Cuadernos de Marte
AÑO
10 / N° 17 Julio - Diciembre 2019
https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/index
Distancia y compromiso (primera parte)
El mundo militar y la cuestión política en Argentina a
inicios del siglo XX
Involvement and Detachment
(first part)
Military world and political
question in Argentina at the beginnings of XX Century
Aldo Avellaneda*
Universidad Nacional del Nordeste
Recibido: 29/8/2019 – Aceptado:
16/10/2019
Cita sugerida: Avellaneda, A. (2019). Distancia y compromiso (primera
parte) El mundo militar y la cuestión política en Argentina a inicios del siglo
XX. Cuadernos de Marte, 0(17), 217-267. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5141/4264
Resumen
Este
es un ensayo interpretativo respecto a las coordenadas con las que desde el
pensamiento militar se reflexionó sobre la cuestión política a inicios del
siglo XX en Argentina. En contraposición al escenario político-militar
decimonónico, se hipotetiza la formación progresiva de un “esquema de
distanciamiento” en el pensamiento militar, que se habría alimentado de
reflexiones sobre la revolución política, la función representativa y el voto
de los militares, así como la relación puntual entre el ejército y el estado.
La paulatina percepción de un espacio interno ávido de especialización técnica
y organicidad institucional y un diagnóstico cada vez más crudo respecto a un
clima local hostil, contribuyeron a esos gestos de retirada y desapego del
mundo político y al fortalecimiento de un estilo y una ética singular de
gobierno de sí mismos.
Palabras clave: ejército – pensamiento militar – profesionalización –
estado – gobierno de sí mismos
Abstract
This
is an interpretative essay regarding the coordinates with which from the
military thought it was reflected on the political question at the beginning of
the 20th century in Argentina. In contrast to the nineteenth-century
political-military scenario, here it is hypothesized the progressive formation
of a “distancing scheme” in military thought, which would have been fueled by
reflections on the political revolution, the representative function and the
vote of the military, as well as the punctual relationship between the army and
the state. The gradual perception of an internal space eager for technical
specialization and institutional organicity and an increasingly crude diagnosis
regarding a hostile local climate contributed to these gestures of withdrawal
and detachment from the political world and to the strengthening of a unique
style and ethic of government of themselves.
Key words: military – military thought
– profesionalization – State – government of themselves
Introducción
El 28 de mayo de 2003, el
Tte. Grl. Brinzoni, en su discurso de despedida luego de que el entonces
presidente Néstor Kirchner haya decidido su relevamiento junto a otros jefes
militares, se refirió con manifiesta preocupación a la “intriga política en los
cuarteles”. Si bien estas palabras tenían su eco inmediato en la coyuntura de
esos días, y no pocas de sus capas de sentido anidaban tal vez en las décadas
previas, intentaré aquí trazar algunas de sus condiciones deteniéndome en
tiempos más remotos. Los enunciados hacían alusión explícita a la decisión
presidencial de removerlo, pero estaban ubicados a la vez en el marco de un
tipo de comprensión del ejército como un espacio profesional, social y afectivo
del cual el gobierno político haría bien en guardarse de intervenir[1]. Y sobre esto quisiera
detenerme. Estas páginas aspiran a describir las características, las
vicisitudes y las condiciones de este tipo de comprensión, en el marco de lo
que considero su emergencia y consolidación, un siglo atrás.
A fin de relativizar lo
que podría ser un objetivo algo presuntuoso, realizo dos señalamientos. Lo que
presento es tan sólo introductorio y forma parte de una hipótesis más general
de la formación en el pensamiento militar de un estilo y una ética de gobierno
de sí mismos en las primeras décadas del siglo XX. Nuevos trabajos deberán ver
de qué manera los resultados que presento pueden vincularse a periodos más
recientes o ser matizados o criticados. Por otra parte, desde finales del siglo
XIX el mundo militar se fue poblando de documentos producidos, traducidos o
sencillamente puestos a circular por y para los cuadros militares sobre cuestiones
de doctrina, pero también sobre los ámbitos más diversos, desde la sanidad
militar a los nuevos artefactos técnico-bélicos, desde la ética personal del
militar hasta la distribución territorial conveniente. De todos estos
documentos, las “grandes leyes” (1895, 1901, 1905, 1915, 1923), los decretos
militares y alguna revista han sido sometidos a escrutinio por algunos
estudios, dejando en la antesala de su visibilidad a muchos otros. Creo que
todos estos materiales pueden contribuir en la tarea de identificación de
algunas pautas reflexivas puntuales y regulares respecto al mundo político.
La relación entre los
grupos militares y la política ha sido tan visitada y estudiada durante buena
parte del siglo XX, que puede desaminar a quien desee volver sobre ese viejo
territorio. Solamente el corpus
bibliográfico referente a las “relaciones cívico-militares” es de una vastedad
tal que pone a prueba los ímpetus de sistematización. De todos modos, una
segmentación temporal razonable y un ángulo de análisis lo más preciso posible,
puede tornar viable la tarea. El
presente es un ensayo de comprensión respecto al modo en que desde el
pensamiento militar se juzgaron y valoraron aspectos normalmente asumidos como
pertenecientes al campo político, en las primeras décadas del siglo XX en la
Argentina.
Y entonces, la literatura
específicamente abocada a dicho periodo ya no resulta tan vasta como podría
suponerse, y los consensos que la circulan son lo suficientemente visibles como
para proceder a su caracterización y a la elaboración de un juicio al respecto.
En general, estimo que la lectura referida a lo militar y el campo político a
inicios del siglo XX estuvo cruzada por las tensiones respecto a cómo
comprender lo técnico y lo político, más precisamente, lo que aparece entramado
en ello: la profesionalización militar. En el siguiente apartado me detengo en
las vicisitudes de la literatura en relación a esto, y trato de justificar el
esquema de análisis empleado. Aquí presento la hipótesis de trabajo.
Sin hacer de la profesionalización
militar y sus derivaciones una via regia
que nos brindase acceso a una comprensión acabada de la relación entre mundo
militar y mundo político, pero menos aun desechando la importancia de la
especialización técnica y el reforzamiento de un espíritu de cuerpo en una
tarea tal, propongo que en las primeras décadas del siglo XX, se formó en los
cuadros militares un doble esquema afectivo y reflexivo, que orientó distancias
y compromisos sobre lo que, desde el ángulo de sus reflexiones, comprendían
como su entorno. Una mayor distancia de las pujas políticas, pero también de
las instancias estatales y representativas, por un lado, y un fuerte
acercamiento a las controversias “sociales” por otro, fueron los rasgos
generales de este doble esquema afectivo-reflexivo, en el cual las maniobras de
modernización y profesionalización militar podrían ser comprendidas.
Al iniciar este artículo
con el discurso de despedida del Tte. Grl Brinzoni, es indudable que quedo
comprometido por una suerte de filigrana de continuidad entre este y el periodo
de estudio en el que me detengo. Lo que creo que está en juego en ambos casos
es lo relativo al ejército como un espacio no solamente institucional-laboral,
sino social y afectivo merecedor de un gobierno (conducción, regulación y
cuidado) singular. Es esta idea de un gobierno de sí mismos lo que creo que
permite vincular ambos inicios de siglo, aunque en un caso se trate de su
gestación compleja y zigzagueante y en el otro, lo que pareciera ser – siempre
en los términos de su desarrollo en el siglo XX – su ocaso, y el surgimiento de
unas nuevas pautas de vínculo entre las instancias políticas y la profesión
militar.
Si se me permitiese este
diagrama general, lo complementaría diciendo que en aquél proceso de gestación
de un gobierno de sí mismos, el doble esquema afectivo-reflexivo relativo al
mundo político y al espacio social, fue un elemento de suma importancia y no
del todo recuperado por la literatura. Las páginas que siguen intentan dar
cuenta de un sector de dicho esquema.
Del proceso de profesionalización a los esquemas del
compromiso y la distancia
La
idea de un proceso de profesionalización en el mundo militar, acontecido en un
periodo de algunas décadas en esa esquina de los siglos XIX y XX, ha sido uno
de los motivos recurrentes para contextualizar el trasfondo de los estudios
sobre el ejército en Argentina. Sin duda esto comporta un número de ventajas.
En primer lugar, permite una lectura de conjunto de la creación de nuevos
centros de formación y de un aparato organizacional más sofisticado (al Colegio
Militar de 1869, se agregan, entre otros, la creación del Estado Mayor en 1884,
la Escuela Superior de Guerra en 1900, la Escuela de Suboficiales en 1908, los
convenios con instituciones militares extranjeras, la formación de cuerpos
auxiliares, la estabilidad del escalafón); la renovación de los equipamientos,
y la concomitante modificación de los programas de formación para las armas,
sus reglamentos tácticos etc.; así como la vinculación con otros saberes o
roles sociales (agentes administrativos locales, médicos, sacerdotes, entre
otros).
En
segundo lugar, permite vincular lo acontecido en el mundo militar, con el
proceso más general de expansión e imbricación de la red burocrática estatal en
el mismo periodo. Esto permite ver que los desarrollos técnico-formativos en el
mundo militar se daban en paralelo a procesos similares en otras áreas
(seguridad, salud, educación, etc.), asumiendo así la complejización y la
especialización de las tareas, como condiciones de la consolidación de un
aparato burocrático-territorial (la profesionalización del ejército sería
entonces un aspecto de un proceso más amplio de consolidación del aparato
estatal).
Por
último, también permite una lectura comparativa interestatal. Existía a fines
del siglo XIX un renovado clima formativo militar en el cual los estados
comenzaron a tomar a su cargo de modo decisivo la formación integral de
“aparatos de guerra”. Desde la consolidación de Alemania (en ese momento
Imperio de Prusia con los aliados alemanes confederados) como potencia militar
luego de la guerra franco prusiana de 1871, algunos aspectos de la guerra
ruso-japonesa de 1904-1905, y, fundamentalmente, la primera guerra mundial, se
habría asumido como una evidencia que el carácter técnico-económico sería decisivo para la solidez tanto de una
estructura de combate como de los combatientes mismos, dejando de lado las
tradiciones y los vínculos históricos con los que cada pueblo se habría dado
hasta allí su organización armada (me detuve en esto parcialmente en esto, en
otro trabajo).
Sobre
todos estos aspectos, el estudio de la profesionalización de las fuerzas
armadas puede traer nuevas lecturas y variantes interpretativas. Sin embargo,
deseo detenerme aquí sobre un cuerpo sumamente acotado de literatura que ha
indagado en la relación entre el ejército y la política en las primeras décadas
del siglo XX en Argentina de la mano de alguna consideración sobre la cuestión
de la profesionalización[2]. Quisiera interponer
algunas consideraciones, centradas en un registro más general sobre estos
temas.
En
lo que respecta al rol del proceso de profesionalización militar en el
tratamiento que la literatura ha realizado de la relación entre el ejército y
el mundo político, ha tomado, por lo general, dos notas particulares. Por un
lado, fue el lugar de apoyo para identificar un apoliticismo (y su variante complementaria,
corporativismo) pero a la vez también un funcionalismo, en el que y como derivas
ideológico-políticas tenemos las opciones de “partido militar” o “los militares
partidarios” según el caso. Además, esto ha estado relacionado con una singular
periodización de las relaciones político-militares, pues ha servido para
segmentar un periodo parentético (1905-1930) en el cual, el ejército se habría
distanciado de la política[3]. En este mismo periodo,
otras lecturas afirman que se habría formado un espíritu de cuerpo que
terminaría llevando a una “militarización del estado”[4].
Creo
que dichas posibilidades son a la vez demasiado débiles y demasiado fuertes.
Son demasiado fuertes, pues fuerzan el juego de las alternativas en la relación
ejército y política en torno a sus dos extremos, corporativismo y
funcionalismo. Pero por esa misma razón parecen demasiado débiles, pues en
ambos casos el carácter un tanto artificioso de los opuestos (soberanos plenos
o plenos súbditos) impide pensar otros modos de relación entre el mundo militar
y el mundo político.
La
segunda nota particular está dada por lo siguiente. La asunción de la
existencia de un proceso de profesionalización podría estar dando una pincelada
de homogeneidad a aspectos muy diversos que, de acuerdo a los esquemas de
racionalidad de los mismos actores resultaba algo mucho más sinuoso y precario.
