Cuadernos de Marte

Año 10 / N° 19 Julio – Diciembre 2020

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Entre el atolladero argentino y la guerra fría: la violencia en la óptica liberal-conservadora de El Burgués (1971-1973)

 

Between the Argentine quagmire and the cold war: violence in El Burgués (The Burgeois) liberal-conservative perspective (1971-1973)

 

Martín Vicente*

Recibido: 23/6/2020 – Aceptado: 4/12/2020

Cita sugerida: Vicente, M. (2020). Entre el atolladero argentino y la guerra fría: la violencia en la óptica liberal-conservadora de El Burgués (1971-1973). Cuadernos de Marte, 0(19), 404-438. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/6288

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Resumen:

La revista liberal-conservadora argentina El Burgués (editada entre 1971 y 1973) resultó una experiencia peculiar en el panorama mediático local en esos años. Retomó los cánones del nuevo periodismo de la década de 1960 y cruzó notas de coyuntura con reflexiones de corte teórico, historiográfico y cultural, sumando un humor irónico y un uso sarcástico de las imágenes. En el presente trabajo nos concentramos en analizar la presencia de la violencia en las páginas burguesas, atendiendo centralmente a dos ejes: la situación argentina durante la segunda etapa de la “Revolución Argentina” y el contexto internacional marcado por la guerra fría. Buscamos exponer cómo la óptica del quincenario promovió una lectura en vínculo entre los planos locales e internacionales, bajo una concepción binaria de la política donde reclamaba fortalecer la identidad liberal.

 

Palabras clave: El Burgués – Liberal-conservadurismo – Violencia – “Revolución Argentina” – Guerra fría

 

Abstract:

The Argentina liberal-conservative magazine El Burgués (The Bourgeois) (published between 1971 and 1973) was a peculiar experience in the local media landscape in those years. It resumed the canons of the new journalism of the 1960s, crossing juncture notes with theoretical, historiographic and cultural reflections, adding an ironic sense of humor ad a sarcastic use of images. In this paper we focus on analyzing the presence of the violence issue in the burgeois pages, serving centrally two axes: the Argentine situation during the “Argentine Revolution” second stage and the international context marked by the cold war. We seek to expose how the fortnight´s optics promoted a link between local and international leves, under a binary conception of politics, where it claimed to strengthen the liberal identity.

 

Key-words: El Burgués (The Burgeois) – Liberal-conservatism – Violence – “Argentinean Revolution” – Cold war

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A principios de la década de 1970, la revista liberal-conservadora argentina El Burgués se plantó en el escenario mediático y político como una empresa peculiar. Asentada en las tradiciones liberales y conservadoras, abierta a las novedades de estos idearios en la renovación internacional de las derechas (y en diálogo con corrientes que entendía compatibles, como el republicanismo, el neoliberalismo e incluso la democracia cristiana), la publicación asumió la necesidad de consolidar una identidad liberal para “la mayoría silenciosa”, como definió en su primera tapa.[1] La revista buscó construir un lector que no renegase de la identidad liberal, interesado en la actualidad tanto como en la reflexión teórica y capaz de reír, al que incluso alentó a circular sus ediciones para formar identitariamente una masa crítica de lectores. En ese llamado, el quincenario apeló a una política editorial que lo alejaba tanto de los grandes medios liberal-conservadores como los periódicos casi centenarios La Nación y La Prensa como de voces doctrinarias como la revista Ideas sobre la Libertad, incorporando los criterios estilísticos del nuevo periodismo y un humor visual ácido. Si bien el principal foco de atención de la revista era la actualidad política local (leída a tono con el mapa internacional), los artículos de corte teórico formaban parte del cuerpo de cada edición, subrayados por intervenciones visuales irónicas y una permanente crítica basada en el “mal carácter” de la publicación, como la definió el director Roberto Aizcorbe, remarcando su perfil confrontativo y altisonante.[2] Ello recortó un perfil propio de la publicación en el universo liberal-conservador: plantó una estética renovada y una sonrisa irónica en un espacio caracterizado por posiciones adustas.[3] Ello también apareció, de modo complejo (como veremos), en la cuestión de la violencia.

A lo largo de 62 números, la revista dirigida por Aizcorbe (quien había formado parte del éxodo de firmas desde la editorial Primera Plana, de Jacobo Timerman, en 1971), buscó crear un espacio propio y colocarse como continuadora de experiencias previas, como Primera Plana, pero explicitando un sitio ideológico militante y burlándose de muchos de los intereses estéticos del nuevo periodismo, desde un pensamiento que luego el propio director calificó como “totalmente incorrecto” para la época.[4] Como mencionaba Aizcorbe, la revista italiana Il Borghese fue una fuente de inspiración (especialmente visual), así como el quincenario porteño reformuló los cánones de una revista liberal-conservadora previa, El Príncipe, editada en los años sesenta con recursos menores a los del quincenario.[5] El director señaló que su medio buscaba difundir ideas sin solemnidad, con el formato del libro y el guiño a los géneros menores.[6] Se trataba de dotarlo de una estética propia de la época, con un abanico de recursos narrativos en las notas y con peso central del humor en los diversos formatos de imagen: ilustraciones, fotografías intervenidas, reproducción de obras clásicas a las que se cambiaba el sentido original, entre otras. El mayor espacio para el humor, que campeaba a lo largo de casi todas las páginas, era la sección ilustrada sin paginado donde, en medio de cada número, las imágenes ganaban todo el espacio visual y la ironía se jugaba por comparación, seguidilla o retruécano página a página.

La revista estuvo formada por un equipo breve de periodistas y profesionales gráficos, entre los que destacaban el director, los columnistas políticos Martín Ariza y César Gigena Lamas,[7] la producción visual del fotógrafo V. Alfieri, y las traducciones a cargo de Mona Alfonso, todos coordinados por Susana Oliveira. A ellos se sumaban firmas del universo liberal-conservador local como el militar y ensayista Carlos Sánchez Sañudo, el diplomático Manuel Malbrán, el economista Roberto Alemann, entre otros. Y, como indicamos, eran de gran relevancia las notas, algunas en carácter exclusivo, que representaban el panorama de las nuevas derechas internacionales, con firmas como las de los ensayistas franceses Raymond Aron y Jacques Ellul, el economista estadounidense Milton Friedman, el editor de la misma nacionalidad William Buckley o el historiador húngaro Thomas Molnar, entre otros. El peso de los nombres internacionales se referenciaba en Aizcorbe, quien había ganado notoriedad internacional con su cobertura de “el Cordobazo” para Primera Plana y tendido múltiples contactos intelectuales, periodísticos y políticos. Precisamente ese evento fue central para un reposicionamiento de las lecturas sobre la violencia en la época,[8] instalando una lectura sobre la violencia de tipo socio-política y basamento cultural, que la revista expresó desde una multiplicidad de representaciones. En conexión con el “’68 global”, la eclosión de la juventud fue leída como actor disruptivo en una transformación socio-cultural y generacional por la revista.[9]   

El promedio de la tirada del quincenario fue de 20.000 ejemplares, un volumen mediano pero caracterizado por una buena circulación y leído por fuera del público burgués al que apuntó como sujeto político: militantes de otros idearios, intelectuales y sectores del gobierno fueron lectores de la revista, que ganó su visibilidad gracias a la traducción de las notas de firmas internacionales y al impacto de sus análisis de coyuntura. En sus memorias, Alejandro Lanusse, dictador a cargo del gobierno en esos años, señaló que El Burgués representaba una crítica de la extrema derecha liberal que no había entendido su proyecto de incorporar al peronismo al juego político electoral.[10]   

La discursividad del quincenario se enfocó sobre cuatros grandes ejes: el atolladero de la política argentina en tiempos del Gran Acuerdo Nacional lanzado por el segundo ciclo de la Revolución Argentina; la amenaza de victoria soviética en el mundo bipolar (que analizaría como paso a un sistema tripolar con el ascenso de China); las consecuencias políticas de las transformaciones sociales a nivel nacional e internacional; la necesidad de recuperar las bases ideológicas liberales y conservadoras, sumando sus renovaciones. Sobre esos intereses centrales, la revista se colocó de manera identitaria, expresando su liberal-conservadurismo tanto desde una perspectiva identitaria estricta cuanto desde un antitotalitarismo amplio, sobre el cual giraban las diversas posiciones señaladas. En el cruce de esos intereses y posicionamientos, la violencia apareció como temática que recorrió las páginas burguesas bajo diferentes formas expresivas que pasaban de número a número.

