Cuadernos
de Marte
AÑO 11 / N° 18 Enero – Junio 2020
https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/index
La guerra indígena en el corredor central de Chile y Argentina (siglos
XVI al XIX). Un enfoque desde la Arqueología Histórica.
The indigenous war in the
Chile and Argentina central area (sixteen to nineteen centuries). An Historical
Archaeology approach.
Carlos Landa*
CONICET, Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Alicia H. Tapia**
Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires; Departamento de Ciencias Sociales, División Historia, Universidad Nacional de Luján.
Recibido: 2/11/2019 –
Aprobado: 6/1/2020
Cita sugerida: Landa, C., & Tapia, A. (2020). La guerra indígena en el corredor central de Chile y Argentina (siglos XVI al XIX). Un enfoque desde la Arqueología Histórica. Cuadernos de Marte, 0(18), 271-316. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5661
Resumen
La mayoría de los enfrentamientos
bélicos que abordan antropólogos y arqueólogos no suelen ajustarse a los
criterios de análisis de las guerras interestatales del siglo XIX y gran parte
del XX. Esos criterios no resultan adecuados para el estudio de la guerra entre
jefaturas indígenas y ejércitos estatales, ya sea de esos periodos como de
momentos anteriores. El estudio de los enfrentamientos armados entre sociedades
con diferente organización sociopolítica requiere de categorías de análisis
diferentes, tanto de escala como de motivaciones, tácticas y estrategias. Si bien la historiografía
sobre la guerra en la Araucanía es muy abundante y no resulta sencillo
emprender abordajes originales, desde la perspectiva de la Arqueología
histórica y la Arqueología del conflicto-que incluye el uso de datos del
registro documental y el registro arqueológico-, en este trabajo se propone
contribuir a la discusión sobre el carácter asimétrico de los conflictos
armados que se produjeron a largo de tres siglos en la franja central de
Argentina y Chile.
Palabras clave: Asimetría, Guerra indígena, Estrategias-tácticas, Materialidad,
Cambios y continuidades.
Abstract
Most of the
military confrontations that anthropologists and archaeologists studies do not
usually adjusted to the analysis criteria the interstate wars of nineteenth
century and much of the twentieth. These criteria are not suitable for the
study of the war between indigenous chiefdoms and state armies, either from
those periods or from previous times. The study of armed confrontations between
societies with different socio-political organization requires different
categories of analysis, both in scale and in motivations, tactics and
strategies. Although the historiography on the war in Araucanía is very
abundant and it is not easy to undertake original approaches, from the
perspective of Historical Archeology and the Conflict´s Archaeology -which
includes the use of data from documentary and archaeological records-, in this
paper it is proposed contribute to discussion about the asymmetric character
applied to armed conflicts that happened in the central strip of Argentina and
Chile over three centuries.
Key words: Asymmetry, Indigenous War,
Strategies-tactics, Materiality, Changes and continuities.
1. Introducción
La problemática de estudio sobre la guerra en la
Araucanía tiene numerosos antecedentes historiográficos y, como bien lo expresa
el historiador chileno Álvaro Jara[1],
resulta bastante arduo proporcionar abordajes originales a la cuestión. Desde
fines del siglo XIX varios investigadores han analizado los conflictos bélicos
mapuches tanto desde una perspectiva histórica como antropológica[2]. Si
bien los aportes al conocimiento de los procesos históricos y las
particularidades de la guerra que mantuvieron los mapuches son abundantes,
desde las perspectivas de la Arqueología histórica y la Arqueología del conflicto,
en este trabajo discutimos el carácter de asimetría que se ha aplicado en el
estudio de los conflictos armados generados entre ejércitos estatales y los
grupos indígenas organizados en jefaturas, tal como es el caso de los mapuches
y otros pueblos nativos de habla mapudungun, que desde el siglo XVI hasta
mediados del siglo XIX ocuparon el sector central del territorio chileno
ubicado al sur del Río Bío Bío, así como también la franja central del país que
incluye la región de Cuyo y las dos subregiones pampeanas, seca y húmeda[3](Figura
I).
Figura I. Vista
general del área de estudio y ubicación de los sitios arqueológicos que se
mencionan en el texto: 1- Capiz Alto; 2-Viluco; 3- Cerro Mesa; 4- Bajada de las
tropas; 5- Caepe Malal; 6- Las Lajitas; 7- Rebolledo Arriba; 8- La Punta; 9- La
Marcelina; 10- Tres Molinos; 11-Gascón I; 12- Río Matanzas; 13-Arroyo de las
Conchas; 14- Cementerio Indígena; y 15- Santo Domingo Soriano.
Fuente: mapa extraído de la
página Web https://mapamundi.online/america/del-sur/argentina/ [10 de octubre de
2019] y modificado por los autores; ubicación de los sitios publicados en Hajduk,
A, y Biset, A. (1996); Lagiglia, H. (2002); Fernández, M. y Crivelli, E.
(2012); Tapia, A. (2014); Oliva, F., Panizza, M. y Devoto, M. (2015). (Las
citas completas se detallan en la bibliografía al final del texto).
Para efectuar el análisis de los procesos
bélicos y sus expresiones materiales en el área seleccionada se proponen los
siguientes objetivos: 1- interrelacionar los datos que sobre la guerra indígena
proporcionan las fuentes documentales con los materiales arqueológicos
encontrados en los sitios históricos del centro del país; 2- identificar
algunas de las estrategias y tácticas guerreras agenciadas por los grupos
indígenas a través del armamento ofensivo y defensivo utilizado en los
enfrentamientos; 3- identificar los procesos de cambio y continuidad a través
de diferentes expresiones materiales de los conflictos armados que los grupos
indígenas mantuvieron a lo largo de aproximadamente 300 años; y 4- discutir la
validez conceptual de la categoría de asimetría y considerar la posibilidad de
aplicar una perspectiva de análisis alternativa.
2. Abordajes teóricos de la guerra en las Ciencias
Sociales
A lo largo de su historia las sociedades humanas han
realizado una gran inversión de energía, imaginación y esfuerzo en generar, mantener o finalizar sus
disputas. Es por ello que el conflicto, la violencia y la guerra como
manifestación colectiva, han sido tópicos abordados por las diferentes Ciencias
sociales y Humanas con mayor o menor profundidad desde sus albores
disciplinarios. Dado el objeto de estudio que caracteriza a la Antropología y a
la Arqueología, se han señalado algunas particularidades: la mayoría de
los enfrentamientos bélicos que abordan no se ajustan a la concepción de guerra
regular, típica de los conflictos interestatales del siglo XIX y gran parte del
XX (e.g. desde las guerras napoleónicas a la Segunda Guerra Mundial); se tratan
generalmente de conflictos bélicos planteados entre sociedades que poseen
diferente organización sociopolítica. Por ello, las guerras entre potencias
europeas de los dos últimos siglos no constituyen ejemplos adecuados para
emprender el estudio de los conflictos armados entre grupos indígenas y de
estos con los europeos o criollos, así como también de otros episodios bélicos
prehistóricos. Por lo tanto, con el objetivo de caracterizar las
manifestaciones de la guerra entre sociedades con diferente organización
sociopolítica, se ha buscado reformular las categorías de análisis; ya sea de
escala (número de participantes) como de motivaciones, tácticas y estrategias.
