Cuadernos
de Marte
AÑO 11
/ N° 18 Enero – Junio 2020
https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/index
La reconfiguración simbólica y material del Medio Oriente, en las
recientes tres décadas
The symbolic and material reconfiguration of the Middle
East,
in the recent three decades
Martín A. Martinelli *
Universidad Nacional de Luján - Cátedra de Estudios Palestinos E. Said
(FFyLL UBA)
Recibido: 10/10/2019 – Aprobado: 17/4/2020
Cita sugerida: Martinelli, M.
(2020). La reconfiguración simbólica y material del Medio Oriente, en las
recientes tres décadas. Cuadernos de Marte, 0(18), 457-489.
Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5666/4607
Resumen
La idea del presente
artículo es indagar acerca de lo ocurrido en la región del Medio Oriente y el
norte de África (MENA), durante las últimas tres décadas. Evaluaremos la manera
en qué Estados Unidos ponderó el Islam y, asociado a ello, el Medio Oriente y
la imagen del árabe, (que convergieron a través del concepto disruptivo de
“terrorismo”). Este enemigo de Occidente resignificado, reemplazaría el
comunismo, representado sobre todo en los soviéticos.
El comienzo de la etapa
que abordaremos, lo podemos situar al momento en que una coalición de treinta y
cuatro países invadió Irak, tras la de este país a Kuwait, en 1990-91. En
consonancia con ese suceso, se indujo desde ciertos sectores del campo
académico y de los medios de comunicación a considerar a los musulmanes como
enemigos, para así, encausarlo con la pretensión de recolonizar diferentes
zonas de dicha región. Es decir que se intensificó la mirada peyorativa sobre
esta región como un “otro” de Occidente, con las consecuencias que esto lleva
aparejadas hasta la actualidad. Luego, analizaremos cómo se procura llevar a
cabo la reconfiguración del mapa y de los Estados-Nación, a partir de
cuestiones tales como la desestabilización de Irak, Siria, Afganistán, Libia y
Yemen.
Palabras clave:
reconfiguración - enemigo – terrorismo – subimperio - hegemonía
The idea of this article is to inquire about what
happened in the Middle East and North Africa (MENA) region, during the last
three decades. We will evaluate the way in which the United States pondered Islam,
and associated with it, the Middle East and the image of Arabic, (which
converged through the disruptive concept of "terrorism"). This
resigned enemy of the West would replace communism, represented above all in
the Soviets.
The beginning of the stage that we will approach, we
can place at the moment when a coalition of thirty-four countries invaded Iraq,
after that of this country to Kuwait, in 1990-91. In line with that event, it
was induced from certain sectors of the academic field and the media to
consider Muslims as enemies, in order to prosecute it with the aim of
recolonizing different areas of that region. In other words, the pejorative
view of this region as an “other” of the West was intensified, with the
consequences that this entails until today. Then, we will analyze how the
reconfiguration of the map and the nation-states is being carried out, based on
issues such as the destabilization of Iraq, Syria, Afghanistan, Libya and
Yemen.
Keywords: reconfiguration - enemy - terrorism - sub-empire -
hegemony
Introducción
La intención del presente artículo es interpretar, desde una
perspectiva histórica, qué cambios y continuidades encontramos en este nuevo
orden mundial respecto de los sucesos previos a la caída del Muro de Berlín.
Asimismo, indagar acerca de las disputas y las controversias suscitadas en la
región del MENA. Nuestro propósito es develar el rol jugado por las potencias,
desde la construcción de un nuevo enemigo, y cómo influye en la lectura de los
conflictos como si fuesen regidos por su carácter religioso. Igualmente, qué
rol cumplen las potencias subimperiales, al mismo tiempo que se desarrollaron
una serie de rebeliones populares para modificar tanto el balance como las
relaciones de poder.
Uno de los ejes
interpretativos que sostendrán nuestro argumento será la pretensión
estadounidense de recolonizar la región, tanto por la posición geoestratégica
como por mantener o expandir su rol hegemónico, además de controlar las
reservas de gas y petróleo regionales (y su transporte). Esto se produciría en
consonancia con la construcción del mundo árabo-musulmán como el antagonista
occidental del período. Entonces, uno de los debates pertinentes es si todos
estos acontecimientos se producen con el objetivo de acaparar el petróleo o se trata
de una cuestión simbólica, de la lucha por el poder y la hegemonía mundial, o
si es una combinación entre dichos factores.
Nos podemos cuestionar si
hubo una intención denodada de rediseñar el mapa de la región. Lo cual se
deduce, a partir de observar ciertos hechos y analizarlos en conjunto. Nos
referimos a la primera invasión de Irak (1991) y luego de Afganistán,
nuevamente a Irak, Libia y en las intervenciones en el conflicto (civil e
internacional) en Siria, Yemen; así como en el caso de Israel y Palestina, o
las tensiones y los bloqueos económicos estadounidenses a Irán. Con ese
cometido, se podrían aplicar conceptualizaciones como la balcanización, dado
que se busca de manera continua desestabilizar la región, si bien, se trata de
factores internos también.
Al momento de analizar las
últimas tres décadas de la región que podríamos denominar “mundo árabe”,
dividido en las regiones del Magreb (Poniente, el Norte de África),
Mashriq (Levante, el “Medio Oriente”) y del Golfo, debemos atenernos a una
serie de patrones en común. Entre ellos la región y, por lo tanto, sus
habitantes, fueron estereotipados y su cultura racializada, como uno de los
principales otros de Europa y Estados Unidos, o sea, lo que se consideraría Occidente.
Este lugar geográfico, o geografía
imaginaria[1]
cultural, no ha sido sin embargo, el único enemigo occidental histórico, si
observamos al menos, desde el siglo XIX en adelante. A los fines de una
interpretación más precisa, debemos ubicarlos en una serie de contrincantes,
cuya utilidad ha variado a lo largo del tiempo. Al realizar una lectura
panorámica del siglo XX y estas dos décadas del corriente, una variable a
considerar son los diferentes contendientes que Estados Unidos ha establecido
durante su historia como potencia imperial: primero los nativos de América,
luego el fascismo, el nazismo, el comunismo, los árabes y/o el islam y, de
manera incipiente China y (nuevamente) Rusia. Resulta relevante establecer esta
visión de mayor plazo, dado que no solo influye en la manera en que se
interprete la historia reciente regional, sino también para dimensionar y
comprender la actuación de dicha potencia a nivel mundial.
La construcción del “nuevo” enemigo
Desde la
disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)[2]
hasta los sucesos actuales, la potencia hegemónica postuló al islam y el Medio
Oriente como el nuevo enemigo de Occidente, en reemplazo del comunismo. Una
representación o imagen difundida es asociar el islam, con el islamismo (la práctica política
asociada a lo religioso) y el terrorismo, unificados en la idea de
“fundamentalismo islámico” y, a su vez, amalgamado con los árabes. De esa
forma, se unifican poblaciones heterogéneas que poseen características en
común, pero que difieren en una variedad de aspectos. Además de que tampoco
actúan en conjunto, más allá de la Liga Árabe, pero aun así, la acusación
esgrimida es que tienen un sentimiento antiestadounidense o hacia la
civilización occidental en general.