Sobre la temática de la violencia aparecieron reflexiones teóricas, análisis políticos, apostillas coyunturales e intervenciones humorísticas. Allí, la amenaza roja global se conectaba con el escenario argentino y las transformaciones socio-culturales encontraban sitio en relación con la historia nacional e internacional, mientras la posición antitotalitaria de la revista conectaba, como lo hacía el liberal-conservadurismo de la época, el antifascismo de la década de 1930 con el antipopulismo de los años ’40 y ’50 y el posterior anticomunismo.[11] Como lo dejaba en claro uno de los “Envíos” con los que Aizcorbe presentaba cada número, “(l)a batalla contra el totalitarismo no es simplemente política, o por el predominio de intereses económicos: debe darse en el campo de la cultura antes que en otro alguno”, donde apuntaba también contra las posiciones más economicistas del universo liberal, sobre las cuales no ahorraba críticas.[12]

En el presente trabajo abordaremos cómo la temática de la violencia apareció en las páginas de El Burgués atendiendo a las tres grandes líneas expresivas de la revista: las notas de corte teórico e historiográfico, los análisis políticos de coyuntura y las diversas expresiones humorísticas. Lo haremos siguiendo tres ejes: primero, analizaremos las posiciones sobre la violencia en la Argentina, en el contexto de crisis que diagnosticaba el quincenario; luego, abordaremos la problemática internacional, que influía sobre el contexto local, leída por el quincenario desde la óptica de una bipolaridad Estados Unidos-URSS que, como indicamos, se transformaría con el ascenso de China; por último, nos ocuparemos de las representaciones humorísticas sobre la violencia, donde entre las ironías no faltaron, empero, los gestos graves. Por motivos de espacio, el discurso editorial (los “Envíos” de Aizcorbe), y el núcleo principal del humor, el paginado de ilustración, serán los ejes conductores.

 

Populistas, insurgentes y milicos: la Argentina en el callejón

Una de las tapas más resonantes de la revista fue la del número 14: bajo una imagen de la “campaña del desierto” liderada por el general Julio Argentino Roca, el título “Milicos eran los de antes” [imagen I] ironizaba sobre el gobierno de facto liderado por el general Lanusse. Así como Roca (y la llamada “generación del ochenta”) era un ícono para el universo liberal-conservador argentino, su gobierno basado en el lema “Paz y administración” aparecía como contracara del de los milicos de Lanusse, incapaces justamente de consolidad paz nacional y administración de lo público. Ello abría, como marcaba otra irónica portada, una auténtica caja de Pandora al buscar superar lo que Aizcorbe describía como el callejón sin salida de la política local. Si para el propio Lanusse, retrospectivamente, su posición trató de reformular el proyecto roquista,[13] para el quincenario, en cambio, el Cano había colgado un yunque de su cuello: “Pase lo que pase, su nombre será para la Historia sinónimo de la reconciliación con el peronismo”.[14] Otro tanto merecía, en esta óptica, el liderazgo de figuras no peronistas como Ricardo Balbín, presentado como un político tan aletargado como acomodaticio.

El director del quincenario consideraba que la irresolución de la cuestión peronista era la base de la encerrona nacional, en tanto desde la campaña presidencial de Arturo Frondizi (en 1957) en adelante se apelaba a la equívoca estrategia de gobernar tanto con peronistas y no peronistas, error en el cual caían incluso los propios liberales. Esta política “unidimensional” configuraba el plano dominante de la dinámica político-gubernativa en la Argentina, que había devenido en la “democracia masoquista” que denunciaba la revista, tanto por el carácter reiterativo de esas alianzas como por el parecido que justicialistas, radicales, socialistas o demócrata-progresistas tenían en sus propuestas.[15] Ese acuerdo gris no hacía sino abrir las puertas a otra reiteración: la violencia social y, tras esta, el golpe militar ordenancista. Faltos de imaginación, los milicos que gobernaban eran presentados como ciegos ante las consecuencias de su acuerdo con los partidos tradicionales: una invitación a continuar la democracia perimida y la sucesión de violencias.[16]

También las internas entre los protagonistas de la coyuntura castrense eran criticadas por la revista. Las políticas del equipo de Lanusse, leído en general como el ala liberal de los uniformados, no hacían sino producir estupefacción entre las plumas del quincenario, que veían al líder militar y los suyos como parte de las lógicas con las cuales militares politicistas y políticos populistas prolongaban una Argentina que reiteraba una y otra vez las taras del pasado reciente, abierto por el golpe setembrino de 1955.

En la interpretación burguesa, la violencia social, guerrillera o militar no era el único fantasma que recorría al país, sino que también aparecía la amenaza de una “restauración nacionalista” antiliberal abierta por la impericia de Lanusse y su coalición. La primera de varias notas sobre esa problemática tenía un final elocuente: “Porque en fin de cuentas la crisis militar con ser honda, no deja de revestir las puras formas del folklore latinoamericano: material para que García Márquez escriba sus novelas en Europa, o Costa Gavras filme sus películas”.[17] El nacionalismo al que temía la publicación no se expresaba ya como el nacionalismo político autoritario de las décadas de 1930 y 1940 cuya posta, en esta interpretación, había tomado el peronismo, sino como las distintas versiones del tercermundismo, que sin embargo implicaban en parte, también, un retorno a ciertos ejes de aquel nacionalismo. Así como la amenaza comunista había sucedido a la fascista en el plano internacional, el tercermundismo, caracterizado por una heterogeneidad ideológica similar a la que para el quincenario (como para el espacio liberal-conservador) tenía el populismo, tomaba el sitio de posición antiliberal y antiburguesa que otrora ocupara el nacionalismo local. En esta lectura, el nacionalismo autoritario del primer peronismo se transmutaba, por vía de la porosidad populista, en un también ambiguo tercermundismo, que ocupó diversas reflexiones críticas en el universo liberal-conservador de la época, centrado en una serie de ejes: su vínculo con los nacionalismos, las derivas tercermundistas de ciertos católicos y un posicionamiento poroso ante la guerra fría que colaboraba con el avance izquierdista y por ende con el avance de la amenaza geopolítica roja.[18]

Pese a estas advertencias, El Burgués entendía que la revolución, izquierdista por definición, era ya un imposible: el verdadero problema estaba en la violencia de intenciones revolucionarias, con el tercermundismo como base (al que se podían sumar el catolicismo modernista, el comunismo o el peronismo), en un contexto donde, por primera vez, la izquierda argentina devenía violenta.[19] Este diagnóstico daba un cariz especial a las lecturas del quincenario dentro del universo liberal-conservador: si bien aunaba la problemática del populismo con la del fascismo y el comunismo como amenazas antiliberales, en las páginas burguesas el tercermundismo ocupaba un lugar axial.[20] En la revista la atención a la coyuntura llevaba a enfocar ese fenómeno, que recorría el mapamundi en la etapa y permitía ligar a la revolución cubana, los movimientos decoloniales (o poscoloniales) de África y las ligazones entre peronismo y renovación católica. El peso que esta temática tuvo entre las firmas de la nueva derecha internacional, cuyos referentes publicó El Burgués (como marcamos), llevó además a que el tópico se readaptara a criterios locales número tras número por la relectura que Aizcorbe realizaba en sus “Envíos”.  

