Cuadernos de Marte
AÑO 11 / N° 18 Enero – Junio 2020
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La guerra como arena de la lucha feminista: el caso de las
guerrilleras sandinistas
War as the arena of the feminist struggle: the case of women in
sandinist guerrilla
Bárbara Livorno*
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires
Nicolás Marotta**
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires
Recibido: 31/10/2019 – Aprobado: 27/2/2020
Cita sugerida: Livorno, B., & Marotta, N. (2020). La
guerra como arena de la lucha feminista: el caso de las guerrilleras
sandinistas. Cuadernos de Marte, 0(18), 353-388. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5663
Resumen
En el presente
trabajo analizaremos la participación de las mujeres sandinistas en el
conflicto bélico desarrollado en Nicaragua entre 1970 y 1990. Contrariamente al
relato hegemónico que pretende invisibilizar el papel de las mujeres en la
guerra, planteamos que el componente femenino se constituyó como un factor
relevante dentro de la lucha armada nicaragüense. En este contexto,
involucrarse en el ámbito militar les permitió conquistar espacios de poder
históricamente dominados por lo masculino, poniendo en cuestión los roles
tradicionalmente asignados a cada género de acuerdo a la división sexual del
trabajo.
A los fines
propuestos, comenzaremos caracterizando la situación socioeconómica de las
clases trabajadoras en general y de las mujeres en particular en el marco de la
Nicaragua prerrevolucionaria. Luego, realizaremos un recorrido histórico sobre
la paulatina incorporación de las mujeres a la lucha armada. Posteriormente,
indagaremos en las organizaciones femeninas y sus estrategias. Finalmente,
analizaremos los cambios culturales y las conquistas obtenidas en relación a
las demandas más relevantes del género como resultado del creciente grado de
participación de la mujer en la Revolución.
Palabras claves: Mujeres - División sexual del trabajo - Nicaragua -
Revolución Sandinista - Lucha armada
Abstract
In the present
paper we will analyze the participation of sandinist women in the armed
conflict in Nicaragua between 1970 and 1990. Contrary to the hegemonic story
that seeks to make the role of women in war invisible, we argued that the
feminine component was constituted as a relevant factor in the Nicaraguan armed
struggle. In this context, getting involved in the military environment allowed
them to conquer spaces of power historically dominated by the masculine, questioning the roles
traditionally assigned to each gender according to the sexual division of
labor.
For the proposed purposes,
we will begin by characterizing the socioeconomic situation of the
working classes in general and of women in particular in the framework of
prerevolutionary Nicaragua. Then,
we will carry out a historical development on the
gradual incorporation of women into armed struggle. Later, we will investigate
the feminine organizations and their strategies. Finally, we will analyze the
cultural changes and the conquests obtained in relation to the most relevant
demands of the gender as a result of the increasing degree of participation of
women in the revolution.
Key words: Women
- Sexual division of labor - Nicaragua - Sandinist Revolution - Armed conflict
Introducción
Históricamente,
el ámbito militar se presentó como exclusivamente dominado por lo masculino de
modo que la participación de las mujeres en los conflictos bélicos quedó
invisibilizada o relegada a tareas subsidiarias. En ese sentido, “la dominación sexualizada es
parte de la construcción ideológica de lo militar”[1] de
tal manera que los ejércitos se constituyen como espacios masculinos de poder
que obstaculizan la incorporación femenina. Dicha construcción simbólica
parte de naturalizar los roles socialmente asignados a cada género, siendo las
mujeres las encargadas de dar vida -y, por ende, imposibilitadas de quitarla-
mientras que a los varones se los vincula con una supuesta capacidad inherente
para ejercer la violencia[2]. Sin
embargo, pese a la estructura eminentemente machista de los ejércitos, en la
lucha armada desarrollada en América Latina durante la segunda mitad del siglo
XX, el componente femenino asumió un papel significativo en los combates
llegando, en ciertos casos, a ocupar puestos de alto mando.
Una de las
propuestas del siguiente trabajo consiste en poner en cuestión el relato
hegemónico que presenta a los conflictos bélicos como terrenos en donde la
participación de la mujer es inexistente o, en el caso de que exista, se
encuentra desvinculada de lo estrictamente político militar. En cambio,
rechazando los planteos biologicistas que suponen al cuerpo femenino como
portador de una incapacidad intrínseca que justifica y naturaliza la división
sexual del trabajo, planteamos que no sólo es falsa la concepción sobre la
carencia de participación femenina en la guerra, sino que dicha participación
implica una ruptura con los roles tradicionalmente asignados. En esa línea,
sugerimos que la esfera militar se constituye como un espacio de disputa que permite
a la mujer avanzar sobre ciertas reivindicaciones, alejándose del mandato
patriarcal que la vincula exclusivamente con la esfera reproductiva y con las
tareas de cuidados. A los fines mencionados, nos centraremos en analizar el
papel asumido por las guerrilleras del Frente Sandinista de Liberación Nacional
(FSLN) en el marco de la Revolución Nicaragüense llevada a cabo en 1979.
Resulta necesario aclarar que la contribución femenina a la lucha armada en
América Latina asumió cierta relevancia en una multiplicidad de casos tales
como el Movimiento 26 de Julio en Cuba, el Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional en El Salvador y el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional en México, entre otros. Sin embargo, la elección del caso mencionado
se vincula con el hecho de que la participación de la mujer en el conflicto
político militar fue superior, tanto en términos cuantitativos como
cualitativos, a la de experiencias similares en la región. Se estima que
“constituían entre el 25 y 30 por ciento de las combatientes”[3].
Contextualización
socioeconómica de la Nicaragua prerrevolucionaria
A partir de la
invasión de William Walker en 1855, Nicaragua fue sometida a la dominación
imperialista, la cual se agudizó en 1926 con la ocupación de los marines norteamericanos.
La situación de total sometimiento tanto político como económico generó una
serie de resistencias antiimperialistas, siendo la guerrilla dirigida por
Augusto César Sandino la que adquirió mayor relevancia por haber logrado
expulsar en 1933 a los invasores estadounidenses. Al año siguiente, Sandino es
asesinado con la complicidad de Anastasio Somoza García, representante de la
oligarquía local y de los intereses imperialistas. Ese hecho inaugura la
dinastía de la familia Somoza, quienes se perpetraron en el poder hasta 1979.
La dictadura
somocista se constituyó como la forma política que adoptó el desarrollo de un
capitalismo absolutamente subordinado a los intereses del imperio
norteamericano. Si bien es conocido el carácter represivo de la dictadura, no
es menos cierto que durante el gobierno de Anastasio Somoza García (1937-1956)[4]
creció considerablemente el movimiento obrero nicaragüense -el número de
afiliados a sindicatos creció de 2.000 en 1943 a 17.000 en 1945[5]-, al
tiempo que aquellos sindicatos que lo representaban obtuvieron grandes
concesiones por parte del régimen somocista en general y del sector empresarial
en particular. Con el propósito estratégico de debilitar a la oligarquía
conservadora, Somoza García intentó “consolidar un control hegemónico sobre las
clases trabajadoras al proyectarse como un líder populista y al fomentar un ala
oficialista del movimiento sindical”[6].
Su retórica anti-oligárquica, medidas como el Código de Trabajo -a través del
cual se pretendía regular por medio del Estado las relaciones entre capital y
trabajo-, aumentos salariales y una importante inversión en obra pública
buscaban el consenso de la mayoría del movimiento obrero organizado, como forma
de construir un proyecto político similar al de Perón en Argentina o al de
Vargas en Brasil. Sin embargo, el crecimiento de una notable influencia
izquierdista en el incipiente movimiento obrero y el sector estudiantil,
cristalizada en el Partido Socialista Nicaragüense, conjugado con la
incapacidad de Somoza para desvincularse completamente de la oligarquía
conservadora y del Departamento de Estado Norteamericano, fueron factores
decisivos a la hora de explicar la imposibilidad de consolidar un control
hegemónico sobre el pueblo nicaragüense[7].
En el año 1956 es
asesinado Anastasio Somoza García mediante un atentado ocurrido en la ciudad de
León, en manos del poeta Rigoberto López Pérez. Este hecho clausura el proyecto
populista de Somoza García e inaugura el gobierno de su hijo, Luis Somoza
Debayle, quien destinó gran parte de las fuerzas represivas estatales a buscar
a los culpables del asesinato de su padre.