En tal sentido resulta adecuado utilizar el enfoque de la teoría de la agencia social[4]y de la
práctica social según las argumentaciones de M. de Certau y P. Bourdieu[5].
Teniendo en cuenta tales perspectivas de análisis, se parte de la premisa que
los grupos indígenas no fueron meros receptores pasivos, sin respuesta ante las
estrategias y tácticas militares o el armamento europeo, sino agentes creativos
y dinámicos de cambios culturales vinculados estrechamente con sus expresiones
materiales.
Para el tratamiento de la guerra desde un abordaje
antropológico, P. Clastres[6] y L.
Keeley[7]
sostienen que los investigadores de dicho tema abrevaron en dos claras fuentes
de índole filosófica contractualista: J. Rousseau y T. Hobbes. La denominada
violencia “primitiva”, tanto desde enfoques etnográficos como arqueológicos,
fue comprendida en relación a la concepción de un pasado “pacífico y feliz”
(siguiendo la idea roussoniana del buen salvaje) y la de un “pasado violento”, donde predominó el interminable conflicto de carácter endémico
según el Leviatán hobbesiano. Estas dos grandes líneas de pensamiento
influyeron profundamente en los debates teóricos que se sucedieron a lo largo
de la historia de la disciplina antropológica para explicar la violencia colectiva
del pasado, su alcance y escalas, ya sea desde enfoques naturalistas y
ambientalistas como socio-biológicos, neoevolucionistas, funcionalistas,
materialistas culturales, estructuralistas, anarquistas y de la praxis[8].
Durante la década de los ´90 se produjo una eclosión
de este tipo de estudios, adquiriendo popularidad tanto en el medio académico
como fuera de él. Dicha proliferación estuvo vinculada a la desaparición del
otrora mundo bipolar (capitalismo vs comunismo) y a los procesos globalizantes relacionados[9].Tales
procesos, lejos de cumplir con expectativas homogenizantes pusieron de
manifiesto antiguas tensiones y conflictos de carácter identitario (religioso,
político, étnico), solapados bajo las narrativas hegemónicas de la Guerra Fría,
al mismo tiempo que se generaron otras nuevas. Muchos de tales conflictos
desembocaron en la lucha armada. En la actualidad, bajo tales condiciones
sociohistóricas se han abordado problemáticas diversas relacionadas con el
surgimiento y desarrollo de la guerra y otras formas de violencia socialmente
organizadas en una amplia diversidad de contextos temporales y espaciales. A su
vez, estos estudios también se vinculan con el impacto y los efectos que
producen estos fenómenos en la construcción de la memoria histórica.
Entre los múltiples aspectos de la guerra analizados
se destacan: la materialidad y espacialidad, la performatividad (performances teatrales, recreacionismos,
ceremoniales y rituales), la corporeidad (inscripción en el cuerpo del
guerrero), el rol en los procesos identitarios (nacionales, étnicos,
religiosos, etc.), su anclaje en la memoria colectiva e individual, su
monumentalidad y sus efectos traumáticos, entre muchos otros[10].
El colapso de la Guerra Fría a principios de los
noventa y la emergencia de múltiples conflictos étnicos y religiosos, motivó a
investigadores militares y de diversas ciencias sociales a debatir sobre la
conceptualización de la guerra como un acontecimiento de carácter simétrico o
bien asimétrico[11].
También se ha discutido el rol que cumplieron las estrategias y las tácticas en
los enfrentamientos, ejemplificados generalmente con casos históricos de los
últimos dos siglos. Desde el campo historiográfico (tanto académico como
militar) algunos debates recientes han cuestionado la utilidad de la distinción
planteada entre conflictos armados simétricos o asimétricos, basada en el tipo
de organización sociopolítica que posee cada uno de los bandos que se
enfrentan. En el primer caso se trata de enfrentamientos bélicos entre
organizaciones sociales comparables (e.g. estados contra estados o bien,
jefaturas contra jefaturas) y, en el caso de la asimetría son contrastantes
(e.g. estados contra jefaturas). Bajo ésta clasificación las “guerras de
conquista” o las “guerras coloniales” se incluirían en la categoría de
asimétricas, llegando incluso a desestimar su carácter de verdaderas guerras[12].
Para el caso específico del corredor central de Argentina y Chile cabe
preguntarse: 1- ¿los enfrentamientos armados entre los diferentes grupos
indígenas (mapuches, hulliches, picunches, pehuenches, ranqueles, entre otras
parcialidades étnicas) y los hispano-criollos, pueden ser calificados como
conflictos bélicos de orden simétrico o asimétrico?; 2- las diversas
estrategias y tácticas empleadas durante los enfrentamientos bélicos ¿se
mantuvieron estables a lo largo del tiempo o se fueron modificando?
Para responder a esos interrogantes tendremos en
cuenta el tratamiento de los conceptos de estrategia y táctica según autores
como Carl von Clausewitz, Basil Liddell Hart y de Certeau[13].En la
literatura militar el concepto de “estrategia” refiere al “arte de distribuir y
aplicar los medios militares de modo de cumplir con los fines de la política”[14].Cuando se produce el enfrentamiento,
las medidas que se toman para efectuar y controlar las acciones se denominan
“tácticas”. Ambas categorías, aunque se utilicen con fines operativos,
nunca pueden ser verdaderamente divididas en compartimientos separados[15]. Tanto las estrategias como las
tácticas son constitutivas de la planificación y la ejecución de la guerra para
los diferentes bandos que se enfrentan.
No obstante, para el caso de la guerra entre
hispano-criollos e indígenas, se considera más adecuada la distinción que
realiza de Certeau[16] para
quien la estrategia es propia del bando que controla un espacio conocido
previamente, hecho que permite planificar acciones futuras. En suma, las
estrategias se elaboran a partir del principio del poder que otorga la
pertenencia a un territorio y constituye el “arte de los fuertes”. Por el
contrario, la táctica no se impone, opera sobre la estrategia y el lugar del
otro. No cuenta con un lugar propio, aprovecha las ocasiones y depende de
ellas, juega con astucia en el campo del otro, elabora ardides: “En suma, la
táctica es un arte del débil”[17].
En la praxis bélica esta distinción conceptual no es tan categórica, ni
exclusiva de un grupo. La fortaleza o debilidad fluctuará de acuerdo a los
contextos en los cuales se desarrollen las acciones: en ocasiones los indígenas
pueden elaborar las estrategias y los hispano-criollos las tácticas o
viceversa. Ambos conceptos teóricos pueden resultar útiles como herramientas
heurísticas para poder comprender la multiplicidad de prácticas bélicas
manifiestas tanto en las fuentes documentales como en la cultura material. Por
ejemplo, el carroñeo o la recolección de materiales (armas, fragmentos de
metal, clavos, vestimenta militar, etc.) en el campo de batalla, realizadas con
posterioridad a los combates, también constituyen prácticas que pueden ser
definidas como tácticas.