 

Estados Unidos, URSS y China: hacia un mundo tripolar 

El equilibrio global bipolar entre Estados Unidos y la URSS era el eje sobre el cual la revista construía su mirada internacional y, desde allí, proponía una lectura en términos oposicionales del planisferio mundial, con Occidente amenazado por un posible triunfo soviético. A esa tensión, la revista sumaba la presencia de un tercer actor que anticipaba el ascenso de una nueva potencia y amenazaba con volver tripolar el mapa planetario (como adelantamos): China. Es decir, la dinámica geopolítica iba camino a un desequilibrio donde dos potencias comunistas competirían con la representante de las democracias liberales y el capitalismo.[21] Ante ese diagnóstico, los problemas eran de todo orden, desde la profundidad de lo cultural hasta las estrategias militares puntuales, pasando por las relaciones internacionales y el peso de las potencias sobre los países subdesarrollados.

Los ejércitos occidentales eran vistos como garantes del orden geopolítico ante el avance del comunismo, lo cual se representaba una y otra vez en las páginas humorísticas que contraponían la laxitud de nuevas costumbres socio-culturales (en especial de jóvenes y vanguardias culturales) con la responsabilidad marcial de los uniformados, centralmente aquellos desplegados en el terreno de combate (lo cual llevaba a chanzas sobre el equipo de Lanusse como politiqueros antes que como combatientes). Esta lectura entroncaba con las transformaciones más amplias donde el liberal-conservadurismo argentino se articulaba con otras posiciones derechistas en un nuevo tipo de anticomunismo, marcado antes por las posiciones frente al enemigo que por otros vínculos.[22] Más allá de Occidente, ejércitos como el israelí y el japonés eran elogiados en los contrapuntos visuales: si el de Japón lo era por el respeto a la autoridad ínsito en las tradiciones niponas, el de Israel era leído como garante de la seguridad del país que, como el resto del liberal-conservadurismo, la revista leía como cuña occidental en Oriente.[23]

En estos enfoques, los hippies estadounidenses representaban la relajada decadencia de la generación del Baby Boom que arruinaba el legado de la Greatest Generation de sus padres, desde un pacifismo insensato que desconocía la amenaza roja en el mundo bipolar [Imagen II].[24] Casos análogos podían verse también en la juventud argentina, entre los nada marciales soldados de los países escandinavos o entre los nóveles playboys japoneses. Sobre todas estas figuras la revista lanzó sus sarcasmos, graficándolos como parte de cambios socio-culturales desinteresados del orden internacional. Para peor, en el caso de la potencia norteamericana que era eje del equilibrio global, ello implicaba una sesión de autoridad, una protesta de “ricos” y “comunistas” que obturaba a los verdaderos estadounidenses: aquellos que iban al campo de combate en defensa de Occidente.[25] Si en el caso de estos jóvenes se trataba de confusión banal propia de la edad, enfatizaba la revista, en la prensa y la intelectualidad eran posicionamientos ideológicos: así, el quincenario motejaba como Washington Pravda al Post y como The New York Isvetzia al Times.[26] Similares señalamientos se hacían a los intelectuales de izquierda locales (como Julio Cortázar) e internacionales (como Pablo Neruda) en tanto frívolos, en línea con las críticas de Raymond Aron a la izquierda francesa en El opio de los intelectuales.[27] ¿Hacía falta acaso un nuevo Joseph McCarthy (“máximo luchador contra la infiltración roja”[28]) en los Estados Unidos y émulos a lo largo de Occidente? La pregunta que el quincenario hacía para la Argentina podía ser válida para todas las sociedades del hemisferio: “Al ruido de la sedición - ¿Se despertará el león?”.[29]

Las democracias capitalistas, enfatizaban las páginas del quincenario, pese a los errores de muchos de sus ciudadanos y dirigentes, debían ser rescatadas no sólo frente a los “socialismos reales”, sino como anticuerpos ante las rebeliones. Ello llevaba a una (otra) comparación negativa para la Argentina: mientras el “mayo francés” duró “sólo un mes” en el “sistema liberal” francés, en el “sistema híbrido” local “la revuelta de 1969 ya lleva 4 años”, en referencia a cómo “el Cordobazo” había abierto una senda violenta que persistía.[30]

Si en las páginas burguesas la Argentina salía mal parada en la mirada comparativa con otras sociedades, incluidas las vecinas como Brasil o el Uruguay, el recurso de la comparación directa también servía para las sociedades separadas por el muro de Berlín. En una de las páginas ilustradas, el líder socialdemócrata alemán Willy Brandt aparecía de rodillas en un homenaje a los polacos víctimas de los nazis. Con tono circunspecto, el quincenario señalaba por un lado “El señor Brandt llora por los polacos asesinados por los alemanes…”, mientras por el otro se preguntaba: “…¿Quién llorará por los alemanes perseguidos por los alemanes?”. La imagen de la espalda de un joven que había cruzado desde Alemania Oriental a Occidental, surcada por una larga cicatriz producida por la metralla, era la muestra de la violencia del régimen oriental.[31] Para El Burgués, el país dividido presentaba un doble rostro: la ostpolitik lanzada por el propio Brandt por un lado y la real politik de la Alemania socialista, caracterizada por políticas represivas.[32] Los regímenes “socialistas reales” no podían basarse sino en la represión, se enfatizaba, lejos de la imagen compungida de los socialdemócratas occidentales. 

Si la citada era una de las caras posibles, a escala humana, de la división entre democracias liberales y “socialismos reales” en Europa, el ascenso de China implicaba un desafío al orden comunista articulado por la URSS: para el quincenario, “se desencadena la primera guerra intercomunista de la historia, entre Rusia Soviética y China a través de estados satélite -la India y Pakistán- cuyos hijos, como en todos los casos, serán las víctimas inocentes”.[33] Este conflicto debía ser una lección para la Argentina sobre el rol dramático que podían adquirir las izquierdas armadas, se subrayaba. La firmeza de Uruguay (cuyo presidente colorado Jorge Pacheco Areco era, para la revista, “conspicuo lector de El Burgués”) en reprimir movimientos insurgentes era un espejo donde mirarse. Era por ello que diversos sectores de la vida política argentina, y especialmente el gobierno, debían comprender que las diferencias entre las izquierdas no eran ápice para su avance, que tenía como punto más peligroso una posible conquista del peronismo. Para la publicación, el movimiento era permeable a la izquierda por no definir su ideología, más allá de los conflictos de “la batalla peronista” que surcaba al justicialismo abiertamente durante los últimos números del quincenario.[34] En esa lectura, el peronismo debía tener en cuenta que “las principales víctimas de las revoluciones de 1917 fueron los propios narodniki -populistas- que habían colaborado desde el llano para el ascenso de Lenin”.[35] A medida que el proceso político avanzaba, sin embargo, las páginas del medio plantearon que la identificación entre justicialismo e izquierda se hacía cada día mayor: el avance de la izquierda juvenil por encima de políticos, sindicalistas y técnicos (por otro lado, execrados número a número) en el período camporista lo mostraba cabalmente.    