Como señala
Ferrero Blanco[8], el
gobierno de Luis Somoza Debayle se constituyó como un período de transición
entre el mandato de su padre y el de su hermano y sucesor, Anastasio Somoza
Debayle. Mientras se profundizaba la política represiva, Luis Somoza intentó
llevar adelante reformas que continuaban la estrategia populista que
caracterizó a su padre, entre las que se destacan la reforma laboral y la
reforma agraria. A pesar de su intención de promover las mencionadas reformas,
la élite agroexportadora no estaba dispuesta a colaborar con las medidas
populistas impulsadas por el gobierno, motivo por el cual se negaron a pagar el
salario mínimo a la vez que desplegaron una política de persecución a los
sindicatos. En este contexto, la pretensión de establecer una reforma laboral
fracasó. Por otro lado, la situación socioeconómica de Nicaragua evidenciaba la
necesidad de llevar adelante una reforma agraria: “el 0,1% de la población rural poseía el 20% de las
tierras y el 50% de la población no alcanzaba al 3% de las mismas”[9]. Por
ende, el gobierno de Luis Somoza planteó la expropiación sin indemnización,
pero, una vez más, las elites se opusieron a las medidas, por lo que solo pudo
realizarse de manera parcial. El fracaso de la estrategia populista lo expuso a
un enfrentamiento abierto con la oposición a la vez que perdía el apoyo de
campesinos y obreros, conservando solo el sostén de la Guardia Nacional.
Un año antes de
la muerte de Luis Somoza Debayle, su hermano y jefe de la Guardia Nacional
Anastasio Somoza Debayle ganó las elecciones llevadas a cabo en el año 1967. El
tercero de los Somoza en el poder recrudeció la represión hacia el pueblo
nicaragüense -principalmente a quienes se manifestaban como opositores al
régimen- al tiempo que sostuvo un discurso defensor de los derechos de la
población en general y de las mujeres en particular. Específicamente, los
discursos de Anastasio Somoza Debayle en la campaña presidencial de 1966
buscaban atraer el voto femenino proclamándose defensor de los derechos de las
mujeres y enfatizando en que la familia Somoza y el Partido Nacionalista
Liberal “habían emprendido la labor de incorporar a la vida política al ser que
más querían… la mujer nicaragüense”[10].
Sin embargo, la contradicción entre los discursos que hablaban de construcción
de ciudadanía y derechos para las mayorías, por un lado, y la violenta
exclusión y desigualdad que padecía la enorme mayoría de la población, por el
otro, se constituyó como uno de los factores principales que llevaron a la
movilización popular contra la dictadura.
Así las cosas, como señala Vilas[11], el
brutal ejercicio del poder político-militar generó, de manera contradictoria,
el desarrollo de una conciencia colectiva en la que la miseria económica se
articuló con componentes de índole extraeconómico vinculados directamente al
carácter antipopular y represivo de la dictadura. La paulatina concientización
de los sectores subalternos enlazada con la recuperación de las experiencias de
lucha antiimperialista continentales -particularmente la Revolución Cubana y el
legado de Sandino- sentaron las bases para la formación del FSLN en 1961,
dirigido por Tomás Borge, Carlos Fonseca y Silvio Mayorga que, sin embargo, no
alcanzó un apoyo popular significativo sino hasta fines de la década de 1970.
En términos
socioeconómicos, la situación de Nicaragua podría describirse de manera
esquemática como un país en el que se desarrolló un capitalismo dependiente
articulado con formas no capitalistas de producción, a las que subordinó pero
sin eliminar plenamente. Esta característica implicó la combinación de
distintos tipos de producción y circulación en el que coexisten diversos grados
de proletarización con formas de vinculación directa a la tierra. Asimismo, el
desarrollo de la producción de café generó la constitución de una burguesía
agraria y un proletariado agrícola, limitado por la baja densidad de población
y por el carácter estacional del empleo. Al igual que el resto de la región,
Nicaragua fue incorporada al mercado mundial como exportadora de materias
primas, con un avance de las fuerzas productivas y del capitalismo muy lento.
Sin embargo, en las décadas de 1950 y 1960 se produce una aceleración de las transformaciones
capitalistas, producto del auge algodonero y la expansión ganadera. En este
marco, junto a una profundización de la proletarización, se encuentra una masa
de semiproletarios y minifundistas cuyas parcelas no alcanzaban para la
reproducción familiar y, por lo tanto, venden su fuerza de trabajo a otros
productores.[12]
Entre las décadas de 1950 y 1970 se produce una ola de
migraciones hacia las grandes ciudades, principalmente a Managua, la cual
casi cuadruplicó su población, pasando de algo menos de 110 mil
habitantes a casi 400 mil. La falta de sectores productivos que dieran empleo a
esta masa creciente de población, la carencia de infraestructura, etcétera,
aceleraron la tugurización de la ciudad e introdujeron elementos de refuerzo a
la terciarización de la vida urbana y a las condiciones paupérrimas de
existencia para la mayoría de la población.[13]
Sumado a este
proceso, el terremoto de diciembre de 1972 con epicentro en Managua profundizó
el deterioro de las condiciones de vida de los sectores populares, dejando sin
fuente de trabajo a casi 52 mil personas, las cuales constituían el 57% de la
Población Económicamente Activa (PEA) de aquella ciudad y forzando al
desplazamiento de unos 250 mil habitantes. En efecto, la catástrofe dejó a las
masas trabajadoras urbanas sin vivienda, sin trabajo, sin pertenencias
personales y sumergidas en una angustiante tensión emocional como producto de
las pérdidas tanto materiales como afectivas sufridas.[14]
Situación de la mujer nicaragüense y su incorporación a la
lucha revolucionaria
Así las cosas, la
clase trabajadora en general se encontraba inmersa en una situación de profunda
miseria y opresión que se veía acentuada en el caso de las mujeres[15]. De
acuerdo a la división sexual del trabajo tradicional, la mujer se encuentra en
una situación de inferioridad respecto al hombre, no sólo por encargarse de las
tareas domésticas sino también por realizar los trabajos peor remunerados.
Kergoat la caracteriza, por un lado, por
la asignación prioritaria de los
hombres a la esfera productiva y de las mujeres a la esfera reproductiva; y,
por el otro, por el acaparamiento por parte de los hombres de las funciones con
un alto valor agregado (políticas, religiosas, militares, etc.). Esta forma de
división social se halla regida por dos principios organizadores: el principio
de separación (hay trabajos de hombres y trabajos de mujeres) y el principio
jerárquico (un trabajo de hombre vale más que uno de mujer).[16]
Sin embargo, en
aquellos países que se insertan en el mercado mundial como productores de
materias primas, la división sexual del trabajo adopta una forma específica de
modo que “el espacio de la mujer también incluye funciones productivas y de
remuneración económica que son propias de esta forma de desarrollo periférico,
tardío y dependiente del financiamiento y la tecnología de los centros
capitalistas.”[17]
En lo que atañe a
la particularidad de Nicaragua, los datos censales dan cuenta de la creciente
feminización del mercado laboral en las décadas previas a la Revolución: en el
área urbana se produce un aumento de la participación de las mujeres dentro de
la PEA del 35% al 40% entre los años 1971 y 1977. A su vez, en el ámbito rural,
las mujeres representan el 29% de la PEA hacia finales de la década de 1970[18].
En lo relativo a
la lucha por los derechos de las mujeres, en la etapa previa a la Revolución,
hubo al menos dos movimientos de origen urbano que asumieron cierta relevancia.
Gonzalez Rivera[19] los
caracteriza como la primera ola feminista que se extendió entre 1920 y 1950, y
el movimiento de mujeres somocistas, cuya relevancia se sitúa entre 1950 y
1979. Una de las principales demandas femeninas durante la primera mitad del
siglo XX se encontraba asociada al derecho al sufragio. En este marco, la
mayoría de las mujeres independientes pertenecientes a la primera ola se
incorporaron al Partido Conservador anti-Somoza o al Partido Liberal
pro-Somoza. Una vez que el derecho al voto femenino fue conquistado, estos
movimientos tendieron a desaparecer gradualmente. La conquista de este derecho
por parte del Movimiento Feminista, cristalizada en la reforma de la
Constitución Política en 1955, fue presentada desde el discurso oficial como
“un mérito personal del general Anastasio Somoza García y del Partido Liberal
Nacionalista”[20]. De
esta forma, se invisibilizó la lucha que el feminismo nicaragüense había
librado durante toda la primera mitad de siglo, como parte de la estrategia
somocista de adoptar un discurso populista sobre los derechos de las mujeres.