De acuerdo con ello, la clasificación de los
conflictos armados según la simetría o asimetría basada en el tipo de
organización sociopolítica es sustancialmente cuestionable, dado que los
aspectos que intervienen en el guerrear son diversos y varían según los
contextos espaciales, ambientales, las armas utilizadas, el conocimiento que se
tiene sobre el terreno, el número de participantes, la duración del conflicto,
así como las estrategias y tácticas que se apliquen. En determinadas
circunstancias de los enfrentamientos cada uno o varios de esos aspectos pueden
resultar simétricos o bien asimétricos, tanto para el ejército de una
organización estatal como para el ejército que comanda un cacique o jefe
guerrero indígena. Por ejemplo, las armas utilizadas pueden ser asimétricas en
cuanto a su poder para infligir daño al enemigo (e.g. lanzas vs. armas de
fuego) y pueden otorgar ventajas en algunas ocasiones a uno de los bandos, pero
también pueden ser desventajosas en otras situaciones debido a las estrategias
y tácticas más eficaces aplicadas en un paisaje particular[18].
3. Antecedentes historiográficos en el área de estudio
En cuanto a las cuestiones que se han debatido sobre
la guerra en la Araucanía, el historiador Lázaro Avila[19] señala
algunos enfoques teóricos contrapuestos: especialmente detalla las discusiones
en torno de la imagen del guerrero y de las transformaciones que la guerra con
los europeos generó en la sociedad mapuche. En primer lugar, a partir de las
crónicas de la conquista[20]y la abundante historiografía chilena
del siglo XIX[21],se
construyó una imagen “belicosa e indomable” del guerrero mapuche, cuya prolongada resistencia al
poderío español habría provocado la perpetuación del conflicto bélico durante tres
siglos. Tal como sostuvo Mario Góngora[22]esa
imagen ha permanecido vigente en la historiografía chilena y ha impregnado la
ideología nacional y el desarrollo de la historia política.
En segundo lugar, recién a partir de la década de los
ochenta del siglo XX se comenzó a cuestionar esa imagen bajo la perspectiva de
una nueva corriente historiográfica chilena, integrada por historiadores y
antropólogos[23].
Sin embargo, dentro de esta corriente, más que el estudio de los conflictos
bélicos y las situaciones de violencia ejercida por el dominio colonial, se
enfatizó el estudio de las relaciones comerciales hispano-mapuches, los
diferentes actores sociales que coexistieron en los espacios fronterizos, las
tentativas de establecer reducciones misionales y las estrategias de
amortiguación de conflictos que supuso la realización de los parlamentos
indígenas. S. Villalobos[24]consideró
que era posible delimitar nítidamente un período de guerra desde la segunda
mitad del siglo XVI hasta la rebelión de 1655, luego de lo cual habría
sobrevenido un periodo caracterizado por complejas relaciones fronterizas pero
predominantemente pacíficas, solo interrumpidas por algunos cortos periodos de
enfrentamientos armados. Esta situación habría perdurado hasta la definitiva
invasión de la Araucanía por parte del ejército chileno a mediados del siglo
XIX.
Para Rolf Fóerster[25], esa
nueva visión histórica de los conflictos armados interétnicos acaecidos durante
la segunda mitad del siglo XVII y del siglo XVIII, fueron periodos fluctuantes entre
la guerra y la paz y promovieron la construcción de un nuevo mito, pero esta
vez basado en una imagen contrapuesta a la anterior: emergió la imagen de un
indígena “apacible o dócil”, adaptado a las estrategias de la dominación
colonial española. Fóerster considera que si bien ese enfoque generó
significativas contribuciones al conocimiento de la sociedad mapuche, también
obscureció la posibilidad de reconocer las profundas transformaciones
ocasionadas porla presencia militar y religiosa española en la sociedad
mapuche, así como también en sus estrategias y tácticas de guerra, que antes de
los ´80 ya había demostrado Álvaro Jara en su obra Guerra y Sociedad en Chile (1971).
En dicha obra Jara[26]señala
que las características de la guerra en la Araucanía deben ser interpretadas en
conjunto con la dinámica histórica y las relaciones interétnicas cambiantes que
los mapuches mantuvieron con los hispano-criollos y con otros grupos indígenas
a lo largo del tiempo. Antes de analizar el comportamiento bélico propuso
identificar la organización sociopolítica de los indígenas como punto de
partida para comprender las diferencias entre los recursos, los métodos y las
estrategias propias utilizadas frente a los españoles. Sabido es que entre los
mapuches no existió la jerarquía centralizada típica de una organización
estatal, la sociedad estaba organizada en cacicazgos o jefaturas que respondían
al mando de líderes o “úlmenes”, y aunque estos podían aliarse entre sí en
tiempos conflictivos, los jefes y los grupos no perdían su autonomía. Esto
implica que la organización militar en cuerpos de ejércitos fue muy esporádica
y solo destinada a casos específicos. Dicha autonomía entre los grupos tiene
ventajas tácticas a la orden de efectuar ataques por sorpresa, maloqueos y guerra
de guerrillas.
A partir de los ´90 el antropólogo
Osvaldo Silva[27]enfatizó
el estudio de los cambios introducidos por el impacto de la colonización
española y de la incorporación de elementos económicos europeos en la sociedad
mapuche. Para Ávila[28],lejos
de ser el comienzo de un momento de estabilidad y paz, en las últimas décadas
del siglo XVII se produjeron significativas transformaciones internas en la
sociedad indígena como resultado de las interrelaciones conflictivas con la
sociedad hispanocriolla.
4. Materiales y métodos
Al analizar los diferentes tipos de fuentes escritas
primarias (editas e inéditas) tales como crónicas, relatos de viajes, informes
de militares y de religiosos, y otros documentos administrativos del siglo XVI
al XIX, se registraron datos sobre las diversas formas de enfrentamiento y las
armas ofensivas y defensivas -tanto de fabricación nativa como de procedencia
europea- utilizadas a lo largo de 252 años (desde1546, cuando se inicia la
guerra de Arauco hasta 1810, cuando
se inicia el periodo independiente).La mayoría de las fuentes
consultadas que dan cuenta del conflicto entre colonizadores españoles y los
grupos indígenas asentados al sur del Río Bio Bio, fueron escritas durante el
siglo XVII. En total se analizaron 29 fuentes documentales primarias de las
cuales 14 corresponden a la región de la Araucanía y 15a la región de Cuyo y la
región pampeana (incluyendo las subregiones Pampa húmeda y Pampa seca). Estás
últimas fueron escritas a lo largo de un lapso de 288 años (desde 1582 a 1870).
Desde una perspectiva metodológica contar con una
amplia escala temporal y espacial de observación para ambas áreas, permite
identificar diferencias y semejanzas, así como cambios y continuidades en las estrategias
y tácticas y en los tipos de armamento utilizado en diferentes situaciones
conflictivas a largo del tiempo. En las Tablas I y II se detallan las fuentes
escritas utilizadas según cada autor, el título de la obra y el año de
publicación.
Tabla I. Detalle de las fuentes documentales analizadas para la región de la Araucanía.
Fuente: las citas completas de las obras que figuran en la tabla se encuentran en la bibliografía al final del texto.
Tabla II. Detalle de las fuentes documentales analizadas para las regiones de Cuyo y Pampa.
Fuente: las citas completas de las obras consultadas que figuran en la tabla se encuentran en la bibliografía al final del texto.