A este enemigo nuevamente demonizado
resultaría preciso combatirlo de acuerdo con esa visión. Tal es así que el
estereotipo de un “bárbaro islámico” (también llamado “terrorismo islámico”) se
divulga en los medios de comunicación de manera repetitiva y exultante. Se
resignificó de este modo, una antigua deshumanización cultural representada en
la figura del islam y los musulmanes. Bajo ese prisma se los considera como
pueblos despóticos y terroristas, a los cuales es necesario imponer la
democracia[3].
En tal contexto, se produjo una
modificación en la narrativa bipolar y de competencia directa entre Washington
y Moscú, para dar paso de manera paulatina a la cristalización de un enemigo
árabe-musulmán. Esto quiere decir, que el nuevo paradigma promovido, fue que la
intervención militar estadounidense debiera producirse principalmente en esa
zona por dos razones: primero, por la amenaza que esto conllevaría para el
resto del mundo, y segundo, porque les otorgaría a esas poblaciones la libertad
y la democracia. A diferencia de la caracterización dada al antagonista
anterior, se puede sostener que este estereotipo ya poseía un arraigo previo,
percibido a través de la visión eurocéntrica,[4]
acerca de lo que podríamos dar en llamar el “patio trasero” de Europa[5].
Cabría preguntarse entonces, si se
trata de un nuevo enemigo, lo cual nos lleva a enunciar varios aspectos. Si lo
es, en el sentido, que resulta en las últimas tres décadas el contrincante por
excelencia de la potencia norteamericana y así acarrea a una serie de países
aliados. Pero también podemos decir que no es nuevo, por varias razones.
Primero, porque se trata del “otro” principal para Europa occidental, que
históricamente han sido la arabidad y lo musulmán. Y segundo, en Medio Oriente
y el Norte de África, a partir de mediados del siglo XX, el nivel de injerencia estadounidense ha ido
en aumento como en diferente medida, el soviético, transformándose en uno de
los lugares de disputa de la hegemonía mundial. Aunque, la diferencia
sustancial se produjo a partir de la caída del Muro de Berlín, cuando en el caso
de Estados Unidos se vio acentuado y, creció de manera exponencial desde las
invasiones de su ejército a países como Irak y Afganistán, a partir del
2001-2002.
Por su parte, los medios de
comunicación no abordaron el resurgimiento del islam en sus diversas vertientes
políticas, sino que contribuyeron a una confusión generalizada[6]. Aunque de igual manera, es útil rastrear noticias o textos, en
la década de 1990, tales como Samuel Huntington[7] y su teoría de un choque cultural mundial. Este politólogo estadounidense
vuelve a poner sobre la mesa la vieja dicotomía racista, popularizada por
Ernest Renan (1823-1892) en el siglo XIX, de un mundo ario civilizado, mientras
que el semita, es considerado anárquico. Así se sostendría la idea de que las
diferencias de valores culturales, religiosas, morales y políticas eran fuente
de numerosas crisis[8]. En síntesis, estas darían sostén a que el islam y la civilización
islámica serían el antagonista capaz de mantener la hegemonía estadounidense en
su posición predominante y unificar a los aliados en una nueva cruzada.
En el artículo de
Elaine Sciolino de 1996, en The New York Times “Seeing Green; The Red Menace
is Gone. But Here´s Islam”, el islam (“la amenaza verde”) sería visto de
esa manera, como un peligro para los intereses occidentales. Al mismo tiempo,
se lo vincula con el terrorismo, y se lo entrelazó
con un cliché de los árabes[9]
preestablecido, como se puede ver en líneas generales, en el
cine hollywoodense. En
este caso, según el estudio de Jack Shaheen de 2003[10], ha
habido una constante estigmatización del árabe en los films. Se los
presentó como jeques lujuriosos y luego, en décadas más contemporáneas, como
peligrosos terroristas. Mientras tanto, la mujer árabe está retratada
habitualmente como bailarinas del vientre, mujeres fanáticas y vestidas con
accesorios como la burka sin una identidad real propia. En líneas generales,
podríamos afirmar que la construcción del oponente pasa por una deshumanización
del mismo.
En otro sentido, Bernard Lewis[11] argumenta que la aversión de las poblaciones de
la región mezzoriental hacia Estados Unidos, se debió a la alianza
estadounidense con Israel más su accionar interventor en la zona. Así como por
la diferencia de consideración respecto a políticas similares por parte de la
URSS, dado que también interfirió en la autonomía de los países árabes (pero
según el autor, se omite el papel soviético). Esto es lo que dio lugar, según
este autor, a los sentimientos antiestadounidenses.
En este punto compararemos el
accionar occidental enfrentando al adversario “islámico” (1990-2019) con el
precedente “soviético” (1945-1989). Este difiere, por ejemplo, en las formas de
confrontación entre ambos. Es decir que a los países musulmanes o árabes, de
acuerdo a diferentes momentos, el racismo religioso o la evocación de un rasgo
terrorista, ha servido en pos de avalar la intervención directa sobre ese país
(véase los casos de Irak, Libia y Afganistán; Siria[12]
de manera más indirecta; más la continua retórica antiiraní). Mientras que las
diferencias con el principal país comunista, se dirimían en terceros países,
pero no se llegó al enfrentamiento directo, como sí había pasado con el
anterior a ese, el nazismo y el fascismo.
Otra diferencia es la
territorialidad, si bien el campo de batalla continúa transcurriendo en los
países periféricos, lo cierto es que ahora esos países se convierten en los
rivales y, como requisito tampoco deben ser potencias de segundo orden. Con el
contrincante soviético, en cambio, en los conflictos cada una de las superpotencias participaba a través de la
logística, los armamentos y todo tipo de apoyo (Corea, Vietnam, el mismo
Afganistán[13]).
También en lo geográfico, el comunismo además de la URSS podía ser perseguido
como ideología en Nuestra América –como tras la Revolución Cubana–, o en las
demás latitudes. En cambio, el antagonista arabo-musulmán o terrorista, más
allá de traspasar las fronteras y a través de diferentes atentados, las
represalias hacia ellos o los ataques que las precedieron, se hacen solo en la
región del MENA. Actualmente, el oponente “islámico” o “árabe”, personificado
en Organizaciones (caracterizadas por Estados Unidos como terroristas) o
países, sería invadido casi sin atenuantes, al menos hasta la última década.
En lo discursivo, el factor comunista
daba lugar, si se quiere, a elegir el adversario que cumpla con alguna de esas
condiciones, más allá de donde se encuentre. Mientras que al contendiente
islámico se lo ubica entre los países del MENA, pero entre ellos, solo algunos
de los no aliados. Por lo tanto, entre los países árabes si bien son vistos
como enemigos desde occidente, no todos resultan lo mismo, lo cual sirve para
establecer una especie de jerarquía entre los mismos.
