Cuadernos
de Marte
AÑO 11
/ N° 18 Enero – Junio 2020
https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/index
Entre Cohn-Bendit y John Lenin: viejos
y nuevos temas en el movimiento estudiantil en Chile bajo la dictadura de
Pinochet. Una mirada desde la revista Krítica. Chile, c.1978-c.1988
Between Cohn-Bendit
and John Lennin: old and new issues in the student movement in Chile under the
Pinochet dictatorship. A gaze from
Krítica magazine. Chile, c.1978-c.1988
Pablo Toro-Blanco*
Universidad Alberto Hurtado
Recibido: 30/09/2019 - Aceptado: 11/04/2020
Cita sugerida: Toro-Blanco,
P. (2020). Entre Cohn-Bendit y John Lenin: viejos y nuevos temas en el
movimiento estudiantil en Chile bajo la dictadura de Pinochet. Una mirada desde
la revista Krítica. Chile, c.1978-c.1988.. Cuadernos de Marte, 0(18),
240-267. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5656/4598
Resumen
Teniendo como marco temporal una parte del período de la
dictadura civil-militar encabezada por Augusto Pinochet (1973-1990) y como
protagonista colectivo a sectores del movimiento estudiantil universitario
opositor (especialmente en la Universidad de Chile), los que se expresaron a
través de distintos repertorios de acción y dejaron testimonio de sus posturas
mediante publicaciones clandestinas (entre las que destaca la revista Krítica), el propósito de este texto es
contrastar inicialmente, de modo sintético, las características del emergente
nuevo movimiento estudiantil surgido en los años posteriores al Golpe de Estado
de 1973 con los marcos de análisis tradicionales de los movimientos
estudiantiles de la ola de movilización universitaria de la década de 1960.
Posteriormente, se presentan algunas líneas de reflexión acerca de los modos
como se generó una apropiación interpretativa, por parte de los estudiantes
opositores, de fenómenos emergentes de orden global que caracterizarían
intereses propios de los nuevos movimientos sociales surgidos en las décadas
postreras de la Guerra Fría como, por ejemplo, la atención a los indicios de la
crisis de los socialismos y el interés en la subjetividad de las militancias
estudiantiles, entre otros.
Palabras claves: Chile, Movimiento estudiantil universitario, Publicaciones
estudiantiles, Dictadura civil-militar, renovación socialista
Abstract
Having as a temporary framework a part of the period
of the civil-military dictatorship headed by Augusto Pinochet (1973-1990) and
sectors of the opposition university student movement (especially at the
University of Chile) as a collective protagonist expressed through different
repertoires of action and left testimony of their positions through clandestine
publications (among which the Krítica
magazine stands out), the purpose of this text is to contrast the
characteristics of the emerging new student movement that emerged in the years
after the 1973 coup with the frameworks of traditional analyzes of the student
movements of the wave of university mobilization of the 1960s. Subsequently, we
explore some lines of reflection on the ways in which an interpretative
appropriation was generated by the opposing students, regarding emerging global
phenomena that would characterize the new social movements that emerged in the
last decades of the Cold War, such as attention to problems related to the
environment, gender, signs of the socialism crisis, among others.
Keywords: Chile,
University student movement, Student publications, Civil-military dictatorship,
socialist renovation.
Introducción
El título de este texto, que sirve como entrada para señalar
una serie de contrastes entre el movimiento estudiantil universitario chileno
antes y después del Golpe de Estado de 1973 y también para caracterizar algunos
de los nuevos desafíos que surgieron en su seno durante parte de la etapa dictatorial,
alude a dos personajes de talante muy distinto. El primero, Daniel Cohn-Bendit,
es un protagonista histórico, referencia global e ícono que resume en sí mucho
del proceso de masivas movilizaciones estudiantiles acontecidas en los últimos
años de la década de 1960. El segundo, John Lennin, es un personaje ficticio, invocación
nominal a un improbable y creativo contubernio de rock y materialismo histórico,
que sirvió como alter ego de Manuel
Canales, estudiante de sociología en la Universidad de Chile y colaborador en
la segunda época de la revista Krítica (1983-1988),
que había visto la luz en 1978. El primero, de carne y hueso, lideró en mayo de
1968 a un movimiento de estudiantes de una sociedad de capitalismo avanzado, en
un conflicto social (pero sobre todo cultural) que tuvo un alto impacto
mediático global y que, en variadas interpretaciones, representa una suerte de frontera
entre una época y otra en lo que a los movimientos sociales y estudiantiles se
refiere. El segundo, un fantasma hecho de tinta y papel, fue un animador
esporádico (cuyo impacto es difícil de mensurar) de un debate surgido en un
país periférico sumido en una aguda crisis política, social y económica, en los
primeros años de la década de los ochenta, en el marco de una dictadura que
implementó transformaciones tan radicales que han dado espacio para polemizar
sobre su índole revolucionaria.[1]
Las humeantes barricadas del Barrio Latino y los adoquines
arrojados por los estudiantes a la policía en el Mayo Francés estaban dirigidos
contra el capitalismo como sistema alienante, lo que les daba cierta
familiaridad con los ciclos de movilización universitaria surgidos previamente
(es pertinente enfatizarlo) a lo largo y ancho de América Latina y, en atención
a nuestro caso, a los que se venían dando masivamente en Chile desde 1967. Sin
embargo, si bien los estudiantes franceses declaraban la voluntad de construir
una alianza obrero-estudiantil (que, finalmente, no cuajó), su gesto
generacional era mucho más radical que una transformación en el plano de las
relaciones sociales de producción. Así, su agenda estuvo marcada por la
indeterminación (decodificada como nihilismo, por sus críticos) que suele acompañar
a momentos de crisis cultural aguda. No era un rasgo tan marcado en el caso de
los movimientos estudiantiles periféricos, a los cuales los procesos de
activación del cambio político y social parecían imponerles otras agendas,
menos centradas en preguntas demasiado abiertas y más orientadas a respuestas que
ineludiblemente apuntaban hacia la conquista del Estado y la alianza estratégica
de estudiantes, trabajadores y campesinos.[2] Así, podría decirse que
mientras los jóvenes de
Nanterre y de la Sorbona presentaron una respuesta contestataria, confirmando
que sabían lo que no querían, sin saber qué es lo que sí querían, los
universitarios chilenos sentían que sabían lo que querían.[3]
Las diferencias evidentes entre
las estructuras económicas, sociales y culturales que albergaron a las
rebeldías estudiantiles del Mayo Francés y al reformismo universitario chileno de esos años ocasionarían
que, más allá de la búsqueda de semejanzas y parentescos entre uno y otro ciclo
de agitación universitaria, cada uno de ellos tendría desenlaces radicalmente
distintos. Por una parte, los camaradas de Daniel el Rojo (como apodaba a
Cohn-Bendit, con espanto, cierta prensa francesa) verían el fulgor de su
revolución consumido en pocas semanas y serían testigos impotentes del
reforzamiento de la estabilidad del orden criticado (con un De Gaulle saliendo
victorioso del enfrentamiento con los jóvenes radicales franceses), lo que
sería seguido por la ratificación, para el caso francés y el de las juventudes
de otros países de capitalismo avanzado, de lo que Ronald Inglehart, prolongando
el enfoque de las teorías clásicas de la modernización, ha señalado como el
desplazamiento desde los valores materialistas, asociados a la supervivencia, a
los post-materialistas, vinculados a la afirmación del yo, la identidad y la
diferencia.[4]
En suma: la integración a sociedades en las que quienes se plegaran a sus
movimientos críticos descubrirían infinitos focos de conflicto, los que darían
ocasión, a su vez, a forjar identidades de distinta escala, causas de perfil
plural y más allá del antiguo principio rector de la lucha social, o sea, la
clase. El ejercicio teórico para dar cuenta de dichos desplazamientos de
envergadura vendría a ser lo que se denominó, en términos genéricos, como la
Teoría de los Nuevos Movimientos Sociales.