Las evidencias materiales de los conflictos armados
provienen de datos generados en investigaciones arqueológicas propias, de
hallazgos publicados por otros especialista sy de materiales que integran
colecciones museográficas. Las evidencias materiales registradas directa o
indirectamente pueden vincularse con prácticas bélicas o con la gestación de
alianzas establecidas para controlar los conflictos por los recursos y el
territorio. En la Tabla III se discriminan los 15 sitios arqueológicos donde se
han recuperado elementos materiales vinculados con la cuestión en estudio,
indicando su atribución cronológica tanto absoluta como relativa. La antigüedad
de los materiales recuperados permite considerar un rango de 250 años, desde
mediados del siglo XVI a fines del siglo XVIII.
Tabla III. Distribución espacial y cronología de los principales sitios arqueológicos donde se han registrado materiales metálicos vinculados con armamento ofensivo o defensivo.
Fuente: Hajduk, A, y Biset, A. (1996); Lagiglia, H. (2002); Fernández, M. y Crivelli, E. (2012); Tapia, A. (2014); Oliva, F., Panizza, M. y Devoto, M. (2015). (Las citas completas se detallan en la bibliografía al final del texto).
5. Análisis de las
fuentes documentales
5.1. Referencias para el área
central de Chile
Armamento ofensivo tradicional de los mapuches
En los primeros enfrentamientos con los europeos el
arsenal ofensivo de los pueblos mapuches consistía en arco y flecha con puntas
líticas, hachas de piedra, lanza aguzada y endurecida al fuego, maza, macana
(porra), honda y pica[29]. El
cronista Alonso de
Góngora Marmolejo en su Historia de todas
las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado
(1536-1575) narró los primeros enfrentamientos de Valdivia y su gente con los
indígenas indicando:
los indios iban sobre ellos por todas
partes con grande número de flechas que sobre ellos llovía a manera de
granizo, y con muchas lanzas y macanas grandes (que es tan larga una
macana como una lanza jineta, y en el lugar donde ha de tener el hierro tiene
una vuelta de la misma madera gruesa a manera de codo, el brazo encogido, con
éstas dan grandes golpes), y porras tan largas como las macanas, y en el
remate traen la porra, que es tan gruesa como una bola grande de jugar a los
bolos[30].
La pica o lanza tradicional era de madera
aguzada y endurecida a fuego, pero a partir de los primeros enfrentamientos con
los españoles se modificó para lograr
mayor eficacia en los enfrentamientos con la caballería e infantería ibérica.
Tal modificación consistió en la colocación de puntas de hierro realizadas con
fragmentos de espadas u otros objetos de metal punzantes, como las hojas de
dagas y los puñales que como botín de guerra habían tomado de los españoles en
los campos de batalla, comportamiento
conocido como “carroñeo”. Según González de Nájera[31]trozaban
las espadas de acero para poder armar así un mayor número de picas. Ya para
comienzos del siglo XVII se distinguía el uso de las espadas enteras en los
enfrentamientos cuerpo a cuerpo y de las picas con punta de espadas
fragmentadas contra la
caballería[32](Figura
II).
Figura II. Vista superior:
ilustración de la Guerra de Arauco en la obra de Gerónimo de Bibar (1558)
publicada en 1706. En ella se observa: una primera línea de indígenas con arco y flechas, el uso individual de
maza o espada y de escudo redondo (al
estilo europeo) y
la utilización de lanzas en ambos bandos.
Vista inferior: ilustración del ataque al asentamiento español de Corpus
Christi en la obra de Ulrico Schmidl. El círculo señala a un grupo de indígenas portando lanzas confeccionadas con
espadas españolasque se han insertado
en la punta (reclamación como práctica creativa).
Fuente: Vista superior: Bibar, G. de (1956 [1608]). Crónica y relación copiosa y verdadera de
los Reynos de Chile. Santiago de Chile: Fondo Histórico y bibliográfico
José Toribio Medina. Vista inferior: Schmidl, U. (1903 [1567]). Viaje al Río de la
Plata, 1534-1554. Buenos Aires: Cabaut y Cía. Editores. (Las citas
completas se detallan en la bibliografía al final del texto).
También, modificaron la longitud del
astil de madera: desde unos 4 a 5 metros para las lanzas que se utilizaban en
la primera línea del frente de ataque y de 6 a 8 metros que portaban los
lanceros ubicados en la segunda línea[33].Detrás
de los lanceros se colocaban los flecheros, y entremezclados con los lanceros
se ubicaban los indios armados de macanas y mazas, cuya principal tarea al
comienzo de la batalla era de aturdir
y amedrentar los caballos de los españoles. El desarrollo de esta táctica fue
temprano y requirió de un disciplinamiento férreo para enfrentar en forma
coordinada y con éxito la carga de los caballos en la batalla, que podían desarrollar
una carrera de hasta 50 km. por hora pesando entre 400 a 600 kg. El propio
Ercilia y Zuñiga se percató de esto, dejándolo plasmado en el canto primero,
verso 155 de su poema La Araucana: “Algunas destas armas han tomado De los
cristianos nuevamente agora, Que el continuo ejercicio y el cuidado Enseña y
aprovecha cada hora, Y otras según los tiempos, inventado Que es la necesidad
grande inventora”[34].
Resulta de interés destacar que ya hacia mediados del
siglo XVI se habían producido importantes cambios en el armamento ofensivo de
los mapuches, sumamente ventajosos contra los españoles. Según Latchman[35], es
notable la rapidez con que ocurrieron los cambios: desde el primer
enfrentamiento que tuvieron con Pedro de Valdivia en 1546, solo bastaron cuatro
años para que se observaran modificaciones significativas en el sistema de
guerra y en el armamento.
Las macanas o porras fueron confeccionadas con
maderas duras y se usaban para
golpear contra el cuerpo o la cabeza de los jinetes españoles para
derribarlos. Algunos cronistas indican que en los primeros enfrentamientos los
únicos objetos de metal habrían sido las porras forradas en cobre o con
clavos de herrar. El padre
jesuita Diego de Rosales observó:
Otros indios usan en la guerra de macanas, que es un
palo largo retorcido la punta, el qual juegan a dos manos, y en dando a uno un
golpe, como son tan forzudos, si dan en la cabeza le aturden y con el garabato
le derriban. Y en qualquiera parte que den, hazen grande impresion, y con lo
retorcido de la macana derriban al herido. Otros usan de unas porras
claveteadas con unos clavos de herrar que solo muestran las cabezas ydonde dan
con ellas hazen terrible bateria i muchas heridas de un golpe: llaman a este
instrumento lonco-quilquil[36].
Por otra parte, el soldado y poeta Ercilia registró
que “También solían usar las hachas que tomaban de los españoles para cortar
los troncos de las empalizadas de palo a pique, que delimitaban los fuertes
españoles”[37].