Es así que hallamos tres grupos
posibles, que variaron a lo largo del tiempo. En primer lugar los adversarios
de turno, como Irak y Afganistán, incluso aunque hubiesen sido aliados
previamente. Un segundo grupo de países se mantiene en un status intermedio, o
sea, se los considera como oponentes pero sin llegar (hasta ahora) a atacarlos
militarmente, aunque se les imponen diferentes sanciones como a Irán. Y en el
tercer grupo, están los países aliados de las potencias occidentales, sobre
todo de Estados Unidos. En la actualidad, nos referimos a Arabia Saudí –desde
la década de 1930–, Egipto –desde la muerte de Nasser y sobre todo desde el
acuerdo de paz con Israel de 1978/79– o Turquía, que pese a tener las
características que los haría rivalizar, no son castigados sino todo lo
contrario. Y por supuesto, en un status especial, se constituye la alianza con
Israel, establecida con un mayor acento a partir de la Guerra de 1967[14].
Diferente es el caso de las
agrupaciones no estatales o cuasiestatales, como puede ser el caso de los
kurdos por habitar en cuatro países distintos (Irak con cierta autonomía, Irán,
Turquía y Siria), o el caso palestino –cuya situación político-administrativa
es diferente– pero que por el tipo de
relaciones estadounidenses-israelíes[15]
se decanta hacia el grupo de enemigos, más allá de la presunción de la potencia
de ser un mediador para ese caso. Y en cuya situación, la acusación de
terrorismo data, de al menos, la década de 1970[16].
Desde 1991,
Washington dio un vuelco en su geopolítica mundial, de posicionamiento
unipolar, que se corrobora sobre todo en esta región[17].
Cuando los Estados Unidos lideraron una coalición de países para invadir Irak,
se esgrimió el argumento acerca de la necesidad de revertir esa agresión y la
ocupación de Kuwait. El fin de tales
conflictos ideológicos de carácter laico y profano, según se pronunciaron
durante la descolonización y la Guerra Fría, daría lugar a
una serie de conflictos primero vistos desde la conjetura identitaria, pero sin
matizar las cuestiones tanto históricas como geopolíticas[18].
En esos años, los debates intelectuales
estadounidenses plantearon que su país vivía un momento unipolar que debía
aprovechar, y otros sugirieron que podían perder su posición de preeminencia, dado que el enemigo soviético
ayudaba a mantener unidos a los aliados detrás de su liderazgo.
Pese a esta perspectiva
planteada, desde otro enfoque, varios autores proponen que, en cierto sentido,
la Guerra Fría ideológica continúa o que solo había desaparecido en parte, o
que se mantuvo y mantiene latente. En efecto, el mundo bipolar (más el "Tercer
mundo”) cuyos dos bloques e ideologías estaban en las antípodas, es un proceso
que tiene continuidad por otros medios. Para llegar así a una actualidad, en la
cual se avizora una rivalidad creciente entre EE UU y Rusia[19],
además de China.
La visión religiosa de un conflicto político
Una visión reduccionista —e
intencional en varios casos— pretende subsumir al mundo árabe en una lucha
sunní-chií[20].
De esa manera, tergiversa algunas aristas del tema[21],
e intenta hacer notar que los conflictos actuales surgieron desde los comienzos
del islam en el siglo VII (como en el caso de los análisis sobre el llamado
“Estado Islámico”). Con esa suposición, se prosigue con la conexión entre lo
musulmán, lo árabe y lo terrorista.
Aunque haya países que se
identifiquen a través de alguna de esas creencias como las mayoritarias de cada
uno, eso no significa que incida en cada una de las decisiones, sino que se
trata de cuestiones políticas, económicas, de poder y también religiosas
llegado el caso. Por lo tanto, lo religioso es uno de los factores en cuestión,
que se aplica a la lectura de estos conflictos, no obstante, es que no se
utiliza para otros. Detrás de esa conjetura, existe una visión idealizada de
las sociedades europeas o estadounidenses, donde las diferencias religiosas o
culturales no se dirimen a través de confrontaciones armadas, sino que eso se
vuelca hacia el exterior. Pese a ese tipo de clivaje, y a que puede haber
confrontaciones o discusiones donde uno de los tópicos sea el aspecto
religioso, en líneas generales, se trata de conflictos de carácter secular.
Aunque el argumento promulgado por las potencias de turno haya representado y
lo siga haciendo a la región como violenta en su esencia, o a través de la
deformación histórica como un conflicto que lleva milenios de duración.
Los conflictos que afectan a Oriente
Medio son presentados con frecuencia como una guerra sectaria entre los
miembros de las dos ramas principales del islam. Aunque el elemento religioso
está presente en los discursos de los ideólogos de los distintos bloques
enfrentados, no presenciamos una guerra de religión, sino una lucha por el
poder, en la cual las identidades religiosas rivales estarían compitiendo con
el nacionalismo como idea aglutinante. Como puede ser el caso en la actual
“guerra fría” entre Arabia Saudí e Irán[22],
donde cada uno cuenta con aliados (tanto estatales como no estatales) a los que
suministran recursos, o a través de la implicación directa en los asuntos
locales o regionales[23].
La asociación y más que
nada la tergiversación de diversos conceptos tales como yihad
(interpretado como guerra santa contra todo lo no musulmán)[24] acompañaron una visión monolítica del islam. De acuerdo con dichas afirmaciones, el fundamentalismo religioso
estaría presente en esas sociedades (sin embargo, no todas son atacadas de la
misma forma). De esa manera, se fomenta un tópico cultural donde se acusa a los
grupos árabes-musulmanes de ser opresores, entre otros, sobre las mujeres así
como sobre otras minorías religiosas de la zona. Entonces, ya se ejerce una
visión despectiva al asociar lo árabe con lo musulmán, como si se tratase de lo
mismo.
Tanto las situaciones de
opresión o de marginalidad socioeconómicas, como las ambiciones hegemónicas son
omitidas, y se utilizan esencialismos culturales[25].
Es decir, serían lo opuesto de la democracia y
de los derechos humanos, lo cual se percibe a través de la demonización del
islam y lo árabe. Este aparato discursivo precede y se produce en simultáneo a
la invasión, que se presenta como en defensa de toda la humanidad.
El academicismo
orientalista, personificado en exponentes tales como los mencionados Lewis o
Huntington, Renan, Macdonald, Von Grunenbaum, Adonis, H. Gibb[26],
ha contribuido y prestado servicio a la política exterior occidental, a través
del argumento de una supuesta inferioridad de los árabes, que por ese motivo
deben ser sometidos a las decisiones e intervenciones extranjeras. Tales
fundamentos fueron utilizados para idear no solo las invasiones sobre Irak,
Afganistán o Libia, sino también para mantener la connivencia con la ocupación
israelí en Palestina. Los asesores estadounidenses se valieron de los mismos
estereotipos y justificaciones con el objetivo de ejercer la violencia y el
despotismo que ellos mismos les atribuían a las poblaciones subyugadas.