Por el contrario, no sería tan plácida la disolución de la
herencia del reformismo universitario chileno de los ’60 en las arenas de la
Historia, dado que su memoria quedaría rasgada, aunque no abolida del todo, con
el profundo ciclo represivo que sufrió el movimiento estudiantil tras la toma
del poder por parte de la coalición golpista en septiembre de 1973. Es en el
marco de reconstrucción de un movimiento golpeado por la dictadura en el que se
concentra el foco de atención de estas páginas, cuyo propósito es relevar
algunos aspectos de las transformaciones que experimentó y que le aproximaron,
en mayor o menor medida y velocidad, a las características de los nuevos movimientos
sociales. Debe quedar en claro que realizar esta operación no supone en modo
alguno un intento de alinear forzadamente el devenir de un movimiento
específico con requisitos de moldes analíticos elaborados, por lo demás, en
función de desarrollos históricos específicos (los del mundo europeo y
norteamericano). Más bien, se trata de utilizar esas referencias como un medio
para contrastar, contextualizar y emparentar nuevas problemáticas y preguntas
que segmentos del movimiento estudiantil chileno comenzaron a formularse al
fragor de condiciones muy singulares (constatación del fracaso del proyecto
político e histórico de referencia, o sea, la Unidad Popular; urgencia de
definir formas de organización funcionales a la acción bajo una dictadura; cuestionamiento
de la subordinación de las tareas políticas estudiantiles a las nacionales,
entre otras).
Para efectos de lo que sigue, será fundamental tener en
cuenta la distinción entre estudiantes “vanguardistas” y “basistas” al interior
del movimiento opositor universitario en la Universidad de Chile durante la
época en estudio. En términos simples, los primeros corresponderían a quienes
privilegiaban una conducción de los esfuerzos opositores a partir del
reforzamiento, en condiciones de clandestinidad, de las estructuras de
participación política tradicionales, o sea, las juventudes de los partidos
políticos presentes en la universidad. Sin estar necesariamente en contra, los
“basistas” habrían tenido, sin embargo, una lectura menos favorable a la verticalidad
propia de los vanguardistas (producto de la articulación y dependencia orgánica
de éstos con partidos de carácter nacional, para quienes lo universitario y lo
juvenil eran solamente uno de sus tantos frentes de acción). El matiz del
“basismo” habría sido, por ende, una valoración de la peculiaridad de lo
propiamente universitario, acompañada de una preferencia por formas
asambleístas de organización, las que habrían comportado mayores espacios
deliberativos.[5]
Con todo, como bien indica Víctor Muñoz Tamayo, estas categorías binarias merecen
ser tomadas con algún recaudo, pues no constituyen formas esenciales y fueron
influenciadas por los cambios que experimentó el movimiento estudiantil
opositor.[6]
Señalado lo anterior, mediante la atención que se concede
en estas páginas a la revista Krítica
y a testimonios provenientes de los sectores “basistas” del estudiantado
opositor en la Universidad de Chile, se intenta articular una interpretación
acerca del impacto que tuvo el inicio de la crisis y revisión del socialismo,
un factor determinante en el atardecer de la Guerra Fría, en parte del espacio
de discusión del movimiento universitario, lo que se expresó en el movimiento
de renovación socialista en Chile.
Para llevar a cabo el propósito de este texto, un primer
apartado aborda, de manera muy breve, un contraste entre algunas
características atribuidas a los movimientos estudiantiles en tanto inscritos
al interior de los viejos o nuevos movimientos sociales. Posteriormente, se
rescata documentalmente y se analiza un conjunto de expresiones presentes en la
revista Krítica que darían cuenta de
nuevos enfoques consistentes con el proceso de renovación socialista por parte
de sectores “basistas”.
Comprensiones contrastantes del
movimiento estudiantil
Buena parte de los supuestos de las teorías mediante las
que se interpretaba a los movimientos estudiantiles surgidos en la década de
1960 tenían en común una matriz funcionalista. En un escenario en el que las
ciencias sociales tenían en su horizonte explicar los fenómenos colectivos en
términos estructurales y normativos (esto es, a partir de privilegiar una
mirada a las sociedades como sistemas articulados y de considerar a los
fenómenos sociales como adaptados a ellas o aberrantes o anómicos), no era extraño
que los movimientos críticos fueran a dar directamente al casillero de las
desviaciones. Algo de ese ánimo se deja ver en el clásico enfoque con el que
Lewis Feuer definía a los movimientos estudiantiles de la segunda parte de los
sesentas como “emociones vagas e indefinidas que buscan una salida, una
causa a que adherirse. [son] Un complejo de impulsos –altruismo, idealismo,
revuelta, auto sacrificio y autodestrucción (…)” pujando por ser reconocidos en
la esfera pública.[7]
A partir de una matriz interpretativa derivada de Talcott Parsons y sus
seguidores, se leía a las movilizaciones juveniles como disfuncionales, bajo la
premisa de referirlas al conjunto del sistema de organización social, el que se
encontraba coronado por la estructura racionalizadora y reguladora del Estado,
objeto de conquista de los movimientos sociales.