Respecto de las armas de fuego, si bien su obtención
presentaba mayores dificultades, así como también su uso y mantenimiento que
requería aprendizaje y disciplina particulares (movimientos y tiempos de
recarga, conocimiento y obtención de pólvora y plomo; entre otros),los
indígenas también las utilizaron en algunas oportunidades. Diego Rosales
refiere el uso de arcabuces y de arcos y flechas durante el asalto al fuerte de
Osorno en 1600: “usando de varias
invenciones de fuego para quemar los edificios de adentro y disparando grande
lluvia de flechas y piedras, arcabuces que también llevaban”[38].El
mismo cronista indica que para 1602, en una batalla en la que participó Alonso
de Rivera (para entonces gobernador de Chile), se presentaron varios indios
arcabuceros que usaban las armas de fuego con admirable destreza. A partir de
conocer su manejo estas temidas armas españolas pudieron desarrollar una serie
de tácticas o tretas para atacar, por ejemplo; cuando sabían que la mechas
estaban apagadas o cuando estas se mojaban por la lluvia, así como los tiempos
de recarga o el alcance y poder de fuego.
Armamento defensivo
tradicional de los mapuches
No se tienen datos precisos sobre el armamento
defensivo prehispánico de los mapuches, aunque los escudos, petos, cascos y
otros elementos de protección, tales como placas metálicas, ya eran utilizados
por los grupos del altiplano andino[39].Los
coseletes, adargas, rodelas o escudos, morriones de cuero o de madera y otras
armas defensivas posiblemente fueron adoptados en tiempos poshispánicos, como
protección contra las armas blancas de los españoles, las cuales en realidad
eran el más temible de los nuevos elementos en acción. En un principio los coseletes fueron de cuero de
lobo marino o de madera como los que describe González de Nájera[40],
confeccionados con anchas tablas de madera y costuras realizadas con barba de
ballena. Luego, a partir de la mayor disponibilidad de los vacunos que se
reproducían en gran número en las pampas, se confeccionaron con el cuero de
estos animales (Figura III).
Sobre los coletos o coseletes Gerónimo de Bibar
describió:
Las hacen de lobos marinos que también son muy
gruesos; es tan recia esta armadura que no la pasa una lanza aunque tenga buena
fuerza el caballero. Estas capas van aforrodas con cuero de corderos pintados
de colores prieto y colorado y azul, y de todas colores; y otras llevan de
tisas de este cuero de corderos en cruces y aspas por de fuera, y otros la
pintura que les quieren echar[41].
Figura III. (Izq.) Dibujo que ilustra la obra de Ocaña
donde el cacique mapuche Anganamon es representado como un jinete que porta
lanza y viste un coleto a modo de armadura. En su cabeza lleva una celada con
plumas (Arriba der.) Coleto mapuche confeccionado con siete capas de cuero
crudo depositado en el Museo del Hombre de París. (Abajo der.) Materiales
arqueológicos provenientes del sitio Caepe Malal (Neuquén) hallados en el
enterratorio de un guerrero indígena: se muestran las láminas de latón que recubrían
el casco o celada y varias semiesferas del mismo material que habrían estado
cosidas sobre el coleto.
Fuente: (Izq.) Extraído
de Ocaña, D. de. (1995 [1600]). Viaje a Chile. Relación del viaje a Chile,
año de 1600. Santiago de Chile: Editorial Universitaria. (Arriba der.) Imagen
extraída de Rex González, A. (1970). “Una armadura de cuero Patagónica”. Etnia
12 (pp. 12-23). Olavarría. (Abajo der.) Imagen relevada por los autores en
el Museo de Caepe Malal, Neuquén.
Las celadas, cascos o tocados se realizaban con
cuero y se adornaban con plumas de diferentes colores. También Bibar describió
con detalle el aspecto que presentaban:
Llevan unas celadas en las cabezas que les entran
hasta abajo de las orejas del mismo cuero con una abertura de tres dedos
solamente para que vean con el ojo izquierdo, que el otro Ilévanle tapado con
la celada. Encima de estas celadas por bravosidad llevan una cabeza de léon,
solamente de cuero y dientes y bocas de tigres y zorras y de gatos y de otros
animales que cada uno es aficionado[42].
Al respecto Mariño de Lovera en su crónica escrita en
la segunda mitad del siglo XVI expresó:
ponian no poco pavor con su apariencia por tener los
rostros y brazos pintados de colores, con muy buenas celadas en sus cabezas
adornadas de vistosos penachos, estando el resto del cuerpo muy bien armado
hasta la rodilla con aderezos, que ellos hacen de cueros, y otras cosas, que la
larga experiencia les ha mostrado[43].
Es posible que las pinturas y adornos zoomorfos de los
coseletes y celadas hayan hecho asumir al historiador chileno Latchman que su
presencia y manifestación en batalla podían asociarse con la existencia de
tótems exhibidos por los grupos indígenas[44].
En Relaciones de su viaje a Chile, año del 1600, con
el objetivo de describir su ilustración número 9, Fray Diego de Ocaña[45],
realiza una interesante caracterización no solo de los atuendos de los
guerreros de los araucanos, sino también de diversos aspectos sociales
vinculados a la actividades bélicas, tales como: diferenciación social del
trabajo, entrenamiento del guerrero (destacando el uso del caballo) y los
desarrollos de tácticas de combate.
Aquella coraza es de cuero de vaca crudio y tan fuerte
que resiste una lanzada. Son los indios muy sueltos y lijeros y muy alentados
para subir una cuesta por áspera que sea, con mucha presteza. Son indios de
mucha razón; sustentan la guerra por no servir a los españoles diciendo que la
naturaleza los hizo libres como a ellos. Sus costumbres son buenas porque de
ordinario se ocupan en el ejercicio de guerra. Tienen grandes astucias para
hacer emboscadas y ardides de acometer de noche (…) Ocupanse los viejos y las
mujeres en las sementeras; los mozos en la guerra ejercitándose desde niños con
el arma que más se amañan, arco y flecha, lanza y macana, a pié y a caballo
como mejor cada uno se haya[46].
En cuanto a los caballos, González de Nájera[47]
destaca que en los primeros tiempos los caballos y armas de fuego que usaban
los indígenas eran escasos, pero luego fue aumentando el número de caballadas
que se utilizaban en los enfrentamientos armados, equiparando las ventajas que
la caballería proporcionaba a los españoles. En 1570 Bravo de Saravia[48]
señaló que los mapuches ya tenían una caballería organizada y estaban empeñados
en conseguir tropillas cimarronas o
bien las que estaban domesticadas y poseían los españoles. Habían emulado las
sillas de montar hispánicas, aunque las hicieron con materiales más livianos:
dos fustes de madera utilizados como bastos, un cojinillo de lana, riendas,
bridas y cabezadas de cuero, frenos y estribos de madera.
5.2. Referencias documentales
para el área de Pampa y Cuyo
En cuanto a las referencias documentales sobre la
presencia de grupos indígenas de habla mapudungun (voroganos, hulliches, pehuenches
y ranqueles) y de su materialidad bélica en esta región, la mayoría de las
fuentes consultadas se ubica en los siglos XVIII y XIX. Hacia1582 comienzan los
primeros registros de la presencia de grupos mapuches en las pampas. En una
carta dirigida al Rey de España para informar su viaje a la costa atlántica,
Juan de Garay expresó:
hallamos entre estos
indios alguna ropa de lana muy buena, dicen que la traen de la cordillera de
las espaldas de Chile, y que los indios que tienen aquella ropa traen unas
planchas de metal amarillo en unas rodelas que traen cuando pelean y que el
metal lo sacan de unos arroyos[49].
