Cuadernos
de Marte
AÑO 11
/ N° 18 Enero – Junio 2020
https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/index
Desarrollo, modernización y seguridad: la política universitaria en los primeros años del gobierno
militar de Onganía (1966-1967)
Development, modernization and
security: university policies in the first years of the Onganía´s military
government (1966-1967)
Mariana Mendonça[1]
Universidad de Buenos Aires - CONICET
Recibido: 4/10/2019 – Aceptado: 27/12/2019
Cita sugerida: Mendonça, M. (2020).
Desarrollo, modernización y seguridad: la política universitaria en los
primeros años del gobierno militar de Onganía (1966-1967). Cuadernos de
Marte, 0(18), 138-171. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5660/4601
Resumen
En este trabajo nos proponemos analizar la política
universitaria en el entramado ideológico que se generó en el marco de la Guerra
Fría en América Latina. En particular, nos interesa dar cuenta del contexto
internacional que sentó las bases para la implementación de una política que
combinó desarrollo, modernización, y seguridad, en un contexto general de
autoritarismo que sobrevino tras el golpe de Estado de 1966.Es en este contexto
que se le dio forma a la política universitaria de los primeros años del golpe
de Estado que encabezó Onganía junto a las FF.AA., cuyas características
analizaremos aquí. De manera general, concluiremos que este entramado
ideológico dio forma a una política que pasó de la represión, amparada por el
supuesto de una “infiltración comunista” en las universidades, a un intento de
modernización que se realizó a través de la sanción de una nueva Ley
Universitaria. Para ello trabajaremos con fuentes primarias y secundarias
Palabras
clave: Universidad - Guerra Fría – Desarrollo – Modernización – Seguridad
Abstract
In this
paper we aim to analyze the university policy in the ideological scheme that
took place in the context of the Cold War in Latin America. In particular, we
are interested in giving an account of the international context that laid the
foundations for the implementation of a policy that combined development,
modernization and security, within the context of a general authoritarianism
since the coup d'état of 1966. It is in this framework that the university
policy of the first years of the dictatorship headed by Onganía and the Armed
Forces, whose characteristics we will analyze here, was shaped. In general, we
conclude that this ideological scheme gave shape to a policy that went from
repression, based on the assumption of a "communist infiltration" in
the universities, to an attempt at institutional modernization that was carried
out through the passing of a new University Law. To this end, we will work with
primary and secondary sources.
Keywords: University – Cold War – Development
– Modernization – Security
Introducción
La división del mundo en dos bloques, uno de los principales
rasgos geopolíticas que se consolidaron tras la finalización de la Segunda
Guerra Mundial, tuvo hondas consecuencias políticas que afectaron incluso a
regiones del planeta por completo ajenas a dicho evento bélico, ya que la
confrontación entre EE.UU. y la U.R.S.S. tuvo por contenido el control de
regiones y zonas de influencia. En este escenario, América Latina no estuvo
directamente involucrada, salvo en cuestiones relativas a la seguridad
continental. Esta situación se revirtió tras el desencadenamiento de la
Revolución cubana en 1959 y su adhesión al régimen comunista, lo que convirtió
a la región en foco de gran interés para la política exterior estadounidense.[2]
De este modo, la expropiación y nacionalización de los capitales
norteamericanos en la década de 1960, así como el acercamiento hacia el bloque
liderado por la U.R.S.S., no sólo consolidaron la Revolución en Cuba sino que
determinaron, a su vez, que Latinoamérica se convirtiera en prioridad para el
gobierno de los EE.UU., que se propuso impedir que la experiencia cubana se
repitiera en otros países del continente.[3]
Al tiempo que el bloque occidental procuraba impedir la
expansión de los territorios sujetos a la órbita soviética, los EE.UU.
comenzaban a convertirse en pilares de la recuperación económica. La
implementación del Plan Marshall en Europa, en este sentido, se constituyó como
el intento más ambicioso de avanzar hacia estos objetivos. Esta política se
extendió posteriormente, como veremos, hacia América Latina.