Articulando estas lecturas, aparecía una idea rectora de las posiciones de la revista: los movimientos revolucionarios de izquierda se habían deshumanizado y banalizado al mismo tiempo. Una apostilla gráfica a ensayos del mencionado Ellul sobre este tópico mostraba a Karl Marx cabizbajo, coronado con una ristra de espinas y goteando sangre: todo un resumen de la óptica del quincenario, como la viñeta donde la hoz y el martillo servían para golpear y cortar cabezas. En otros términos, El Burgués hacía suyas las palabras de Ellul (por quien Aizcorbe resaltaba su admiración) para proponer que todo intento al estilo marxista de sistematizar la rebelión acababa “en el totalitarismo o el fracaso”.[36] Así, la única revolución posible, una vez que las propias sociedades occidentales legalizaron los pedidos de las protestas de izquierda del siglo anterior (derechos laborales, políticos, sociales: nuevamente, la revista compartía la óptica de Aron), era edificar un nuevo sentido humanista-liberal.[37]    

La guerra de Vietnam fue el gran hecho bélico internacional que cruzó las páginas burguesas, considerada una batalla estratégica que amenazaba desatar una nueva conflagración global. Aizcorbe señalaba que en esa chance se hallaba su paradoja: Estados Unidos no podía triunfar sobre el paralelo 17 porque ello llevaría a otra guerra mundial. Ello era así en un contexto donde, analizaba, por un lado el sector comunista no tomaba posesión de territorios donde los pobladores habían migrado, ya que ello implicaría gobernar geografías vacías; por otro, el gobierno del sur del país tenía márgenes políticos y bélicos acotados; y las potencias “rojas”, la URSS y China, dependían por diversas causas de sus lazos con los Estados Unidos, nación además socavada internamente por el movimiento antibélico de jóvenes e intelectuales (como vimos). Es decir, un auténtico cruce de responsabilidades y ligazones, una madeja donde parecía no haber salida posible, como marcaban desde el inicio de la guerra las voces más lúcidas del propio país del norte de América.[38] 

Ante ese laberinto, las dobles páginas de la principal sección humorística del quincenario, al abordar el caso vietnamita giraban hacia gestos acres, dinámica que analizaremos más adelante: desde motejar amargamente como “Hamlet” a un soldado vietnamita que llevaba una calavera humana consigo a mostrar como contrapartes de las democracias liberales a fenómenos como la migración interna o los combates entre facciones en la sociedad vietnamita. A fin de cuentas, los guerrilleros de Vietnam del norte no eran sino, como resumía una caricatura, quienes orinaban sobre los tratados que suscribían con las otras partes del conflicto: por ello, la realidad bélica del país de los arrozales era irresoluble.[39]

 

Don Pepito y las granadas de regalo: entre risas y gestos acres

Si la citada portada con Roca liderando la campaña militar al sur fue una muestra de impacto de los usos humorísticos del quincenario, la violencia tuvo diferentes representaciones humorísticas en las páginas burguesas, como adelantamos. Los protagonistas de la Revolución Argentina aparecían permanentemente satirizados en mofas que podían ir desde las consecuencias militares del acercamiento del gobierno a la gestión de Salvador Allende en Chile (se colocaba al pingüino austral como único guardián de la frontera[40]) hasta las dinámicas de la interna militar-gubernamental (graficados una y otra vez como comedias de enredos). En ese sentido el escaso tino que, para la revista, caracterizaba a las políticas de Lanusse, se replicaba en las relaciones internacionales. Así, la publicación jugaba con la recreación de la canción infantil “Hola Don Pepito” de los payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki, donde los enredos de la letra eran protagonizados por Lanusse, Allende y el peruano Juan Velazco Alvarado, con Fidel Castro como la abuela sobre la cual giraban los gags del tema. Es decir, dos gobiernos militares como el argentino y el del Perú, circulando en una suerte de comedia bufa en torno al líder comunista cubano, con el acompañamiento del presidente “marxista y masón” de la Unidad Popular. En los paralelismos, las amenazas de la segunda guerra mundial y las de la hora servían para el juego de comparaciones entre el neutralismo argentino en aquel conflicto internacional y las relaciones con el gobierno socialista chileno.[41] “Democracia piyama”, decía el quincenario sobre la pauta internacional del gobierno, que no sólo se alejaba de la posibilidad de establecer una agenda distante a los países con gobiernos de izquierda sino que, además, con ello no convencía siquiera a los izquierdistas locales que insistían con prácticas violentas, como se destacó.[42]

El gobierno militar argentino, enfatizaba la revista, era tan impotente ante la violencia de izquierda como el propio peronismo, que “metió en la Argentina el caballo de Troya de la guerrilla”.[43] Ni uno ni otro sabían cómo frenarla y para peor, destacaba el quincenario en el camino electoral de 1973, las gestiones argentinas para aceptar a Cuba en la Organización de Estados Americanos (OEA) eran una muestra de ceguera, puesto que el régimen de la isla había entrenado y daba asilo a quienes habían esparcido “el terror” desde “el Cordobazo”.[44] Esa misma violencia de izquierda se había cebado con la visibilización de su accionar, como planteaba una viñeta donde dos guerrilleros se complacían leyendo un diario: “La crítica es favorable”, se solazaban, como si fuese la evaluación periodística de un espectáculo.[45]

Pero lejos de que Castro y Cuba implicasen la verdadera amenaza, como postulaban las derechas más radicales, el cubano era motejado como “el imbécil” , mientras Allende era mentado como “el astuto” por sus habilidades diplomáticas, las que el quincenario temía.[46] La figura del líder tropical aparecía repetidas veces practicando deportes o dando discursos, alejado de la acción revolucionaria. Ante las elecciones de principios de 1973 en el país vecino, Aizcorbe señalaba que se trataba de un momento crucial para Chile, pero también para la Argentina “porque la experiencia de los vecinos vale más para nuestros electores sometidos a una constante acción psicológica de la izquierda, que todos los textos económicos del mundo”. La nota del director señalaba que en la nación transcordillerana se había llegado a consumir carne humana, “con despojos de cadáveres que comerciantes inescrupulosos venden hecha picadillo”, como consecuencia de políticas de hambre articuladas por el gobierno para someter a los votantes.[47]

La faceta lúdica y narrativa del cubano que gustaba destacar la revista era parte de las características peligrosamente carismáticas que, para su lectura, poseían ciertas figuras socialistas o comunistas: así, Kruschev podía aparecer como un “señor tan simpático” fumando una presunta pipa de la paz en Estados Unidos, pero sin embargo era “el mismo que levantó el muro de Berlín”.[48] El sistema soviético, para el quincenario, se basaba en la misma lógica de los años del estalinismo, y una apostilla igualaba a Leonid Breznev y Alexei Kosyguín con el mismo Iósif Stalin: “asesinos”.[49] Que estas posiciones aparecieran en las páginas ilustración que articulaban el principal cuerpo humorístico, mostraba otro ejemplo sobre la risa dando paso a una posición dura y solemne. 

Más allá de ese gesto, las risas tenían también un foco en los ejes de la guerra fría que excedía las relaciones geopolíticas de los gobernantes latinoamericanos. Si estos eran objeto de burla por desentenderse de los criterios más férreos del conflicto frío, iguales ironías se dedicaban a Richard Nixon o a la diplomacia del Vaticano por sus contactos con los gobiernos del “socialismo real”. El presidente de Estados Unidos, por ejemplo, era representado protagonizando la canción de moda “De boliche en boliche”, del grupo Los Náufragos: “De boliche en boliche, me gusta la noche…”, se citaba al tema beat con fotos del mandatario en reuniones con el mariscal Josip Broz Tito y Nicolae Ceacescu, para completar con “…Me gusta el bochinche”, y la allí ya famosa imagen del republicano saltando con los brazos abiertos.[50] También el principal colaborador de Nixon en materia internacional, su secretario de Estado Henry Kissinger, era objeto de bromas: se lo consideraba ignorante de la verdadera China antes de su visita a Pekín en febrero de 1972.[51] El país oriental, como señalamos, era visto como una gran amenaza que comenzaba a perfilar un mundo que dejaba atrás la bipolaridad para sumarse como tercer jugador global. Pero sin embargo la URSS ocupaba aún la centralidad, incluso para el humor agrio como el que subrayaba la visita del presidente californiano a Moscú, parangonada desde la tapa del número 28 con la de Neville Chamberlain a Berlín en 1938, en pleno régimen nazi.[52]