Los problemas, las preocupaciones, los intereses y las expectativas en relación
a aspectos mundanos (y no tanto) como la forma de distribución militar en el
territorio, los modos óptimos de dotación de personal, los proyectos de
instrucción militar del mayor número posible de varones adultos, las razones a
comienzos de la tercera década para la paulatina reconfiguración de los
espacios internos como zonas de contención afectiva e identitaria (la creación
de los casinos de suboficiales, la regularización de “encuentros de
camaradería”) creo que pueden y deben ser leídos más allá del (aunque no en
forma independiente al) marco de profesionalización de la fuerza. No es esto,
sin embargo, lo que parece predominar en la literatura, en la que las lecturas
quizá hayan ido en otra dirección.
En
un libro sobre las fuerzas armadas a finales de la década del ’60, Jorge Ochoa
de Eguileor y Virgilio Rafael Beltrán, precisaban lo siguiente respecto al
“proceso de profesionalización” militar:
El proceso de profesionalización implica la adquisición por parte de la
institución militar de rasgos que se hacen definitorios de un orden social
específico y diferenciados dentro de la sociedad global. Nuestra primera tarea consistirá en detallar los pasos que siguió el
Ejército Argentino para adquirir esas pautas.[5]
Una
visión similar lo tiene el enjundioso trabajo de Enrique Dick cuya figura de un
“trapecio de la profesionalización” supone una mirada ordenadora postfacto de
acontecimientos y percepciones sobre los rieles de un proceso cuyo destino
podría percibirse tempranamente y que resulta además en una “guía clara de los
comportamientos”, por utilizar la frase de R. Potash[6]. Algunos autores se han
apoyado explícitamente en dos de los referentes del área: Samuel Huntington y
Morris Janowitz. La duda aquí es si la descripción del carácter profesional de
los militares no ha tomado la forma de una necesidad histórica y de una matriz
explicativa. “La base horizontal del trapecio, la abscisa en años de
ocurrencia, es la línea guía, la que representa un ejército moderno, con un
modelo tendiente a ser propio, aunque con impronta de otros, independiente de
criterio y con la necesaria organización, doctrina y equipamiento para cumplir
con los intereses nacionales”[7].
La
otra característica de la literatura sobre estos años es la relativa a la
relación entre el proceso de profesionalización y el mundo político. En 1964,
José Luis de Imaz había caracterizado el vínculo entre lo profesional y lo
político, luego del golpe de estado de 1930, en estos términos.
A partir de 1932, por obra de aquel a quien llamarían 'el hombre del
deber', general Rodríguez, ministro de Guerra, primó en las Fuerzas Armadas una
ideología 'profesionalista', absolutamente prescindente de la política
partidaria.[8]
Para Cantón en cambio, nunca estuvo en juego “ningún
profesionalismo a secas”. El “apoliticismo” resultaba equivalente a la “defensa
del statu quo, pues el proceso de profesionalización se había hecho en lo
fundamental “bajo el gobierno conservador-oligárquico” (durante la segunda
mitad del siglo XIX y hasta 1916)[9].
Sin embargo, esto no excluía “choques” entre las elites locales (militares y
civiles [oligarquía]), toda vez que sus modelos (Alemania e Inglaterra)
dirimían sus problemas por la fuerza (primera y segunda guerra). En definitiva:
[H]emos asistido a la organización de
un ejército profesional según un modelo diferente del de la oligarquía, que
poco a poco asume posición y política propias. La evolución del ejército se
entrecruza con la movilización política, que la oligarquía desencadena
alrededor de 1910: cuando la primera movilización fracasa (1912-1930) pone fin
a la misma y coopera con los conservadores para conseguir una primera
desmovilización.[10]
Respecto de esto último, Robert Potash maneja la
hipótesis opuesta. Si bien el proceso de profesionalización jugó algún rol en
el distanciamiento respecto del gobierno de Yrigoyen, no habría ninguna
conexión entre profesionalismo y revolución[11].Distinto
es el caso del “activismo político de los militares […] a partir de 1945” en el
que y debido a la fuerte disciplina (cohesión) interna y la asunción de tareas
cada vez más complejas entre 1930 y esa fecha, “se acentuó la confianza de los
jefes militares en su propia capacidad para resolver los problemas nacionales”[12].
Algo similar en este punto había planteado Rouquié cuando identificaba la
asimetría entre la organización, la disciplina interna y la formación del
personal militar, con la situación en otras instancias estatales[13].
Tengo la impresión de que, en todos estos casos, el
recurso de la “profesionalización” juega un papel de importancia para
comprender los carriles centrales de la relación entre el mundo militar y el
mundo político, en una dirección o en otra. Al respecto, creo que esos dos
rasgos de la literatura (la controversia sobre un corporativismo/funcionalismo
como efecto de la profesionalización o la percepción de un desarrollo
profesional lineal) pueden comprenderse por la decisión de aislar los aspectos
de la especialización técnica y la formación de una identidad corporativa, de
los modos o los esquemas reflexivos con los que los cuadros militares daban
sentido a su lugar y su tiempo. Esta desafiliación de ambos aspectos colabora
en la formulación de una mirada que distingue de modo ex post y ex ante lo
interno de lo externo, lo técnico de lo político, emancipando a uno del otro y,
lo que parece más importante aún, al analista de los marcos de reflexión
históricos con que los propios actores intentaban arreglárselas para delimitar
el dominio de sus acciones. Precisamente, uno de los rasgos de la literatura
fue el no detenerse en reponer de modo sistemático las regularidades reflexivas
que poblaban el mundo militar, lo que los cuadros militares pensaban de sí
mismos y de su entorno, las esperanzas, los miedos, lo que veían como
obstáculos y peligros. De tener en cuenta esto último, estimo que los análisis
podrían volverse más ricos y complejos, sin que ello sea obstáculo para la
identificación de rasgos generales. Me detengo, brevemente, en un par de
ejemplos.
El Servicio Militar Obligatorio (SMO) ha sido visto hasta
aquí como una piedra fundamental en el proceso de profesionalización (y en esto
coinciden los ejercicios de retrospectiva de los propios actores con algunos
trabajos académicos). Como he tratado de mostrar en trabajos anteriores lo que
ha estado en juego en las disputas y controversias sobre el SMO fue en primer
lugar el propio sentido de dicha fórmula. De este modo, la continuidad asumida
entre las legislaciones de 1895 y 1901 puede ser cuestionada. Mientras “Cura
Malal” fue el efecto de un programa de instrucción militar y no de dotación de
personal, el proyecto aprobado de Roca-Ricchieri seis años más tarde, intentó
solapar ambos problemas, enviando a los jóvenes bajo techo, para su
instrucción, pero también para la realización de tareas domésticas y cotidianas
del cuartel. La ingente producción de materiales de diagnóstico y crítica de
esta situación en la primera década del siglo XX es la confirmación que el SMO
había sido una solución fuertemente resistida por una parte de los cuadros militares[14].
No estaba para nada claro – como sí lo estará para la literatura posterior –
que el SMO fuera algo pertinente a un ejército
profesional.
Del
mismo modo, las formas cambiantes de percepción del territorio tampoco podrían
ser vistas en base a un proceso de avance paulatino de profesionalización. La
distribución de las unidades militares en base a un diagrama de ocupación
territorial expansivo y de colonización interna durante las últimas dos décadas
del siglo XIX, contrasta con los proyectos y esquemas pensados desde 1895 pero
operativizados entre diez y quince años después, en los que puede verse un
programa diseminativo fronteras adentro, y en el que un “interior” cobra
sentido en las representaciones de los propios cuadros. Y en este cambio se juegan
dos líneas problemáticas ajenas una de la otra pero que componen un proceso de
refuerzo mutuo. Por un lado, la percepción por parte de los cuadros militares
de la necesidad de una mayor vinculación con la población masculina en un
momento en el que la instrucción militar estaba pasando a ser considerada como
un asunto prioritario[15]. Por otro lado, una de
las últimas curvas en la carrera de disputas y controversias decimonónicas
entre poder nacional y poderes provinciales, y por la cual el ejército pasaría
a ser el brazo armado del control político presidencial[16]. También esto parece ser
reticente a enmarcarse dentro de un contexto de profesionalización, al menos,
tal como ha sido pensado hasta aquí.
Lo
que deseo puntualizar es que en el marco de los problemas que los actores deben
enfrentar, de sus diagnósticos y sus correspondientes medidas programáticas, la
consolidación de un perfil técnico-profesional estaba vinculado todo el tiempo
a opciones y alternativas disímiles, y sobre el trasfondo de focos de
problematización que excedían claramente el propio mundo militar e involucraban
saberes y presupuestos sobre la sociedad, la política, el territorio, la
economía, entre otras cuestiones. De este modo el diseño de procedimientos
específicos para el enrolamiento y el sorteo de los varones de 18 a 21 años se
realizaba sobre un escenario incierto y poblado por controversias alrededor de
las prerrogativas jurisdiccionales del estado nacional y los estados
provinciales, por lo cual era a la vez una aspiración de mayor agarre
territorial en la dirección de una instrucción militar especializada de los
jóvenes, pero también una maniobra táctica frente a obstáculos políticos
puntuales (pujas político-partidarias en las que algunos cuadros estaban
involucrados), así como posicionamientos estratégicos frente a desafíos
estructurales identificados (generados por la necesidad de asimilación a los
modelos militares más reputados, fundamentalmente francés y alemán).
Nada
de lo anterior podría llevar al descartar el rol de las aspiraciones a la
especialización técnica, la formación militar de los oficiales, clases y
soldados, la consolidación los institutos de formación o del Estado Mayor, los
servicios auxiliares, en definitiva, la formación de unas “artes militares”, y no
solamente “artes de la guerra”. De hacerlo, correríamos el riesgo de no
comprender las demandas y los horizontes producidos a partir de los reenvíos
locales e internacionales de información y valoración sobre cuestiones técnicas
de formación de combatientes y de preparación para la guerra. Como lo indica
Cornut, la cuestión de la profesionalización militar “no ha sido lo
suficientemente indagada, y tampoco se han mensurado sus consecuencias en
relación con las tensiones que en las primeras décadas del siglo pasado
azotaron al sur de América”[17]. El desafío, estimo, se
encuentra en integrar estos aspectos a las consideraciones y reflexiones más
generales de los cuadros militares sobre su presente histórico. Por ello,
propongo como hipótesis general de este trabajo, que a lo largo de esas
primeras décadas del siglo XX, se produjo la formación de un doble esquema
afectivo y reflexivo que funcionó como un trasfondo a todos aquellos esfuerzos
de especialización técnica, así como a la consolidación funcional e institucional
del mundo militar.
Dicho
doble esquema afectivo y reflexivo es el que denomino “de la distancia y el
compromiso”. Con ello hago alusión a la paulatina solidez de unos modos de
comprensión sobre el entorno y sobre sí mismos, que estuvieron aferrados a
nuevos objetos de interés y preocupación, y de los cuales (debido siempre a
coyunturas identificables) se veían impelidos a establecer distancia o, por el
contrario, quedaban vinculados por un renovado sentimiento del deber. De esa
manera puede comprenderse su inmersión en las aguas turbulentas de “lo social”
a finales de la segunda década, pero a la vez y en paralelo, su paulatina
separación del mundo político. Propongo finalmente que los aspectos de la
profesionalización militar deberían ser solapados a estos movimientos de
trasfondo. Este artículo está enteramente dedicado a la caracterización del
esquema de la distancia, para lo cual aspiro a recorrer una gradual
desfamiliarización del mundo político en el pensamiento militar. Dejo para otro
trabajo la complementación de este rasgo de distanciamiento con su contario,
que llevará a identificar el progresivo compromiso que se asumía desde ese
mismo pensamiento militar con un sector del “mundo civil”.
El
artículo está dividido, a partir de aquí, en cuatro partes. Las tres primeras
se dedican a señalar tres objetos de distanciamiento respecto al mundo
político: la revolución política, las pujas electorales junto la función
representativa, y el Estado (sus instancias legislativa y ejecutiva). Seguidamente
esgrimo de manera breve las razones por las que no estudié directamente las
ideologías políticas disponibles en ese momento (republicanismo, fascismo y, a
su modo, nacionalismo). En la conclusión señalo algunos puntos de diálogo con
la literatura a partir del sostenimiento de esta hipótesis.
Los militares y el acto político. La Revolución
Existió un plano de las controversias del derecho militar
a finales del siglo XIX que, más que al ámbito jurisdiccional en sí mismo,
creo que puede decir algo sobre el vínculo de los cuadros militares con un
aspecto de la vida política. Me refiero concretamente a su participación en la
planificación y ejecución de intentos de derrocamiento del gobierno político
del Estado.