La imagen difundida de un
árabe con un turbante, en el desierto, sobre un camello, pero ahora armado,
fueron algunas de las caracterizaciones que impregnaron el imaginario dado al
terrorismo. A esto se le sumó el “despotismo oriental”, o el autoritarismo como
característica esencialista del islam. La lógica usada es que tales países son
autoritarios, atrasados y violentos, que no respetan a la mujer, cuya ideología
es antioccidental o antiestadounidense, y por eso sería necesario para
occidente defenderse de ellos.
Antecedentes de la Guerra del Golfo y la
pretensión imperial sobre Irak
La región se erigió como un
escenario regular de rivalidad entre las grandes potencias, que implementaron
un sistemas de alianzas en disputa, desde el desmembramiento
Otomano, el reparto en Mandatos británicos y franceses, las propias guerras
locales con la incidencia de las potencias de turno. La Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética marcó
un cambio significativo, en el que el Medio Oriente era escena decisiva de la
rivalidad entre los grandes poderes, para expandir eso a todo el mundo[27].
Mientras que durante 1948 y
años posteriores hubo guerras esporádicas en la región, a partir de la década
de 1970 los conflictos se diversificaron en al menos tres especificidades. En
primer lugar, los proyectos expansionistas efectuados bajo la protección de
Estados Unidos: Israel en Palestina, Líbano, Siria y el Sinaí; Irak en Irán;
Arabia Saudí en Yemen; la influencia cultural y económica (soft power)
de Irán en Afganistán e Irak. En segundo lugar, los proyectos expansionistas
nacionales sin ese apoyo: como Irak en Kuwait. Y por último, las disputas
dotadas de una dinámica de guerra popular, entre descontento social y
desacuerdo nacional: las intifadas palestinas, la oposición en Yemen,
Hezbollah, o el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK)[28].
En la segunda mitad del siglo XX,
desde el gobierno estadounidense el statu quo que se trató de instaurar fue el de una región libre de la influencia
soviética y de la potestad nacionalista. Debido al agotamiento de la influencia
anglo-francesa en la región, EE.UU. se propuso ocupar ese vacío de poder[29].
La política exterior estadounidense en la región se
podría sintetizar en la doctrina Eisenhower de 1957, que preveía la
intervención eventual de las tropas estadounidenses en el caso de que un país
se vea “amenazado por el comunismo internacional”[30].
EE.UU. guió a ciertos Estados
periféricos como gendarmes propios: con Turquía en una posición predominante;
Irán hasta la Revolución Islámica de 1979; Pakistán; e Israel sobre todo a
partir de 1967. Este sistema de control de los regímenes árabes y de gendarmes
periféricos (en países no árabes) sobrevivió a muchas crisis y persistió, por
ejemplo, hasta la invasión de Irak de 2003[31].
Dichos gendarmes
periféricos tuvieron un rol preponderante en la región, al menos durante la
segunda mitad del siglo XX. Por lo cual resulta evidente que estas
intervenciones no comenzaron a partir de la Guerra del Golfo o del Proyect
New American Century (PNAC –Proyecto Nuevo Siglo Americano– 2000), o del
2006 con los planes para rediseñar el mapa de la región. En 2013, en un
artículo titulado “Imagining a Remapped
Middle East”[32] Robin Wright planteaba:
El
mapa del Medio Oriente moderno, un eje político y económico en el orden
internacional, está hecho jirones. La ruinosa guerra de Siria es el punto de
inflexión. Pero las fuerzas centrífugas de creencias rivales, tribus y etnias,
potenciadas por las consecuencias no deseadas de la Primavera Árabe, también
están separando una región definida por las potencias coloniales europeas hace
un siglo y defendida por los autócratas árabes desde entonces. Un mapa
diferente sería un cambio de juego estratégico para casi todos, posiblemente reconfigurando
alianzas, desafíos de seguridad, comercio y flujos de energía para gran parte
del mundo también. [...]
Las
ideas más fantásticas involucran la balcanización de Arabia Saudita
No obstante, la clave está en el cambio
sustancial que se produjo en la matriz ideológica que lo impulsaba y en la que
estaba anclado.
Entonces, si bien los EE. UU. continúan ejerciendo un control desde el
exterior de los gendarmes periféricos, la modificación sustancial se produce a
partir del 1990-1991 y más aún desde el 2001, en que el enemigo principal de
Occidente ya no es el comunismo –con la URSS como su máxima representante– sino
que al antagonista se lo denomina terrorismo, y se personifica asociado este a
los países arabo musulmanes en general. No obstante, no todos los países que
podrían considerarse en ese grupo (desde Pakistán hasta Marruecos) pasarán a
ser enemigos de occidente y los EE. UU., lo serán en cuanto no sean aliados, o
se adecuen a las políticas e intenciones de la potencia.
La
invasión iraquí de Kuwait en 1990 incidió en la readecuación del orden mundial
en curso, que comenzó la década anterior dadas las considerables
transformaciones en Europa y la URSS. Una
consecuencia fue la presencia militar estadounidense en la Península Arábiga,
lo que provocó el aumento del rechazo hacia Estados Unidos en toda la región.
Ese fue uno de los motivos expresados en 1998 por Osama Bin Laden[33]
y otros líderes islamistas para concebir el “Frente Islámico Mundial para el
Yihad contra los Judíos y los Cruzados”[34].
Los argumentos utilizados por Bin Laden se utilizaron como
pretexto para poder identificar como enemigos a los países musulmanes o árabes
en su conjunto:
No debe estar oculto para ustedes que la gente del islam ha
sufrido de agresión, iniquidad e injusticia impuesta sobre ellos por la alianza
Sionista-cruzados y sus colaboradores; hasta el punto que la sangre musulmana
se convirtió en la más barata y su riqueza fue como botín en las manos de los
enemigos. […] La última y más grande de las agresiones, sufridas por los
musulmanes desde la muerte del Profeta (las bendiciones de Allah sean para él)
es la ocupación de la tierra de los dos Lugares Sagrados, la fundación de la
casa del islam, el lugar de la revelación, La fuente del mensaje y el lugar de
la Ka'ba, el Qiblah de todos los musulmanes, por las armas de los cruzados
americanos y sus aliados. [...] Es increíble que nuestro país sea el más grande
comprador de armas norteamericanas y el principal socio comercial de los
americanos que están asistiendo a sus hermanos sionistas en la ocupación de
Palestina y están expulsando y matando a los musulmanes allí.
Mis Hermanos Musulmanes del Mundo:
Vuestros hermanos en
Palestina y en la tierra de los dos Sitios Sagrados están pidiendo vuestra
ayuda e invitándoles a tomar parte en la lucha contra el enemigo, vuestro
enemigo y su enemigo, los americanos e israelíes.