Si bien las pulsiones emocionales han seguido formando
parte de matrices de análisis de los movimientos sociales en décadas
posteriores, el modo de incorporarlas al relato ha cambiado radicalmente, del
mismo modo que también lo ha hecho el sentido de su escala de aplicación. Con
esto se quiere relevar que, al amparo de los genéricamente denominados “nuevos
movimientos sociales”, aquello que, de acuerdo con la visión clásica,
testimoniaba la desviación o las tendencias disfuncionales, se ha
reinterpretado en función de las transformaciones en los propósitos, formas de
organización y medios de acción de los nuevos movimientos. Las narrativas
afectivas o emocionales de éstos siguen, por cierto, enfatizando el conflicto,
la carencia, la violencia y los agravios, pero lo hacen desde agendas que
enfatizan nuevas coordenadas: un tránsito desde la meta universal de conquista
política del Estado (el objetivo del movimiento tradicional) hacia una nueva
búsqueda de valores alternativos. Los nuevos movimientos sociales luchan para
lograr mayores grados de autonomía, rechazando los objetivos tradicionales de
la modernidad.[8]
Por lo tanto, son la cara visible del surgimiento de causas como el feminismo,
el pacifismo o el ecologismo a partir de la década de 1960, principalmente en
los países de capitalismo avanzado. Esta nueva agenda está sincronizada con
nuevas formas de organización y acción (gradaciones del tamaño de grupos con
agendas particulares más bien específicas en comparación a las grandes
estructuras tradicionales de partidos o federaciones). Sin embargo, no está
totalmente claro qué tan preciso es este marco interpretativo para analizar los
movimientos de estudiantes latinoamericanos (y específicamente los chilenos).
Esto se debe a que, como bien señala José Manuel Aranda, la transición entre
movimientos sociales antiguos y nuevos se ha creado siguiendo conceptualmente
la evolución de los procesos históricos del Primer Mundo. Por lo tanto, es
plausible la idea de que el nuevo marco interpretativo del movimiento social no
se ajusta perfectamente a los movimientos sociales latinoamericanos,
especialmente considerando la compleja matriz de relaciones paternalistas entre
el Estado y la sociedad civil existente en nuestros países.
El hecho es que, en efecto, es posible apreciar que, a
partir de la década de 1980, se comienza a hacer visible en América Latina y en
Chile un tipo de inquietudes en los movimientos sociales que van a comenzar a
generalizar la crítica hacia
nuevas
formas de opresio´n que sobrepasan las relaciones de produccio´n, y ni siquiera
son especi´ficas de ellas, como son la guerra, la polucio´n, el machismo, el
racismo o el productivismo; y al abogar por un nuevo paradigma social, menos
basado en la riqueza y en el bienestar material del que, en la cultura y en la
calidad de vida (…)[9].
Ahora bien, la permanencia de la lucha antidictatorial
va a ser un factor ralentizador de la penetración de este tipo de demandas. No
obstante, la crítica a la dominación y a la afectación de la vida cotidiana en
el marco de las dictaduras va a conducir a un tenor libertario, reivindicador
de la autonomía frente al poder estatal pero además receloso de otras formas de
coerción. Podría especularse cuánta de esta disposición fue fruto de una
forzada reapropiación simbólica y valórica de los derechos humanos por parte de
las nuevas generaciones, menos dispuestas a tolerar cortapisas a su ejercicio y
más atentas a su promoción en clave crítica de diversas formas de dominación.
El tránsito al que se ha aludido se expresó en el movimiento
estudiantil universitario chileno a través de diversos indicios durante el
período que convoca el interés de estas páginas. Queda planteado de manera muy
clara por John Lennin a través de las páginas de la revista Krítica en
1985. Haciendo una caracterización de las tendencias existentes al interior del
movimiento estudiantil en su lucha contra la dictadura, Lennin (Canales) notaba
que las fuerzas predominantes que habían estado detrás de logros significativos
en el tiempo reciente (como, por ejemplo, el restablecimiento en 1984 de la
Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, FECH, como estructura
democrática) respondían a un ánimo “más democratizante que libertario”, siendo
su motivo de lucha el enfrentamiento con la dictadura. Sin embargo, sostenía
Lennin, en el escenario de un conflicto que se hiciera cargo de nuevas demandas
y emergentes subjetividades, podría ser deseable promover
una
profundización del discurso desde lo antidictatorial a lo antiautoritario –de
lo democratizante a lo libertario- [que] permitiría conectar mucho más
integralmente con un universo estudiantil marcado por la experiencia de la
disciplina, el orden, el poder que se arrastra año por año, deseo por deseo.[10]
Es interesante apreciar en la intuición de Lennin-Canales
un factor que sería reputado como estructurante de los nuevos movimientos
sociales: una redefinición de la escala del conflicto, en la medida que la
experiencia no se divide entre cotidianeidad y lucha, sino que se integra en un
horizonte de conflicto continuo contra la disciplina y el poder. En tal
sentido, la lucha política (que se buscaba reinstalar en su dimensión electoral
y participativa, mediante la lucha universitaria contra la dictadura pinochetista)
no tendría el hieratismo propio de la escena histórica del siglo XX (sobre
todo, de la Guerra Fría) como confrontación de grandes sistemas de cobertura
global (geográficamente hablando) y sentido total (en términos de significado
como explicación de la realidad). Por el contrario, se iría definiendo como
sectorial, geográficamente acotada, territorializada, encarnada además en
términos de género o etnia. En suma, una nueva concepción de política, sin el
Estado en su centro, emergería. Huelga decir, siguiendo nuevamente las
reflexiones de Boaventura do Santos, que, en este nuevo escenario (que todavía se
veía en el horizonte lejano en los días en que Lennin escribía su columna en Krítica)
la
novedad de los NMSs [nuevos movimientos sociales] no reside en el rechazo de la
poli´tica sino, al contrario, en la ampliacio´n de la poli´tica hasta ma´s
alla´ del marco liberal de la distincio´n entre estado y sociedad civil.[11]
Nuevas miradas en tiempos conflictivos
Las estaciones por las que el movimiento estudiantil tuvo
que transitar durante el período de la dictadura de Pinochet que es objeto de
interés de estas páginas están bien caracterizadas en los enunciados propuestos
por Fernando Martínez y Julio Valladares. Así, tras una primera etapa enfocada
en la subsistencia y el reagrupamiento de los estudiantes que compusieron el
activo democrático (entre 1975 y 1977), a partir de 1978 se comienza una
rearticulación cada vez más masiva y acelerada del movimiento estudiantil
universitario, en la que los autores relevan como ejes la demanda por
participación, la lucha en torno a los derechos humanos y (lo que es más
significativo para efectos de nuestro análisis) un creciente perfilamiento de
una cultura contra-autoritaria.[12] En este último eje es
posible domiciliar la aparición de la revista Krítica.