Más allá del comunismo y los “socialismos reales”, en la revista se ironizaba sobre las políticas que, bajo su lente agonal, se leían como antiliberales: la curva podía ir desde lo que se presentaba como los diversos fracasos del desarrollismo que configuraron una “Argentina yacente” hasta los impulsores “urbanos” de la reforma agraria, como Oscar Alende o Raúl Alfonsín.[53] Las críticas al desarrollismo implicaban entenderlo como una suerte de dirigismo estatal que iba más allá de las políticas keynesianas (ya vapuleadas por el quincenario), una continuidad reversionada del modelo surgido en los años ’30 y afianzado en la etapa peronista. El propio Aizcorbe calificaba de “prestidigitadores” a los desarrollistas por la “ubicuidad” de estas posiciones entre las grandes voces políticas e intelectuales del país, que completaban el rostro de una Argentina que no podía resolver el cuadro posperonista.[54] Sin embargo, aparecía una admiración por “el Brasil pujante”, contracara de la Argentina estancada, lectura que atravesó al espacio liberal-conservador argentino pero que se expresaba desde la década anterior en medios modernizadores como Primera Plana. En los primeros números, Aizcorbe viajó a entrevistar a Delfim Netto, ministro de Hacienda brasileño, y escribió un extenso panorama del “milagro brasileño”.[55] No se trataba sólo de los datos económicos que, más adelante, el director enumeraba de modo puntilloso y admirado, en contraposición a las políticas locales: “Brasil enterró a sus muertos (Vargas, Goulart, Kubistchek); la Argentina se empeña en resucitarlos (Perón)”.[56] La continuidad de un modelo militar que no caía en las tribulaciones del caso local era parte central del diagnóstico, que como marcamos hacía de las contradicciones e internas del equipo de Lanusse uno de sus principales blancos de crítica, que extendía al conjunto de las experiencias militares (y también civiles) posperonistas.[57]      

Las problemáticas de la violencia de izquierda en la región eran permanentemente representadas en las páginas centrales de El Burgués, aunque el humor sardónico por momentos daba, también aquí, paso a gestos amargos, por ejemplo al elogiar una razzia contra el movimiento Tupamaros en el Uruguay mientras la contrapágina recordaba que “Por eso la República carga escudo y lanza”.[58] “Con esta sangre no se negocia”, señalaba el número 8 bajo una fotografía del militar Mario Asúa, víctima de un atentado en Pilar, imagen con la cual no había contrapunto, muestra de la sobriedad ante la violencia haciéndose presente en las páginas destinadas al humor.[59] En otros casos, se señalaba que la violencia televisiva inducía la violencia política, bajo una marcada preocupación, como adelantamos, sobre cómo los cambios socio-culturales, también los estéticos, influían en las prácticas de los jóvenes en un tránsito que iba de lo privado (como la sexualidad) a lo político (como la insurgencia armada). Desde ese diagnóstico, se llegaba a conclusiones como la siguiente: “Cuando la propaganda levanta esta bandera…”, en una página, “…Las maestras jardineras se hacen guerrilleras”, en otra. De un lado, una publicidad de cigarrillos con una joven portando un arma de fuego; del otro, Norma Arrostito, de Montoneros [imagen III].[60]

Así como se elogiaba el uso del poder de violencia pública en manos estatales, los viejos políticos populistas como Perón o Cámpora (e indirectamente Balbín) eran señalados como quienes, con irresponsabilidad, actuaban sobre los jóvenes argentinos del mismo modo en que los gurúes orientales ganaban el favor de hippies u orientalistas en los países centrales, sólo que, en lugar de llover rosas, en las recepciones o despedidas de aquellos caían balas. Matones sindicales, pistoleros de dudosa procedencia o jóvenes exaltados componían el múltiple sujeto peronista satirizado en el quincenario, y los rasgos violentos del justicialismo se enfatizaban con las permanentes reimpresiones de las caricaturas del dibujante socialista Tristán (José Ginzo), originales de la revista antifascista Argentina Libre en los años ’40. Allí, Perón aparecía con uniforme nazi, reprimiendo la libertad de expresión o dando dudosas peroratas y discursos embrollados, como si para la revista violencia también fuese mentir.[61]

Los cruces entre la izquierda y el peronismo, que marcamos, aparecían graficados con la conjunción “trotzko-peronista”, donde “Armaos los unos a los otros” operaba como epígrafe irónico de la imagen de una joven con una bomba y un detonador en sus manos [imagen IV].[62] La politización universitaria, las pintadas de protesta o la contestación callejera eran analizados como expresiones de una misma corriente juvenil con diversas expresiones, del desacato a la autoridad hasta la violencia política abierta. Si en el caso argentino la versión extrema aparecía ligada a la radicalización armada, otra ironía explícita comparaba a los jóvenes beatniks de los Estados Unidos con los “jóvenes lobos” de la Alemania nazi.[63]  

Sobre la principal representante de la izquierda peronista armada, la agrupación Montoneros, versaba una de las portadas de mayor impacto del quincenario: en el número 17, una granada con moño de regalo llevaba enlazada una tarjeta de dedicatoria con la leyenda “Felicidades, Los Montoneros” [imagen V].[64] Si bien la violencia insurgente era objeto central de preocupación en la revista, ello no impedía que se ironizara de diversas maneras sobre la militancia armada: por ejemplo, la tira “Guerrilleros de papá” se mofaba de un joven, caracterizado con pelo crecido, barba, boina y anteojos, que la emprendía contra las actitudes imperialistas sobre una onerosa Ferrari Spider; como éste, “El Camarada Jeringa” desde su nombre conjugaba el izquierdismo con el uso de drogas y la personalidad insidiosa, tópicos que se ligaban cuando el personaje criticaba al imperialismo y cultivaba marihuana [imagen VI]. Estas nuevas figuras de la juventud representaban “otro signo del fracaso político”, como lo graficaba una viñeta humorística que mostraba a varios jóvenes exhibiéndose con desaliño, drogándose y desafinando canciones … en las puertas del ministerio de Educación.[65]

Como vimos, los militares eran presentados como garantías de mantenimiento del orden geopolítico ante la tensión del mundo bipolar, por lo que la revista criticaba una y otra vez las internas castrenses en la Argentina o ironizaba sobre diversas figuras en un contexto acuciante: en el número 14, el coronel Ramón Molina, que había intentado un golpe de mando contra Lanusse, era satirizado andando sobre un tanque entre flores, con el vehículo decorado con un sol patrio con gesto amargo de un lado y el rostro de Patoruzú, el indígena de las historietas de Dante Quinterno, del otro. Esa apelación a los personajes infantiles o cómicos era usada para criticar a los protagonistas de internas de la hora: por ejemplo, en una seguidilla el coronel Manuel Reimundes, quien “tuvo esta vez la fortuna de empuñar las armas”, era parangonado al personaje de Charles Chaplin en guerra; el general Enrique Guglialmelli lo era con Super Hijitus, el dibujo animado creado por Manuel García Ferré, y el civil desarrollista Roberto Roth aparecía reversionando la canción “La gallina Turuleca”. “La gallina Turuleca, ha puesto un golpe, ha puesto dos, ha puesto tres…”, “Dejenla a la gallinita, déjenla a la pobrecita, suéltenla que ponga diez”, en un juego de sentidos sobre la distancia entre su figura que atizaba movimientos palaciegos, pero no tomaba las armas, y el fracaso de tales maquinaciones, protagonizadas por los esperpénticos uniformados que pintaba el quincenario.[66]

En su análisis del peso de la estética violenta entre fines de los años sesenta y mediados de la década posterior, Sebastián Carassai marcó una serie de usos de la violencia: como metáfora, como fantasía, como sátira. El autor destacó como llamativo que El Burgués no reparase en que los modos de simbolizar la violencia de la revista formaran parte del estado de cosas que se deploraba desde las páginas del quincenario.[67] Ante esta interesante hipótesis (empero, un tramo muy breve de un libro amplio) puede indicarse que el marco genérico de las posiciones de la revista se basó en una idea centrada en el antagonismo, que permitía este tipo de operaciones, mediante el uso de lo deplorado como eje para una crítica cáustica, pero que al mismo tiempo había allí límites para que la carcajada trocara en gestos acres o solemnes. La risa de El Burgués, como sus posiciones políticas, se fundó en una lectura binaria de la política, que dividía a la sociedad en dos ejes enfrentados, posicionamiento que cruzó al liberal-conservadurismo argentino desde el fracaso del intento “desperonizador” de la Revolución Libertadora y que para 1973 comenzaba a desplegar sus aristas más radicales. En ese sentido, la revista enfatizó no sólo sus rasgos identitarios en tensión con quienes entendía como adversarios, sino que sobre esa lógica agonal construyó un modo de leer, representar y criticar la realidad política, social y cultural local e internacional.  