En la misma
línea, Gonzalez Rivera[21]
señala que en las décadas de 1950 y 1960, el Partido Liberal Nacionalista,
encabezado por Anastasio Somoza García en primer lugar y por Luis Somoza
Debayle posteriormente, llevó adelante una agenda inclusiva en relación a las
demandas femeninas, en donde las mujeres se vieron beneficiadas por
oportunidades educativas y laborales a las que no accedían anteriormente. En
este sentido, resulta interesante considerar cómo, al mismo tiempo que se
obtuvieron ciertos beneficios relacionados con la injerencia femenina en la
lógica patronal-clientelar propia de la dictadura somocista, la incorporación a
la dinámica partidaria de aquellos movimientos con demandas específicas
relacionadas al género tendió a neutralizar a los mismos. En síntesis, la
autora señala que “las mujeres somocistas simplemente reflejaron las
contradicciones dentro del somocismo en general, el cual oscilaba entre el
clientelismo, el populismo y la represión abierta.”[22]
En lo que atañe a
la sociedad campesina, en términos generales los valores patriarcales
estructuran un orden social basado en la sumisión de la mujer, lo que implica
que las campesinas se encuentren absolutamente sometidas al hombre, quien las
concibe fundamentalmente como un cuerpo con capacidad gestante. En este marco,
desde niñas son educadas bajo el precepto de que deben ser obedientes y
serviciales con su marido, a la vez que mantenerse en la casa con sus hijos. El
aislamiento al que eran sometidas se conjugaba con la escasa educación sexual
recibida y el precario acceso a métodos anticonceptivos, lo cual generaba una
anulación de la capacidad de decidir libremente sobre su maternidad.
Asimismo, una
expresión elocuente del grado de machismo -presente tanto en la urbe como en
zonas rurales- es la existencia de la poligamia abierta como algo legítimo para
los varones. Ésta situación, junto al abandono por parte de aquellos hombres
que, desesperanzados por no poder incorporarse al mercado laboral, se sumergían
en el alcoholismo y la marginalidad, provocaba la existencia de una gran
cantidad de madres solteras -llegando al 75% en 1979[23]-
que se constituían como el principal sostén económico de la familia. De este
modo, dentro de las clases populares las familias mostraban “fuertes rasgos de
‘centralización materna’: la madre es el pilar económico y afectivo del hogar
mientras el padre permanece ausente (...)”.[24]
Por otra parte, la desigualdad de género se pone de manifiesto en el escaso
nivel de escolaridad femenino, llegando el analfabetismo al 93% entre las
mujeres rurales[25].
Tal como plantea
Gariazzo, la situación de abandono sumada a la responsabilidad de sostener el
hogar que debía asumir, implicó que la mujer nicaragüense “desarrollara una
gran capacidad para ser independiente y una gran valentía y fortaleza moral”[26]. En
el mismo sentido se dirige la tesis de Randall, según quien “la altísima
participación revolucionaria que muestra la mujer nicaragüense tiene mucho que
ver con su notable participación económica. Su injerencia en la vida económica
del país (...) la sitúa fuera de los límites estrechos del hogar”[27].
Tempranamente las
mujeres nicaragüenses se movilizaron ocupando el espacio público para protestar
contra la dictadura somocista junto a estudiantes, docentes, campesinos y obreros.
Por mencionar algunos ejemplos, participaron en 1936 de la huelga general
contra el alza en los precios de la gasolina; protagonizaron en 1944 huelgas en
las fábricas textiles reclamando mejoras salariales y subsidios de embarazo;
posteriormente, durante los años 1947 y 1948 organizaron manifestaciones contra
el fraude electoral por parte del Partido Liberal; por último, a fines de la
década de 1950 se sumaron a las movilizaciones populares contra el deterioro de
las condiciones de vida, por la vivienda y la salud. Cabe destacar que en
reiteradas ocasiones fueron víctimas de una brutal represión.
A partir de los
años 60 se produce un crecimiento cuantitativo de la organización de las
mujeres en torno a la resolución de sus problemas inmediatos, tales como las
tareas domésticas, el cuidado de los hijos y el analfabetismo. Retomando a
Kampwirth[28], es
posible pensar estos cambios dentro de los procesos de transformaciones
económicas ocurridos durante las décadas de 1950 y 1960. La autora señala que,
por un lado, dado que los campesinos se veían obligados a dejar sus tierras en
búsqueda de nuevos mercados donde vender su fuerza de trabajo, las mujeres
abandonadas por sus esposos se encontraban en una situación de mayor
desesperación, pero también de mayor autonomía. Por otro lado, muchas mujeres
buscaron afrontar la crisis emigrando a la ciudad, lo cual facilita la
organización y la concientización de su situación por diversos motivos: en
primer lugar, les permite realizar comparaciones y obtener un mayor grado de
conciencia sobre el origen social de las desigualdades; en segundo lugar, las
zonas urbanas se encuentran más densamente pobladas, por lo que la articulación
con otras mujeres se ve facilitada; por último, los lazos con las áreas rurales
favorecen la formación de guerrillas con presencia tanto en la ciudad como en
el campo.[29] A
pesar de esto, los espacios en los que desarrollaban su actividad militante
eran limitados en tanto “carecían de orientación orgánico-política”[30].
Algunas obreras y estudiantes de extracción pequeño-burguesa comienzan a
asociarse a la Juventud Revolucionaria Nicaragüense, lo cual implicó un aumento
en la participación de las mujeres en la lucha popular. Sin embargo, se toparon
con determinados obstáculos, a saber: por un lado, existían ciertos prejuicios
sociales que adjudicaban una connotación negativa a la militancia política
revolucionaria femenina y, por el otro, el machismo imbricado en la estructura
organizativa desestimó su integración por considerarlas incapaces de realizar tareas
militares.
En lo relativo a
la participación de las mujeres en el FSLN, hasta el año 1967 éstas habían
desempeñado exclusivamente tareas de apoyo tales como la compra de ropa y
comida o la mensajería. A partir de aquel año el FSLN se vio obligado a cambiar
su estrategia para incorporar a una porción mayor de la sociedad a la
guerrilla. Como plantea Kampwirth[31],
luego de la caída del Che Guevara en Bolivia, los sandinistas fueron los
primeros guerrilleros latinoamericanos en abandonar la estrategia de foco, que
es de pequeños grupos, en favor de una que apunte a la movilización masiva.
Esta nueva estrategia consistía en reclutar a todo aquel que quisiera
unírseles, en la categoría que fuera. En pos de este viraje, “los guerrilleros
masculinos tenían que reprimir su sexismo; estaban obligados a invitar a
mujeres a unirse a sus filas si querían tener éxito en la movilización masiva.
Esto no quiere decir que dejaran de ser sexistas, pero sí que por su propio
interés debían suprimir sus sentimientos sexistas, y así aumentar el número de
afiliados.”[32] De
este modo, a pesar de que se inició una campaña activa para reclutar mujeres de
todos los niveles socioeconómicos, existía un particular interés en incorporar
a aquellas pertenecientes a la clase trabajadora. Ese objetivo se cristalizó en
la creación de la Alianza Patriótica de Mujeres Nicaragüenses (APMN), destinada
principalmente a la lucha por mejores condiciones de trabajo, siendo la
igualdad de salario y el derecho a la sindicalización las principales demandas
sostenidas.
Si bien la
incorporación de la mujer a la militancia orgánica produjo un salto cualitativo
en la organización femenina, la experiencia no prosperó, en parte, debido a que
el contenido exclusivamente proletario de las demandas tendía a neutralizar los
reclamos específicos de las mujeres y, por otro lado, como consecuencia de las
posiciones meramente partidarias asumidas que subordinaron las reivindicaciones
de género a la estrategia del Frente.