En 1610 el capitán de indios Francisco de Salas de la
Gobernación de Buenos Aires observó algunos grupos de indígenas que portaban lanzas de grandes
dimensiones y cotas de malla[50].Para
1663, se menciona la existencia de relaciones de intercambio entre los mapuches
y los nativos del Río de
la Plata: “Este gentío de indios con la libertad que gozan se retiran por
tiempos a las Cordilleras de Chile, y se proveen de caballos y algunas armas de
alfanjes, y espadas”[51]. En 1673se indica que: “Vinieron dos
parcialidades de estos bárbaros, con la prevención de chuzas, flechas, bolas y coseletes
y celadas defensivas de cuero que usan”[52].
Durante los siglos XVIII y XIX, en las fuentes
documentales proliferan las referencias sobre el armamento utilizado por los
indígenas. En ese periodos e instalaron diferentes grupos mapuches en diversos
ambientes del centro del país (provincias de Neuquén, Mendoza, San Luis,
Córdoba, La Pampa y Buenos Aires). En 1758 el franciscano Fray Pedro Ángel
Espiñeira, observó que los pehuenches se encontraban “muy adornados con
variedad de plumajes, cintas abalorios, corales. Cascabeles, alquimias y
algunas alhajas de plata como frenos, espuelas, hebillas, guarniciones de
espadas, corvos y en sus bizarros caballos”[53]. Hacia 1810 el militar Pedro Andrés
García, durante una reunión con diversas parcialidades indígenas mientras
expedicionaba a las Salinas Grandes, observó que:
los caciques ranqueles…y el cacique Carrupilun estaban
opuestos a la expedición, y venían con ánimo de declarar la guerra, para cuyo
efecto tenían como 600 hombres armados de coletos, cotas de malla y lanzas,
como a distancia de 2 leguas del campamento, en unos médanos altos[54].
Ya avanzada la centuria decimonónica, el viajero
inglés William McCann entre los años 1842 a 1848, señaló que las armas usadas
por los pehuenches consisten en lanzas y largos cuchillos. Los guerreros usaban
yelmos o capacetes fabricados con cuero de buey y estaban cubiertos de
hojalatas; llevan también una capa de cuero larga hasta la rodilla, pintada con
figuras de horrible apariencia, destinadas a espantar a los enemigos[55].
Los datos arqueológicos y su correlación con datos
escritos
Materiales como
discos, láminas enrolladas, láminas recortadas como cuentas y cuentas de
collares confeccionados con latón (aleación promedio de 70% cobre y 30% zinc)
son indicativos de la presencia de grupos de habla mapudungun en las regiones
de Cuyo y Pampa (subregiones húmeda y seca), incluso en las costas uruguayas,
que según las fuentes entraron en diversidad de conflictos con los funcionarios
de gobierno y militares desde el siglo XVI en adelante. En el sitio Caepe Malal[56]
(Neuquén) se recuperaron láminas y semiesferas de latón. Las láminas se
utilizaron para cubrir los sombreros oceladas confeccionados con cuero,
cumpliendo la función de casco o morrión. Las semiesferas fueron adosadas a la
armadura de cuero reforzando la capacidad de resistencia ante los proyectiles
de las armas de fuego o los cortes de las armas blancas (Figura III).
Materiales similares se han encontrados en los sitios arqueológicos mendocinos
de Viluco[57],
Capiz Alto[58]
y Cerro Mesa[59],
cuyas ocupaciones han sido atribuidas a grupos antecesores de los huarpes y
pehuenches. Este último grupo estableció alianzas con los españoles asentados
en el centro de Chile y en sus derroteros a través de los pasos cordilleranos
habrían obtenido láminas de latón en las fundiciones españolas instaladas en el
sector conocido como Isla de La Laja (región de Antuco). Al respecto, Fray
Pedro Ángel Espiñeira que en 1758 recorrió parte del territorio pehuenche,
sobre la vestimenta de los guerreros expresó: “muy adornados con variedad de
plumajes, cintas abalorios, corales. Cascabeles, alquimias y algunas alhajas de
plata como frenos, espuelas, hebillas, guarniciones de espadas, corvos y en sus
bizarros caballos”[60].
Pocos años después en 1780, Francisco Amigorena
también recorrió asentamientos habitados por los pehuenches y sobre la
vestimenta de un guerrero informó: “Y
llegando al paraje donde había derribado al caballo, lo hallaron muerto, y a su
lado un sombrero de cuero, forrado de alquimia y una lanza, como también un
caballo ensillado”[61].
En los sitios Gascón 1[62] y
Cementerio Indígena[63],
ubicados al suroeste y noreste de la provincia de Buenos Aires, entre otros
artefactos metálicos se recuperaron discos de latón con un orificio o dos en el
sector central, utilizados para adornar cabalgaduras y celadas y otros elementos
de la vestimenta de personajes destacados. Los fechados radiocarbónicos
obtenidos para ambos sitios permiten ubicarlos cronológicamente entre los
siglos XVII y XVIII.
En el sitio Cementerio Indígena se encontró una espada
fragmentada junto con otros objetos que formaban parte del ajuar funerario de
un individuo indígena. De acuerdo con
los estudios tipológicos y arqueométricos realizados a la pieza, se ha
determinado que se trata de una espada ropera del siglo XVII confeccionada con
acero de tipo toledano (Figura IV).Al respecto, el jesuita Joseph Sánchez
Labrador refiriéndose al ajuar fúnebre de los enterratorios indígenas del área
pampeana señaló: “todas las otras cosas que usaba en salud, como mantas,
cuchillos sable lo ponen al lado del enfermo. Porque todas se entierran con el
cuerpo, envueltas en la misma manta o mortaja”[64].
Figura IV. a-
Espada fragmentada recuperada en el sitio Cementerio Indígena;
b-Microestructura del acero utilizado en la confección de la hoja; c-
Radiografía de la hoja donde se observa el canal de vaceo típico de las espadas
roperas del siglo XVII; d- Empuñadura de acero reparada con una lámina de
latón; e- radiografía de la empuñadura donde se observa la reparación de la
pieza.
Fuente: imágenes generadas por los autores.
A través del análisis radiográfico se determinó que la
espada fue reparada debido a que presenta una fractura en el mango y el uso de
una lámina de latón envolvente para reforzarlo. El caso de reparaciones y reciclamiento
de armas ha sido referido en algunas fuentes documentales. Este hallazgo se
puede vincular con la presencia de armas como espadas, alfanjes y otras armas
blancas que citan las fuentes y que traían los grupos mapuches de la cordillera
para intercambiar con diversos grupos indígenas, tanto autónomos como reducidos
del norte de la provincia de Buenos Aires. Tal es el caso de fuentes escritas
por el capitán de indios Francisco de Salas, el gobernador de Buenos Aires,
Alonso de Mercado y Villacorta y el Obispo de Buenos Aires Fray Azcona Imbert,
en 1610, 1663 y 1678 respectivamente: “sin esperar razón los dichos indios
salieron al dicho capitán y gente con cotas, lanzas y flechas a pelear”[65] (…)
“Vinieron dos parcialidades de Chile…con la prevención de chusos, flechas,
bolas, coseletes y celadas defensivas de cuero y espadas que usan”[66] (…) “Una nación de
indios que llaman serranos a quien los pampas venden a trueque (…) se han
hallado en su poder algunas armas de la guerra de Chile como son alfanjes, bocas
de fuego, mallas, sillas frenos y mantas”[67].