Historiadores y juristas han
individualizado algunos momentos claves en la trayectoria de esta
jurisprudencia, como el caso de Sacarías
Segura en 1869, la revolución mitrista de 1874, el caso Espina de 1893
y el
de los involucrados en el
episodio de febrero de 1905. De ese modo, Zimmermann[18],
Codesido[19], Fassano
y Silliti[20],
Quinterno[21], Reali[22] y Silliti[23] coinciden en señalar un cambio de tendencia según la cual la participación militar en
las acciones revolucionarias pasó en pocas décadas de ser competencia del fuero
ordinario a materia de la justicia militar.
Hasta finales del siglo XIX, la convicción de que los delitos políticos estaban bajo la potestad de los juzgados federales
había exceptuado de las ordenanzas españolas a los cuadros militares
involucrados en los alzamientos. Sin embargo, para Sillitti “en la década
transcurrida entre la causa Espina y los procesos
de 1905, se consolidó una nueva manera de concebir
la relación entre las fuerzas
armadas y el delito de rebelión, caracterizada por una mayor autonomía del fuero castrense en relación a la
justicia federal”[24].
Ahora bien, en lo fundamental creo que estos trabajos están orientados a visibilizar la “producción”
de un fuero especial desde “afuera”, recuperando los fallos de la Corte
Suprema, los discursos de prensa, los alegatos de los abogados civiles en 1905
y materiales de ese género. Un enunciado de este tipo es el siguiente
Hacia fines de siglo… [l]as posturas de la Corte Suprema viraron hacia la
convalidación de márgenes mayores de autonomía a la justicia militar. En la
misma línea, el gobierno desplegó un ambicioso programa de reformas orientado a
la subordinación de las fuerzas armadas… el caso del Cnel. Espina es el primer
quiebre de esa historia y los juicios de 1905 representan la consolidación de
la tendencia.[25]
Aun compartiendo esos
diagnósticos, lo que deseo precisar en este marco es una paralela y progresiva
“desfamiliarización” de los cuadros militares con las formas decimonónicas de
su intervención en las contiendas políticas. En el mismo periodo señalado por Sillitti
creo que se pueden identificar algunos modos
reflexivos que van en esa dirección. Ya en los debates de 1894, el
diputado-militar que defendía el proyecto de
los Códigos que reemplazarían a las Ordenanzas, se distanciaba de aquellos que, por las razones
que fueren, se consideraban con el deber de “salvar el país” haciendo uso de
las armas y de la organización de que disponían y que, fracasados los intentos,
buscaban refugiarse en el fuero ordinario (tal los casos de 1874 y 1893).
El señor diputado va buscando precisamente al combatir los fueros,
establecer fueros; es decir, una especie de fuero civil privilegiado, con
efecto retroactivo para los militares politiqueros; para los jefes de batallón
que aspiren a salvar al país, a quienes coloca en la holgada posición del
murciélago de la fábula, que cuando
estaba entre los dos cuadrúpedos se declaraba pájaro
y cuando estaba entre los pájaros
se declaraba cuadrúpedo.[26]
Como lo menciona Sillitti,
para 1905 ningún
militar había tratado
de evitar la jurisdicción propia[27].
Los recursos presentados a la Corte Suprema
de Justicia habían
sido más bien en
contra de los tribunales ad hoc
para juzgar ex post facto a los procesados[28].
El “Código Bustillo”
tipificaba como “Delitos contra el orden constitucional” a los delitos
considerados por muchos contemporáneos como “políticos”: los de rebelión y
sedición[29].
Al hacerlo de esta manera, ponía blanco sobre negro muchas porosidades y
ambivalencias existentes en las antiguas ordenanzas españolas con las que había
funcionado el mundo militar argentino a lo largo del siglo XIX y que no habían
quedado del todo resueltas en la formulación de los tres códigos en 1894. No
importa ahora el motivo que inspirase el pasaje a la acción (una “pasión
política”) ni tampoco que no sea el caso de un delito estrictamente militar, lo
que importa es quién lo comete.
Si posee un grado militar, tiene estado militar, y en ese caso el delito
es materia de la jurisdicción especial. Bajo este paraguas se habían convocado
y organizado en 1905 los tribunales militares, se había abierto un proceso
contra los implicados, se los había sometido a juicio militar y dictaminado
sentencia, todo en algo más de tres semanas. El delito de “rebelión” fue la base de las acusaciones,
junto a las figuras de “negligencia” y “abandono de destino”.
Debido tal vez a la
necesidad de su tipificación para el ejercicio codificador, desde 1894, pero
con más fuerza desde 1898, las vías de consideración del “delito político” por los cuadros
militares a inicios
del siglo XX provocaron
también su entrada en el juego de espejos
(retipificación de acciones delictivas ya consideradas por el fuero ordinario) bajo la denominación jurídico-militar de “Delito
contra el orden constitucional”. Al hacerlo así,
resultó “despolitizado”, ya que
después de todo y de ahora en más, la comprensión decimonónica de una
“naturaleza política” del crimen cometido (que justificaba su adscripción a los
tribunales federales y se apoyaba en una condición de ciudadanía con derecho a
rebelarse ante un eventual orden despótico) debía
vérselas con una “naturaleza subjetiva” de quien lo cometía,
ese “ciudadano de las barracas”, que en este caso no refiere a los conscriptos, sino a los oficiales subalternos y superiores.
Otra variante de esta “desfamiliarización” resulta la vinculación del delito de rebelión con el de motín (tipificado como un delito “contra el orden y la seguridad
del Ejército y la Armada”). En este caso y en el debate sobre la reforma del
Código en 1905, particularmente sobre la posibilidad de establecer la pena de
muerte para este delito, los Grles. Campos y Godoy (este último Ministro de
Guerra en ese momento), la justificaban ya que
no se correspondía – según ellos – a un delito
político.
El Poder ejecutivo considera que el levantamiento de
tropas, con cualquier fin que sea, es un delito de motín: no es político de
rebelión, por más que lleve el propósito de plegarse a un movimiento
revolucionario.
Cree el poder ejecutivo que para cometer delito de
rebelión es indispensable haber cometido delito de motín.
No es posible
que un cuerpo de tropas,
a cuya lealtad se ha confiado
el mantenimiento del orden y de la
disciplina, vuelva sus armas contra el gobierno constituido sin cometer delito
de motín.[30]
En definitiva, se
justificaba la pena de muerte por vía de su separación del delito político, y
se “despolitizaba” este último (rebelión) en el caso de los cuadros militares,
producto de su inscripción en el aparato jurídico de excepción al desplazar el
criterio del juicio, de la naturaleza del acto a la naturaleza de la persona.
La arquitectura jurídica de excepción incorporaba de este modo una separación
radical entre los derechos del militar como persona jurídica y los de cualquier
ciudadano y su posibilidad de resistencia ante un hipotético gobierno tiránico.
Junto a todo esto, puede percibirse en los cuadros
militares que participaban de los debates
en 1905 una visión de conjunto
de la revolución que ya no está
ligada solamente a “revolucionarios” (uno de los ejes del debate legislativo en 1894), sino a unas condiciones históricas específicas. Y, lo más importante, el diagnóstico que realizaban
involucraba consideraciones sobre el ejército como un cuerpo sumamente frágil,
al que cualquier acción desmesurada de un jefe militar, tornaba inmanejable y
caótico. Una pequeña comparación quizá colabore
en visibilizar el argumento.
La noche del primero de mayo de 1885, un joven teniente
que tenía a su cargo la Revista Militar, brindó una conferencia en el Círculo
Militar en la que terminó refiriéndose a la relación entre “el soldado y los
partidos políticos”. Esa pieza resulta interesante porque se trata de una
condena moral al oficial que actúa en política. Es una condena moral que
denuncia la pobre cualidad militar de quién actúe de ese modo (participa en las
discusiones públicas u organiza acciones directas). Pero no hay ninguna
relación entre la acción de ese oficial y el estado general del ejército. E
incluso, la condena es a un tipo de acción singular, aquella guiada
exclusivamente por pasiones e intereses. Por eso mismo, “[e]l soldado… no debe
jamás servir a los partidos sino en el caso que combatan por principios, por
ideas”[31].
No hay aquí todavía una reflexión que vincule las acciones personales a la
situación de un “espacio interno”; a los efectos que sobre éste tales acciones
generen. Cuando ello se produce resulta imputado a una “recaída” en las
pasiones políticas (si bien esto podría recién percibirse a fines del siglo
XIX)[32].
Creo que este rasgo es uno de los que pueden caracterizar la situación de buena
parte de la segunda mitad del siglo XIX. Las acciones armadas de los jefes
militares son comprendidas como moviéndose a la vez en un plano indiferenciado
entre lo militar y lo político.
Dos décadas más tarde, en su diagnóstico sobre la
situación del ejército al calor de los acontecimientos del 4 de febrero
de 1905, el Grl.
Domínguez afirmaba que la indisciplina existente no podía ser jamás
atribuible a factores individuales
de algún tipo. Más aún, muchos de ellos siquiera estaban relacionados con el
campo militar. En realidad, proponía la identificación de dos racimos de
factores: unos externos, “las pasiones y la anarquía que se respira y se vive”;
y otros internos, la injusticia de los ascensos, la pobre paga, la ausencia de
sanciones para los responsables de los anteriores alzamientos[33].
Y entonces el principio de percepción de un espacio interno resulta esencial al tenor del diagnóstico. La participación de militares en intentos contra
el orden constitucional es el
efecto de un medio-ambiente particular, que es a la vez presente y externo a la institución militar pero también un arrastre
de su propio pasado. En todo caso, la revolución política es un signo de
inmadurez, es una huella de otros tiempos clavada en el presente.
“Esa tradición a que me he referido,
los precedentes históricos que he señalado
y la falta de justicia
y de orientación que he puesto
en evidencia, son los que, con la complicidad pasiva del país, han sugerido
estos ´últimos movimientos subversivos.
[…]
La culpa de ellos, es, pues, un poco culpa de todos y la responsabilidad
histórica ha de ser compartida entre los que olvidaron sus deberes militares y
los que en otras épocas no tuvieron energías para reprimirlas.”[34]
De manera contemporánea a otros desplazamientos en las modalidades de reflexión de los cuadros militares, como aquella respecto a
la ciudadanía liberal que caractericé en otro trabajo[35],
la revolución como un hecho importante en la memoria colectiva de los cuadros
militares del “viejo ejército”, se integraba a un proceso de metamorfosis en
estas nuevas formas de reflexividad que asumían, a diferencia de décadas
anteriores, la percepción de un espacio cuyo cuidado y estímulo era una tarea
prioritaria para los jefes militares. En realidad, ambas nociones (la del militar-ciudadano [aludo aquí a los oficiales] y la de la revolución) comenzaban a transitar
caminos similares. Tanto aquél como esta
terminarían por ubicarse en un nivel “más allá de lo político” comprendiendo
por tal cosa la inadecuación absoluta de la participación militar en grupos
o partidos que antagonicen con y/o por el gobierno del Estado, buscando
los nuevos fundamentos a mitad de camino entre criterios
constitucionales y étnico-cívicos (valores histórico-morales). En estos
términos, queda claro que no se trata
del atardecer de la revolución como tal sino de la revolución como acto político,
es decir, del hecho de tomar las armas asumiendo el lado de una de las partes
cívico-políticas en disputa.
Es esto lo que los años posteriores a 1905 aportan
a un estilo y una ética singular de gobierno de sí mismos en el ejército
(lo que denomino ethos militar) y a esto me refiero
como la primera modalidad de distanciamiento de
la política. La segunda fue la de la
participación militar en el campo – precisamente – no excepcional de la
revolución, sino ordinario de la opinión público- política, las pujas
electorales y las bancas parlamentarias. En esto me detengo a continuación.
El
campo político. Las elecciones y el congreso
A fines de 1891 se había
abierto un litigio judicial debido al empleo del Tte. Cnel. José Aparicio como
Juez de Paz. La controversia estaba cifrada en una posible incompatibilidad
entre su estado militar y el nuevo cargo. El dictamen del fiscal refiere, en
una de sus partes, lo siguiente:
La circunstancia de ser militar no inhabilita para ocupar cargos o empleos
públicos.