En mayo de 1978 se daba a luz el primer número de Krítica. En un formato modesto,
mecanografiado, sin datos de la identidad de sus responsables (cosa esperable,
dada la circunstancia represiva), la publicación inauguraba un espacio de
discusión que podría ser integrado a las tempranas muestras de reformulación y
renovación en el socialismo chileno. Precisamente era en éste donde la revista
reconocía domicilio ideológico. Tanto en su estética, fiel a la herencia
gráfica de la cultura de izquierda, como en sus propósitos de contribuir a
reactivar un proyecto con horizonte socialista, la revista se inscribía en un
momento en que las formas de resistencia cultural a la dictadura que se
expresaban en el ámbito universitario se hacían múltiples, a través de la
generación de talleres literarios y artísticos, que llegaron a constituir
legión y a agruparse en la Acción Cultural Universitaria (ACU), organización
cuya historia ha sido investigada acuciosamente por el historiador Víctor Muñoz
Tamayo.[13] El grupo de estudiantes
que dio sustento a Krítica (entre quienes se contaba a Gonzalo De la
Maza, Rodrigo González, Manuel Canales-John Lennin- y Raúl González) provenía
de carreras de las ciencias sociales en la Universidad de Chile, cercanos a
grupos políticos de tendencia “basista” como la Izquierda Cristiana (IC) y el
Movimiento de Acción Popular (MAPU).
Desde sus primeros números la revista se convirtió en un
espacio que, reconociendo los signos convencionales de la cultura histórica de
la izquierda chilena, introduciría algunos matices importantes. Uno de los
afanes iniciales de la publicación fue, por ejemplo, entregar nuevas claves
interpretativas para una coyuntura política muy conflictiva. Al momento de la
aparición de Krítica, la dictadura estaba sufriendo una momentánea
crisis por varios flancos. Por una parte, el incremento de la crítica
internacional al régimen militar debido a sus violaciones a los Derechos
Humanos obligó a Pinochet a eliminar en 1977 a la DINA (Dirección de
Inteligencia Nacional), órgano con el cual ejerció terrorismo de Estado desde
1973, y a crear un nuevo organismo represivo (la Central Nacional de
Informaciones, CNI). Además, se habían desatado conflictos internos dentro de
la Junta Militar, que llevarían, en julio de 1978, a la remoción (a punta de
pistola) del Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh (quien había
desafiado el liderazgo de Augusto Pinochet en varias ocasiones). El aislamiento
internacional y una cierta rearticulación de los grupos opositores llevaban a
un escenario que, desde la revista, se interpretaba como una crisis terminal de
la dictadura. Sin embargo, más allá de esa mirada voluntarista, en las páginas
de Krítica afloraban también discusiones respecto a los nuevos desafíos
del socialismo. Entre ellos, la reflexión sobre la lucha cultural. En esta
senda, desde su primer número la revista destacó a la figura de Antonio
Gramsci, que sería clave en el proceso de renovación del socialismo chileno que
comenzaba a tomar cuerpo tanto dentro del país como en varias comunidades en el
exilio. Representativa de este ánimo era la argumentación que sostenía que
mantener
y reproducir el ‘statu-quo’ no es sólo un problema de bayonetas. Es también un
problema de ‘dirección intelectual, moral y política’ sobre la sociedad. Es el
problema de proporcionar un conjunto de símbolos, prácticas, ideas e
interpretaciones compartidas por todos (o por cuantos se pueda). Se trata, en
definitiva, de hacer extensiva a todos la ‘concepción del mundo’ de la clase
dominante[14].
Además de la discusión a partir de ideas gramscianas, la
revista exhibía referencias explícitas y recuadros con citas del autor marxista
italiano. Como bien se indicaba en una publicación dedicada a examinar el
proceso de reconstrucción del movimiento estudiantil de la Universidad de Chile
y de la FECH bajo dictadura, “hegemonía, bloque histórico, sociedad civil y otros de
origen gramsciano deben su introducción en el movimiento estudiantil al trabajo
de la revista Kritica”.[15] En la revista convivía,
pues, este nuevo horizonte de discusiones en torno al rol de la cultura en el
cambio social (que enfatizaría o legitimaría formas de organización con menor
rigidez y más distantes respecto al potencial de la acción armada como forma
eficaz de cambios profundos) con alusiones a los estilos tradicionales de la
izquierda revolucionaria latinoamericana (simbolizadas en la admiración que
despertó en la publicación el desarrollo de la lucha armada del sandinismo
nicaragüense y su triunfo sobre la dictadura de Somoza en 1979).
Es posible, sostenemos, entender a Krítica
como una publicación que se encuentra inmersa en un afán de renovación del
socialismo chileno, haciendo un aporte desde la identificación con los
problemas universitarios. Se ha aseverado que entre los elementos que guiaron
el proceso de la renovación socialista en Chile es posible destacar la
revaloración de la democracia y el énfasis a la atención respecto a las
libertades individuales, junto con lecturas críticas respecto a las decisiones
tácticas llevadas a cabo durante el proceso de la Unidad Popular.[16] En ese horizonte, los
estudiantes que estaban en la redacción de Krítica llevaron adelante un
ejercicio de análisis de la cultura política de la izquierda chilena (tanto a
nivel universitario como a escala nacional), sin temor a hundir el escalpelo en
certezas que habían sido fundamentales para la historia de aquella.