Como hemos señalado, entender el sitio del quincenario en los tres años que duró su existencia implica no sólo leerlo de la mano de las principales dinámicas del espacio liberal-conservador, sino también del panorama mediático. En tal sentido, el impacto del nuevo periodismo de la década anterior, su posicionamiento con respecto a la prensa gráfica del período o su lugar entre las voces de la tradición liberal marcaban cómo la empresa burguesa construía un sitio propio número tras número. En una de sus reflexiones sarcásticas, el director señaló, como si parafrasease la máxima de Karl Kraus:[68]

 

“En estos dos años, los semanarios políticos no han dicho nada, pero eso sí: lo han dicho larga, farragosamente. En cambio, desde sus primeros números El Burgués advirtió sobre lo que ahora viene a ocurrir: sus páginas ya son un aporte a la historia disidente de la Argentina”.[69]

 

Ese “Envío” hacía un llamado explícito, más allá de esa advertencia: “(…) el país entra ahora en un cono de sombras. Más que nunca, quienes abominamos de la violencia debemos cerrar filas junto al periodismo libre que sólo usa la tinta por arma. El hoy es difícil, el mañana es nuestro”. El optimismo voluntarioso que cerraba la sentencia del director, sin embargo, se vio más pronto que tarde desmentido por la realidad, esa misma que la revista buscaba denunciar y conjurar: tras un atentado a la redacción reivindicado por la derecha peronista, y bajo diversas amenazas, la empresa que imprimía la revista decidió dejar de hacerlo y el pequeño equipo periodístico se desmembró.[70] Tras el número 62, en agosto de 1973, la publicación dejó de editarse, luego del triunfo de Cámpora y en un proceso que calificó como “golpe de Estado” contra el mandatario mercedino (al que consideraba un político menor) de parte de quienes postulaba como los grandes protagonistas del drama nacional: Perón, Balbín y el ejército.[71]

    

Conclusiones

La violencia fue un tema que atravesó las páginas burguesas durante sus 62 ediciones. En un mapa mundial dominado por la guerra fría y ante una Argentina donde la Revolución Argentina articulaba el paso a elecciones sin la proscripción del peronismo, la revista dirigida por Aizcorbe dedicó a los diversos rostros de la violencia reflexiones de tono teórico o historiográfico (que aquí, por el enfoque del artículo, dejamos mayormente de lado) como análisis de coyuntura y diversas ironías. El tono denso de los artículos ensayísticos, tanto de firmas internacionales como locales, contrarrestó con el gesto más urgente de las intervenciones sobre la actualidad, pero en ambos casos dominó un talante que hizo de la violencia un mapa temático amplio: en El Burgués esta apareció como las violencias, atadas entre sí por un nada delgado hilo rojo que conectaba la insubordinación juvenil con el avance comunista, pasando por las estéticas violentas en las artes o su reproducción acrítica en los medios masivos de comunicación y la publicidad. Si las preocupaciones e interpretaciones generales sobre la violencia colocaban al quincenario en vínculo con las preocupaciones del liberalismo conservador local y de la renovación internacional de las derechas, los modos de enfocarla se recortaron sobre el peculiar perfil que trazó en el primero de esos universos. Si en esos años los medios tradicionales como La Nación y La Prensa ocluyeron en gran parte a los protagonistas de la violencia, las páginas burguesas se delectaron en señalar, adjetivar e ironizar sobre una galería variopinta de personajes que componían el sustrato de la subversión socio-cultural que habilitaba la violencia política explícita.[72] De ese modo, la publicación logró conectar diversas interpretaciones ideológicas propias del espacio del liberal-conservadurismo con representaciones que excedían los tonos de ese universo, acercándose de hecho a tonos y estéticas propios de las publicaciones satíricas de la época o algunas de las plumas más sarcásticas de la gran prensa.[73]

El quincenario desarrolló su corta vida en un contexto local sumamente complejo, al que buscó interpretar en relación con las dificultades del mapamundi: el avance del comunismo era la principal preocupación de la agenda global, inserta en la local, tal como se exponía en sus páginas. Como propuso en sus lecturas, el orden internacional se encaminaba hacia el ascenso de una tensión tripolar con el avance de China, un nuevo jugador comunista para volcar el tablero geopolítico contra la, en términos de la revista, “civilización capitalista”. El rol de los gobiernos de izquierda en Cuba y Chile como faros socialistas-comunistas en las relaciones internacionales de la región fue un factor de preocupación en la óptica de El Burgués. Como era central en el liberal-conservadurismo argentino en esa etapa, socialismo democrático y comunismo revolucionario eran términos en gran parte intercambiables, donde el caso chileno desplazaba al cubano del eje de las preocupaciones regionales.[74] Si bien el humor recorrió de modo permanente (y estridente) cada edición del quincenario, la violencia se colocó por momentos como un límite ante el cual la carcajada que identificaba a la revista devino gesto amargo. Las mofas burguesas, que fueron de la ironía sutil al improperio directo, hallaban en muchos de los tópicos sobre la violencia antes un cambio de registro que un límite político o estético: en efecto, en muchos casos el formato se mantenía (el apostrofe a las notas, el doble paginado, la reversión de obras de arte) pero la chanza daba paso a un talante acre. Si en el humor de la publicación había un límite inicial, una suerte de línea de partida que delimitaba el inicio de un tono sardónico que, acaso, fuera el único posible para la risa en esa etapa, ciertas inflexiones marcaron al mismo tiempo dónde la carcajada cedía paso a tonos más circunspectos, y en esa franja la violencia jugó un papel central. Ello, por otra parte, diferenciaba a una revista de actualidad con clara asunción político-identitaria de una de humor.

Así como los diversos modos de posicionamiento identitario polémico de El Burgués implicaron el pedido de recrear al sujeto político burgués tanto como delectarse gozosamente en la incorrección política, en torno de algunos sentidos de la violencia real apareció un límite primero estilístico-expresivo y, luego, fáctico. Ante las amenazas sufridas, el final de la experiencia editorial estuvo marcado por las consecuencias de la violencia en la Argentina de 1973, proceso que la revista calificó como una pesadilla borgeana.[75]        

En el “Envío” del número 16, tras una bomba que había causado diversos destrozos en la redacción del quincenario, Aizcorbe mentaba la carta de un (presunto) lector que citaba: “si habéis merecido tan contundente manifestación de desagrado es porque, según toda evidencia, habéis hecho impacto en el enemigo”.[76] Si tras ese ataque la revista mostró los hechos e incluso se burló de sus “enemigos”, a medida que los tiempos políticos se aceleraron y las amenazas se cerraron sobre esta peculiar empresa periodística, el ciclo de El Burgués encontró en torno a la violencia, tras un segundo atentado y bajo amenazas, su triste y solitario final.         