El fracaso
producido por la escasa participación implicó que el FSLN no intentara
establecer organizaciones femeninas sino hasta diez años más tarde. Durante
este lapso las mujeres continuaron asumiendo papeles auxiliares, siendo
relegadas de las tareas político-militares. Sin embargo, el terremoto de 1972
se constituyó como un suceso excepcional que implicó una espontánea
participación femenina en el activismo comunitario. Dado que el gobierno no
respondió a las necesidades inmediatas, se formaron grupos en cada comunidad
para ayudarse y reconstruirse colectivamente, en los que la mujer asumió un rol
fundamental. Es factible considerar que la situación social generada por el
terremoto, sumado a la escalada represiva por parte del gobierno somocista que
alcanzó su punto máximo en 1977, implicaron un quiebre en la activación
femenina de modo que muchas mujeres se incorporaron al movimiento contra el
régimen a partir de la muerte o el encarcelamiento de sus hijos. Dado que la
política represiva de la dictadura somocista se dirigió principalmente hacia los
jóvenes, una gran cantidad de mujeres comenzaron a involucrarse en la lucha de
liberación nacional como una forma de defender sus lazos familiares en general
y a sus hijos en particular. En este sentido se dirigen los siguientes
testimonios de dos combatientes sandinistas, Gloria Carrión y Lea Guido,
respectivamente:
(...) hay factores subjetivos. La dictadura somocista, el carácter
genocida de la dictadura aquí, su carácter altamente represivo y sobre todo
-pensamos nosotros- el carácter de la represión dictatorial con la juventud
principalmente: todo eso influyó. (...)
La mujer, como pilar del hogar, es la que está más ligada económica,
psicológica y emotivamente a la crianza y la educación de los hijos; y esto ha
motivado a la mujer en defensa de la vida de sus hijos, y en defensa de la
juventud en general. [33]
El rol de la madre fue un
elemento político y psicológico importante. Fue dimensionado en forma
revolucionaria. La madre nicaragüense se movilizó como tal contra la tortura,
los desaparecidos y se enorgulleció de tener un hijo sandinista. El rol de
madre jugó un papel cohesionador político para la participación activa de la
mujer, unificó la familia en el enfrentamiento contra la dictadura (...)[34]
Como se puede
observar en el testimonio de Lea Guido, la maternidad asumió una forma
revolucionaria de modo que la defensa de la militancia política de sus hijos
implicó una resignificación del rol de madre asumiendo un papel activo en la
lucha contra la dictadura.
Por otra parte, así como las motivaciones
subjetivas señaladas por ambas combatientes sandinistas resultan considerables
para comprender la inserción femenina en el proceso revolucionario, los
factores objetivos vinculados con la estructura socioeconómica nicaragüense
también presentan cierta relevancia explicativa. Esto es, al constituirse como
el pilar fundamental del hogar, vinculándose directamente con el ámbito
productivo, la mujer obrera nicaragüense desarrolló determinadas cualidades en
su personalidad que le permitieron conformarse como sujeto político en la lucha
armada. Como sostiene Maier,
(...)una mujer que siempre ha tenido alguna ligazón con el mundo de la
producción o el trabajo fuera de la casa, y con la lucha viva que existe entre
las clases sociales, forja un carácter más beligerante, menos miedoso y tímido,
menos castrado que la mujer que solo conoce el movimiento mayor de la sociedad
a través de la experiencia hablada de los otros miembros de la familia.[35]
El hecho de constituirse como la encargada de la
subsistencia familiar le otorga a la mujer proletaria un vínculo sumamente
estrecho con la realidad social que le permite ser más consciente de las
problemáticas socioeconómicas y políticas del país ya que éstas le afectan
directamente. En palabras de Gloria Carrión:
La mujer de los sectores populares es la que masivamente se ha integrado
al proceso revolucionario aquí, y es porque es una mujer que se ha visto
obligada a pelear, si querés, se ha visto obligada a llevar una situación bien
dura, a luchar por las mínimas condiciones económicas en su casa. Entonces de
hecho es una mujer que ha ido adquiriendo una actitud beligerante, y una
personalidad fuerte, callosa, aguantadora. Con todo esto quiero decir que la
integración de la mujer está dada en primer lugar por su condición de clase…
aunque en Nicaragua la participación de la mujer también rebasa la división de
clases.[36]
En la práctica se comprueba el carácter clasista de la
lucha popular en tanto las mujeres de la clase obrera sólo encuentran una vía
de realización integrándose al movimiento revolucionario, mientras que aquellas
pertenecientes a la pequeña burguesía hallan canales de participación y
expresión en forma individual mediante el desempeño de su actividad
profesional. En otros términos, las mujeres proletarias desarrollan un mayor
compromiso y conciencia dado que su superación personal se encuentra
estrechamente vinculada al movimiento colectivo.
AMPRONAC: un salto cualitativo en la organización de las
mujeres
Es en septiembre de 1977, ante la avanzada represiva de la
dictadura somocista, que se crea la Asociación de Mujeres ante la Problemática
Nacional (AMPRONAC) como la necesidad de organizar e incluir a la mujer en la
lucha contra la violación de los derechos humanos. Desde sus inicios, surge
como una organización de origen pequeño-burgués, “cuya extracción de clase les
permitía un amplio margen de actividad política con menor riesgo de represión.”[37]
Si bien AMPRONAC nace como un proyecto al interior del sandinismo, sus vínculos
con el FSLN no se aparecían como concretamente visibles, lo cual permitió una
mayor capacidad de maniobra para reclutar militantes y organizarse. Asimismo,
su condición de mujeres les otorgaba cierto grado de protección a las
activistas como consecuencia del sexismo dictatorial que consideraba a las
mujeres como inherentemente apolíticas e inofensivas.[38] Mientras
los varones constituidos como militantes opositores eran más perseguidos y
reprimidos, las mujeres gozaban de cierto margen de maniobra ya que se las
construía simbólicamente como no peligrosas para el régimen.
En cuanto a las actividades realizadas por las mujeres, en
un primer momento se llevaron a cabo huelgas de hambre, tomas de iglesias y
manifestaciones de cacerolas en solidaridad con los presos políticos, a la vez
que se imprimió y repartió propaganda a favor de las libertades individuales y
en defensa de los derechos humanos. A medida que se fue agudizando la lucha
contra el régimen somocista, fueron adhiriéndose cada vez más mujeres como
consecuencia del trabajo de concientización y organización que se realizaba en
los barrios populares. La transformación cuantitativa de la Asociación implicó
un cambio cualitativo en su composición de clase, en tanto la participación de
amas de casa, obreras y campesinas adquirió un papel preponderante.
El carácter policlasista que asumió la organización generó
disputas al interior por lo que en 1978 se llevaron adelante asambleas para
discutir el futuro de AMPRONAC. La vertiente burguesa proponía entrar al Frente
Amplio Opositor (FAO) con el fin de luchar por un somocismo sin Somoza; por su
parte las militantes de extracción popular entendían la necesidad de derrocar
tanto a la dictadura como a sus instituciones, lo cual se cristalizó en la
propuesta de formar parte del Movimiento Pueblo Unido (MPU). Luego de un debate
a nivel nacional, AMPRONAC ingresó al MPU declarándose abiertamente sandinista.
La nueva orientación generó importantes modificaciones en la organización, la
cual “dejó de ser un grupo con inquietudes fundamentalmente antirepresivas para
convertirse en una instancia con amplia base popular, que luchaba por el cambio
de las estructuras y por el mejoramiento de la situación específica de las
mujeres”[39].
Entre sus principales reivindicaciones se incluyeron las demandas más urgentes
tales como la igualdad jurídica y salarial y el rechazo a las políticas
natalistas impulsadas por la dictadura. En las charlas, cursos y seminarios
realizados por AMPRONAC no sólo se discutían las problemáticas de la mujer en
la sociedad sino también se estimulaba el debate sobre los conflictos
coyunturales del país. Por lo tanto, se intentó generar conciencia en las
mujeres en torno a su responsabilidad en la lucha por la liberación nacional.