Consistentemente con la tendencia que tomarían los nuevos movimientos sociales
a desconfiar de formas verticalistas de organización para la lucha social, el
leninismo como patrón organizativo recibió críticas desde la revista, lo que
provocó la incomodidad de los sectores más tradicionalistas de la izquierda
universitaria. Así lo recordaba, con su habitual ironía, Manuel Canales (John
Lennin):
De
la Krítica se decían cosas como que
mientras la gallá luchaba, nosotros
estábamos en la casa leyendo, tratando de descubrir en qué se había equivocado
Lenin, pero no es una pregunta tonta, porque nuestra impresión era que la
posibilidad de reconstitución de un movimiento social antipinochetista no podía
seguir la lógica leninista. Y lo que más nos irritaba era su autoritarismo,
especialmente sus palabras tan vastas sobre el adversario: el
"renegado", en fin, todo eso a mí me producía repulsión. Si alguien
era derechista, vale, pero hay que leerlo. Con un Pinochet se entiende rápido
que Lenin es mala onda, le vimos la cara de dictador a Lenin. Porque tampoco
estaba a la orden del día el comunismo, cuando a lo mejor le cacharon la cara comunista
a Lenin, pero yo no se la caché nunca. Siempre le vi la cara autoritaria. Por
eso firmaba John Lennin, y los comunistas se enojaron porque era pistolearse al pelado Lenin.[17]
La postura de sospecha frente al autoritarismo de formas de
organización leninistas fue una característica del “basismo” y se trasuntó en
las páginas de Krítica. Aludiendo a las disyuntivas respecto a las
formas de lucha contra la dictadura en la universidad, los estudiantes de la
revista señalaban que
Sólo
quisiéramos combatir una tendencia que con reiteración se ha dado en el
Movimiento Estudiantil de este año. Es aquella de sectores vanguardistas
que no respetan los canales propios de las organizaciones de base y pretenden
imponerles a estas organizaciones tareas que no nacen del estado de desarrollo
del Movimiento, ni del grado de conciencia de la base que integra la
organización.
A
menudo se le imponen comités de base o a los talleres, el impulsar tareas
políticas como, por ejemplo, la agitación de mítines o la concurrencia a actos
en la calle.
Hay
en esta práctica, primero una ausencia de respeto a la autonomía de las
organizaciones de estudiantes respecto de las organizaciones políticas. Los
sectores más conscientes o ‘lúcidos’ del estudiantado deben imponer su línea
desde la base, en la confrontación ideológica y política, demostrando con
argumentos sólidos la justeza de sus planteamientos.[18]
En el escenario universitario generado a partir de 1978, en
que las fuerzas políticas juveniles comenzaban a salir a la luz luego de una
larga temporada de clandestinidad forzada, era difícil que no se produjeran
fricciones entre la rearticulación de los partidos políticos en territorio
universitario y las nuevas formas organizativas que habían brotado en los
campus debido a las condiciones de posibilidad del asociacionismo estudiantil
opositor. No parece haber sido el ánimo de Krítica señalar una línea
tajante de división entre unos y otros, sino que relevar cómo los nuevos
espacios opositores, descentralizados territorialmente y con mayores cuotas de
autonomía, significaban un desafío a la creatividad de las juventudes políticas
en rearticulación:
Estas
instancias políticas clandestinas constituyen un desafío para los partidos, en
cuanto surgen como respuesta a la crisis de éstos, pero no con carácter
paralelo a ellos. En estas instancias más avanzadas de coordinación y acción
política participan tanto compañeros militantes como no militantes, vienen a ser
engranajes que facilitan la vinculación de los partidos a la base y aseguran un
carácter más democrático en la conducción de la lucha.[19]
En este talante crítico acerca de los modos de organización
para enfrentar el desafío de hacer oposición a la dictadura estaban
delineándose nuevas formas de experiencia de lo político, que reflejaban a un
espacio cultural que, siendo y sintiéndose de izquierda, distaba de
identificarse con las fuerzas políticas hegemónicas del período de activación
de masas correspondiente a 1964-1973 y que pretendían convertirse en
conductoras de la oposición a Pinochet. Un estudiante y dirigente universitario
de la época lo indicaba, muchos años después, dando luces sobre el ánimo
generacional de cierto sector del estudiantado izquierdista:
Respecto
de la DC [Democracia Cristiana] y el PC [Partido Comunista], nuestra actitud
como lote era mucho más libertaria, menos acartonada. El PC era siempre el PC,
como una Iglesia, sectaria, cerrada. Eficiente y todo lo que quieras, pero
igual olía a Moscú. La DC, por su parte, era muy testimonial en el tema de los
derechos humanos, pero cargaba culpas enormes respecto del Golpe y toda esa
cosa, también en el Pedagógico.[20]
Esa disposición, al menos retórica, hacia la horizontalidad
y a las escalas territoriales más acotadas para la lucha política y la
organización estudiantil estaba en paralelo a un ánimo cuestionador respecto a
la experiencia y la subjetividad de los universitarios opositores. Un elemento
que parece inclinar el discurso de Kritica más hacia el horizonte de los
valores post-materiales propios de los nuevos movimientos sociales, que fueron
emergiendo conforme el paradigma de Guerra Fría se derrumbaba, tiene que ver
precisamente con el énfasis en la subjetividad y en la dimensión individual del
compromiso político. Dicha preocupación quedaba plasmada, por ejemplo, en un
reportaje especial de la revista, titulado “¿Quién es el estudiante de hoy?”,
publicado en 1980. El texto es un conjunto de reflexiones surgidas luego de
entrevistas con distintos tipos de estudiantes, intentando establecer algunos
elementos propios de la experiencia estudiantil del momento. Los redactores identificaban
cinco tópicos principales: escepticismo y esperanza; formaciones críticas;
miedo y represión; dirigentes, partidos y “activos”; motivaciones e ideas