 

Imágenes

 

Imagen I: Tapa               










Fuente: El Burgués, n° 14.


Imagen II: Sección ilustrada



  






Fuente: El Burgués, n° 6.

 

Imagen III: Sección ilustrada                




 





Fuente: El Burgués, n° 16. 


Imagen IV: Sección ilustrada












Fuente: El Burgués, n° 40.

 

Imagen V: Tapa                 













Fuente: El Burgués, n° 17.  

Imagen VI: “El Camarada Jeringa”








Fuente: El Burgués, n° 38.

 

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* CONICET-Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires / Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata

[1] Sobre la idea de una mayoría silenciosa en esos años, ver Carassai, S. (2013). Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia. Buenos Aires: Siglo XXI. Poco después, La Opinión, el diario que lanzó Jacobo Timerman en mayo de ese año, adoptó un slogan creado por Pedro Orgambide: “El hombre de la inmensa minoría” era su lector modelo, ver Mochkofsky, G. (2003). Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder. Buenos Aires: Sudamericana.

[2] Aizcorbe, R., “Envío”. El Burgués, n° 16 (p. 3), 24-10-71.

[3] Vicente, M. (2019). “La sonrisa liberal-conservadora. Política, ideología y cambio social en la revista El Burgués (1971-1973)”, Temas y Debates, N° 37 (pp. 67-93).

[5] La revista peninsular fue fundada por Leo Longanese en 1950, la argentina diez años luego. Mientras el semanario italiano se editó hasta 2001 (y desde 2012 tiene una nueva etapa), la publicación nucleada en torno a Fernando Vidal Buzzi tuvo una vida breve y accidentada de 44 números.

[6] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 3 (p. 3), 26-05-71.

[7] Durante la existencia del quincenario, Gigena Lamas editaría un ensayo que se publicitaba en la revista y recogía varias de las inquietudes que abordaba en sus columnas. Ver Gigena Lamas, C. (1972). Nosotros, los liberales. Buenos Aires: La Bastilla.

[8] Franco, M. (2009). “La ´seguridad nacional´ como política estatal en la Argentina de los años setenta”, Antíteses, Vol. 2, N° 4 (pp. 857-884).

[9] Vicente, M. (2020). “´El padre ya no es más el jefe de la familia’. Género, familia y quiebre generacional desde la óptica liberal-conservadora de El Burgués (1971-1973)”, Descentrada, Vol. 4, N° 2 (pp. 1-18); Tarcus, H. (2008). “El Mayo argentino”, OSAL, N° 24 (pp. 161-180).  

[12] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 44 (p. 3), 20-12-72.

[14] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 19 (p. 3), 05-01-71.

[15] “La Argentina unidimensional”, El Burgués, n° 2 (pp. 5-7), 12-05-71.

[16] El ensayista militar Luis Gazzoli planteaba en la misma etapa un diagnóstico con puntos de contacto con el de Aizcorbe. Ver Gazzoli, L. (1973). Cuándo los militares tenemos razón (de Frondizi a Levingston). Buenos Aires: Plus Ultra.

[17] “¿Restauración nacionalista?”, El Burgués, n° 3 (pp. 5-6), 26-05-71. El guiño irónico sobre el latinoamericano de izquierda que retrataba las desventuras regionales desde Europa era inexacto: en ese momento, García Márquez se había radicado en Barcelona por motivos artísticos, ya que se inspiró en la figura del ya anciano Francisco Franco para escribir El otoño del patriarca. Al mismo tiempo, el director griego no había filmado hasta allí ninguna película ambientada en América Latina (o en el llamado Tercer Mundo): la chanza apuntaba a los paralelismos entre la Revolución Argentina y la dictadura de los coroneles en Grecia. 

[18] Vicente, M. Una opción, en lugar de un eco, op. cit.

[19] Recientemente, Daniel Lvovich ha analizado mediciones sobre violencia en esos años, donde destaca los diferentes grados de apoyo a la violencia insurgente en los grandes núcleos urbanos como Buenos Aires, Rosario y la ciudad de Córdoba y su caída una vez dada la apertura electoral de 1973. Lvovich, D. (2020). “¿Cerca de la revolución? Datos cuantitativos e interpretaciones de las encuestas sobre distintas modalidades de apoyo a la violencia revolucionaria en Argentina, 1970-1973”, Izquierdas, n° 49 (pp. 952-967).

[20] Ver, por ejemplo, el impacto del tercermundismo en la izquierda en Gilman, C. (2003). Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI; en el espacio católico, Martín, J. P. (2010). El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Un debate argentino. Los Polvorines: UNGS. Recientemente se ha editado un glosario y compilación que, si bien centrado en el universo peronista, muestra la amplitud de sectores y actores que se han expresado desde la óptica tercermundista, ver Baschetti, R. (2015). Tercer Mundo y Tercera Posición. Desde sus orígenes hasta nuestros días. Buenos Aires: Jironesdemivida.

[21] También Perón, némesis del quincenario, fue un atento observador al ascenso del país oriental que, más allá de sus posiciones cambiantes, entendió como una experiencia de revolución nacional, siendo destacable que El Burgués no haya abordado la lectura del líder justicialista sobre el tema.

[22] Bohoslavsky, E. y Vicente, M. (2015). “Sino el espanto. Temas, alianzas y prácticas de los anticomunismos de derecha entre 1955 y 1966”, Anuario del Instituto de Historia Argentina, n° 14 (pp. 1-18).

[23] Vicente, M. (2014). Una opción en lugar de un eco, op. cit. Ver asimismo, Nash, G. (1987) La rebelión conservadora en los Estados Unidos. Buenos Aires: GEL.

[24] El Burgués, n° 6 (s/p), 07-07-71.

[25] El Burgués, n° 9 (s/p), 18-08-71; El Burgués, n° 11 (s/p), 15-09-71.

[26] El Burgués, n° 14 (s/p), 27-10-71.

[27] Aron, R. (1962). El opio de los intelectuales. Buenos Aires: Siglo Veinte. Ver Morresi, S. y Vicente, M. (2017). “El combate fecundo. Raymond Aron frente a Marx y al izquierdismo”, Cuestiones de Sociología, n° 20 (pp. 1-16).

[28] El Burgués, n° 30 (s/p), 07-06-72.

[29] El Burgués, n° 37 (s/p), 13-09-72.

[30] Aizcorbe. N. “Envío”. El Burgués, n° 27 (p. 3), 26-04-72.

[31] El Burgués, n° 28 (s/p), 10-05-72.

[32] El Burgués, n° 29 (s/p), 24-05-72.

[33] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 17 (p. 3), 08-12-71.

[35] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 19 (p. 3), 05-01-72.

[36] Ibid. Ver Aizcorbe, R. El Burgués, n° 21 (p. 3), 02-02-72.

[37] El vocabulario humanista de diversas orientaciones (católico, existencialista o liberal) propio de la década de 1960 tenía importantes reverberaciones aún en la primera mitad de la década de 1970. Ver Zanca, J. (2006). Los intelectuales católicos y el fin de la cristiandad, 1955-1966. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica; Fraguas, J. (2017). Orugas y mariposas. Secreto y denuncia en los existencialistas argentinos. Los Polvorines: UNGS; Vicente, M. (2014). Una opción en lugar de un eco, op. cit.

[38] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 47 (p. 3), 31-01-73. John Bunzel mostró, desde los testimonios de diversos académicos que habían sido estudiantes opositores a la guerra, cómo en el fracaso de los Estados Unidos y el posterior avance comunista en Vietnam se encontraba una clave en el giro de estos hacia posiciones de derecha que recuperaban los argumentos otrora criticados. Muchos de esos argumentos se encontraban presentes en las firmas internacionales que la revista publicaba, y en las propias consideraciones del quincenario. Ver Bunzel, J. (1990). Virajes políticos. Los intelectuales norteamericanos y las ideologías (1968-1988). Buenos Aires: GEL.

