas y ocupacionales de padres y madres de diferentes clases sociales. Encontramos que, en ambas clases sociales, las trayectorias de las y los entrevistados se encuentran atravesadas por relaciones de género, pero con impactos desiguales en diferentes clases sociales. En los relatos de vida de la clase trabajadora calificada se identifica el momento de hacerse cargo de una familia como un punto de inflexión en sus trayectorias. Algunas veces esto tiene que ver un embarazo durante su adolescencia o juventud, pero otras veces con la desaparición de un miembro adulto en las familias de origen, al que tuvieron que reemplazar en el ejercicio de los roles tradicionales de género al interior del hogar.

Estas figuras de mujer-madre-cuidadora de la familia y jefe-varón-proveedor se comparten también en clase media como la norma. Se postulan como el “sueño de toda niña” (Lucía, madre de familia de clase media, 63 años, entrevista realizada por la autora el 14/01/13) y “una carga de los varones” (Corina, madre de familia de clase trabajadora, 48 años, entrevista realizada por la autora el 14/01/15). Podríamos decir que en ambas clases sociales emergen imaginarios de sentido común sobre el género como dualista y heterosexista que, como tales, han orientado sus fantasías y sus planes a futuro, también sus acciones en la vida cotidiana. No obstante, en la clase media la maternidad-paternidad aparece como un evento menos inesperado y menos disruptivo en sus trayectorias, se destaca como una experiencia de masculinidad y feminidad que viene a completar ambos lados de su persona, mi lado profesional y de mujer (Lucía, madre de familia de clase media, 63 años, entrevista realizada por la autora el 14/01/13).

Claramente, las mujeres que cuentan con mayores recursos y ventajas materiales, educativas, simbólicas y culturales, perciben este doble rol como positivo; mientras que, utilizando la definición de una entrevistada de clase trabajadora, otras mujeres-madres “caen” del sistema educativo formal y del mercado de trabajo al mismo tiempo, y por ello a futuro tienen menos recursos para “reincorporarse” –así como para separarse y/o ser independientes económicamente-. Su empoderamiento al interior del hogar como cuidadoras de la familia, junto con el mantenimiento de ciertas pautas morales y estilo de vida tradicionales, han contribuido a mantener o mejorar su posición mediada en la estructura de clases9. No obstante, también sospechamos que semejante hincapié en el valor del cuidado sin tomar en cuenta el contexto de oportunidades que es desigual según género y clase social de pertenencia, puede entonces estimular su auto-sacrificio y hacerlas más vulnerables perpetuando la opresión de género (Applebaum, 1998).

En cuanto a los padres de familia, por cuestiones económicas y por adscribir a su rol de proveedores en sus hogares, en ambas clases sociales hay quienes afirman haber comenzado a trabajar desde adolescentes. Algunos siguieron estudiando, mientras que otros abandonaron sus estudios primarios, secundarios o universitarios con mayor o menor impacto sobre sus carreras ocupacionales. Sin embargo, en ningún caso “cayeron” del sistema educativo formal y del mercado de trabajo al mismo tiempo, como veíamos en las trayectorias de las mujeres.

No se trata aquí de elecciones racionales acerca de la interacción entre la vida familiar y las trayectorias educativas y ocupacionales. En cambio, creemos que la producción de los relatos de vida es más bien de una selección de sucesos pasados y su interpretación mediada por experiencias posteriores (Sautu, 1999). Las entrevistas biográficas retrospectivas constituyeron una oportunidad para construir un relato (Muñiz Terra, 2012), para que los padres y madres entrevistados se pensaran y presentaran a sí mismos y a sus familias de acuerdo con sus propias representaciones y ordenamientos. Para ello fueron significativas sus evaluaciones de las formas apropiadas de ser y de comportarse de acuerdo a diferentes formas de estratificación social. Dichas tipificaciones “llenan el mundo social con contenidos históricamente muy específicos, que el individuo aprende como posibilidades, imposibilidades y presupuestos para su curso de vida” (Schutz y Luckmann, 2001: 106). Desde la fenomenología social, los relatos de vida nos permitieron comprender la interseccionalidad entre diferentes formas de estratificación social, sin apartarnos de la objetividad de las clases sociales y el género, pero considerándolas parte de las experiencias en un mundo social real, que afectan las maneras en que emergen y se enfrentan las bifurcaciones en los cursos de vida.

Siguiendo a Butler (1998) podemos decir que el género no es una esencia que haya que exteriorizar, ni tampoco una identidad estable en el sentido de un yo generalizado permanente. Más bien “es un acto que ya estuvo ensayado, muy parecido a un libreto que sobrevive a los actores particulares que lo han utilizado, pero que requiere actores individuales para ser actualizado y reproducido una vez más como realidad” (Butler, 1998: 306-307). Así, vemos que, desde muy temprana edad, y aún antes de que surjan diferencias en el rendimiento académico y aspiraciones futuras de sus hijos e hijas, circulan en estas familias conceptos de sí mismos que asocian a los varones y a las mujeres con los estereotipos tradicionales de género. Estos padres y madres perpetúan la imagen que tienen de sí como una familia heterosexual, con sus valores y costumbres, sus trayectorias educativas y ocupacionales diferenciadas por género. En ambas clases sociales, los padres y madres imaginan que sus hijas se insertarán laboralmente en ocupaciones “típicamente femeninas”, es decir, aquellas que son definidas por el carácter de sus tareas como una extensión de la labor doméstica (Jelin, 2010). También imaginan que sus hijos varones serán proveedores económicos en sus futuros hogares y ello lo relacionan con puestos laborales calificados y mejor pagos. En concordancia con los estudios cuantitativos previos que muestran una segregación por género en la estructura ocupacional (Novick, Rojo y Castillo, 2008; Castañeira et al., 2010; Riveiro, 2012; Dalle, 2015; entre otros), los proyectos parentales aquí analizados reflejan expectativas de reproducción de las mujeres en puestos ocupacionales menos calificados, de menor prestigio y más flexibilizados.