“fuerza”. Lo interesante es el modo como se gestaba un espacio de duda metódica
sobre el compromiso político, sin que ello involucrara una actitud derrotista,
cínica o escéptica, sino que más bien analítica y, en algún modo, casi
terapéutica. En ese ánimo de someter la propia identidad a cuestionamiento,
siendo fiel al nombre de la revista, se llegaba a plantear la existencia de un posible
vacío de identidad histórico-política (que podría ser ligado, creemos, a
señales tempranas del declive de la capacidad hegemónica del discurso
tradicional de la izquierda chilena), como quedaba reflejado en el siguiente
diagnóstico:
Resulta
escasa la existencia de un sentimiento de identificación histórica; sentir como
que la historia va en cierto sentido y uno se integra a la lucha porque se
identifica con él y con ella. No se siente la motivación a dar pasos personales
en pos de un horizonte más trascendente que haga de norte de una acción
persistente.[21]
Si bien Krítica no fue un espacio en el que se
alcanzara a desarrollar una ruptura tajante con respecto a la visualidad y
lenguaje heredado de la tradición de la izquierda chilena (aquella que, ya en
la segunda mitad de la década de los ochenta fue señalada como un tipo de
estética sufriente, “nerudiana” o populista) sí es posible considerar que fue
incorporando, sobre todo en su segunda época a partir de 1982, una gráfica más
dialogante con otros referentes, como el comic, los grafitis y la cultura pop.[22] También resultaba de
relevancia para los redactores de la revista poder perfilar con precisión de
qué modo los cambios culturales y políticos daban espacio a la aparición de una
nueva generación política. En este afán, nuevamente es posible hallar aspectos
de lo que se entiende como crucial para la nueva izquierda, en la perspectiva
de la renovación socialista de la década de los ochenta: el énfasis en un nuevo
pacto entre individualidad militante y organizaciones de referencia. De esta
manera, en un texto dedicado a caracterizar a esta generación emergente se
sostenía que
un
primer énfasis lo vemos puesto en la construcción de organizaciones
participativas y la reacción permanente en contra de la manipulación, venga de
donde venga. Participación y autonomía se han convertido aquí en lemas
recurrentes (…) De alguna forma se va constituyendo en esta generación un
pensamiento antiautoritario, que alude desde las formas de participación hasta
las relaciones personales, la vida cotidiana, el mundo del estudio, el trabajo,
etc.[23]
Es especialmente interesante, de cara a los crecientes
procesos de individuación que se acelerarían con el fin de la Guerra Fría y la
expansión planetaria del credo neoliberal, el énfasis que concedía la revista a
espacios como los vínculos personales y lo cotidiano. De una u otra manera,
aparecía insinuada una valoración de experiencias políticas que deberían
restituir, desde un horizonte antiautoritario, los lazos entre individuos de
cara a un propósito colectivo (en el marco de las tareas de la generación de Krítica:
en primer lugar, la derrota de la dictadura de Pinochet y, posteriormente, el
cambio del modelo capitalista hacia un nuevo esquema socialista). El
antiautoritarismo de los jóvenes estudiantes socialistas renovados de fines de
la década de los setenta e inicios de la siguiente parece haber sido, con todo,
una alternativa política incapaz de convertirse en hegemónica, si se atiende a
los episodios que el movimiento estudiantil de la Universidad de Chile viviría
en ese mismo período. Esto es así dado el peso histórico de estructuras de
mayor capacidad de convocatoria y organización, tales como las JJ.CC.
(Juventudes Comunistas) o la JDC (Juventud Demócrata Cristiana), que emergieron
como formas de socialización política militante mucho más sólidas y con
capacidad de movilizar electoralmente al estudiantado. Con todo, no es
desdeñable el influjo que tuvo el espacio político y cultural que fue llenando
la renovación socialista, bajo la bandera de la “convergencia” durante las luchas
contra la dictadura en la universidad, fenómeno que era una manifestación
sincrónica con lo que se estaba produciendo en el nivel de la oposición
política a Pinochet.[24]
En este despliegue de un espacio de revisionismo a las
prácticas políticas de la izquierda histórica, los estudiantes “basistas” y,
haciendo voz de ellos la revista Krítica, levantaron planteamientos
heterodoxos respecto a los repertorios de acción de los que se sirvió el
movimiento estudiantil en la Universidad de Chile en su lucha contra las
autoridades designadas por la dictadura. Ello hizo visible un clivaje que se
mantuvo durante la fase ascendente de organización estudiantil opositora a
partir de 1978: la discusión sobre el uso de la violencia. A partir de la
crítica a la experiencia de la Unidad Popular y al rol de la violencia política
popular como factor deficitario del proceso (para algunos, por la ausencia de
su organización y la carencia de una política de lucha armada como recurso del
propio gobierno socialista y de importantes partidos de la coalición que
encabezó el Presidente Allende; para otros, por ser un factor que debilitó el
camino de socialismo democrático que suponía el programa popular) se levantó
una disputa por el uso de la violencia en la lucha estudiantil. Los estudiantes
democratacristianos rechazaban de plano cualquier acción que no estuviera en el
marco de la “no violencia activa”. Buena parte del socialismo (sobre todo el
más enraizado en los sectores más arraigados a la izquierda histórica y a la
alianza táctica socialista-comunista) la consideraba un recurso más en el marco
de la lucha política. Los sectores más revolucionarios (representados por el
MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria) la entendían como necesaria y
central para la resistencia frente a la dictadura en la universidad. Los
jóvenes comunistas, alentados por el giro táctico de su partido hacia la
Política de Rebelión Popular adoptada a partir de 1980, también la favorecieron
como un medio indispensable.