Sin embargo, durante la década de 1990, los
administradores de la Casa Blanca condujeron una política que los llevó a
enfrentarse con los movimientos islamistas que habían apoyado hasta la década
anterior (en Afganistán y en los enfrentamientos bélicos de Irak contra Irán),
y a generar una animadversión creciente hacia su país entre las poblaciones del
Medio Oriente y el Norte de África en general.
La Guerra Global contra el Terror
Los
sucesos ocurridos el 11 de septiembre del 2001, fueron utilizados por parte de
la dirigencia de los Estados Unidos junto a sus pares del Pentágono como
argunmento para aplicar una serie de medidas políticas y militares directas.
Las cuales estuvieron orientadas a dominar y permitir un mayor control tanto de
las zonas petrolíferas de la región, así como también de otros puntos
estratégicos. En este segundo caso, necesitaban de un pretexto semejante al
ocurrido con Pearl Harbor. Si la competencia económica pasaba a ocupar el lugar
de las guerras, dicha potencia perdería una de sus mayores ventajas en el
sistema global: su dominio en materia militar[35].
En el período en el cual Estados Unidos encabezó las invasiones
sobre Afganistán e Irak, en 2002-2003, planteó desde lo discursivo que sus
tropas actuaban en defensa de los derechos humanos, la democracia y la
liberación del pueblo iraquí. Además argüían que dicha intervención era
necesaria para destruir a al-Qaeda, aunque la realidad marca que no había
conexión alguna entre este e Irak. Este nuevo imperialismo[36]
se intensificaba con estas invasiones, aunque la influencia de dicha potencia
en la zona y su acción directa, no dejaron de estar presentes durante los
siglos XX y XXI (al menos desde 1930). En otras palabras, detrás del velo de una hipotética superioridad
occidental y de la tarea de civilizar se esconde, en realidad, la fuerza como
recurso para dominar esas regiones[37].
La Guerra Global contra
el Terror (GGT)[38]
estuvo precedida y acompañada por un discurso racista,[39] el cual apuntaba contra una amplia
generalización que fue denominada como terrorismo islámico. No obstante, debemos matizar que los señalados por esta
acusación fueron y son los musulmanes de la región del MENA en general, pero
asociando la imagen con los árabes principalmente, más los iraníes y afganos.
Esta nueva forma entrelazada de guerra, discurso e intervención directa sobre
la región vino a llenar el vacío dejado por la lucha contra el comunismo,
iniciativa usada como base de la ideología de su hegemonía, que minaba toda la
política exterior estadounidense.
En 2003, los iraquíes apoyaron o
participaron en los movimientos de resistencia armada. Hubo reticencia a la
invasión y el establecimiento del control directo de los Estados Unidos a
través de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA) en Bagdad. Si bien no
se oponían a la finalización del poder de Saddam Hussein y sus partidarios, lo
cierto es que se generaron disidencias tanto por la forma de su derrocamiento,
como por el nuevo régimen impuesto por la fuerza desde la potencia invasora. La
salvedad se produjo en el Irak kurdo, cuyo gobierno pudo tener autonomía de
Bagdad desde 1991, bajo la protección de los Estados Unidos y las fuerzas
aliadas. Sin embargo, en el resto de Irak, la mayoría de la población sufrió un
grave deterioro de sus condiciones socioeconómicas a manos de las mismas
potencias que invadieron ese territorio, a excepción de aquellos vinculados con
la élite gobernante[40].
Es posible afirmar que los
motivos que llevaron nuevamente a Washington a Irak estaban emparentados con
las reservas petrolíferas y la incidencia directa sobre el Golfo Pérsico. Irak
parecía el objetivo más factible para socavar la fortaleza de la Organización
de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Tales factores combinados condujeron
a la invasión, a los que debemos agregar los planes neoconservadores de ejercer
un mayor control sobre la región. Para luego, intentar inducir cambios de
régimen en otros países reticentes a sus directivas, como Irán y Siria[41].
En junio de 2006, en Tel Aviv, la secretaria
de Estado estadounidense Condoleezza Rice presentó la expresión “Nuevo Oriente
Medio” para reemplazar la de “Gran Oriente Medio”. Se trataba de una “hoja de
ruta militar” anglo-israelo-estadounidese con el objetivo de instaurar un “caos
constructivo”: un área de inestabilidad, de caos y de violencia que se
extendiera desde Líbano, Palestina y Siria a Irak, el Golfo Pérsico, Irán y las
fronteras de Afganistán que mantiene la OTAN (Organización del
Tratado del Atlántico Norte, justamente surgida para la contención soviética). De manera pública, presentaron el proyecto de reorganización
total de Oriente Próximo, cuya intención era generar condiciones de violencia y
guerra en toda la región, y en ese contexto, rediseñar el mapa de Oriente
Próximo en función de sus necesidades y objetivos estratégicos[42].
Durante la
administración Obama, los elementos a considerar fueron el combate contra las
organizaciones terroristas y la prevención de las armas de destrucción masiva.
Comenzaron proyectos de construcción de una nación mediante la promoción de la
democracia (como la Iniciativa del Gran Oriente Medio) en los Estados que
consideraban fallidos o antidemocráticos, que de esa manera exterminarían los
recursos terroristas. Por lo tanto, los Estados Unidos extralimitaron su poder
en el marco de ese enfoque, porque pretendían erradicar a las organizaciones
terroristas y a aquellos Estados que las apoyan. Si bien desde la
administración Obama se criticaron las políticas seguidas por Bush en estos
aspectos, no se puede decir que haya cambiado en la toma de sus decisiones.[43]
La continuidad estratégica entre
ambas administraciones difiere en cuestiones tácticas. Los demócratas no
organizaron una invasión con preeminencia de la infantería estadounidense y de
sus aliados internacionales a ningún país, de hecho, procuraron acercar
posiciones con Irán y priorizaron a las formaciones locales que podrían
colaborar con sus objetivos. La continuidad táctica se observa desde el
lanzamiento del movimiento Despertar en Irak, en 2006, hasta el Ejército Libre
Sirio, desde 2012 en adelante.
La reconfiguración de naciones 2011
El denominado “despertar
árabe” en 2011[44],
indujo a un proceso de intento de alteración del orden establecido. Desde Túnez, en líneas generales, las rebeliones fueron pacíficas
y generaron una ola expansiva. No se identificaba un camino a seguir para el
día después, ni a los líderes políticos encargados de posibilitar los cambios.
Estos países compartían señales de cansancio ante las condiciones de
desocupación, de inflación y de pobreza; la desesperanza de los jóvenes hacia
su futuro; la percepción de corrupción estructural de la clase dirigente; y por
último, la carencia de libertades auténticas de los regímenes políticos[45].
Mientras
transcurrían esas rebeliones, la administración de Obama procuraba derrocar a
los gobiernos de Libia y Siria mediante las acusaciones de ser
antidemocráticos. No obstante, al mismo tiempo, apoyaron a otros regímenes que
también podrían caracterizarse de manera similar en Túnez, Egipto, Bahrein,
Yemen y Arabia Saudita[46]. Las políticas implementadas empeoraron aún más la imagen de
Estados Unidos en la región. Las poblaciones locales han observado como
adversas las intervenciones posteriores al 11-S y la actuación de la potencia
con su doble rasero ante los diferentes acontecimientos de la “primavera árabe[47]”.