A través de su vinculación orgánica, la mujer nicaragüense
se constituyó como un sujeto político cada vez más consciente de su explotación
en tanto clase y su opresión en tanto género. Esa doble toma de conciencia la
motivó a involucrarse activamente en la lucha revolucionaria, asumiendo un
carácter beligerante y adquiriendo una participación fundamental en el
conflicto armado. De este modo, las combatientes desempeñaron un papel
primordial en la estructuración de los Comités de Defensa Civil, participaron
en la lucha frontal contra la Guardia Nacional, construyeron barricadas,
formaron una red de correo entre los núcleos sandinistas transportando armas,
dinero, mensajes y bombas, crearon brigadas de primeros auxilios, etc.
La incorporación de la mujer en un ámbito tradicionalmente
masculino como es el militar le permitió alejarse de su rol construido
socialmente, asumiendo uno nuevo demandado por la violencia y opresión que la
rodeaba. De esta forma, la guerra forzó a acelerar el abandono de algunos
prejuicios, lo cual posibilitó el acceso de las mujeres a actividades antes
reservadas exclusivamente para los varones. Sin embargo, esta transformación en
la división sexual del trabajo no se produce mecánicamente. Al sumergirse en la
praxis político-militar, la mujer se
topa con la discriminación de género en su forma más visible, lo que le permite
de manera progresiva profundizar su toma de conciencia sobre la situación
femenina, el carácter estructural de la desigualdad y la necesidad de incluir
al hombre en la lucha contra el machismo. En relación a esto se expresa Lea
Guido:
la práctica, la actividad militante, nos da a la mujer la real y total
dimensión del problema de nuestra opresión, sus raíces económicas, las
limitaciones sociales y las justificaciones ideológicas de ésta. Eso nos hace
entender y comprender que la liberación de nosotras las mujeres no puede ser
obra única de nosotras mismas, sino que debe ser en la militancia común del
hombre y la mujer donde nosotras tenemos un papel importante a jugar como punta
de lanza, tomando conciencia de nuestra condición ubicándola y luchando para
cambiarla.[40]
En los comienzos de la lucha armada, la estructura del
FSLN era reticente a incorporar mujeres al combate mostrando cierta tendencia a
subestimar las capacidades femeninas relacionadas con el uso de la fuerza, la
capacidad de liderazgo y el pensamiento estratégico. En términos generales, el
principal argumento esgrimido para deslegitimar la participación de la mujer en
la guerra es aquel vinculado con las diferencias anatómicas, el cual supone una
supremacía física masculina por sobre la femenina. Asimismo, dentro de la
guerrilla “hubo los que decían que la mujer no servía para la montaña, que sólo
sirven ‘para joder’, que creaban conflictos -los conflictos sexuales en la
tropa (...)”[41].
En este marco, las mujeres rechazaban la idea de continuar realizando solamente
tareas subsidiarias, a la vez que manifestaban su intención de incorporarse a
las escuelas militares. En las discusiones internas del FSLN, “criticaban
especialmente a los compañeros que veían a las mujeres nada más como agentes de
servicio”[42].
Como relata la comandante Mónica Baltodano en relación al Ejército
Revolucionario:
en sus filas había compañeros que tenían una actitud marcadamente
machista: desconfiaban de nuestra aptitud para los trabajos peligrosos y decían
que la mujer es para los trabajos domésticos, que no deberíamos pasar de
correo, que no serviamos para la montaña y que sólo creábamos conflictos
sexuales entre los hombres.[43]
A pesar de la mencionada resistencia, lograron
incorporarse a las escuelas militares e incluso combatir en la guerrilla.
Devenidas combatientes, las mujeres se enfrentaron con el desafío de lograr que
se reconociera su capacidad para dirigir dentro del Ejército Revolucionario. La
disputa por los cargos de mando militar evidenció el rechazo por parte de los
hombres a recibir órdenes de las mujeres. En este contexto, la mujer se vio
obligada a desarrollar una lucha al interior del movimiento para romper con las
raíces históricamente machistas instaladas y así combatir la discriminación de
género. A diferencia de los varones, las mujeres tenían que demostrar que eran
físicamente capaces de la posición asignada en la guerra para poder
configurarse como un sujeto político y combatiente igual al resto. Dando el
ejemplo en el combate -incluso llegando en algunos casos a cargos de alto
mando- lograron quebrar los prejuicios machistas y conquistar un espacio del
que habían sido excluidas hasta entonces. En palabras de Dora María Tellez[44],
comandante guerrillera sandinista:
Con el proceso revolucionario cambian también las concepciones. El mismo
caso de la mujer. La mujer aquí participó dentro de la revolución no a nivel de
cocina sino a nivel de combatiente. A nivel de dirigencia política. Esto da
otro marco a la mujer. De hecho jugó otro papel en la guerra, adquirió una
autoridad moral tremenda, para que cualquier hombre -incluso en una relación
íntima- la respete (...) Han cambiado los conceptos de la relación. Creo que en
general se han mejorado.[45]
Al participar activamente en la lucha armada, la mujer
alcanza una autoridad moral que impacta en el ámbito privado, de forma que se
ponen en cuestión los esquemas de dominación de género incrustados en las relaciones
personales. El nuevo papel que asumió la mujer entraba en contradicción con su
antiguo rol tradicional, lo cual colisiona con la dinámica hogareña
preestablecida. Como plantea Gioconda Belli, “las mujeres no poseíamos el
monopolio de la maternidad. Ser consecuente con la aspiración de igualdad entre
hombres y mujeres era aceptar que los hombres podían ser madres también”[46].
En esencia, la participación político-militar le permite a la mujer elaborar
una opinión propia que violenta la forma en que estaba organizada la vida
familiar y cómo se dividían los roles según género. Concretamente, por un lado, la actividad
militante le demanda tiempo de trabajo por lo que se torna necesario
reorganizar la división de tareas y, por otro lado, la mujer se rebela ante la
relación de propiedad y de tutela del hombre sobre ella misma. En ese sentido
se expresa una militante sandinista:
Mi marido no quería que yo anduviera. (...) El motivo de nuestra
separación fue eso, pues, después de más de veinte años de casados. Él me decía
que dejara esas actividades, que él era el hombre, pues, que él llevaba los
pantalones, que él daba el dinero y que, por lo tanto, como yo era su esposa,
yo era de él. Cuando él me decía así, que yo era de él, yo me sentía como que
era sus zapatos o el asiento en que se sentaba. ‘Yo soy tu compañera -le
decía-, pero no soy tuya, que vos podés mandarme, que vos me podés obligar.
Contra esto vos no podés meterte; ni vos ni nadie tiene el derecho; en ese
particular soy libre[47]
El testimonio de la militante sandinista es ilustrador
acerca de la concepción tradicional de los roles de género, según la cual el
varón, al asumir su función de proveedor económico del hogar, adquiere ciertos
derechos de disponer del tiempo de la mujer tal como lo desee, de forma que su
esposa debe respetar el mandato patriarcal de dedicarse exclusivamente a las
tareas domésticas y de cuidado. En este punto, resulta interesante analizar
cómo la politización masiva de las mujeres implica una problematización de los
estereotipos de género de modo que les permite desnaturalizar las relaciones
personales de dependencia y propiedad que el varón demanda en el seno del
hogar.
En resumen, si bien su participación no las liberó
totalmente de la opresión machista,
fue el elemento catalizador que yuxtapuso en la conciencia las
contradicciones entre su nueva práctica y la ideología machista existente. La
participación de las mujeres en la lucha revolucionaria las llevó junto con los
hombres a cambiar sustancialmente la percepción social de la capacidad femenina.[48]
AMNLAE y el cambio de estrategia en
la lucha de las mujeres
Con el triunfo de
la Revolución, se tornó necesario modificar la estructura misma de la
organización en tanto se abandona el carácter de oposición al régimen somocista,
transformándose en parte integrante del nuevo gobierno sandinista. De esta
suerte, lo que fue AMPRONAC se transformó en la Asociación de Mujeres
Nicaragüenses Luisa Amanda Espinosa (AMNLAE), en conmemoración a una de las
primeras mártires mujer del FSLN, quien cayó en combate en 1970. La estrategia
adoptada por la emergente organización se vinculaba directamente con la
reconstrucción nacional y la defensa de la Revolución del ataque opositor que
comandaba Estados Unidos, entendiendo que, “mediante su participación en las actividades económicas,
sociales y políticas de la Revolución, las mujeres cambiarían la imagen
femenina, históricamente desvalorizada, tanto para ellas como para la sociedad
en general.”[49]
Algunas de las tareas fundamentales de AMNLAE fueron la
participación, junto a los Comités de Defensa Sandinista, en la reconstrucción
y protección de los barrios populares; se ocuparon de la preparación y
desarrollo del proceso de justicia popular contra los guardias somocistas
prisioneros; conformaron equipos de trabajo voluntario destinados a la
producción de café y algodón; se movilizaron activamente en la Cruzada Nacional
de Alfabetización como maestras y alumnas. En suma, la organización se dedicó a
realizar las tareas nacionales más urgentes entendiendo que “la mejor forma de
contribuir a la liberación de la mujer era apoyando la Revolución, lo cual
significaba que los problemas de la mujer serían solucionados por ésta”[50].