En el registro arqueológico encontramos formas
diversas de reclamaciones y reciclajes de armas españolas adaptadas a las
tácticas de la guerra indígena. Entre las armas tradicionales indígenas ya
habían quedado en desuso el arco y flecha y la macana o porra para fines del
siglo XVIII. Entre las armas indígenas tradicionales algunas se mantuvieron con
variantes hasta fines del siglo XIX como las lanzas, boleadoras y bolas
perdidas. Con respecto a las armas defensivas también se extendió con
modificaciones, el uso de coletos y capacete hasta mediados del siglo XIX,
especialmente entre los jefes guerreros. Tal es el caso de la armadura que
portaba el cacique Chocorí[68] en
los enfrentamientos que mantuvo con las tropas rosistas a partir de 1833. El
uso de ese tipo de armamento defensivo entre los líderes todavía continuaba en
uso hacia 1848, según lo señaló el viajero William MacCann:
Las armas usadas por los pehuenches consisten en
lanzas y largos cuchillos. Los guerreros usan unos yelmos o capacetes
fabricados con cuero de buey y cubiertos de hojalatas; llevan también una capa
de cuero larga hasta la rodilla, pintada con figuras de horrible apariencia,
destinadas a espantar a los enemigos[69].
6. Discusión y conclusiones
Como ejes para la discusión de los cambios y continuidades
en las manifestaciones bélicas de las diferentes parcialidades indígenas contra
los hispano-criollos -en el área de estudio y a lo largo del tiempo-, retomamos
los interrogantes planteados inicialmente. En las interpretaciones históricas tradicionales se
asumió generalmente que los enfrentamientos bélicos entre dichos actores
sociales se dieron en un contexto de asimetría, donde los indígenas habrían
resultado inevitablemente desfavorecidos; dada la organización sociopolítica diferencial (estado colonial versus
cacicazgos o jefaturas), la organización y disciplina militar del ejército
estatal así como la eficacia de las armas de fuego. Sin embargo, la larga perduración de la
resistencia mapuche pone en duda la eficacia de la distinción entre los
conceptos de simetría y asimetría, dado que el número de participantes, los
contextos sociohistóricos y ambientales, así como la eficacia de los armamentos
produjo resultados heterogéneos, que variaron según las circunstancias entre
unos y otros contrincantes.
Al respecto -tal como se mencionó antes- son útiles los
conceptos de estrategia y táctica esbozados por de Certeau[70].
En el caso de una asimetría ¿cuál de los bandos habría sido el más fuerte y cual
el más débil? Para dirimir esta cuestión de Certeau se apoya en una distinción
taxativa entre las estrategias y las tácticas:
las estrategias son producidas y generadas desde el poder y
las tácticas constituyen siempre las armas de los débiles: la táctica se
encuentra determinada por la ausencia de poder, como la estrategia se encuentra
organizada por un principio de poder[71].
Bajo específicas circunstancias, la táctica se vincularía
con los más débiles, que necesitaban constantemente jugar con los acontecimientos
para hacer de ellos “ocasiones”.
Sin cesar, el débil debe sacar provecho de fuerzas que le
resultan ajenas. Lo hace en momentos oportunos en que combina elementos
heterogéneos (…) pero su síntesis intelectual tiene como forma no un discurso,
sino la decisión misma, acto y manera de aprovechar la ocasión[72].
El poder es una relación que varía siempre en función de
contextos particulares, no constituye una esencia a priori. Por ello, ante la
guerra indígena mapuche, percibimos que la realidad es más compleja que la
división taxativa y esquemática entre poderosos y débiles planteada por de
Certeau. Esto no invalida la utilidad de estos conceptos, pero nos obliga a
evaluar su aplicabilidad a cada caso específico.
Por otra parte, se observa que los cambios producidos en
las estrategias y tácticas tradicionales de los diferentes grupos indígenas
fueron rápidos y se caracterizaron por generar procesos de innovación,
sustitución, reemplazo o modificaciones del armamento ofensivo y defensivo:
esto implica adoptar creativamente las tácticas del otro como parte de una
estrategia para mantener la identidad cultural y la autonomía sociopolítica, al
mismo tiempo que fueron procesos generadores de etnogénesis.
Las armas ofensivas mapuches evolucionaron con gran
rapidez desde los primeros contactos con los españoles: durante la batalla de
Reinogüelén[73]
en 1536, si bien usaron los arcos y flechas tradicionales también habían
incorporado lanzas. Para 1550 se diferenciaron dos tipos de picas: de 4 a 5 m.
en la primera fila de los cuartos y de 6 a 8 m. en la segunda fila.
Tradicionalmente, los astiles de las lanzas confeccionados con caña coligue
llevaban puntas de madera endurecidas a fuego pero luego, con las espadas y
otros elementos de metal arrebatadas a los conquistadores por carroñeo en los
campos de batalla, hicieron puntas de acero para las lanzas y porras con clavos
de herrar. Los arcos y flechas dejaron de utilizarse en la guerra dado que el
uso del caballo requería de la eficacia de las lanzas para la lucha. En cuanto
a las armas defensivas como los coseletes o coletos y las celadas se utilizaron
en toda la región central del país durante un periodo de casi 300 años. Al
comienzo fueron de cueros de lobo marino y madera y luego de varios cueros
cosidos de vacuno[74].
Las lógicas de
guerra hispánica e incaica se asemejaban en cuanto al ordenamiento y la
disciplina (propias de un estamento guerrero en una organización estatal): en
ambos casos se guerreaba con cuerpos específicos, destinados a tal fin y por
ende con objetivos claros. Se peleaba en espacios abiertos, se tomaban
ciudades, fuertes y poblados, se ocupaba y controlaba el espacio militarmente. Para los españoles esa organización había sido
probada con buenos resultados en las guerras llevadas a cabo en Europa y en
Cercano Oriente. Pero en los Andes meridionales, al enfrentarse con otros tipos
de organización sociopolítica como los cacicazgos o jefaturas indígenas -como
los grupos caribes, los mapuches del centro de Chile o los grupos nativos que
habitaban en las pampas-, los resultados de la lucha fueron diferentes. Las
lógicas de guerra divergían y variaban constantemente imposibilitando a los
españoles el poder lograr triunfos definitorios. La lucha se extendió por siglos
a través de diferentes estrategias y tácticas: malocas, guerrillas, emboscadas,
boicots, zapa, etc. Esta duración permitió a ambos grupos lograr un mayor
conocimiento del otro, mixturando y generando nuevas lógicas de guerra y una
apropiación creativa de las estrategias, tácticas, recursos y tecnologías
(armamentos, caballos, formas de lucha) que se produjo en ambos bandos.
Por otra parte,
además de los cambios en las estrategias, las tácticas y el armamento también
se fue modificando el significado de la guerra. Según J. Bengoa a partir de
fines del siglo XVI se inició un proceso denominado “secularización de la
guerra” porque los indígenas se desligaron de los aspectos religiosos y
simbólicos y adoptaron la lógica militar del enemigo europeo: “la guerra de
exterminio”[75].