En esa coyuntura, el balance de poder regional se inclinó hacia
tres países no árabes: Irán, Israel y Turquía, más uno que sí lo es, como
Arabia Saudita. Los conflictos actuales entre Estados en el
Medio Oriente contraponen a dos frentes, cada uno con sus propios
subconflictos. Por un lado, Arabia Saudí, Israel, Emiratos Árabes Unidos, pero
también Qatar y Turquía, en alianza con Estados Unidos; y en el sector opuesto,
Rusia, Irán, Siria[48].
Con respecto al caso sirio, este
se transformó en un enorme campo de enfrentamiento entre: por una parte, China
y Rusia, e Irán; y por otra, los países occidentales, y la OTAN. A su vez, la creciente espiral de protestas,
cívicas y pacíficas, derivaron en una guerra dilatada
en el tiempo. El embargo de la lucha democrática profundizó la
postergación general de los levantamientos, que fueron socavadas por las
represiones dictatoriales y por los salafistas[49].
EE.UU. contribuye de
varias maneras a enfrentarlos para desgastar y mantener un balance de poder, lo
cual utiliza para controlar aliados y contrincantes[50]. No
actúan como simples policías regionales, ya que ellos sustentan sus propias iniciativas
de hegemonía territorial.
El carácter subimperial de
Turquía, miembro de la OTAN y vinculado con el Pentágono, se comprueba en las
controversias con Irán. Sin embargo, oscila entre la asociación y ciertas
disidencias respecto de Estados Unidos.
Mientras que un
caso particular es Israel –otros ejemplos serían Canadá y Australia–, por
tratarse de una prolongación directa de la potencia en la región que actúa en
combinación con la OTAN y el Pentágono. Por lo tanto, no
actúan como subimperios sino como prolongaciones del imperialismo[51]. Asimismo, los alineamientos tanto como las alianzas resultan fluctuantes y
con un dinamismo bastante particular. Imponen un juego maquiavélico de acuerdos
que no es nuevo pero que, en el periodo analizado, conllevó una inusitada
alteración en las relaciones de poder.
La escala de los conflictos en el MENA se aceleró desde 1990,
cuando la desaparición de la URSS levantó las restricciones para el despliegue
militar estadounidense, con el objetivo de mantener sus prerrogativas en la
región. El resultado ha sido no solo fomentar la oposición, en forma de islam
político, sino fortalecer a las élites que establecen alianzas con Estados
Unidos con ayuda militar[52].
La cuestión sería que las intervenciones extranjeras
irrumpieron en la región con cambios respecto a las modalidades anteriores, en
cuanto a los objetivos y, sobre todo, para aprovechar el vacío de poder dejado
por la URSS. Las invasiones por parte de Estados Unidos hacia Irak en 1991 y
2003, con la subsiguiente ocupación de este país, resultaron hechos
significativos en el plano simbólico y material, en relación con otros
acontecimientos alrededor del mundo de ese periodo[53].
En
el período de la Guerra Fría se independizaron gran cantidad de países de Asia
y África, por lo que nuevos países se sumaron, en ese periodo caracterizado por
la descolonización y el auge de los nacionalismos de esos continentes, al
concierto de las naciones. Tal como sucediera durante la mayor parte del siglo
XX, al realizar una análisis global, en el que hubo grandes transformaciones
territoriales y de modificaciones en las fronteras. Particularmente, si nos
detenemos a observar desde la décadas de 1990 hacia esta
parte, ha habido ciertos cambios en el sentido de reconfiguración de las
naciones en Medio Oriente, asimismo, los hubo en otras regiones tales como: la
disolución soviética en quince países, Yugoslavia en otros siete,
Checoslovaquia en dos, Sudán en dos, Timor Oriental se independizó de
Indonesia, las unificaciones de Alemania o de Yemen, por poner algunos
ejemplos. Es decir, que se trata de un periodo caracterizado por la división de
algunos países y esto se refleja en las transformaciones acaecidas en los
mapas, como en el debate propiciado sobre los aspectos que definen tanto a las
naciones como a los nacionalismos. Asimismo,
cabe subrayar que los mayores cambios geopolíticos desde los ’90 se
concentraron en la caída de la URSS, el desmantelamiento de su área de
influencia y el avance de la OTAN hasta el Báltico y la frontera rusa.
En tal contexto, en líneas
generales de alcance global, debemos ponderar que la visión idealizada de una
identidad de los países europeos no es tan homogénea, tal como se imagina a
partir de narrativas históricas, sino que existen casos que lo contradicen en diferentes
momentos (La liga del Norte en Italia, Padania, Cataluña, País Vasco, Escocia,
o los ya mencionados). Asimismo, existe un mito sobre la conflictividad[54]
y el despotismo o autoritarismo en el mundo árabe[55],
en contraposición a lo que sucedería –según esta misma tesitura– en Europa y
Estados Unidos.
Hasta la actualidad, el mapa
político de la región está en continuo reordenamiento (luego de cumplirse un
siglo de Sykes-Picot, 1916), con los deterioros de varios países como Irak,
Afganistán, Libia, Yemen y el incierto desenlace de la devastación en Siria.
Tal es así que los más afectados fueron los ciudadanos y la región en general,
como puede evidenciarse en el caso de los refugiados. Estados Unidos en parte,
Rusia y China hacen notar su presencia económica y diplomática (acontece un
desplazamiento geopolítico en lo relativo a China y las
implicancias de la “Nueva Ruta de la Seda”, y Rusia), mientras que las potencias petroleras del Golfo resultan
preeminentes por su poder económico y sus alianzas con Washington.
7. Conclusión
Al analizar en
conjunto esta serie de irrupciones y los estragos causados sobre las
poblaciones y los Estados de la región, observamos un patrón generalizado en la
relación con: por un lado, el plan estadounidense para mantener su hegemonía
durante el nuevo siglo XXI, y por otro, la justificación al haber aplicado el
orientalismo e incluso el imperialismo sustentado en la cultura, con el fin de
poder legitimar las invasiones de manera simbólica, mientras las estaba
ejecutando. Por lo tanto, los países que sufrieron
agresiones exteriores, sumadas a los contratiempos internos, nos permite
entrever cambios tanto en los equilibrios y relaciones de poder, como en la
viabilidad de esas existencias estatales. Entonces, se vislumbra la intención
de modificar el mapa regional como soporte del accionar de las potencias.