En ese contexto, es difícil sostener que el campo político
estudiantil del “basismo” (y de la “convergencia”, a partir de los primeros
años de la década de los ochenta) haya tenido una visión única o una fijación
doctrinal respecto al empleo de la violencia en la lucha universitaria. Sin
embargo, lo que parece haber predominado (y en ello Krítica fue un medio
de socialización de ese enfoque) fue una supeditación de las herramientas o
repertorios de acción a los propósitos estratégicos del movimiento. Esto se
deja ver con claridad cuando la revista abordaba la acción de las dos
tendencias divergentes que hubo frente a la movilización estudiantil en el Instituto
Pedagógico (hasta 1980, la Facultad de Educación de la Universidad de Chile, de
notorio predominio estudiantil opositor y de izquierda). Frente a
movilizaciones estudiantiles públicas, la autoridad universitaria llevó adelante
una agenda represiva que fue contestada por los estudiantes mediante el empleo
de importantes cuotas de acciones violentas (se arrojó huevos a la sede de la
Coordinadora Administrativa y hubo agresiones físicas a guardias de seguridad
que, en algunos casos, operaban como informantes de la policía política del
régimen). Haciendo un balance de este ciclo, que tuvo lugar en el segundo
semestre académico de 1980, la revista criticaba al grupo que promovía
“mantener el ritmo y el nivel de violencia de las formas de lucha de aguda violencia”
ya que
si
esta corriente movilizadora tuvo el acierto de decidirse a enfrentar el
problema de la represión, nunca fue capaz de comprender que un Movimiento en
las condiciones presentes, si no es capaz de gestar el apoyo activo de muchos
estudiantes, es un Movimiento que no solamente fracasa, sino que es dudosa
incluso su existencia como Movimiento Social.[25]
En lo sucesivo, el estudiantado de la convergencia, ya en
los ochenta, jugaría un rol de mediación entre los grupos opositores mayores
(comunistas y demócrata cristianos), en paralelo a una profundización en las
temáticas del socialismo renovado, las que lo llevarían (tal como en el caso de
la política adulta) a disminuir sus lazos con la izquierda más confiada en la
tradición histórica popular y en el uso de la violencia como repertorio de
acción de política estudiantil universitaria; a hacer presentes temáticas post
materiales emergentes (pacifismo, feminismo, ecologismo encontraron albergue
privilegiado en el mundo de la renovación socialista) y, finalmente, a
solidificar las bases de la alianza estratégica con el centro político, la
democracia cristiana, inaugurando así uno de los episodios más largos de
asociación política de fuerzas de centro e izquierda, que daría sostén a la
Concertación como eje de la transición a la democracia tras la derrota política
del proyecto de continuidad de la dictadura en 1988.
Reflexiones finales
Sintomáticamente, en el tercer número de Krítica, a
fines de 1978, comenzó una nueva sección titulada “Convergencias”. Los
redactores señalaban que se le había bautizado así
y no
unidad, ya que entendemos que ésta es un resultado potencial de aquéllas y que
depende, para ser real, de un proceso largo de reflexión y debate, como el que
ahora iniciamos.[26]
Esta declaración resulta sumamente esclarecedora respecto
al debate general que los estudiantes de la renovación socialista representados
mediante la revista querían proponer. En el marco de una cultura de izquierda
tradicional, la apelación a la unidad resultó ser siempre una suerte de mantra
eficaz, una invocación totémica frente a la que era difícil oponerse. Sin
llegar al extremo de desahuciarla, los redactores de la revista ponían, sin
embargo, la prioridad en la reflexión y el debate que juzgaban necesario para
la formación de una nueva izquierda, tanto en el país como en la universidad,
que pudiera hacerse eco de la crítica a los autoritarismos de todo signo
(incluyendo los del bloque de países del llamado “socialismo real”, que
comenzaban a dar signos del colapso que pondría fin a la Guerra Fría pocos años
después).
La agenda de la renovación socialista universitaria y
nacional no debiera, creemos, ser entendida como una suerte de proceso
teleológico y dotado de omnisciencia e infalibilidad. Vale la pena tener a la
vista que aquello que, desde la distancia temporal, se lee como coherente no
fue sino un conjunto de retazos muchas veces armónicamente hilados, pero
también en ocasiones disonantes o discordantes. La propia “voz” de Krítica
no es sino una polifonía de distintos actores (de algunos de los cuales no
tenemos idea de su identidad, por las condiciones propias de una publicación
clandestina), que adquiere continuidad por la reconstrucción que permite la
afortunada subsistencia material de la mayor parte de los números de la
revista. Sin embargo, hay constantes que merecen ser puestas en relieve, sobre
todo por su sentido de afirmaciones que, quizás heterodoxas en su contexto,
resultaron finalmente muy articuladas con la evolución política y cultural del
mundo de la tardía Guerra Fría. Especial hincapié merece el modo como los
redactores de esta publicación, espacio de renovación socialista universitaria,
manteniéndose fieles a sus primeras intuiciones, en 1982 enunciaban buena parte
de los desafíos que la política de democratización requería en ese momento,
tanto en la Universidad de Chile, en el país y en el mundo:
Van
surgiendo concepciones integradoras del quehacer político: la valoración de la
lucha cultural, la politización de la vida cotidiana, la crítica del socialismo
real, la idea del protagonismo real del pueblo y muchos otros temas más surgen
dentro de esta búsqueda de una política más amplia e integradora.[27]
El antiautoritarismo y, complementariamente, la idea de la
experiencia política universitaria como un demos local, un asambleísmo filial,
antes que una estructura de amplia escala, aventuramos, quedó instalado como
una idea rotunda, fértil, en el movimiento estudiantil, atravesando el
precipicio de la caída del socialismo real y también los desengaños de la
desmovilización política impuesta por la Pax Concertacionista desde 1990
para servir de légamo a nuevas formas de organización estudiantil, con nuevos paradigmas
y agendas (antineoliberales y antiglobalizadoras) a partir de mediados de los
noventa.[28]
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Grupo de
Investigación Ágora de Educación.
Red de
Estudios de Historia de las Universidades (Archivo Central Andrés Bello.
Universidad de Chile).
[1] Gabriel Salazar y
Julio Pinto presentan argumentaciones que, en términos generales, sostienen que
el uso del término “revolución” para referirse a la dictadura de Pinochet sería
impropio tanto historiográfica como políticamente. Ver Salazar, G. y Pinto, J.
(1999). Historia contemporánea de Chile. Estado, legitimidad, ciudadanía.
Santiago: Ediciones Lom, p. 99-102. Por su parte, en un ámbito especialmente
relevante, el económico, Manuel Gárate releva la dimensión revolucionaria del
régimen. Ver Gárate Chateau, M. (2012). La Revolución Capitalista de Chile. Desde la tradición del liberalismo decimonónico (1810-1970) a la búsqueda de una utopía neoconservadora (1973-2003). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, p. 23.