AMNLAE concebía que mediante la actividad política de las
mujeres se agudizarían las contradicciones entre su rol tradicional vinculado
con la esfera reproductiva y su participación militante, lo que generaría un
aumento de la organización en torno a sus demandas sectoriales. Sin embargo, la
instauración del Gobierno Revolucionario no implicó un cambio sustancial en la
división sexual del trabajo, motivo por el cual la mujer veía limitada la
cantidad de tiempo disponible para integrarse a las labores políticas. Al mismo
tiempo, la carencia de un proyecto transformador que tienda a modificar la
situación de la mujer en tanto grupo oprimido, retomando sus principales
demandas, generó un descenso cuantitativo en sus militantes, vetando así la
posibilidad de crear una organización feminista sólida.
La situación mencionada
originó una profunda revisión autocrítica en 1981 que concluyó en una
transformación tanto de la estructura organizativa como de sus objetivos
inmediatos. La emergente política de AMNLAE se basó en organizar a la mujer en
sus espacios de participación cotidiana tales como fábricas, sindicatos,
barrios, etc. De este modo, se buscaba facilitar la participación equitativa en
todas las instancias de la sociedad, canalizando las aspiraciones sociales,
económicas y culturales de la mujer y elevando su nivel político-ideológico.
Sin embargo, la subordinación de AMNLAE al Partido desde sus comienzos le
impuso un límite a la lucha feminista, de modo que la carencia de autonomía se
constituyó como un impedimento para convertirse en un eficaz defensor de los
intereses estratégicos de las mujeres.[51]
Hacia un balance de la
lucha feminista
A un mes del triunfo sandinista, se planteó un programa
sobre las acciones que el nuevo gobierno llevaría a cabo en beneficio de la
mujer:
1. Ampliará de manera especial la atención a la madre y el niño. 2.
Eliminará la prostitución y otras lacras sociales con lo cual elevará la
dignidad de la mujer. 3. Pondrá fin al régimen de servidumbre que padece la
mujer y que se refleja en el drama de la madre trabajadora abandonada. 4.
Establecerá el derecho a igual protección de parte de las instituciones
revolucionarias para los niños nacidos fuera del matrimonio. 5. Establecerá
círculos infantiles para el cuido y atención a los hijos de los trabajadores.
6. Establecerá dos meses de ausencia por maternidad antes y después del parto
para la mujer que trabaja. 7. Elevará el nivel político-cultural y vocacional
de la mujer mediante su participación en el proceso revolucionario.[52]
El programa de máxima no pudo cumplirse, por un lado,
debido a las limitaciones que impuso la guerra de agresión dirigida,
planificada y financiada por los Estados Unidos y, por otro, como consecuencia
del machismo imbricado en determinados sectores de la dirección del Gobierno y
de la sociedad en general. A pesar de esto, hubo avances significativos en los
derechos de la mujer, los cuales se cristalizaron en una de las Constituciones
más avanzadas de América Latina en ese sentido. Para mencionar algunas leyes,
se prohibió la utilización de la mujer como símbolo sexual en la publicidad; se
decretó la obligación igualitaria del padre y la madre en el sostenimiento
material de los hijos; se sancionó el derecho al divorcio unilateral; se le
brindó protección al trabajo de las mujeres embarazadas.
A pesar de que se llevaron a cabo programas sociales que
posibilitaron un mayor acceso a la salud y la educación, la nueva legislación
no logró resolver determinados problemas. En un contexto de alta tasa de
mortalidad materna, las campañas de control de natalidad fueron inexistentes,
lo cual se vio agravado por la escasez de anticonceptivos en el mercado y por
el carácter clandestino en que permaneció el aborto. Por su parte, las demandas
de las mujeres vinculadas con la socialización de la atención infantil se
postergaron como consecuencia de las dificultades económicas propias de la
guerra, mientras que la irresponsabilidad paterna continuó siendo la pauta
cultural hegemónica. Una vez finalizado el conflicto bélico a fines de la
década de 1980, dado que la maternidad volvió a ocupar el lugar que tenía en la
sociedad prerrevolucionaria, las mujeres se movilizaron en pos de luchar contra
el hecho de que el cuidado de sus hijos sea su responsabilidad exclusiva. Pero,
desde el Estado se estimuló la reproducción como un deber patriótico ya que el
conflicto bélico había producido enormes bajas en una población históricamente
escasa. Incluso AMNLAE se manifiesta en esa línea:
Necesitamos un poco de
crecimiento de la población. Perdimos demasiadas vidas. somos una población
relativamente pequeña y a medida que este proceso se desarrolle vamos a
necesitar mano de obra para trabajar… Dentro de la revolución existe la ventaja
de que el problema del hijo no es el problema de la mujer, sino que se
convierte en problema del Estado… Además, una Revolución golpea todas las
estructuras de la sociedad, e individuales, en cada hogar. Hicimos un pequeño
sondeo sobre la natalidad, preguntábamos. ¿Por qué ahora va a tener un niño?
Pues porque ahora todo es distinto…[53]
En cuanto al objetivo de eliminar la prostitución, la
política del gobierno sandinista combinó actitudes de tolerancia hacia las
prostitutas -mas no con quienes lucraban con su actividad- con programas de
reeducación impulsados por el Estado en conjunto con AMNLAE. A pesar de esto,
no se logró la erradicación propuesta ya que el nuevo gobierno no ofreció una
salida alternativa a quienes se encontraban en una situación económica y social
vulnerable. Asimismo, “los aspectos ideológicos de la prostitución, tales como la aprobación del
comportamiento masculino o la idea de que las prostitutas son necesarias
‘porque cumplen una función social’, apenas fueron abordados en esta etapa.”[54]
En lo que atañe
al ámbito militar, el destacado papel que cumplieron las mujeres en el proceso
revolucionario no se tradujo en una transformación significativa de la división
sexual del trabajo. A pesar de que en los primeros años “las imágenes de
mujeres levantando barricadas, arrojando bombas de mecate y disparando contra
la Guardia durante la insurrección estaban demasiado recientes para que les
fuera vetada su participación en la defensa armada de la revolución”[55], un
año después del triunfo comenzó a evidenciarse que eran muchas las mujeres que
abandonaban las filas militares y eran trasladadas hacia otro tipo de trabajos
en el ámbito civil. La falta de solución ante la problemática del cuidado de
los hijos, conjugada con una inexistente batalla ideológica por parte del
Estado para superar los prejuicios machistas instalados en la conciencia
colectiva, tornó sumamente dificultosa la inserción de la mujer en las
estructuras militares. Esto se tradujo en una composición de género del
Ejército Sandinista sumamente asimétrica de modo que en 1980 las mujeres
representaban menos del diez por ciento del personal del Ejército y, de 231
oficiales, sólo 13 mujeres ocupaban cargos de dirección de alguna importancia.[56]
En 1981 se
crearon los Batallones de Reserva, como se conocía a las Unidades de Infantería
de reserva del Ejército Popular Sandinista. Inicialmente se determinó que solo
los varones podían participar de las mismas, esgrimiendo motivaciones sexistas
tales como una supuesta incapacidad femenina para luchar contra las bandas
armadas o una falta de voluntad en la participación de la mujer como
consecuencia de lo prolongado e intensivo de los entrenamientos. Ante esta
situación, los sectores feministas más conscientes y organizados dieron la
batalla contra la segregación y exclusión que sufrían las mujeres en el ámbito
militar movilizándose activamente. En ese sentido se expresa un comunicado de
AMNLAE:
En nuestra región, donde las
mujeres se han distinguido por su combatividad y dedicación a la liberación de
nuestro pueblo, donde las mujeres están en las milicias, en la policía
voluntaria y vigilan las calles, no hemos tenido la oportunidad de llegar a ser
reservistas. La tierra de sandino está siendo amenazada y nosotras no podemos
restringir nuestra participación a ocupar de nuevo papeles secundarios en su
defensa[57]
En
la misma línea argumentativa se expresa el siguiente testimonio de Gioconda
Belli:
Por primera vez alguien insinuó
que quizá las mujeres no debían formar parte de las filas activas del ejército.