Si bien este período no puede
percibirse como homogéneo, ni tampoco como una serie de conflictos encadenados,
lo cierto es que se distingue una pauta permanente, la intervención directa de
Estados Unidos (unilateral y junto a la OTAN en algunos de los casos), además
de Rusia. A estas acciones simbólicas y materiales las encausó la búsqueda del
reacomodamiento de las fronteras o bien de las territorialidades. La situación
implicó una descentralización del poder, donde se difuminó el control del
ejercicio de la violencia en detrimento de los Estados, y a favor de otros
actores. Se intentó propiciar, en cierto sentido, una balcanización de la zona
(con las salvedades necesarias para el término), con la concepción de fondo del
“divide y reinarás”.
Entonces, el punto más álgido de
elaboración del “enemigo” de la civilización occidental, en este periodo se
produce en consonancia, con las invasiones de Irak y Afganistán. Tanto a nivel
discursivo como propagandístico, como parte de un proyecto para el nuevo siglo
americano y de un Nuevo Medio Oriente. Sin embargo, varios de los países de la región, pese a esa dinámica
difamatoria en su contra, continúan incólumes como aliados de Estados Unidos. La simplificación subyacente ha sido: se encuentra en el “mundo
árabe (según esta deducción, incluye también a otros en la región)”, es
musulmán, por lo tanto, es terrorista. Aunque por supuesto, esto ha tenido una
política de doble rasero ya que, como vimos bajo las mismas características
otros han sido aliados estratégicos.
En otras palabras, tras este manto
ideológico creado, y que se fue modificando durante estas tres décadas, la
intervención militar y de ahogamiento financiero por parte de las potencias se
ha incrementado. Lo cual queda reflejado, por un lado, en un mayor rechazo de
las poblaciones hacia las mismas y, por otro, en una mayor cantidad de
rebeliones. La oposición dialéctica se produce a través de los rasgos
culturales árabes (aunque también se incluya a los persas, afganos u otros), y
en el aspecto religioso, a lo islámico en general.
El estereotipo sobre los
habitantes de esta región se instaura a partir de exaltar y acentuar rasgos que
puedan ser considerados negativos. La fabricación del enemigo, es así
aprovechada para alcanzar el apoyo de los aliados y para alegar su ascendencia
e ideología de supremacía. La serie de pretextos enarbolados,
y la idea de que se combatían adversarios de la civilización también daba lugar
a la OTAN, que acompañó deliberadamente varios de esos ataques. En este contexto, se trató de rediseñar varios países o sus
territorialidades por medio de intervenciones o de diferentes modalidades lo
que, visto en su conjunto, brinda la idea de una intencionalidad y cierta
planificación, pese a que en la historia los proyectos o propósitos suelen
distar con lo que luego se lleva a cabo y las dificultades encontradas sobre el
terreno.
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mapa de Medio Oriente del teniente-coronel Ralph Peters (2006)
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[1] Said, E. (1994). Orientalism. Nueva York: Vintage (Edición
original de 1978). Pfoh, E. (2014). “Geografías
imaginadas, práctica arqueológica y construcción nacional en Israel/Palestina”.
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39 (pp.39-62). Buenos Aires.
[2]
Cf. Poch de Feliú, R.
(2003). La gran transición: Rusia 1985-2002. Barcelona: Crítica.
[3]
Murphy, S. (2005). La imagen demonizada del Islam: ayer y hoy. Ponencia
presentada en X Jornadas
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Universidad Nacional de Rosario. Disponible en: http://cdsa.aacademica.org/000-006/538.pdf [visitado abril de 2019]
[4] Dussel, E. (2000). “Europa, modernidad y eurocentrismo” en
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latinoamericanas (pp.257-276). Buenos
Aires: CLACSO.
[5] El enemigo
de la Guerra Fría a su vez tenía una caracterización previa en las mismas
tradiciones del movimiento obrero estadounidense, perseguidos al menos desde la
última parte del siglo XIX.
[6] Cf. Armstrong, K.
(2011). The battle for God: A history of
fundamentalism. Nueva
York: Ballantine Books. Brieger, P. (2006). Qué es Al Qaeda: terrorismo y violencia
política. Buenos Aires: Capital Intelectual.
[7]
Huntington, S. (1993). The Clash of Civilizations: and the
Remaking of the World Order. Nueva
York: Simon & Schuster.
[8] Corm, G.
(1999). “Dinámicas identitarias
y geopolíticas en las relaciones entre el mundo árabe y Europa”. CIDOB Afers
Internacionals nº43-44, Barcelona, p. 3. Corm, G. (2013). “El abuso del “choque de
civilizaciones”, en Le Monde Diplomatique, n°164 (pp.27-28). Buenos Aires, p. 28.
[9] Said, E. (2008). Covering Islam: How the media and the
experts determine how we see the rest of the world. Nueva York: Random
House, p. 16.
[10]
Shaheen, J. (2003). “Reel bad Arabs: How Hollywood vilifies a people”. The
Annals of the American Academy of Political and Social Science n°
588(1)(pp.171-193). Philadelphia.
[11]
Lewis, B. (1990) “The roots of Muslim rage”. The Atlantic Monthly n° 226(3) (pp.47-60). Boston.
[12]
Ver Katz, C. (2017). “Controversias sobre la crisis en Siria”. Cuadernos de Marte, n°12 (pp. 223-254).
Buenos Aires.
[13] Ver Poch de
Feliú, R. (2019). “La derrota de Estados Unidos en Afganistán”. Disponible en https://rafaelpoch.com/2019/02/20/la-derrota-de-estados-unidos-en-afganistan/ [visitado febrero de 2019]
[14]
Pappé, I. (2013). The Modern Middle East.
Londres, Nueva York: Routledge.
[15] García, P. (2018). “Palestina, Israel y
la geopolítica de Asia occidental”. OASIS n°27, (pp. 149-166). Bogotá.
[16] Ver al respecto Said, E.(1979) The
Cuestion of Palestine. Nueva York: Times Books.
[17] Conde, G. (2018a). “El Medio Oriente: entre rebeliones populares
y geopolítica”. OASIS n°27 (pp.7-25). Bogotá,
p. 12.
[18] Corm, G. (1999). “Dinámicas identitarias
y geopolíticas en las relaciones entre el mundo árabe y Europa”, op. Cit.,
p. 39.
[19]
Estefanía, J. (2018). La Guerra Fría es un proceso, La hegemonía cultural
divide al mundo un cuarto de siglo después de la caída de la URSS”, en El
País. Disponible en: https://elpais.com/elpais/2018/12/14/opinion/1544792916_379695.html [visitado abril de 2019].
[20] La mayoría de los musulmanes son sunníes, también
denominados ortodoxos: reconocen los cuatro primeros califas, no conceden
ninguna atribución especial a los descendientes del yerno del Profeta Alí, y se
adhieren a una de las cuatro escuela jurídicas del derecho musulmán. En cambio,
los chiíes forman una de las
grandes ramas del Islam actual, aunque son minoría alrededor del 15%.
Las diferencias teológicas son más bien escasas y ambos grupos reconocen la
validez de sus interpretaciones. En la actualidad residen chiíes en Irán,
Azerbaiyán, Irak, Líbano, Kuwait, Bahrein, Arabia Saudí y Yemen. El rasgo más
característico de la chi’a es el enorme poder de los imanes y teólogos.