[39] El Burgués, n° 60 (p. 17), 01-08-73.

[40] El Burgués, n° 1 (s/p), 28-04-71.

[41] El Burgués, n° 7 (s/p), 21-07-71. Lanusse había recibido la Orden del Libertador O´Higgins de manos de Allende y definido a su propio gobierno como “de centro-izquierda”. Para el militar, en su gobierno la Argentina había abandonado la política de fronteras ideológicas, precisamente la que, contrariamente, se iba centralizando en el espacio liberal-conservador. Ver Lanusse, Mi testimonio, op. cit.; Vicente, Una opción, en lugar de un eco, op. cit. 

[42] El Burgués, n° 14 (p. 6-7), 27-10-71.

[43] El Burgués, n° 58 (s/p), 04-07-73.

[44] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 52 (p. 3) 11-04-73.

[45] El Burgués, n° 53 (p. 36), 25-04-73. Lecturas recientes sobre la experiencia de las guerrillas han destacado el mismo factor. Ver dos enfoques distintos en Calveiro, P. (2005). Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años setenta. Buenos Aires: Norma; Vezzetti, H. (2009). Sobre la violencia revolucionaria. Buenos Aires: Siglo XXI.

[46] El Burgués, n° 11 (s/p), 15-09-71. Sobre el ascenso del caso chileno como principal inquietud regional en el liberal-conservadurismo local, ver Vicente, M. (2016), “América Latina según el liberal-conservadurismo argentino: entre la modernización, el panamericanismo y la Doctrina de Seguridad Nacional”, en Bohoslavsky, E. y Bertonha, J. Circule por la derecha. Percepciones, redes y contactos entre las derechas sudamericanas, 1971-1973. Los Polvorines: UNGS.

[47] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 49 (p. 3), 28-02-73. La revista tomaba la noticia de una publicada en La Razón el 22 de febrero previo, e indicaba que había chequeado el hecho “que sonaba increíble” en “las propias fuentes”, aunque no quedaba claro si se trataba de las fuentes del periódico o las del quincenario. El caso debió ser desmentido por la propia Unidad Popular ya que se había montado una campaña opositora sobre el tema, con lo cual se cruzaron folletos, notas y otras formas de intervención. Agradezco a Gabriela Gomes por los datos.

[48] El Burgués, n° 12 (s/p), 29-09-71.

[49] El Burgués, n° 29 (s/p), 24-05-72.

[50] El Burgués, n° 10 (s/p), 01-09-71.

[51] El Burgués, n° 22 (s/p), 16-02-72. Puede verse el detallado testimonio de Kissinger sobre la “política de distención”, editado pocos años luego, en Kissinger, H. (1979). Mis memorias (dos tomos). Buenos Aires: Atlántida. 

[52] El Burgués, n° 28, 10-05-72.

[53] El Burgués, n° 48 (s/p), 14-02-73.

[54] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 16 (p. 3), 24-10-71.

[55] El Burgués, n° 10, 01-09-71.

[56] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 46, 17-01-73.

[57] En ese sentido, es atendible el enfoque sobre las diferencias en los proyectos desarrollistas de uno y otro país e incluso del sitio que ocuparon luego en la memoria institucional, que realiza Sikking, K. (2009). El proyecto desarrollista en la Argentina y Brasil: Frondizi y Kubischek. Buenos Aires: Siglo XXI.

[58] El Burgués, n° 7 (s/p), 21-07-71. Un interesante abordaje al fenómeno de las guerrillas desde una óptica regional, puede verse en Marchesi, A. (2019). Hacer la revolución. Guerrillas latinoamericanas de los ’60 a la caída del muro. Buenos Aires: Siglo XXI.

[59] El Burgués, n° 8 (s/p), 04-08-71.

[60] El Burgués, n° 16 (s/p), 24-10-71.

[61] Sobre Argentina Libre, luego continuada por …Antinazi, ver Bisso, A. (2005). Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de guerra mundial. Buenos Aires: Prometeo; Nallim, J. (2014a). Transformación y crisis del liberalismo. Su desarrollo en el período 1930-1955. Buenos Aires: Gedisa. Sobre las caricaturas opositoras a Perón, Nallim, J. (2014b). Las raíces del antiperonismo. Orígenes históricos e intelectuales. Buenos Aires: Capital Intelectual.

[62] El Burgués, n° 40 (s/p), 25-10-72. El mismo Lanusse también señaló como clave la acción trotskista en la violencia de izquierda. Ver Lanusse, Alejandro, Mi testimonio, op. cit.

[63] La revista aceptaba la existencia de un “conflicto generacional” (al que denominaba así, entrecomillado, para marcar que era una idea preexistente), al que sin embargo dedicó escasas notas en comparación con las constantes intervenciones humorísticas sobre esta problemática, montadas en general sobre el cambio socio-cultural. Sobre diversas lecturas de la época en torno a esta problemática, ver Manzano, V. (2018). La era de la juventud en la Argentina. Cultura, política y sexualidad desde Perón a Videla. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 

[64] El Burgués, n° 17, 08-12-71.

[65] El Burgués, n° 38 (p. 6), 27-09-72.

[66] El Burgués, n° 14 (s/p), 27-10-71.

[67] Carassai, S. (2013). Los años setenta de la gente común, op. cit. pp. 235-287.

[68] “No tener ideas y aún poderlas expresar. Eso es lo que hace un periodista”. Ver Kraus, K. (1998). Contra los periodistas y otros contras. Madrid: Taurus.

[69] Aizcorbe, R. “Envío”. El Burgués, n° 50 (p. 3), 14-03-73.

[70] En su trabajo sobre la derecha peronista, Juan Luis Besoky ha marcado que, al mismo tiempo, la violencia política sobre objetivos puntuales era parte de dinámicas más amplias de militancia, pero sin embargo no tenía el apoyo constante de otros referentes de la derecha peronista, como políticos o sindicalistas. Besoky, J. L. (2016). La derecha peronista. Prácticas políticas y representaciones (1943-1976). Tesis de Doctor en Ciencias Sociales. La Plata: Universidad Nacional de La Plata.

[71] Ver El Burgués, n° 58, 04-07-73; El Burgués, n° 59, 18-07-73.

[72] Vicente, M. Una opción, en lugar de un eco, op. cit.; Casabona, G. (2013). “Clarín y La Nación en la construcción de representaciones sobre el ´enemigo interno´ en tiempos de autoritarismo, violencia y represión (1969)”. Ponencia presentada en las VII Jornadas de Jóvenes Investigadores. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.   

[73] Burkart, M. (2017). De Satiricón a Hum®. Risa, cultura y política en los años setenta. Buenos Aires: Miño y Dávila. Levin, F. (2013). Humor político en tiempos de represión. Clarín, 1973-1983. Buenos Aires: Siglo XXI.

[74] El economista Alberto Benegas Lynch (h), que había escrito en la revista notas incluso de tapa, como su ensayo sobre los 200 años del nacimiento de Adam Smith, aún en 2003 en el prólogo a la reedición de Politeia, del filósofo Jorge Luis García Venturini, marcaba el carácter antidemocrático del gobierno de Allende, parangonándolo con el de Hitler. Ver Benegas Lynch, Alberto (h) (2003). “Prólogo”, en García Venturini, J. L. Politeia. Buenos Aires: Ediciones Cooperativas.

[75] Como advirtió Carlos Gamerro, las intervenciones del Borges de los primeros ´70 funcionaron con una suerte de bajo fondo constante: el retorno del peronismo al poder. Gamerro, C. (2015). Facundo o Martín Fierro. Los libros que inventaron la Argentina. Buenos Aires: Sudamericana.

[76] Aizcorbe, R. “Envío”, El Burgués, n° 16 (p. 3), 24-10-71.

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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

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