Me pareció absurdo y lo dije. ¿Cómo podían siquiera pensarlo cuando las mujeres
habían demostrado ser tan buenas combatientes como los hombres durante la
insurrección? No sé cuántos meses después, sin embargo, los mandos del ejército
–con Humberto Ortega a la cabeza– decidieron que las mujeres sólo ocuparan
puestos administrativos.[58]
Ante la ofensiva
de las mujeres cuestionando la división sexual del trabajo militar, se logró la
conformación de escasos batallones mixtos, aunque la proporción de mujeres en
los mismos nunca superó el 10%. Asimismo, lo que ocurría en realidad con aquellas
que llegaban a participar es que no tenían los mismos derechos que sus pares
masculinos, siendo en muchos casos las encargadas de cocinar y limpiar, de modo
que se perpetuaba su histórica función reproductiva y de cuidados. A esta
altura, muchas mujeres eran conscientes de la imposibilidad de violentar la
estructura sexista del Ejército mientras no se compartan las responsabilidades
domésticas. A partir de entonces, cada vez que AMNLAE demandó un trato
igualitario encontró la misma respuesta oficial: “puesto que la defensa de la
revolución no se agota en los aspectos militares, levantar la producción o
hacer vigilancia son también tareas necesarias que las mujeres pueden hacer
mientras los hombres están movilizados”[59]
Como menciona Gioconda Belli, a pesar de la exclusión de
las mujeres del Ejército Nacional,
en la policía sandinista, como
se bautizó entonces (...), no se hizo esta distinción y las compañeras se
incorporaron en gran número. Igual sucedió en el Ministerio del Interior. Me
gustaba ver a las muchachas con uniformes verde olivo y botas militares impecablemente
lustradas. Muchas de ellas se pintaban los labios y hasta llevaban las uñas
pintadas de rojo. Eran el símbolo de un tiempo nuevo para las mujeres de mi
país.[60]
Por su parte, el trabajo asalariado
femenino se acrecentó tanto en el campo como en la ciudad generando, a la vez,
un aumento en la participación sindical. Sin embargo, dado que las labores
domésticas continuaron siendo responsabilidad exclusiva de las mujeres, la
feminización del mercado laboral implicó un exceso de trabajo. Esa sobrecarga
laboral que conjugaba trabajo no remunerado con asalariado establecía un límite
a la participación de las mujeres en el ámbito público de modo que el tiempo
dedicado a las labores domésticas se constituyó como un impedimento para
desarrollarse plenamente como sujetos políticos.
Hacia fines de la década de 1980, el contexto de guerra y
de crisis económica que atravesaba Nicaragua, sumados al ajuste estructural que
realizó el gobierno, generaron una pérdida de apoyo político de la mayoría de
la población, lo cual se cristalizó en una derrota del FSLN en las elecciones
presidenciales de 1990. El bloqueo económico que sufría el país enlazado con la
extenuante guerra civil que duró más de una década socavaron los esfuerzos del
gobierno sandinista por garantizar los derechos de salud, educación y trabajo a
la mayoría de la población. En ese contexto, “los éxitos alcanzados por las
mujeres también se vieron amenazados porque éstas tenían que asumir la
responsabilidad de mantener a sus familias cuando los hombres eran reclutados
para la guerra o no conseguían trabajo”[61]. De
esta forma comenzó a revertirse el espacio de poder que se había abierto para
las mujeres en el proceso de transformación social, en tanto sus demandas
sectoriales quedaron relegadas en un segundo plano, priorizando la lógica
centralista del Frente.
A
medida que transcurría la década de 1980 fueron aumentando las críticas al
interior del FSLN por su excesivo centralismo y por la prácticamente nula
autonomía que tenían los movimientos sociales de base, incluidos los de
mujeres. El sometimiento de AMNLAE a los intereses partidarios implicó la
postergación de la lucha por la igualdad de género y la democratización de la
sociedad nicaragüense, en pos de priorizar la defensa de la Revolución y la
austeridad económica que demandaba la crisis. En definitiva, la apertura que
habían logrado las mujeres al participar activamente del proceso revolucionario
se vio amenazada por su subordinación a la lógica partidaria y por el contexto
socioeconómico que vivía el país, lo cual generó que gran parte de la población
-incluidas las mujeres- deje de apoyar al FSLN.
Conclusión
En el período prerrevolucionario la sociedad nicaragüense
era una de las más atrasadas de América Latina en relación a la problemática de
género. Esto se vislumbra no sólo en lo relativo a los derechos formales, sino
también en el absoluto sometimiento que padecía la mujer a pesar de ser, en la
mayoría de los casos, el principal sostén económico de la familia. En este
marco, que se agudiza con el deterioro de las condiciones de vida producto del
terremoto de 1972 y la escalada represiva de la dictadura somocista, las
mujeres comienzan a salir a la calle como un modo de defender a su núcleo
familiar.
Si bien en un comienzo carecen de organización, el hecho
de salir de sus hogares se constituía como el primer paso tanto para insertarse
en la actividad política como para reconocerse como un sujeto colectivo con
potencialidad revolucionaria. Desde el FSLN se impulsó el reclutamiento de
mujeres, especialmente aquellas de extracción popular. Sin embargo, ciertos
sectores de la organización se mostraron reticentes a la hora de incorporarlas
como combatientes en igualdad de condiciones que los hombres. Por tal motivo,
las mujeres debieron emprender una lucha contra la discriminación de género al
interior del ejército, ganándose no solo el lugar de combatientes sino también,
llegando a cargos de dirección. La batalla llevada adelante por las militantes
en el marco del conflicto armado y la autoridad político-moral que adquirieron
al demostrar que eran capaces de ejercer funciones socialmente asignadas a los
varones -rompiendo así con la división sexual del trabajo militar y su
naturalizado rol como reproductoras y cuidadoras-, les permitió poner en
cuestión el esquema de dominación de género imbricado en la esfera familiar.
Una vez triunfante la Revolución, el nuevo gobierno se
propuso emprender una serie de reformas históricamente asociadas al género
femenino. No obstante hubo cambios sustantivos en términos formales, en la
práctica los patrones culturales hegemónicos se reprodujeron desde el Estado.
La mayor igualdad de género que había propiciado la realidad bélica no se
tradujo en una transformación radical tanto de la división sexual del trabajo
como de los valores patriarcales. De este modo, al naturalizarse la histórica
división de roles que mantiene a la mujer realizando un doble trabajo, se veta
la posibilidad de que la misma se desarrolle política, cultural y socialmente
en igualdad de condiciones.
En conclusión, consideramos que la liberación de la mujer
no se obtiene como resultado automático de un proceso revolucionario. En el
caso particular analizado es sumamente destacable el obstáculo que significa el
trabajo doméstico para la realización integral de la mujer en tanto mientras
aquel no se socialice a través del Estado, las desigualdades continuarán
reproduciéndose. La vertiente hegemónica dentro del movimiento de mujeres
sandinistas -cristalizada en AMNLAE- consideraba que la problemática de la
mujer sería solucionada por la Revolución, por lo que dirigió todas sus fuerzas
en defenderla, concibiendo que en tiempos de paz el Estado emergente podría
contribuir a una mayor igualdad de género. Sin embargo, una vez que se
estableció el gobierno sandinista, los varones recuperaron sus posiciones
privilegiadas obturando la posibilidad de una transformación radical de la
estructura de poder patriarcal. Entonces, si bien la realidad de la guerra
revolucionaria implicó un progreso de la participación femenina en lo público,
en las esferas tradicionalmente masculinas continuaron proliferando las
desigualdades de género mientras que se naturalizaron las relaciones privadas a
través de una resignificación de las antiguas formas patriarcales.