Reflexionando sobre estos resultados, podríamos decir que la perspectiva interseccional nos ha sido útil para comprender que la maternidad-paternidad, las trayectorias educativas y ocupaciones conforman proyectos biográficos, donde la clase social y el género se viven al mismo tiempo y son interdependientes. Siguiendo a Anthias (2008), las intersecciones entre las diferentes relaciones sociales pueden a veces reforzarse mutuamente en una serie de subordinaciones, pero pueden también conducir a procesos contradictorios (p. 16). Vimos aquí que en ambos casos la interseccionalidad entre clase y género tiene implicancias sobre la posición social actual –y la que anticipan para sus hijos e hijas a futuro-.

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1.

Este artículo es una versión revisada y modificada de la ponencia presentada en el Congreso 2016 de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA). El proyecto de investigación cuenta con una beca postdoctoral otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede en el Área de Estratificación Social del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA), y es dirigido por la Dra. Ruth Sautu y la Dra. Betina Freidin. Algunos resultados preliminares fueron publicados en Fraga y Krause (2010) y Krause (2013; 2014a; 2014b).

2.

Epistemológicamente, nos centramos en la construcción social como una dotación de sentido dentro de marcos sociales. Se trata de la construcción de la percepción, del sentir, de la confianza en las experiencias de la realidad de sentido común, y no de la construcción de las cosas en sí mismas (Hacking, 2001). Esta definición como correlato subjetivo se contrapone al construccionismo social y al subjetivismo (Belvedere, 2012).

3.

Los nombres propios que utilizamos son ficticios para garantizar el anonimato de las personas que participaron de la investigación.

4.

El rango de edad en que las entrevistadas de clase trabajadora tuvieron a su primer hijo va desde los 16 hasta los 41 años y las mayores frecuencias se observan en los 21 años; mientras que, en las familias de clase media entrevistadas, el rango va desde los 21 a los 34 años y las mayores frecuencias se observan a los 28 años.

5.

El Polimodal es el segundo ciclo, no obligatorio, de la enseñanza de nivel medio en algunas provincias de Argentina. El primer año de Polimodal sería el décimo año de escolaridad.

6.

Meccia (2012) propone algunos “trucos metodológicos” para el tratamiento empírico de los relatos de vida. Uno de ellos es el relevamiento de la capacidad de agencia que los individuos se asignan a sí mismos y a los demás en la construcción de su proceso vital. En este sentido, la distribución de agencia en el relato de vida puede ser propia, de otras personas o bien de otros deshumanizados como “fuerzas ocultas”, “impersonales”, “objetivas” u otras entidades (Meccia, 2012: 43).

7.

Ello podría indicar una incidencia de la clase social sobre el posicionamiento frente al trabajo femenino extradoméstico. Un estudio por encuesta a nivel nacional analiza la adhesión de las mujeres a la afirmación de que el trabajo femenino fuera del hogar a tiempo completo es negativo para los niños pequeños y para la vida familiar, y observa que la adhesión de las clases trabajadoras prácticamente duplica a la de clases de servicios e intermedias (89,9% y 45% respectivamente) (Gómez Rojas, 2013: 179).

8.

Un aspecto adicional a trabajar al comparar diferentes trayectorias podría ser la edad de las y los entrevistados, como otro de los clivajes que atraviesa dicho continuo entre configuraciones compartidas y no compartidas por varones y mujeres de diferentes clases sociales. Entre los casos aquí analizados, podemos identificar que las trayectorias y prescripciones culturales de clase trabajadora son más tradicionales que en clase media, incluso tratándose de una generación más joven. Cabe recordar que, dada la selección de los casos siguiendo la lógica del muestreo intencional estratificado según el tipo de familia (con hijos o hijas menores o jóvenes conviviendo en el hogar, entre otras características), la edad de los padres y madres entrevistados no fue uniforme entre las clases sociales, sino que reflejó patrones sociodemográficos de la fecundidad por estratos sociales. Una comparación sistemática según generaciones demandaría un estudio particularizado.

9.

Siguiendo a Wright (2000), los individuos no sólo están vinculados a la estructura de clases mediante su posición directa en las relaciones sociales de producción. También existen múltiples relaciones sociales, entre las cuales encontramos las relaciones de género, que constituyen posiciones de clase mediadas, derivadas del vínculo de otros miembros de la familia para con el sistema productivo. Ver también Baxter (1992) y Gómez Rojas (2011).

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