… en todas las ramas del gobierno se ve figurar a militares en el desempeño
de funciones tan altas, que, si militar y empleado fueran
términos equivalentes, sería forzoso concluir
que reina y ha reinado
siempre una confusión lamentable de ideas.
El Congreso en sus dos cámaras, contiene militares; el poder judicial
cuenta también en su seno a personas de este género.[36]
Finalmente, no se encontró
incompatibilidad entre ambas funciones.
No interesa tanto aquí
seguir el proceso de complejización burocrática de las instancias estatales y la progresiva especialización de roles
y funciones, sino el fenómeno de asimilación en el pensamiento militar de una
incompatibilidad particular, no la del oficio político solamente, sino la más
general de la participación política, sea en forma del voto,
la militancia partidaria o la función representativa. La ausencia de trabajos específicos sobre este punto
sin dudas otorga a las siguientes
páginas mayores márgenes de cautela. Y, sin embargo, considero de todas maneras
que existen buenas pistas para atisbar sus hitos fundamentales.
En las publicaciones
militares periódicas de las últimas dos décadas del siglo XIX no existe
prácticamente mención a estas cuestiones, más allá de algunas observaciones (debidas por lo demás
a determinadas coyunturas especiales) sobre el carácter nocivo de las acciones revolucionarias. Nada se decía de las funciones
electorales o representativas de los cuadros militares, y parece más bien que
se convivía con una natural familiaridad respecto a estos asuntos. Tal
familiaridad reposaba en las prescripciones normativas que hasta principios del
siglo XX permitirán la función electoral, pero quizá mucho más en los hábitos y
rutinas militares de los periodos electorales[37].
Sobre las últimas dos décadas del siglo XIX rigió la ley electoral de 1877 que permitía a los cuadros militares sin mando efectivo
de tropa el ejercicio del voto. Esta distinción – que será uno de los dos puntales en las controversias y
posiciones en los debates sobre la posibilidad o no de elegir representantes
por parte de los cuadros militares – había sido introducida recién ese año como
criterio diferenciador. Muy posiblemente respondía a un diagnóstico sobre el margen de maniobras de los comandantes de región, jueces de paz y cuadros
políticos locales para organizar y regular la vida militar y civil en los días de elecciones.
Sin embargo, tal criterio
(mando de tropas)
comienza a ser superpuesto a otro en la primera
década del siglo XX, de un rasgo muy similar al que se utilizaba para caracterizar la participación de militares en los intentos
revolucionarios: también este tipo ejercicio político resiente la organización
del espacio militar interno. El ejercicio del voto y – más aún – la función
representativa, introducen en las filas contiendas y controversias que amenazan
su organicidad y cadena de mandos. También aquí comenzaba a gestarse una idea
de mutua exclusión que no había rondado el pensamiento militar en las últimas
décadas del siglo anterior, aquella existente entre el campo político y la
armonía de un espacio interno que había que contener, regular y cuidar.
Con ese sentido se introdujo en la ley de 1901 la prohibición de los militares
de participar “directa e indirectamente” en política,
y dos años más tarde, ante la situación de ambivalencia creada por la ley electoral de 1902 (que los habilitaba tácitamente), Ricchieri emite una circular interna
insistiendo en la autoproscripción política de los militares. En los
intercambios que se dieron al año siguiente en el Congreso, en el marco de la
presentación de un proyecto del Grl. Campos que buscaba habilitar el sufragio
militar, el argumento se presentaba con toda claridad: “no se podría aceptar
tal derecho [derecho de voto] sin destruir por su base la existencia misma del ejército,
puesto que habríamos
quebrado toda disciplina y habríamos iniciado la destrucción de lo que con
tantas penas y sacrificios estamos organizando”[38].
Dos cuestiones deben ser remarcadas aquí. Por un lado, esta nueva percepción de la relación
entre la participación política y los cuadros militares
volvía obsoleta cualquier distinción entre estos últimos.
No solamente oficiales con o sin mando de tropa, sino que
las clases también resultaban blanco de esta proscripción. Y este cambio se
recuesta en parte – y este es el segundo punto – en la dicotomía entre derechos
individuales y un replanteamiento de la función militar “meta” o “para”
política que acontece en estos años. El proyecto del Grl. Campos reintroducía
el lenguaje de los derechos políticos mientras que el Cnel. Ricchieri señalaba
su necesaria pérdida a fin de garantizar su ejercicio por el resto de la
población (masculina y alfabetizada). De un lado un enunciado que hacía de la proscripción política de los militares una herida
a la institución medular de la república (el recorte de su población ciudadana); del otro, una
remisión al carácter sacrificial del ejército y su prescindencia en las pujas
electorales como condición – precisamente – de posibilidad de la república
(pues un ejército anárquico es el mayor de los peligros). Sin dudas que las posiciones estaban marcadas por la diferencia en las trayectorias. Uno (Ricchieri) enviado al
exterior en buena parte de la última década y ajeno a los cruces de ese espacio político en el que el otro (Campos) había intervenido de modo explícito
por lo menos en una ocasión
(revolución de 1893). Sin embargo, creo que el recurso de las trayectorias como
factor explicativo de las modalidades de reflexión no resulta algo del todo reconfortante, pues vuelve los argumentos
y las reflexiones algo particularmente instrumental y coyuntural a situaciones
puntuales y personales. Y en realidad, posiciones similares seguirán disputando en torno al mismo
tema durante algunos años.
Durante toda esa primera
década no parece
consolidarse una representación global del problema en el pensamiento militar, oscilando las
posiciones y sus diagnósticos en aspectos
más bien puntuales y diversos como el criterio decimonónico central del mando
de tropa, la diferencia en las “formas” de la participación política (voto,
representación, y la más difícil de circunscribir pero que seguramente entraría
en el campo de la militancia política), la distinción necesaria entre
oficialidad y tropa, etc. De ese modo, mientras la ley orgánica de 1905 continuó
con la proscripción de 1901, dos años más tarde se legisló en un sentido
contrario, permitiendo el voto y la función representativa a los cuadros
militares sin mando de tropa y acordándoles a la vez servicio activo.
Recién a finales de esa
década y en lo fundamental en la siguiente, se gestará una fórmula del
distanciamiento de las funciones representativas del campo político que, si
bien retiene la preocupación central de la disciplina y organicidad militar,
incorpora diagnósticos extendidos sobre el oficio y las prácticas políticas, que ya no abandonarán el campo de las
reflexiones militares. La primera pieza que realiza esta simbiosis (es decir, un diagnóstico doble, tanto del
campo militar como del campo político) es La
condición política del militar, tesis de Guillermo Teobaldi, futuro auditor
de Guerra, abogado y Capitán del Ejército (AS) en esos años. En junio de 1908
se presentó el trabajo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires, y a los dos meses comenzó a ser publicado por partes y hasta finales del
año siguiente en la Revista Militar (en adelante, RM). En las conclusiones se
puede encontrar el enunciado básico y frontal al respecto.
Un diputado en actividad de servicio militar, es una aberración y un
inconcebible para la lógica constitucional. El servicio militar le crea un
fuero, el parlamento le crea otro; ambos son excluyentes, son absolutos, no
admiten concesiones recíprocas, términos medios: o sí, o no, conjuntamente no
van, mutuamente se repelen, pues el uno significa independencia completa y el otro sumisión absoluta de todos los momentos, de todos los instantes.[39]
Sin embargo, en pasajes
clave para las secuencias argumentativas de la obra, resulta que estas
condiciones (sujeción al mando como militar en servicio, libre voluntad y
razonamiento en tanto congresista) no se oponen una a la otra frontalmente y
que no es este el punto que evidencia una incompatibilidad. De lo que se trata
más bien para Teobaldi (y con él, para su padrino de tesis, el Grl. Risso
Domínguez, pero también para otros cuadros en los años posteriores, entre ellos
el Grl. Justo) es de mantener esas condiciones inalterables en cada ámbito,
aspecto que la posible doble función del militar-legislador e inclusive la del
militar-elector, torna problemática.
¿Queréis guardar a vuestra planta de los efectos de la helada o de los
inclementes rayos del sol? Pues bien, cuidadla de la intemperie, colocadla en un medio favorable, nos dirá el horticultor. No puede decir otra cosa el estadista: si quiere
librar a la administración o a un órgano especial de ella, cual es la
institución armada, de los efectos
perturbadores de la política, debe sustraerla a su influencia, debe evitar que las
pasiones que ella provoca, inspiren los actos de los elementos que la
constituyen y gobiernan.[40]
¿Qué hay en la política que
la constituye en un campo restringido al personal militar, un escenario en el que se representan dramas
y comedias que no están dados a la medida
de su participación? El
campo político aparece como una zona directa de competencia por los niveles más
altos de lealtad y compromiso[41].
Estos son los elementos del juego suma cero entre profesión militar y práctica
política. Mayor fidelidad y adhesión de un lado,
menores serán del otro. El saldo final nunca puede estar en equilibrio. A esto hay que
agregar el desnivel axiomático que ha comenzado a filtrarse, aunque tímidamente
aún, para la época del centenario, en la comparación de estos campos. Por un
lado, la creciente desconfianza hacia las prácticas y los rasgos del personal
político. El mundo político se distanciaría – de acuerdo a los nuevos
diagnósticos – cada vez más del entorno de recta racionalidad y buen criterio
que puede permitirles estar a la altura de la materia en juego[42].
Por otro, la autorrepresentación del campo militar ha comenzado a expulsar lo que resulta
uno de los rasgos de singularidad de todo campo político: la
diversidad de intereses[43].
Más que la identificación del campo político con las pasiones, la venalidad, el
personalismo y el sectarismo, las logias, las camarillas e inclusive la
corrupción, es su asociación con la pluralidad de intereses en disputa lo que lo aleja del mundo militar.
Y esto no solamente porque
los cuadros militares no tendrán problemas
en reconocer la presencia de camarillas y sectarismos en sus propios espacios,
sino porque sobre este trasfondo de intereses parciales
y en disputa debe considerarse la repetida alusión (que comenzará a poblar las
publicaciones militares en estos mismos años) del vínculo militar con un solo tipo de interés, el interés general
(con sus rostros
más conocidos, el interés de la patria, de la nación, de
la constitución). En el caso de Teobaldi, este interés resultaba el único
paralelizable a la ley, entre los demás intereses y esta existía
una relación antagónica. “‘El interés rompe el saco’, dice el proverbio vulgar, ‘rompe la ley’, agregaremos”[44]. Esta es
la novedad entonces. La política, para algunos el lugar de producción y manifestación del interés
general, se ha vuelto inteligible en un sentido
opuesto para los cuadros militares. El distanciamiento
del campo político (distanciamiento de la posibilidad de elegir y ser elegido)
parece el reverso de una autoasignación de la función de resguardo y defensa de
algo que en años anteriores remitía a designantes concretos como el territorio y la constitución pero que de modo creciente
se torna cada vez tanto más abstracto como
culturalmente orientado: el interés general.
Pues bien, de modo paralelo
a toda esta reflexión sobre
la cuestión del interés general,
entre 1914 y 1923 se elaboraron
regulaciones tendientes a limitar cada vez más la participación de militares en
política electoral[45].
En futuros trabajos espero señalar en qué medida las reflexiones propias del
personal político o judicial por esos años asumía para los cuadros militares
las mismas funciones.
Para mediados de la segunda
década y con mucha mayor fuerza a inicios de la tercera, la gran guerra y la
revolución rusa vendrán también en este punto a debilitar los matices y a
simplificar el escenario de las disputas, al superponer sobre el campo político
un gran espacio de asociación semántica que vinculará
los términos cosmopolitismo, anarquismo, pacifismo e internacionalismo.
Estas equivalencias volverán más controversiales las relaciones, pues lo que
hasta aquí se debía evitar (la política como dinamitadora de la disciplina)
debe de ahora en más confrontarse seriamente, ya
que sino en ella, en buena parte de sus actores se juega una negación de
lo militar (precisamente, el punto de unión entre los términos recién
enunciados sería el de “antimilitarismo”). No habría que olvidar que una parte
del radicalismo sostendrá hasta finales de la tercera década proyectos de
anulación de la jurisdicción militar en materia de justicia y que el Partido
Socialista sostuvo hasta 1925 como parte de su plataforma partidaria la
supresión total del ejército tal como estaba organizado. Tampoco que las
interpelaciones a los ministros de Guerra Vélez (1913) y Justo (1926) fueron
sucesos que trascendieron el mundo militar y en los cuales los cuadros se
vieron expuestos a la opinión de parte del personal político y de la prensa
considerada por estos en el mejor de los casos como anodina y neófita, cuando
no frontalmente “antimilitarista”.