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** FSOC-UBA
[1] Rayas Velasco, L. (2009). Armadas. un análisis de género desde el
cuerpo de las mujeres combatientes. Ciudad de México: El Colegio de México,
Centro de Estudios Sociológicos, Programa Interdisciplinario de Estudios de la
Mujer, p.204.
[2] Ibídem,
p.204.
[3] Luciak, I. (2001). Después de la revolución: igualdad de género y democracia en El
Salvador, Nicaragua y Guatemala. San Salvador: UCA Editores, p. 72.
[4] Entre 1947 y 1950 ocuparon el mando
presidencial familiares o allegados a Anastasio Somoza García, todos ellos
pertenecientes al Partido Liberal Nacionalista.
[5] Gould, J. (1993). “Amigos peligrosos, enemigos
mortales: un análisis de Somoza y el movimiento obrero nicaragüense”. Revista de Historia n° 12 (pp. 19-65).
Nicaragua, p. 47.
[6]
Ibídem, p. 47.
[7] Ibídem,
p. 50.
[8] Ferrero Blanco, M. D., (2010) “Luis «el
bueno». El gran desconocido de la dinastía de los Somoza” Espacio, Tiempo y
Forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 22, pp. 305-334, p.331.
[9] Ibídem,
p. 313.
[10] Kampwirth, K. (2007). “Introducción” y
“Nuevos papeles para las hijas de Sandino”. En Mujeres y movimientos
guerrilleros. Nicaragua, El Salvador, Chiapas y Cuba. México: Plaza y Valdés,
p. 39.
[11] Vilas, C. (1985). “El Sujeto Social de la
Insurrección Popular: La Revolución Sandinista”. Cuadernos Políticos N° 42 (pp. 32-53). México D.F, p. 50.
[12] Ibídem, pp. 35-53.
[13] Ibídem, p.14.
[14] Ibídem,
p.15.
[15] Todavía en 1969, después de diez años de crecimiento macroeconómico, el
país seguía sumido en la pobreza. Según datos de la OIT, la ingesta diaria
media de calorías en la alimentación de la población era de 843, que en el
campo descendía hasta 623, cuando el promedio ideal no debe ser inferior a
2.000 calorías; un 25% de la población padecía bocio endémico; la ceguera
nocturna y la demencia eran males que sufrían pueblos enteros en el Norte; la
mortalidad infantil ascendía al 130 por mil y la mitad de la población moría
antes de los 14 años; el 60% no tenía acceso a médico y, en el ámbito de la
educación, el 70% de la población era analfabeta llegando al 86,2% en las zonas
rurales, donde las mujeres alcanzaban incluso un 93%. La universidad sólo
albergaba al 0,3% de los nicaragüenses. De los 450.000 habitantes de Managua,
el 87% carecía de agua, luz, drenaje, alcantarillado, pavimentación y servicios
higiénicos y las tres cuartas partes vivían con menos de 100 dólares al mes.
Sólo un 20% disfrutaba de agua corriente en la capital y los índices del resto
de las ciudades eran muy inferiores. Ver Ferrero Blanco, M. D., (2010) “Luis «el
bueno». El gran desconocido de la dinastía de los Somoza”, op.cit., p.316.
[16] Kergoat, D. (2003). “De la relación social de sexo al sujeto sexuado”. Revista Mexicana de Sociología n° 4 (pp.
841-861). México, p. 847.
[17] Maier, E. (1985). Las sandinistas. Ciudad de México: Ediciones de Cultura Popular,
p.19.
[18] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo. Madrid: Editorial Revolución,
p.13.
[19] González Rivera, V. (2014) “Legados
antidemocráticos: la primera ola de feminismo y el movimiento de mujeres
somocistas en Nicaragua, de la década del veinte a 1979” en Gómez, J. P. y
Antillón, C. (Eds.). Antología del
pensamiento crítico nicaragüense contemporáneo (pp. 323-344). Buenos Aires:
CLACSO, p. 323.
[20] Cobo del Arco, T. (2008) “Populismo,
somocismo y el voto femenino: Nicaragua, 1936-1955”, en Gabriela Dalla Corte,
Pilar García Jordán, Javier Laviña y otros (Coord). Poder local, poder global
en AMÉRICA LATINA (pp.149-161). Barcelona, Publicacions I Edicions de la
Universitat de Barcelona. p. 152.
[21]González Rivera, V. (2014) “Legados
antidemocráticos: la primera ola de feminismo y el movimiento de mujeres
somocistas en Nicaragua, de la década del veinte a 1979”, op.cit., p. 328.
[22] Ibídem,
p. 329.
[23] Gariazzo, A. (1991). La revolución no da la solución. La mujer en la Nicaragua sandinista.
En Nueva Sociedad 5-6, no. 13, p. 54.
[24] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p.13.
[25] Gariazzo, A. (1991). La revolución no da la solución. La mujer en la Nicaragua sandinista,
op.cit., p. 54.
[26] Ibídem,
p.55.
[27] Randall, M. (1980). Todas
estamos despiertas. Ciudad de
México: Editorial Siglo XXI, p.29.
[28] Kampwirth, K. (2007). “Introducción” y
“Nuevos papeles para las hijas de Sandino”. En Mujeres y movimientos
guerrilleros. Nicaragua, El Salvador, Chiapas y Cuba, op.cit., p. 22.
[29] Ibídem, p. 22.
[30] Ribot, M. T.
(1985). La participación organizada de la mujer nicaragüense
en la revolución sandinista.
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[31] Kampwirth, K. (2007). “Introducción” y
“Nuevos papeles para las hijas de Sandino”. En Mujeres y movimientos guerrilleros. Nicaragua, El Salvador, Chiapas y
Cuba, op.cit., p.49.
[32]Ibídem, p.49.
[33] Randall, M. (1980). Todas
estamos despiertas, op.cit.,
p.45.
[34] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p.47.
[35] Maier, E. (1985). Las sandinistas, op.cit., p.29.
[36] Randall, M. (1980). Todas
estamos despiertas, op.cit.
p.45.
[37] Maier, E. (1985). Las sandinistas, op.cit., p.70.
[38] Kampwirth, K. (2007). “Introducción” y
“Nuevos papeles para las hijas de Sandino”. En Mujeres y movimientos
guerrilleros. Nicaragua, El Salvador, Chiapas y Cuba, op. cit., p. 46.
[39] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p.46.
[40] Randall, M. (1980). Todas
estamos despiertas, op.cit.
p.36.
[41] Ibídem,
p.103.
[42] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p.60-61.
[43] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p.61.
[44] Dora María Tellez fue quien dirigió las tropas
que liberaron la primera ciudad en 1979. Prácticamente la totalidad de su
estado mayor estaba integrado por mujeres.
[45] Randall, M. (1980). Todas
estamos despiertas, op.cit.
p.92.
[46] Belli, G. (2001). El país bajo mi piel: memorias de amor y de guerra. Barcelona:
Plaza & Janes Editores S. A., p. 188.
[47] Maier, E. (1985). Las sandinistas, op.cit., p.75.
[48] Ibídem,
p.43.
[49] Maier, E. (1985). Las sandinistas, op.cit., p.84.
[50] Gariazzo, A. (1991). La revolución no da la solución. La mujer en la Nicaragua sandinista,
op.cit., p.53.
[51]
Luciak, I. (2001). Después de la
revolución: igualdad de género y democracia en El Salvador, Nicaragua y
Guatemala, op.cit., p. 46.
[52] Gariazzo, A. (1991). La revolución no da la solución. La mujer en la Nicaragua sandinista,
op.cit., p. 56.
[53] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p. 92.
[54] Ibídem,
p. 98.
[55] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p. 114.
[56] Luciak, I. (2001). Después de la revolución: igualdad de género y democracia en El
Salvador, Nicaragua y Guatemala, op.cit, p. 47.
[57] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p. 113.
[58] Belli, G. (2001). El país bajo mi piel: memorias de amor y de guerra, op.cit., p.
190.
[59] Murguialday, C. (1990). Nicaragua, revolución y feminismo, op.cit., p. 115.
[60] Belli, G. (2001). El país bajo mi piel: memorias de amor y de guerra, op.cit., p.
190.
[61] Babb, F. (2012). Después
de la revolución: género y cultura política en la Nicaragua neoliberal.
Managua: Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, p.
48.
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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
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