Existe todo un clero chií fundado en un sistema de jerarquías
espirituales con escuelas, exámenes y grados concretos (ruholá, ayatolá), que
indican su autoridad religiosa. A su vez, cada imam tiene su grupo de
seguidores.
[21]
Cuadro, M. (2018). “Relaciones Internacionales latinoamericanas,
occidentalismo y orientalismo periférico: un análisis de las lecturas
sectarias”. Ponencia presentada en el II Encuentro del Grupo de Trabajo
“América Latina y Medio Oriente” CLACSO. Buenos Aires: UNSAM, p.18. Ver sobre todo su análisis sobre los
planteos de Vali Nasr (2006) The Shi’a Revival: How Conflicts
Within Islam Will Shape the Future. New York: W. W. Norton & Company.
[22] Ver Moya Mena, S. (2018). “Irán y Arabia Saudí, rivalidades
geopolíticas y escenarios de confrontación”. OASIS n° 27 (pp. 47-66). Bogotá.
[23] Fernández, H. (2015). “The Multiple
Crisis in the Middle East”. Quaderns de la Mediterrània n° 22 (pp. 91-99). Barcelona.
[24] Moya Mena, S. (2016). El islam y sus manifestaciones sociopolíticas contemporáneas: breve
introducción. Universidad de Costa Rica: San José, pp. 8-12.
[25] Corm, G. (2013). El
abuso del “choque de civilizaciones”, op. cit., p. 19.
[26] Al´Azm, S. (2016). “El orientalismo como “choque de
civilizaciones”, en Sin Permiso. Disponible en: http://www.sinpermiso.info/textos/el-orientalismo-como-espejo-del-choque-de-civilizaciones [visitado marzo de 2019]
[27] Khalidi, R. (2009). Sowing Crisis. The Cold War and American
Dominance in the Middle East. Boston: Beacon Press, p. 203.
[28]
Harris, K. (2016). “Construcción y deconstrucción del Gran Oriente Próximo”. New
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[29] Aruri, N. (2005). El
mediador deshonesto. El rol de EE.UU. en Israel y Palestina. Buenos Aires: Canaán, pp.
27-28; Amin,
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56 n° 6. Disponible en: https://monthlyreview.org/2004/11/01/u-s-imperialism-europe-and-the-middle-east/ [visitado
marzo de 2019]
[30] Rodinson, M. (2005). Los
árabes. Madrid: Siglo XXI, p. 94.
[31]
Chomsky, N., & Achcar, G. (2007). Estados
peligrosos: Oriente Medio y la política exterior estadounidense. op. cit.,
p. 80.
[32] Wright, R. (2013). “Imagining a Remapped
Middle East” en New York Times, 29 de septiembre. Artículo disponible en: https://www.nytimes.com/2013/09/29/opinion/sunday/imagining-a-remapped-middle-east.html [visitado
junio de 2019]
[33] Osama bin Muhammad bin Laden,
Viernes, 9/4/1417 (23/8/1996 CE) Montañas del Hindukush, Khurasan, Afganistán.
[34]
Fernández, H. A. (2015). “The Multiple Crisis in the Middle”. op. cit., p.
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[35]
Chomsky, N., & Achcar, G. (2007). Estados
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D. (2012). El enigma del capital y las crisis del capitalismo. Madrid:
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[37]
Martinelli, M. (2019). “Orientalismo, Cultura e Imperialismo y La
cuestión palestina”. Zero n°36 (pp. 54-61). Bogotá.
[38] La potencia norteamericana, como sheriff mundial, lucha
contra los extremistas deja supuestamente la “guerra preventiva”, la “Guerra Global contra
el Terror (GGT)”,
la “guerra cultural” y el “choque de civilizaciones”. En la medida que resulte
necesario, usará la OTAN o la ONU, con el objetivo de mantener el poder a
través también de su diplomacia, los servicios de inteligencia, el dominio
mediático, además de las alianzas militares y civiles. El empleo de
instituciones internacionales fija, además, la defensa de los valores de la
sociedad capitalista.
[39]
Cuadro, M. (2013). Matar para mejorar la
vida. Racismo religioso o la constitución del sujeto exterminable durante la
Guerra Global contra el Terror (Tesis doctoral, La Plata, Argentina), p.
168.
[40]
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power and the people: Paths of resistance in the Middle East. Cambridge University Press,
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[41]
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[42]
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[43]
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International Relations n°13(4) (pp.41-58). Cinarcik, pp. 43/44.
[44] Ver Galindo, A.
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[45] Paredes Rodríguez, R. (2013). “A 10 años del 11-S, escenarios inestables
con conflictos abiertos en la región de Medio Oriente”. Estudos Internacionais, n° 1 (1) (pp. 59-82). Belo
Horizonte.
[46]
Telatar, G. (2014). “Barack Obama, the war on terrorism and the US hegemony”, op.
cit., p. 54.
[47] Zaccara, L.(2013). “Del “11S” a la “primavera árabe”:¿ Qué
nos dice la opinión pública árabe?”. Estudos
internacionais n° 1 (pp.95-108). Belo Horizonte, p. 100.
[48] Conde, G.
(2018b). “La nueva Guerra Fría del Medio
Oriente y las rebeliones populares árabes” en Galindo, A. y Western, W.
(comp.). Voces, tramas y trayectorias: transiciones críticas en el Medio
Oriente y Norte de África (pp.331-364). Monterrey: Universidad Autónoma de
Nuevo León, p. 334.
[49]
Cockburn, P. (2016). The age of jihad:
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[50] Katz. C. (2016).
“Las modalidades actuales del subimperialismo”. Tensões Mundiais n° 12 (23
jul/dez) (pp.73-100). Fortaleza, p.
79.
[51] Ibídem, pp. 75, 80.
[52] Amin, S. (2018). “El sistema mira hacia el fascismo como la respuesta a su creciente debilidad”, en Matriz del Sur. Disponible en: http://matrizur.org/2018/11/la-ultima-entrevista-a-samir-amin-el-sistema-mira-hacia-el-fascismo-como-la-respuesta-a-su-creciente-debilidad/ [visitado mayo de 2019]
[53] Achcar, G. (2015), “What
Caused the Killings?” en Socialist Worker. Disponible en: https://socialistworker.org/2015/02/02/what-caused-the-killings
[visitado abril de 2019]. Achcar, G. (2017). “Empire and the Middle
East in the Age of Trump”, en Socialist Worker. Disponible en: http://socialistworker.org/2017/12/11/empire-and-the-middle-east-in-the-age-of-trump [visitado mayo de 2019]
[54] Álvarez-Ossorio, I. (2011). “El mito de la conflictividad del mundo árabe. De la época colonial a las revueltas populares”. Investigaciones Geográficas n° 55 (pp. 55-70). Alicante. https://doi.org/10.14198/INGEO2011.55.04
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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
ISSN 1852-9879
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