Sobre este nuevo campo de
antagonismos, algunos cuadros militares ya no
buscarán la mediación del campo político. Más bien tratarán de intervenir de modo directo sobre la población
(masculina) por medio de unos vínculos de primera mano[46].
De este modo, cuando el Grl.
Aguirre haga pública su protesta contra la participación política de los
militares en el primer gobierno de Yrigoyen, refiriéndose a la utilización del
personal militar en las intervenciones federales, o cuando el Grl. Justo, algunos
años más tarde,
vuelva una vez más
sobre el carácter profesional del ejército y su “misión esencial… tan vinculada
a los intereses fundamentales de la patria”, no deberá perderse de vista toda
esta problematización del campo político, que si no desmiente aquella otra
preocupación de larga data por la formación profesional y el adelanto en los
desempeños militares, protege bien bajo las alas de la “prescindencia política”
la novedad que supone este privilegio de ser el único portavoz del interés general en un campo político de complejidad
y conflictividad social crecientes.[47]
El ejército y el Estado
Con la forma individualista de discurrir que nosotros empleamos
traduciríamos 'a priori'
eso del ejército y la política por: consecuencias
para el ejército y para el Estado de la intromisión de los militares en la
política, o también, consecuencias para el orden público y la disciplina
ocasionadas por la extensión de los partidos políticos hasta los cuarteles…
Nada de esto, sin embargo, quiere significar el conde de Romanones en el
titulo perfectamente castizo de su libro; su pensamiento es más elevado y
fundamental; se refiere a la política como acción de gobierno con respecto al
ejército en su carácter de institución. Por mi parte, y particularizando su
significado de acuerdo con nuestra realidad, lo traduciría diciendo: influencia
ejercida sobre la preparación de la defensa nacional por la orientación política
del partido que gobierna.[48]
Este pasaje corresponde a
una pequeña reseña que el Tte. Vélez hiciera en 1921 de un libro sobre la
relación entre el estado español y su ejército,
que había sido publicado el año anterior y que llevaba
por título El ejército
y la política. La reseña
se cuela en un ambiente local en el que precisamente la relación con el
gobierno de Yrigoyen estaba singularmente tensionada. Ya no se trata de la
revolución, ni del campo político general. La política, ahora entendida
puntualmente como el gobierno del Estado y la acción de alguna de sus
instancias sobre el ejército, es el blanco de las preocupaciones para no pocos
cuadros militares a principios de la década del ’20.
Si el intento revolucionario de 1905 y la estela
de controversias que dejó sobre el tipo de delito
del que se trataba o los factores que lo volvían posible, habían
estimulado los diagnósticos y las reflexiones sobre la relación de los
militares con la revolución como fenómeno político-militar; si la ampliación y rarificación del medio ambiente
político local con la apertura
a una nueva dinámica
electoral producto de la entrada
del radicalismo en las pujas
discursivas y patrimoniales por nuevas redes
sociales pero asimismo por la mayor presencia del socialismo y otros actores
impugnadores de la arquitectura económica con su correlativo posicionamiento en el escenario internacional (pacifismo respecto a la primera guerra, júbilo
por la revolución rusa), habían funcionado como el trasfondo para una serie de reflexiones sobre
la “retirada política”
(electoral, representativa) de los
cuadros militares y la elaboración de un vínculo con un interés general no
mediado políticamente; el primer gobierno radical y los episodios de
efervescencia social y política que lo acompañaron, fueron el trasfondo desde
el que se problematizó desde el pensamiento militar el vínculo del ejército con
el aparato estatal.
Esta tercera modalidad de
distanciamiento del campo político comparte con las dos anteriores la
preocupación central por la disciplina y en este sentido
la conducta de los propios
cuadros (los que participan en la revolución, pero también los que aspiran
a una función representativa e incluso los que eligen) seguía siendo objeto de
atención. Sin embargo, incorpora al campo reflexivo diagnósticos y valoraciones
sobre una conducta que no es la de sí mismos, sino la del Estado respecto a
ellos. Si bien pueden registrarse desde 1917 puntualizaciones respecto a la
utilización unidades completas en los procedimientos de las intervenciones
federales así como un elevado grado de actividad por parte de algunos oficiales
en cuestiones relacionadas con candidaturas del radicalismo, o los criterios de
ponderación de los ascensos, existían también otros factores de malestar como
los salarios militares, deficiencias en la ley orgánica (ley de reclutamiento),
los intentos de reducción del tiempo del servicio militar, y en general una
sensación de incomodidad e impotencia debido al creciente escenario social
conflictivo en un contexto de fuerte autoconciencia de los cuadros militares de
una función social del ejército[49].
Todos estos elementos están presentes en las preocupaciones concertadas de dos grupos de oficiales
que a lo largo de 1921 traían una trayectoria paralela en reuniones y
diagnósticos y que a fines de ese año deciden
agruparse y formar
la “Logia San Martín”[50]. Llegó a reunir
con seguridad más de
150 oficiales en actividad, lo cual, si bien debe precisarse que ello no
incluía ningún oficial del Estado Mayor, representa un número no menor para el personal
de la época, más aún si se observa que los puestos ocupados eran – a
tenor de sus integrantes – estratégicamente importantes.
En ellos la mayor
preocupación estaba cifrada sin dudas en lo que consideraban un “estado de
indisciplina generalizada” y que era percibido como producto de factores sociales
y políticos y cuyo remedio “estaría en que las altas autoridades militares:
Ministerio de Guerra, Comandos de División y de grandes reparticiones,
desarrollaran una acción enérgica y conjunta en el sentido de cortar con estos
males”[51].
En un periodo de cuatro años la Logia intervino en la selección del personal
que consideraba idóneo y moralmente apto para
los cargos más altos (presidente del Círculo Militar y del Ministerio de
Guerra, incluido el ministro), la definición de algunos programas militares
(participó en el proyecto de lo que más tarde fue la “Ley de Armamentos”) y de no pocos reglamentos internos. Trató además
de modificar la conducta
de la oficialidad por medio de sanciones morales (Lista Negra, aislamientos)
participando además en la tramitación de expedientes.
Más allá de estas actividades, aunque
muy vinculado a ellas, si me detengo
casi exclusivamente en los
materiales relacionados con la Logia
es porque creo que permite
ver con cierto detalle, algunas aristas de un modo de reflexión que asumía de modo frontal
la cuestión del gobierno de sí mismos por parte de los propios cuadros
militares[52].
El diagnóstico que hacían de su contexto inmediato los estimulaba a ello. Es
que la cuestión de la “participación de militares en política” que había pasado a definir desde 1917 en gran medida la vinculación de los cuadros
con el partido gobernante,
no tardó en incorporar otros actores y cosmovisiones, incrementando los desvelos.
En el 2 de Artillería… funcionaba un soviet con participación de
suboficiales, soldados, gendarmes, bomberos
y algunos oficiales; en Jujuy el R. 20 había salido a la calle a las órdenes
de suboficiales; y en
Campo de Mayo reinaba la indisciplina más espantosa, y el jefe del
acantonamiento, el general Dellepiane, excelente profesor universitario, no fue
capaz de restablecer el imperio de las viejas ordenanzas.[53]
De aquí que el primer
artículo del estatuto de la logia remitiera precisamente a la generalidad del
diagnóstico: “el ejército está pasando por un periodo de crisis orgánica y de
espíritu que no es posible desconocer. Ella se agrava cada vez más, y si
continúa de este modo, puede ocurrir que la institución se precipite en la desorganización y en la anarquía”[54]. En varios pasajes
del estatuto se menciona un “relajamiento de la disciplina militar”, una
“crisis del carácter”, tema que era tocado con cierta asiduidad en la Revista Militar
y que desde 1919 y 1923, las Revistas Del
Suboficial y del Soldado Argentino
respectivamente, combatirán de modo abierto[55].
Como reacción entonces a un escenario local que es comprendido como político y
socialmente conflictivo, la logia propiciará medidas de “resguardo” y
“renovación” no tanto de algunos cuadros en particular, sino de la disciplina en general, de un medio ambiente singular,
la forma de vida militar. Junto a los aspectos de intervención más
“administrativos” que ya comenté más
arriba, la Logia veló intensamente y se preocupó con cierto detalle
por la conducta del cuerpo
de oficiales. El campo de regulación era singularmente amplio
y difuso, desde medidas tendientes a la desobediencia abierta a algunas resoluciones del Ministerio de Guerra, como a
minucias respecto a la vida marital o la conducta profesional de los cuadros[56].
La pieza que mejor caracteriza a la Logia como un órgano paralelo de gobierno
es el “Memorial” que de acuerdo a los Cnles. García y Pilotto fue entregado a
Alvear al momento de asumir la presidencia y que al parecer era un cuerpo
voluminoso de diagnóstico sobre el ejército y las medidas necesarias que debían tomarse. Orona ha comprendido esto como
“hacer política”[57]. Sin
embargo y paradojalmente, la Logia era el grupo que se autoasignaba el rol de
restitución de la profesionalidad en el mundo militar.
Todo esto en el marco de una
progresiva infravaloración del campo político, que alcanzaba sus niveles más
altos (en comparación con años anteriores) en la mitad de la tercera década. Un
documento interno de la Logia, denominado “Memorándum sobre la gestión del
Ministro de Guerra, General de Brigada D. Agustín P. Justo, con el fin de
conseguir la sanción de le ley de armamentos N° 11266” informaba a la Junta de
Gobierno de la Logia el modo de conducirse del propio ministro respecto al
tema, y al momento de detenerse en sus gestiones en el Congreso, caracterizaba
descarnadamente al personal político.
La mayoría de los legisladores es una masa amorfa, que posee ideas
simplistas respecto a los problemas de fondo que interesan
a la Nación; son infatuados y, en general, ignorantes; no conocen el país ni sus
necesidades y, lo que es más grave, no les interesan tampoco. Son vanidosos, y este es el lado flaco que el Ministro ha sabido explotar
maravillosamente, dándoles a comprender a cada uno individualmente que su
prestigio era tal de ser decisivo en una votación.[58]
Lo excepcional en este caso,
no son las medidas en sí mismas, sino que aparecen ligadas a una nueva regularidad en los modos de reflexión del pensamiento militar
respecto a quienes
gobiernan el Estado (el presidente, el partido de gobierno, el poder
legislativo). De modo contemporáneo a la yuxtaposición entre presidente, jefe
militar y juez militar supremo que he trabajado en otro lugar, y que
caracteriza al ethos militar de gobierno en su plano jurídico, estos
diagnósticos venían a demostrar que tal andamiaje
estaba lejos de poder cumplirse
en la coyuntura inmediata. Ya en el segundo año del primer gobierno
radical aparecieron algunos sugestivos artículos que casualmente venían a
recordar la índole técnica de la materia militar y la necesidad del carácter
indirecto del ejercicio de gobierno por parte del presidente[59].
Sin embargo, no deja de
sorprender en algún sentido el título que Juan Orona buscó para su compilación
del material sobre la Logia (“La logia militar que enfrentó a Hipólito
Yrigoyen”). Teniendo en cuenta
el periodo de existencia de esta (fines
de 1921 – fines de 1925) y que el primer
gobierno radical finalizó
en octubre de 1922, existe
un claro desfase
y con él la necesidad
de buscar alguna vía de
interpretación respecto la continuidad de la logia más allá del gobierno de
Yrigoyen. Pues bien, considero que
la singularidad no está en el enfrentamiento con algún gobierno en particular
del Estado (en este caso Yrigoyen), sino en la relación del ejército con el
Estado como tal. De modo explícito, la
disolución de la Logia respondió a una adecuación entre un diagnóstico sobre la
“realidad del ejército” y sus expectativas y pretensiones al respecto. No era
el gobierno efectivo y existente del Estado el blanco de problematización, ello
había sido más bien el estímulo. Se trataba de la conducta esperable y adecuada
del Estado bajo cualquier gobierno. Y este era quizá el punto más alto de
distanciamiento del campo político.
Por otra parte, nada de esto
debiera separarse de un desarrollo exponencial en los mismos años de saberes y
preocupaciones por aspectos técnicos y organizativos. La ampliación del
material de lectura disponible, así como el tenor de los intercambios
producidos representan una diferencia respecto a los años anteriores,
particularmente afectados por un romanticismo militar derivado de la abrupta
asimilación de la guerra y a la vez producto de una percepción de un clima
local hostil. En clara contraposición a esto, podríamos fechar entre 1922 y
1923 un renovado medio ambiente de ilustración militar[60].