[2] La percepción que los
estudiantes universitarios chilenos del período reformista tenían sobre la
irreversibilidad del proceso de cambios es descrita y contextualizada por
Isabel Torres Dujisin. Ver Torres Dujisin, I. (2009). “La década de los sesenta
en Chile: la utopía como proyecto”. HAOL nº19 (pp. 146-147). Cádiz.
[3] Reyes del Villar, S.
(1999). La revolución
cultural de los años 60' vista a través del mayo francés y del movimiento
estudiantil chileno. Tesis de Licenciatura en Historia. Santiago de
Chile: Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, p.
103-107.
[4]
Inglehart, R. (2018). Cultural evolution. People´s motivation are changing
and reshaping the World. Cambridge: Cambridge
University Press, pp. 1-3.
[5] La caracterización
general de ambas tendencias está desarrollada en García Monge, D., Isla
Madariaga, J. y Toro Blanco, P. (2006). Los Muchachos de Antes. Historias de
la FECH. 1973-1990. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado, p. 189.
[6] Muñoz Tamayo, V.
(2006). Generaciones. Juventud universitaria e izquierdas políticas en Chile
y México (Universidad de Chile-UNAM 1984-2006). Santiago: Ediciones LOM, p.
648 [edición epub].
[7] Feuer, L. (1971). Los
movimientos estudiantiles. Las revoluciones nacionales y sociales en Europa y
el Tercer Mundo. Buenos Aires: Paidós, p. 30.
[8] Aranda,
J. M. (2000). “El movimiento estudiantil y la teoría de los movimientos
sociales”. Convergencia nº 21 (pp.
225-250). Toluca, pp. 231-232.
[9] Do Santos, B. (2001).
“Los nuevos movimientos sociales”. OSAL. Revista del Observatorio Social de
América Latina nº5 (pp. 177-188). Buenos Aires, p. 178.
[10] Lennin, J. (1985).
“Movimiento estudiantil: ¡A tomarse el futuro!”. Krítica Segunda Época,
nº17. Santiago de Chile, p.16.
[11] Do Santos, “Los nuevos
movimientos sociales”, op.cit., p.181.
[12] Martínez, F. y
Valladares, J. (1988). La Joven Democracia. El movimiento estudiantil en
Chile (1973-1985). Santiago: Ediciones Documentas, pp.18-20.
[13] Al respecto, Mun~oz Tamayo, V. (2006). ACU Rescatando el asombro. Historia de la
Agrupacio´n Cultural Universitaria, Santiago: Calabaza del Diablo. También
se encuentran antecedentes en el capítulo tercero de Garci´a Monge, D., Isla
Madariaga, J. y Toro Blanco, P. (2006). Los muchachos de antes. Historia de
la FECH 1973-1988. Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado,
pp.89-105.
[14] “Acerca de la cultura”
(1978), Krítica, nº1. Santiago de Chile, p.15.
[15] Brodsky, R. (1988). “La
fuerza de una idea” en Brodsky, R. (Ed.). Conversaciones con la FECH (pp.15-38).
Santiago: CESOC-Chile y América, p.22.
[16] Un análisis de los
elementos constitutivos de la renovación socialista, con énfasis en el partido
socialista, se encuentra en Dávila, M. (1994). Historia de las ideas de la
Renovación Socialista (1974-1989). Tesis de Licenciatura en Historia.
Santiago de Chile: Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica
de Chile, pp.103-107.
[17] Canales, Manuel.
Entrevista realizada el 10/08/96 en Santiago de Chile. Entrevistadores: Diego
García Monge, José Isla Madariaga y Pablo Toro Blanco.
[18] “El comienzo de una
larga lucha” (1978). Krítica nº3. Santiago de Chile, p.11. Subrayados en
el original.
[19] “Los gérmenes de
organización estudiantil: condiciones para su fortalecimiento” (1978). Krítica
nº2. Santiago de Chile, pp.12-13.
[20] Brodsky, Ricardo.
Estudiante de Literatura, militante del MAPU, formó parte de la primera
directiva de la FECH durante la dictadura. Entrevista realizada el 8/04/97 en
Santiago de Chile. Entrevistadores: Diego García Monge, José Isla Madariaga y
Pablo Toro Blanco.
[21] “¿Quién es el
estudiante de hoy?” (1980). Krítica, nº8. Santiago de Chile, p.15.
[22] Sobre este tránsito de
estéticas en el movimiento estudiantil, algunas ideas básicas en Pablo Toro, P. “Entre la lana y el gel: opciones y estilos artísticos y
culturales en el movimiento estudiantil de la Universidad de Chile
(c.1977-c.1990)” en Marsiske, R. (Coord.). Movimientos
estudiantiles en la historia de América Latina (pp.85-114). México D. F.: IISUE-UNAM, 2017, Volumen V.
[23] “¿Nueva generación
política? (1982). Krítica Segunda Época, nº11. Santiago de Chile, pp.14-16.
[24] “La “Convergencia”,
tuvo como expresión estudiantil la Convergencia Socialista Universitaria, que
puso acento en una orientación de la “renovación” que planteaba cambiar las
formas tradicionales de relación de los partidos con las organizaciones de masas.
Esto último significó que los cuadros universitarios de la “convergencia”
desarrollaran un discurso particularmente “movimientista” en el sentido de
plantear la autonomía de los referentes de organización universitaria respecto
a los partidos políticos”, como indica Víctor Muñoz Tamayo, op. cit., p.651
[edición epub].
[25] “Notas sobre las
Jornadas de noviembre” (1980). Krítica, nº8, noviembre-diciembre
Santiago de Chile, p.4.
[26] “Convergencias” (1978).
Krítica, nº3, octubre-diciembre. Santiago de Chile, p.26.
[27] “¿Nueva generación
política?” (1982). Krítica Segunda Época, nº11. Santiago de Chile, p.15.
[28] La
historia de este episodio fundacional de un nuevo movimiento estudiantil
universitario está consistentemente abordada en el libro de Thielemann, L. (2016). La anomalía social de la Transición.
Movimiento estudiantil e izquierda universitaria en el Chile de los noventa
(1987-2000). Santiago: Tiempo robado editores.
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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
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