Desde la antigüedad clásica la lógica de guerra occidental se fue configurando
a partir de prácticas rutinarias y entrenamientos con disciplina muy estricta
y, en el campo de batalla, con el avance hacia el enemigo mediante formaciones
cerradas y con el objetivo concreto de someter o aniquilar totalmente al
enemigo[76].
Hacia fines del siglo XVIII, las prácticas de guerra
indígenas fueron modificándose pasando a ser tácticas de guerra de guerrillas
tales como raides, malones, emboscadas, asaltos, control de rutas y boicots,
entre otras. Al respecto G. Boccara[77],
señala la existencia de tres tipos de conflictos violentos entre los
mapuches: 1- la guerra propiamente dicha llamada weichan, donde la confrontación con el otro enemigo-causada por la
ocupación o por la defensa de un territorio-, también funcionaba como un
proceso de construcción de identidad; 2- la razzia llamada malón que perseguía el apropiamiento de recursos y bienes de los
enemigos (desde ganado hasta mujeres) con escasas bajas y pocos riesgos; y 3-
la vendetta, o tautulun para
compensar el daño ocasionado por muerte, robos u otras ofensas conyugales como
el adulterio.
La resistencia indígena en el área perduró durante casi tres
siglos y medio adoptando diversidad de formas, estrategias y tácticas pero
nunca se consolidó como un ejército regular y organizado. Este hecho no
debe confundirse con la existencia de una asimetría que a lo largo del tiempo
fue desfavorable para los grupos nativos, inclinando inexorablemente la balanza
del éxito de los enfrentamientos armados hacia otros grupos no indígenas. La
constante elaboración de nuevas estrategias y tácticas sumaron éxitos y
fracasos para ambos bandos, durante la larga dinámica histórica de los
conflictos interétnicos que se produjeron en la franja central del país y de
Chile.
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[3]Esta problemática de estudio se inserta en dos Proyectos de
investigación arqueológica de mayor alcance (UBACYT- 2018-2020, Proyecto
20020170100060BA; y SECYT-UNLu, Disposición CD-DCS
222/18, 2018/2019)en los cuales se analizan y discuten las características de
la conquista hispánica en el nordeste de la Provincia de Buenos Aires durante
el siglo XVII y de la Conquista del desierto en el norte de La Pampa en el siglo
XIX, a través de las perspectivas de la Arqueología histórica y la Arqueología
del conflicto.
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[16]de Certeau,
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[17]de Certeau, M. (1999). La invención de
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[42]Bibar, G. de (1956 [1608]). Crónica y relación copiosa y
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[43]Mariño de Lovera, P. (1865 [1551-1594]). Crónicas del Reino de Chile. Santiago de Chile: Imprenta del Ferrocarril, p. 321.
[44]Latchman, R. (1915). La capacidad guerrera de los Araucanos: sus armas y métodos militares,
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[46]Ocaña, D. de. (1995 [1600]). Viaje
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[47]González de Nájera, A. (1889 [1614]). Desempeño y reparo de la guerra del Reyno de Chile, op. cit.
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212.
[62]Oliva, F., Panizza, M., Devoto, M. (2015). “El sector sur del área
ecotonal húmedo seca pampeana en el siglo XVIII. El sitio Gascón 1 y sus
materiales metálicos”. Revista del Centro
de Estudios de Arqueología histórican°4 (pp. 147-161). Rosario.
[63]Tapia, A., Landa, C., De Rosa, H.,
Montanari, E. (2009). “Artefactos metálicos de las inhumaciones del Cementerio
Indígena de Baradero” en CONEA (Ed.) Arqueometría
Latinoamericana. (pp.263-269). Buenos Aires: Talleres Gráficos de la
Comisión Nacional de Energía Atómica, Volumen I.
[64] Sánchez Labrador, J. (1936 [1772]). Los indios pampas, puelches y patagones.
Buenos Aires; Viau y Zona Editores, pp. 59-60.
[65]Archivo General de Indias, Archivo de Charcas, Legajo 101. Expediente
iniciado por pedido de Francisco de Salas, un vecino alcalde de Buenos aires,
1610-1619. Archivo del Museo Etnográfico (Moreno 350, Buenos Aires), Carpeta
B.13, p.11.
[66] Archivo General de Indias, Archivo de Charcas, Legajo 122, Alonso de
Mercado y Villacorta. Carta al rey de España, 22 de junio de 1663, Archivo del
Museo Etnográfico (Moreno 350, Buenos Aires), Carpeta E.4, p. 2.
[67] Archivo General de Indias, Archivo de
Charcas, Legajo 283, Fray Antonio Azcona Imbert, Informe al Obispo: situación
de reducciones y otros, 20 de agosto de 1678. Archivo del Museo Etnográfico
(Moreno 350, Buenos Aires), Carpeta F.9,
p. 5.
[68] En el Museo de La Plata se exhibe una armadura confeccionada con siete
cueros que perteneció al cacique Chocorí, famoso guerrero que controlaba un
vasto territorio indígena conocido como el “País de los manzaneros” y fue
perseguido durante las campañas de Juan M. de Rosas. Fue sorprendido en sus
tolderías por el teniente Francisco Sosa y al huir dejó su armadura y otras
pertenencias. Esa pieza estuvo en posesión de Rosas como botín de guerra quien
finalmente la cedió a Francisco P. Moreno.
[69]MacCann, W. (1969). Viaje a caballo por las provincias argentinas, op. cit., p. 97.
[70]de Certeau, M. (1999).La invención de lo cotidiano, op. cit.
[71]de Certeau, M. (1999).La invención de lo cotidiano, op. cit.,
p. 44.
[72]de Certeau, M. (1999). La invención de lo cotidiano, op. cit.,
p. 44.
[73] Se considera que a partir de la batalla de
Reinogüelén acaecida en 1536 comenzó la Guerra de Arauco, en la cual se
enfrentaron los conquistadores hispánicos y los guerreros mapuches en el lugar
donde confluyen los ríos Itata y Ñuble en el centro-sur de Chile. Los cronistas
Góngora de Marmolejo y Mariño de Lobera describen detalladamente los pormenores
de la contienda: Góngora, M.
(1986).Ensayo histórico sobre la
noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, op. cit; Mariño
de Lovera, P. (1865 [1551-1594]). Crónicas del Reino de Chile, op. cit.
[74]González de Nájera, A. (1889 [1614]). Desempeño y reparo de la guerra del Reyno de
Chile, op. cit.; Bibar, G.
de (1956 [1608]). Crónica y
relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile, op. cit.
[75]Bengoa, J. (2013). Historia del Pueblo mapuche (siglos XIX y
XX), op. cit.
[76]Davis Hanson, V. (2006).
Matanza y Cultura: Batallas en el
auge de la civilización occidental. México: Fondo de Cultura Económica.
[77]Boccara, G. (1999). “Etnogénesis mapuche.
Resistencia y Restructuración entre los indígenas del centro-Sur de Chile
(siglos XVI-XVIII)”. The Hispanic
American Historical Review n°79 (3), (pp. 425-461).Durham.
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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
ISSN 1852-9879
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