Aspiraciones técnicas, éticas y diagnósticos sobre el campo político. Todo
junto y al mismo tiempo. Quisiera para finalizar introducir brevemente una
justificación respecto a por qué dejé de lado en este recorrido del pensamiento militar
sobre la política
la cuestión de las ideologías y los intereses, y las ventajas
que comporta en este sentido
una mirada sobre las “artes
de gobierno”.
Notas sobre la relación entre el esquema
del distanciamiento y las matrices político-identitarias
La relación entre ejército y
política bien podría haber sido considerada desde el punto de vista de los lazos ideológicos o familiares que vinculaban a las elites
políticas y militares, pero también los intereses materiales que afectaban a
algunos cuadros con determinados partidos y no otros, o la conducta de los “militares-legisladores” en el Congreso.
Algo de esto ha sido trabajado
ya
en otras ocasiones.
Podría haber dicho algo del
filo radicalismo (aunque en momentos y con matices muy diferentes) de los
Grales. Campos y Justo, los vínculos de Grl. Racedo con Juárez Celman, la
participación de los altos mandos en las decimonónicas reuniones de notables en
las que se nominaba al candidato presidencial, la asistencia de los cadetes del
Colegio Militar al acto del jardín Florida en 1890 o incluso haber profundizado
en el trabajo de Etchepareborda respecto a la participación de los cuadros de
oficiales subalternos en los hechos de 1905. Y en ese registro podría haber
presentado tal vez un escenario mucho más poroso
y abierto del mundo militar
que el que quedó esbozado
en las páginas previas. Los “clásicos” han tomado en este sentido
direcciones similares, al vincular a los jefes militares, sus personalidades y
sus afinidades electivas, con las elites políticas y sus disputas. En cuanto a
la forma de comprender el mundo político desde los propios cuadros militares,
fue algo en el mejor de los casos asumido, y por lo general poco indagado.
Precisamente, creo que
existen formas de indagar en la formación de marcos de comprensión respecto al
mundo político atendiendo antes que a las porosidades (las múltiples
coyunturas, los perfiles profesionales, las personalidades y sus trayectorias)
a determinados marcos reflexivos y propuestas comportamentales generales y
relativamente estables en el tiempo. Pero entonces y por esa misma razón, la
lectura de estas páginas podría cuestionar la falta de detenimiento en las
ideologías políticas de la época. No me he detenido en esos cuerpos más o menos
estabilizados de pensamiento respecto a la organización de la vida colectiva, y
que marcan para grupos de individuos el sentido y el norte de las acciones. No
lo he hecho porque considero que en realidad tales cuerpos de pensamiento
existen por lo general de una manera vicaria, es decir, inscriptos nominalmente
en procesos que los dotan de sentidos particulares. Recurro a un par de
ejemplos para una mayor comprensión.
En el periodo comprendido aquí
son dos las corrientes asumidas explícitamente por alguna variante del
pensamiento militar: el republicanismo a fines del siglo XIX, y el fascismo en
la tercera década del siglo XX. Existe además una gama importante de
indicadores que podrían agruparse en lo que Forte y otros autores han
denominado como “nacionalismo militar”, aunque no pueda percibirse una maniobra
de recepción y lectura por parte de los cuadros militares (al menos tal como
ocurre con las dos variantes anteriores) de alguna “corriente nacionalista”.[61]
Respecto al republicanismo,
los cuadros militares en las décadas del ’80 y del ’90 habían asumido
como propias dos presunciones que mostraron en este caso una convivencia difícil: la igualdad de todos los individuos respecto
a la ley, pero además la imposibilidad de que la ley transite sobre sus derechos.
Recostadas sobre este doble y problemático aporte del republicanismo se habían
columpiado las dos modalidades de reflexión sobre la relación entre ejército y población masculina
que proyecté en estudios anteriores, una atendiendo el ingreso libre y voluntario, la otra defendiendo
el SMO. No puede precisarse entonces un único valor del republicanismo en los
juicios y reflexiones militares.
En relación al fascismo pasa
otro tanto, y en esto me adelanto a lo que quisiera desarrollar en la segunda
entrega de estos nuevos esquemas de distanciamiento y compromiso en el mundo
militar. El fascismo ingresa en las reflexiones militares sin prácticamente
ninguna relación a algún problema político (una hipotética disconformidad con
el modo de organización estatal-partidaria o representativa de la Argentina,
etc.) sino más bien de la mano de unos diagnósticos definidos sobre la cuestión
social. Las razones y preocupaciones más bien culturales que habían sostenido
el SMO en sus primeros años de existencia, cuando los diagnósticos de los
propios cuadros respecto a la conveniencia exclusivamente militar del sistema
adoptado eran particularmente críticos, estaban originados en la incomodidad
del cosmopolitismo idiosincrático de la población. Esta tonalidad marcial y
mundana del “crisol de razas”, es diferente a la preocupación socio-cultural de
la tercera década, cuando la primera guerra mundial y la Revolución Rusa (más
precisamente los vínculos que se anudaron entre esta y algunos hechos locales)
permitan conectar asuntos aparentemente tan diferentes como el interés por las
posibilidades del voto censitario o el problema de la defensa nacional desde
una concepción ampliada de preparación para la guerra. En este marco se fue
gestando un nuevo tipo de vínculo de mayor asimetría con la población
masculina, que se decantó en la tercera década por una explícita sensibilidad
social-tutelar.
En relación a esto y desde
mediados de la década del ’20, se presentó en algunos casos la organización
social propiciada por el estado fascista italiano como un modelo que parecía
otorgar algunas respuestas a estos problemas, pero no hay razones que permitan conectar
esto con el Estado
o el sistema de partidos. Me refiero a que las imágenes fascistas de “comunidad
organizada” o “corporativismo social” tenían
una tonalidad más bien cultural
y convivían en un mismo cuadrante
con el supuesto de un estado republicanamente organizado, siendo este uno de los rasgos del ethos militar de gobierno a fines de la
década del ’20 en la Argentina. Por eso mismo, el Estado como tal, en su
función y modo de existencia, no era (todavía) objeto de un problema singular
en los modos de reflexión.
El tema del nacionalismo militar es un tanto más complejo, ya que remite
a aspectos y variantes de la reflexión militar que no siempre
estuvieron cercanos unos de otros. La propia organización militar, el tipo de
conducta económica que debía sostener el Estado, pero también los
comportamientos éticos individuales, podían llevar adosados tal predicado
(nacionalista) sin que por ello pudiera identificarse un patrón común (su
adecuación a una supuesta fortaleza del Estado, la población, la constitución,
el territorio, los valores, etc.). En todo caso, parece estar ligado a ese gran rescoldo del pensamiento
militar que significó el “interés general” parapolítico que emergió con fuerza
en épocas de romanticismo militar, al calor de los diagnósticos de la primera
guerra y la revolución rusa. Y en relación a todo esto, el “nacionalismo”
utilizado como categoría en los estudios posteriores, parece
brindar más bien una claridad
austera, toda vez que el efecto retroactivo del acto de nominación pudiera estar unificando tonalidades reflexivas bien diversas bajo un mismo nombre.
Por estas razones me he
privado de un enfoque directamente centrado en las ideologías políticas, y he optado en cambio por ver en los ejercicios de problematización efectivos de los cuadros militares, las modalidades de su presencia. Tal
como lo adelanté unas líneas más arriba, he tomado por principio en este
trabajo el hecho de que las corrientes de pensamiento político (liberalismo,
republicanismo, etc.) asumen por lo general, en el marco de las reflexiones que
los individuos realizan para gobernarse a sí mismos o para gobernar a otros,
acentuaciones y valoraciones singulares, de acuerdo a la labor estratégica que
cumplen, el campo local de adversidades que deben afrontar o las alianzas a las
que quedan adheridas. Pero a la vez y
en algunos casos llegan a tener el efecto
de comprometer dichos campos de reflexiones, al valor
nominal con el que son conocidos.
Por todo esto considero que
el republicanismo militar decimonónico y más aún el fascismo cultural que
circuló fluidamente, aunque no en un sentido político en la década del ’20, no
fueron en ningún caso polos de atracción en sí mismos que fijasen las lecturas y los diagnósticos respecto
a aquél presente.
Más bien parecen
haber funcionado como elementos de orientación en los focos de problematización específicos en los que intervinieron. En un caso, como
legitimador de la adecuación del SMO a las pautas constitucionales. En el otro, como maniobra de visibilización de un caso exitoso de supervivencia y éxito de una moralidad y vida socio-cultural cercana a
la que los cuadros, sin terminar de dar forma aún, buscaban preservar.
Conclusión
En
estas páginas he tratado de justificar la hipótesis de la elaboración de un
marco de distancia desde el pensamiento militar respecto al mundo político en
las primeras tres décadas del siglo XX en la Argentina. Creo que en este
esquema de distanciamiento no podrían distinguirse del todo las demandas de los
propios cuadros de neutralidad público-valorativa derivada de la creciente
autoconciencia de su grado de especialización, de los razonamientos que estaban
acicateados por los contextos públicos hostiles en los que interactuaron, en lo
fundamental desde la segunda década. La formación de militares profesionales,
se dio sobre este trasfondo. El esquema de la distancia comporta un alejamiento
tanto de la acción pública directa ligada a partidos, la elección y la
representación política, así como de la tolerancia a la asignación de criterios
organizativos de la vida militar desde entornos ajenos al propio mundo.
Deseo
señalar tan solo un aspecto que podría derivarse de este estudio y que nuevas
indagaciones podrían profundizar. De sostener esta hipótesis, el Estado y el mundo
político parecerían haber entrado al campo de las reflexiones y preocupaciones
militares en el marco del problema del gobierno de sí mismos, no del gobierno
de los otros (del mundo civil, la sociedad, etc.). Con esto quiero decir que
para la tercera década del siglo XX la función, la misión del Estado respecto a
la sociedad no era un asunto de agenda en las reflexiones militares, más allá
de las preocupaciones por los efectos que una sociedad particularmente atraída
por entornos ideológico-valorativos de izquierdas podría tener respecto al
Ejército y a la organización armada.
Esto,
que sin duda merecería un estudio puntual, parece ratificarse por los trabajos
realizados alrededor del golpe de 1930. La literatura sobre el primer golpe de
Estado exitoso del siglo XX (entendido por los cuadros involucrados en ella
como Revolución no política, por
fuera y más allá del campo político) ha señalado el carácter más bien episódico
y casi contingente de su éxito. Ha indicado también la poca difusión en el
mundo militar del férreo corporativismo antidemocrático que llevaba adelante el
Grl. (R) Uriburu. Ahora bien, a pesar de ello este episodio pudo haber llevado
a la literatura a considerar la “incursión de los militares en política”, como
una apuesta pública y contundente por otros modos de organización social,
política y económica diferentes a los del yrigoyenismo, cuando no del sistema
democrático.
La
lectura de estas páginas aspira a sugerir otra dirección. La publicidad del
acontecimiento radical que significó el éxito del golpe de Estado, pudo tener
como efecto la sobrevaloración del carácter fascista o corporativista del
ejército asumiéndose una relación directa entre este y su gravitación en el
campo político (el gobierno de los otros, el gobierno del Estado). Quizá de
este modo se haya subvalorado – cuando no invisibilizado totalmente – todo ese
complejo proceso y con impactos no menores en el futuro de nuestra vida social
y política, de distanciamiento entre mundo militar y mundo político en la
racionalidad militar, y la formación de un espacio, no solamente laboral e
institucional, sino afectivo y simbólico sostenido por regulaciones y cuidados
exclusivos y propios, en el marco de una comprensión por parte de los cuadros
militares de un entorno, por lo menos, adverso.
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nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional 1852-1880. Buenos Aires:
Editorial Biblos.
* Centro de Estudios Sociales, Conicet – Universidad
Nacional del Nordeste. Agradezco a Germán Soprano sus comentarios y sugerencias
a este trabajo.
[1] El audio
del discurso de despedida está disponible en https://www.lanacion.com.ar/politica/brinzoni-se-despidio-del-ejercito-nid499480
[2] Deseo
consignar el trabajo de Hugo Quinterno como una excepción a la literatura en la
que me detendré de aquí en adelante. Quinterno es escéptico respecto a la
existencia de un proceso de profesionalización, al menos hasta inicios de la
segunda década del siglo XX. Lo que en todo caso existió fue un proceso de
modernización sin profesionalización, en el que la adquisición de armamentos y
la reorganización de las unidades de combate, no fue seguida ni por guerras que
pongan a prueba a los combatientes ni por programas de entrenamiento generales
y sistemáticos. Ver Quinterno, H. (2014). Fuego
Amigo. El ejército y el poder presidencial. Buenos Aires: Editorial Teseo,
p. 238.
[3] Scenna, M.
A. (1981) Los militares. Buenos
Aires: Editorial de Belgrano, p. 10.
[4] García
Molina, F. (2010) La prehistoria del
poder militar en la Argentina. La
profesionalización, el modelo alemán y la decadencia del régimen oligárquico.
Buenos Aires: Eudeba.
[5] Beltrán,
V. R. y Ochoa de Eguileor, J. (1968). Las Fuerzas Armadas hablan. Buenos Aires:
Paidós, p. 32 resaltado mío. Véase también Potash, R. (1985) El ejército y la política en la Argentina
(I) 1928-1945. De Yrigoyen a Perón. Buenos Aires: Hyspamerica, pp. 82-87.
[6] Dick, E.
(2014). La profesionalización en el
Ejército Argentino (1899-1914). Buenos Aires: Académica Nacional de Historia, p. 103
[7] Ibídem.
[8] De Imaz,
(1964). Los que mandan. Buenos Aires:
Editorial Universitaria de Buenos Aires p. 49, resaltado mío.
[9] Cantón, D. (1971) La política de los militares argentinos,
1900 – 1971. Buenos Aires: Siglo XXI, pp. 100-103.
[10] Ibídem, p. 114.
[11] Potash, (1985) El
ejército y la política en la Argentina (I) 1928-1945. De Yrigoyen a Perón, op.
cit., p. 82.
[12] Ibídem, p. 402
[13] Rouquié, A.
(1986). Poder militar y sociedad política
en la Argentina, Tomo I. Buenos Aires: Hyspamérica, p. 56
[14] Avellaneda, A
(2017). “El ciudadano de las barracas. Genealogía del servicio militar como
problema y preocupación en los cuadros militares argentinos en la esquina de
los siglos XIX y XX”, Revista Coordenadas, año 4, nº 1, (pp. 57-86).
[15] Avellaneda,
A. (2016). “Del cálculo de las fronteras a la elaboración de un interior:
diagnósticos y proyectos sobre el espacio en los cuadros militares argentinos a
fines del siglo XIX”, Revista Universitaria de Historia Militar, vol. 5, nº 10
(pp. 241-263).
[16] Quinterno, H.
(2014). Fuego Amigo. El ejército y el poder presidencial, 1880-1912, o. cit.
[17] Cornut, H. (2017) Pensamiento,
profesionalización militar y conflicto en el ámbito del ABC a principios del
siglo XX. PolHis, Año 10, Nº 10, pp. 127-160. Buenos Aires, p.130.
[18] Zimmermann, E.
(2010) “En tiempos de rebelión. La
justicia federal frente a los levantamientos provinciales, 1860- 1880”, en
Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez, (Coords.), Un nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional 1852-1880.
Buenos Aires, Editorial Biblos.
[19] Codesido,
L. (2012) “Zacarías Segura, “salteador y montonero”. El caso “Segura”: justicia
militar versus justicia civil en la segunda mitad del siglo XIX”. Cuadernos de
Marte, año 2, Nº3, pp. 223-248.
[20] Fasano, J. y
Sillitti, N. (2013). “La espada y la balanza. Reflexiones a partir del
juzgamiento de la “revolución” de 1905”. PolHis, Año 6, N° 11. Buenos Aires,
pp. 82-93
[21] Quinterno, H.
Fuego Amigo. El ejército y el poder presidencial en Argentina, 1880-1912, op.
cit.
[22] Reali, M. L.
(2018) “Revolución y amnistía en Argentina. La definición de las esferas civil
y militar en el levantamiento radical de febrero de 1905”, Amnis nº17. París
[En Línea]. Disponible en https://journals.openedition.org/amnis/3772#tocto1n1
[23] Sillitti, N.
(2014) El levantamiento armado de 1905.
Estado, Ejército y delito político en la Argentina a comienzos del siglo XX,
Tesis de Maestría en Investigación Histórica. Buenos Aires: Universidad de San
Andrés.
[24] Sillitti, N.
(2014) El levantamiento armado de 1905.
Estado, Ejército y delito político en la Argentina a comienzos del siglo XX,
op. cit. p. 57. Esto debería comprenderse a su vez en relación a los primeros
movimientos hacia una arquitectura jurídica de excepción que, más allá de los
códigos de 1894 y 1898, fue uno de los terrenos de continuas inventivas y
controversias en el mundo militar en esos años. Ver Abasolo, E. (2002) El derecho penal militar en la historia
argentina. Córdoba: Academia Nacional de Historia y Ciencias Sociales de
Córdoba (en especial capítulos VII y VIII).
[25] Ibídem, p. 62-63.
[26] Diario de Sesiones
de la Cámara de Diputados, (1894) Buenos Aires: Hemeroteca del Congreso de la
Nación, p. 423.
[27] Sillitti,
N. “El levantamiento armado de 1905. Estado, Ejército y delito político en la
Argentina a comienzos del siglo XX”, op. cit., p.78-79. Hugo Quinterno, en su obra ya citada, señala algún caso
en la provincia de Córdoba.
[28] La Biblioteca Nacional
Militar dispone de un ejemplar
anillado con la leyenda como título “Proceso
de rebelión del 4 de febrero de 1905” fechado
originalmente en 1906 y que contiene los movimientos más importantes en la
causa seguida a los 50 implicados en varios delitos relacionados con los hechos
del cuatro de febrero del año anterior en Capital Federal. A partir del
expediente del My. Aníbal Villamayor puede percibirse que las recusaciones ante
la Corte Suprema estaban relacionadas con los “Tribunales Especiales” creados por decreto
por el presidente Quintana (si bien estaba
pautada la posibilidad en el
Código) y no representaban un intento por evitar la jurisdicción militar.
[29] Bustillo, J.
(1898) Código de Justicia Militar para el ejército y la Armada, Buenos Aires,
Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, p. 167.
[30] Diario de
Sesiones de la Cámara de Diputados, (1905), op. cit., p. 417.
[31] Mendoza, J.
(1885). “Conferencia”, en Revista del
Club Naval y Militar (pp. 371-400). Buenos Aires: Círculo Militar, p. 398.
[32] Un diagnóstico en
esta dirección es el de Carlos Pellegrini sobre la “Revolución del Parque”.
"Las últimas conmociones amenazaron desorganizar el ejército introduciendo
en sus filas la pasión política, incompatible con la disciplina que es no sólo el secreto de su fuerza,
sino la condición necesaria de su existencia.”. Ver, Pellegrini, C. (1892). “Guerra”. Enciclopedia
Militar (pp. 149-152). Buenos Aires: Imprenta Europea, p. 149.
[33] Diario de Sesiones
de la Cámara de Diputados, (1905), op. cit., pp. 176-180.
[34] Ibídem, p. 179.
[35] Avellaneda, A.
(2017b) “Racionalidad militar e ingreso voluntario al Ejército a fines del
siglo XIX”, Revista Coordenadas, vol. 3, nº 6 (pp. 124-156).
[36] Marenco, C.
(1892). “Dictamen Importante”, en Enciclopedia Militar, op. cit., pp. 33-34.
[37] En este sentido, buena parte de la literatura sobre las Guardias
Nacionales representa un decidido esfuerzo por mostrar en sus matices y
sutilezas el espesor político de sus cuadros y de sus funciones en coyunturas
de elecciones, revoluciones, pero también en relación a movilidad social y
política. Por citar solamente las miradas de conjunto sobre este cuerpo
bibliográfico, pueden verse los trabajos de Canciani, L. (2012) “Las Guardias
Nacionales en Argentina durante la organización nacional: balances y
perspectivas historiográ?cas”. Historia Unisinos, (pp. 391-402), vol. 16(3); Macías,
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Hispanoamérica. Estudios y propuestas para el siglo XIX. Boletín del Instituto
“Emilio Ravignani”, nº42, pp. 24-30; Macías, F. (2016). “El deber de enrolarse
y el derecho a votar. Reflexiones en torno a la ciudadanía armada y el sufragio
en argentina, 1863-1877”. Revista de Indias (pp. 233-258), nº 266; Macías F. y
Sabato, H. (2013) “Guardia Nacional: Estado, política y uso de la fuerza en la
Argentina de la segunda mitad del siglo XIX”. PolHis (pp. 70-81), nº 11.
[38] Teobaldi, G.
(1909) “Condición política del militar”. Revista del Círculo Militar, nº 101
(pp. 342-331). Buenos Aires, p. 326.
[39] Teobaldi, G.
(1908) Condición política del militar.
Tesis de Doctor en Jurisprudencia. Buenos Aires, Facultad de Derecho. Imprenta
y Casa Editora Adolfo Grau, p. 179. Disponible en http://www.bibliotecadigital.gob.ar/items/show/905
[40] Ibídem, p. 153.
[41] Refiriéndose a los
medios y los fines que justifican la adhesión a ideales, Teobaldi recuerda, en
comparación con lo que sucede en el mundo militar, que “cuando se entra en el
terreno del sectarismo político, estos lazos suelen ser más fuertes aún."
(Ibídem, p. 156).
[42] Es notable la
virulencia creciente con la que consideraban los rasgos predominantes del campo
político. La que sin duda podría señalarse como la primera pieza militar de
interpelación directa a un “pueblo”, el libro del Tte. Cnel. Smith Al pueblo de mi patria de 1918, contiene
diseminados pasajes como el siguiente: "… la gran masa del pueblo persiste
en su vicio capital: la ignorancia, aun con ciertos ribetes de sabiduría. Al
decir de Stuart Mill, son estas masas las que gobiernan y forman la opinión
dominante, causa por la cual es a ellas que se hace la corte para llegar al poder. Y de aquí, por cierto, nace un nuevo
peligro creado por esos cortesanos que al
adular al hombre del pueblo y quemar
en su loor todo el incienso posible,
lo extravían del verdadero significado de su rol social para
hacerles creer que ellos son el todo absoluto dentro del Estado.” (Tte. Cnel. Smith, Al Pueblo de mi Patria. Buenos Aires:
Talleres Gráficos del Estado Mayor del Ejército, p. 220). El Grl. Uriburu,
recorría lugares cercanos en un discurso dos años más tarde. “Del esfuerzo
solidario y perseverante de unos y otros [civiles y militares] depende que el
país continúe su curva ascendente hacia la realización de su grandioso destino, o que, siendo el campo
de ensayo de todas las doctrinas disolventes, caiga en la más espantosa de las anarquías merced a la incuria, a la
ignorancia o a la cobardía de la clase dirigente.” (Revista Militar, diciembre
de 1920, p. 1720).
En fin, imágenes similares se encuentran en la temprana
pieza de Teobaldi,
“los candidatos y generalmente sus gestores
hablan poco a la razón o al buen criterio, pues que no tratan de convencer sino
de excitar, no tratan de demostrar sino de enardecer, no tratan de actuar sobre
la inteligencia y las altas dotes y/o facultades del individuo, sino sobre sus
debilidades o pasiones, sobre sus necesidades e intereses. En una palabra, es
principalmente a la sensibilidad emotiva de sus conciudadanos que se dirigen en sus campañas electorales, no importa con
cuales recursos o elementos con tal de lograr un cómputo que afiance las
probabilidades felices de la campaña emprendida. No hay recurso que no se
extreme, no hay pasión que no se estimule.” (Teobaldi La condición política del militar,
op. cit., p. 152), o “El empleado, el militar, debe
abstenerse de emitir su voto, de actuar
en la política, eludiendo la corrupción, el servilismo o la deslealtad.” (Ibídem, p. 153).
[43] Pueden verse el
artículo del Tte. Cnel. Rodríguez “El verbo es vida” (Revista Militar, mayo de
1910: pp. 493-497), el discurso de recepción de los egresados del Colegio
Militar por parte del Grl. Ricchieri (Revista Militar, 1914 enero-febrero: pp. 3-7).
[44] Teobaldi, G. (1908) Condición política del militar. Tesis de
Doctor en Jurisprudencia, op. cit., p. 160.
[45] Domínguez, E.
(1925) Colección de Leyes y Decretos Militares, Tomo 8, 1915: 607; Tomo 9-1916:
105; Tomo 10, 1923: pp. 345-346
[46] Desde finales del siglo XIX los cuadros
militares se quejarán
de la prensa y en varias ocasiones
llegarán a lamentar la ausencia de publicaciones
propias con las que incidir en la opinión pública. En 1906, el Círculo Militar
editó en formato de opúsculo “‘El Diario’ y el Ejército”, un dossier que
contenía una nota aparecida en "El Diario", el 12 de enero de 1906, titulada
"El Ejército y el país", la respuesta de la Comisión
Directiva del Círculo
Militar (su presidente era el Cnel. Munilla), y una
contra-respuesta por parte del diario. El tema del intercambio era la función
del ejército en tiempo de paz. Algunos materiales que se pueden consultar a fin
de seguir el derrotero de la preocupación por una interlocución sin mediadores
con la población, son “El servicio obligatorio. Necesidad de una propaganda
periodística” (Revista Militar, abril de 1901: pp. 393-399); “La prensa militar
en Chile” (Revista Militar, mayo y junio de 1903: 486-490); “Informe de la
dirección” (Revista Militar, junio de 1907: 5-6); “El ejército y la prensa” (Revista
Militar, agosto de 1907: 272-274); “Periodismo Militar. Su necesidad” (Revista Militar,
febrero de 1914: 115-116); “Maniobras de 1914. Observaciones dentro del rol de
oficial subalterno” (Revista Militar, agosto de 1914: 301-311); “La vinculación
del Ejército con el pueblo” (RM,
marzo de 1923, 341-343); “Diario Militar” (Revista Militar, enero de 1926:
49-51); “Algunas ideas sobre la preparación integral de la nación para la
guerra” (RM, octubre de 1927, pp. 649-671 [ver especialmente 669-671]).
En 1922, el discurso del director del
Colegio Militar a los nuevos egresados recuperará de un modo descarnado este
punto. “Poneos en contacto con el pueblo para lograr con vuestra acción
perseverante que la masa de este llegue a ser el mejor aliado de nuestra
institución y para combatir la obra disolvente, por ser anárquica, de los
elementos sociales desorbitados. Digo combatir y no defendernos, que es lo que hasta ahora vamos
haciendo y haciendo pasivamente, olvidando en esa
lucha el principio militar fundamental según el cual el mejor medio de
defenderse es atacando. Y deseo que esto no alarme a mis oyentes: al hablar de
combate, al mencionar la lucha, me refiero a la acción por medio de la
propaganda escrita, oral y gráfica, que vigorice el sentimiento patrio y desmenuce las utopías del
internacionalismo”. Revista Militar (1922) “Discurso del Director del Colegio
Militar”, p. 1720.
[47] El decreto presidencial de febrero de 1923 respecto
a la prohibición de la participación política
por parte de oficiales,
suboficiales, tropa y asimilados, seguía formalmente lo dispuesto en 1905,
aunque mucho había cambiado en el medio. Ver Domínguez, E. (1925). Colección de
Leyes y Decretos Militares, op. cit., Tomo 10, 1923: pp. 345-346. Para la
intervención del Grl. Aguirre, ver diario La Nación, 19 de abril de 1918
(reproducido también en Diario
de Sesiones de la Cámara de Diputados, 1918, Tomo 1, pp. 437-440). La cita del Grl. Justo corresponde a un discurso publicado
en la Revista del Suboficial,
noviembre de 1925: p. 13. Una pieza central del Grl. Justo (valorada por los
propios cuadros en su momento) es su discurso a los nuevos subtenientes en el
Colegio Militar en 1921 (ver Revista Militar, enero de 1921, pp. 1-10).
[48] Tte. Vélez (1921) “El
ejército y la política”, Revista Militar nº244, (pp. 671-677). Buenos Aires, p.
673.
[49] Ver, “Ley de cuadros y ascensos en el ejército”
(RM, marzo de 1919: 416-434);
“El espíritu de sacrificio y la moral de nuestro cuerpo de oficiales”
(RM, 1920: 393-394); “El cincuentenario del Colegio Militar. Discurso del Grl.
Ricchieri” (RM, 1920: 1159-1160); “Principios que deben regir para los
ascensos. Antigüedad, concurso y elección” (RM, 1921: 1621-1625); “El ejército
y sus necesidades apremiantes” (RM, 1922: 751-755). La conferencia del Tte.
Cnel. Francisco Vélez
representa sin dudas una lograda
síntesis y justificación de la función
social y política
del ejército (ver RM, octubre
de 1919: pp. 1743-1762). Las primeras Memorias del Ministerio de Guerra luego
de asumir el Gral. Justo también
hacían alusión, sin el dramatismo que emerge de los documentos de la logia, a
lo inconducente de la utilización de cuadros militares en las intervenciones
(MMG, 1923, 1924).
[50] En lo que sigue me remito a Orona, J. (1965). La logia militar que enfrentó a Hipólito Yrigoyen. Buenos Aires:
Editorial Leonardo Impresora; y Orona, J. (1957). “Una logia poco conocida
y la Revolución del 6 de septiembre”, en Bagú y otros (Comp.). Crisis y Revolución de 1930. Buenos Aires:
Hyspamérica, pp. 89-118.
[51] Orona, J. (1965). La logia militar que enfrentó a Hipólito Yrigoyen, op. cit., p.
89.
[52] Orona toca este punto. Para él la Logia “fue algo así
como un Ministerio de guerra ad hoc, obrando con hilos invisibles en todo el
país desde la Capital Federal. Durante su existencia hubo en realidad un
Ministerio de guerra bicéfalo, con el titular de la cartera
en la Casa Rosada y el presidente de la Logia en el Círculo
Militar (Orona, “Una logia poco conocida y la Revolución del 6 de septiembre” op. cit., p.
109).
[53] Orona, J.
(1965). La logia militar que enfrentó a
Hipólito Yrigoyen, op. cit., p.
83. En la misma página el autor
incorpora el testimonio del Cnel. García (primer presidente de la Logia) que
señala los mismos casos. No importa tanto para este trabajo la existencia histórica de comunistas en el ejército
argentino a inicios de la tercera década
del siglo XX, sino el hecho intelectual y cultural de su asimilación por parte de oficiales superiores como un punto límite, algo
imposible de representar (aceptar) como parte de la realidad.
[54] Ibídem, p. 88.
[55] Respecto a la Revista
Militar, pueden consultarse los artículos del Tte. Cnel. Rodríguez que desde
1915 venían acicateando la atención de sus camaradas sobre este punto (“Crisis del carácter” Revista Militar, diciembre de 1915: 759-763; “Crisis
del carácter II”, febrero de 1916:
65-70; “Crisis del carácter III”, abril de 1916: 193-196).
Claro que en este caso se trataba
de la conmoción de la primera guerra y de las primeras
intervenciones de un romanticismo militar que, además de buscar ilustración y
preparación técnica, posaba su atención como nunca antes en el espacio público.
[56] El art. 49 del Estatuto
estipulaba que “cuando
un miembro sea solicitado para prestar servicios en una intervención [federal]… se negará en principio a ello”. Por otra parte,
y a raíz de un hecho singularmente cotidiano promovió además una resolución que impedía la
entrada a los cuarteles a cualquier persona que a consideración del jefe de la
unidad contribuya con “ideas disolventes del interés general o afecte la
disciplina interna” (Resol. 24 de enero de 1925 [la resolución abarcaba a los
profesores civiles del Colegio Militar y de la Escuela Superior de guerra]). En
otra ocasión la Junta de Gobierno de la Logia intervino en las opiniones que
circulaban sobre la esposa de un oficial y “a través de unos de sus miembros
[comunicó a este] que debía elegir entre el repudio de su esposa o la baja.”
(Ídem: 120-121). Finalmente, “La Logia velaba por el prestigio y ascendiente
moral de la oficialidad en general y de sus miembros en particular. Procedía
sin dilación cuando tenía conocimiento de actitudes o procedimientos que
afectaban moralmente a alguno de aquella o de estos.” (ídem: 118).
[57] Orona, J. (1965). La logia militar que enfrentó a Hipólito Yrigoyen, op. cit., p. 136.
[58] Ibídem, “Anexo,
letra C”, pp. 170-171
[59] “En las monarquías todos los hijos de familias dirigentes, en particular
el heredero del trono y sus presuntos sucesores, hacen metódico y fundamental aprendizaje del comando; así se explica
la eficiencia con que se desempeñan
cuando les toca actuar. Los gobiernos electivos, por el contrario, tienen a la cabeza hombres
extraños al medio
militar; y los tienen porque la elección depende de la política interna
y esta excluye las instituciones armadas cuando la democracia es verdadera” Y
más adelante se concluye que “la facultad de comando del Presidente de la
Nación es inherente a su propia investidura; pero que debido a la naturaleza
del cargo y a la preparación misma de los hombres que lo desempeñan, no puede
ser ejercida sino en forma indirecta.” (Revista Militar, septiembre de 1917: p.
629). El carácter “evidente” y de “sentido común” de manifestaciones como
estas, no debiera obstar para colegir el presupuesto que estimulaba su
publicación en ese momento, siendo una de las primeras percepciones de una
clara inadecuación de la conducta esperable por parte del Estado (en este caso,
el presidente) en relación a la forma de vida
militar.
[60] Respecto a la percepción de un progreso y la exposición de un optimismo militar ilustrado, pueden consultarse “Discurso del señor Grl. de División Eduardo Broquen, presidente del Círculo Militar (Revista Militar, marzo de 1923: 127-131); “Reacción profesional del ejército” (Revista Militar, noviembre de 1923: 611-614) y “Disciplina, mando y gobierno de las unidades” (diciembre de 1923: 711-716); “Argentina y sus progresos en 1923” (Revista Militar; agosto de 1924: 159-162 [conferencia de un militar chileno de regreso a su país]); “Encaucemos nuestras energías” (Revista Militar, marzo de 1925: 189- 190). Uno de los intercambios técnicos más publicitados fue la polémica a principios de 1922 entre el Tte. Cnl. Ramón Molina (profesor del Colegio Militar), el Tte. Cnl. Abraham Quiroga, y el Tte. Cnl. Accame (profesor en la Escuela Superior de Guerra) sobre los reglamentos tácticos para el combate y las nuevas doctrinas de guerra. Buena parte del debate estaba centrado en la correcta lectura de la obra de Von Schlieffen. Las piezas del intercambio corresponden a distintos números de la Revista Militar y son a) “Algunas reflexiones respecto a la obra ‘Cannae y el modo de operar de San Martín’” (Tte. Cnl. Molina, enero de 1922, pp. 93-111); b) “La instrucción táctica de oficiales” (Tte. Cnl. Molina, febrero de 1922, pp. 149-156); c) “Doctrina de Guerra” (Tte. Cnl. Abraham Quiroga, febrero de 1922, pp. 271-276); d) “Sobre Doctrina de Guerra” (Molina, marzo, pp. 375-392); e) “Crítica a 'Cannae y el modo de operar de San Martín’” (Accame, abril, pp. 303-312); f) “Sobre doctrina de Guerra” (Tte. Cnl. Quiroga, abril, pp. 467-469); g) “Algo más con motivo de Cannae, del teniente coronel Accame. Concepto sobre la enseñanza de la táctica” (Molina, abril, pp. 489-504); h) “Punto final a la discusión sobre 'Cannae'”, (Accame, pp. 692-694). Se publicaba además mucha información sobre la situación y el estatus de la caballería, luego de su imposible utilización en las cargas ofensivas en la primera guerra.
[61] Lo que no es
obstáculo, claro, para la indagación de un clima de ideas en el que los
militares puedan haber participado. Algunos desarrollos en Forte, R. (1999).
“Génesis del nacionalismo militar. Participación política y orientación
ideológica de las Fuerzas Armadas argentinas a comienzos del siglo XX”. Signos
Históricos (pp. 103-135). Distrito Federal: Universidad Autónoma Metropolitana
– Iztapalapa. Forte, R. (2003). “Militares, cultura política y proyecto
económico en la Argentina de la primera mitad del siglo XX”. Anuario de Historia Regional y de las
Fronteras (pp. 335-368) Vol. VIII. Bucaramanga: Universidad Industrial de
Santander.
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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
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