Hacia mediados de la década de 1950, la economía mundial
atravesó una etapa de prosperidad similar al período de la preguerra. La
expansión económica que había experimentado EE.UU. en los años previos se
extendió hacia el bloque occidental, aunque sólo alcanzó a un pequeño número de
países. Sin embargo, y pese a un importante crecimiento económico experimentado
por la U.R.S.S. en los años cincuenta, como así también de las economías de
Europa oriental, en la década siguiente el bloque occidental tomó la delantera.[4]
EE.UU. comenzó a liderar la economía mundial y, en las tres décadas que le siguieron
al inicio de la Guerra Fría, todo parecía indicar que la expansión económica
había sido consecuencia de la revolución tecnológica desarrollada en el período
de entreguerras. De esta forma, la inversión en investigación y el desarrollo
(I+D) pasó a ser un aspecto decisivo.
Es en este contexto que América Latina comenzó a conformarse
como un área clave para la política exterior estadounidense. En efecto, al
tiempo que EE.UU. se consolidaba como líder del bloque occidental e
implementaba una estrategia de recuperación económica y contención del avance
soviético en Europa, era su propio patio trasero el que parecía peligrar. De
este modo, el gobierno estadounidense decidió desplegar una política de
“desarrollo y modernización” que, según se señalaba, permitiría acrecentar y
fortalecer las economías “atrasadas”. Estas ideas, que tenían por base una
evidente defensa de los principios del bloque occidental, comenzarían a
circular de la mano de organismos internacionales de reciente creación. El
reverso de este discurso estaba portado en la ideología de la “seguridad”, esto
es, el elemento discursivo que dio soporte a las prácticas destinadas a
enfrentar la amenaza soviética.
El desarrollo, la modernización económica, y los intentos
por contrarrestar la penetración de la ideología vinculada al bloque soviético
fueron los ejes a partir de los cuales comenzaron a crearse organismos
internacionales hacia la década de 1950. Ambos objetivos estaban estrechamente
vinculados: el desarrollo y la modernización permitirían acrecentar y
fortalecer las economías atrasadas, lo que a su vez contribuiría a alejar la
posibilidad de una nueva Revolución Cubana en otros países de la región.
En este contexto, asimismo, comenzó a construirse la idea de
un enemigo interno, vinculado en la mayoría de los casos al marxismo, el cual
debía eliminarse. La Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) que se desarrolló en
el marco de la Guerra Fría, fue una clara expresión de dicha ideología. Los
militares cumplieron un rol clave en el control del orden interno, y a través
de distintas leyes y normativas, se fue delineando una política para tal fin y
distintos sectores sociales fueron reprimidos en nombre de la seguridad
nacional.[5]
Tras la asunción de Juan Carlos Onganía en 1966, el enemigo interno ya no se
reducía a la guerrilla o las agrupaciones políticas, sino que toda persona,
grupo o institución nacional que tuviera ideas y acciones opuestas al gobierno
militar, era considerado como tal.[6]
Consecuentemente, trabajadores y universitarios pasaron a ser el foco, entre
otros, de dicho regimen. Específicamente en lo que refiere a los estudiantes,
muchos han sido los trabajos que han abordado el devenir del movimiento
estudiantil durante estos años.[7]
Asimismo, se han analizado las políticas educativas implementadas en las
universidades argentinas.[8]
Sin embargo, y pese a ser un tema de suma importancia para poder pensar y
discutir la historia universitaria argentina en el período en cuestión, la
influencia de la política internacional en las medidas adoptadas en las casas
de estudio en el país, ha sido poco estudiada.
En este trabajo, entonces, nos proponemos analizar el rol
que jugó este entramado ideológico en la implementación de políticas
educativas, particularmente referentes a la educación superior universitaria en
la Argentina de la década de 1960. Lo haremos analizando, en primer lugar,
algunas de las principales características que tomó la ideología del bloque
occidental en Latinoamérica en el marco de la Guerra Fría. A continuación,
analizaremos el devenir de la universidad argentina en dicho período, para
avanzar posteriormente en el análisis de la política implementada durante los
primeros dos años del gobierno Onganía. Para ello trabajaremos con fuentes
primarias y secundarias.
De manera general, aquí concluiremos que las ideas de
desarrollo, modernización y seguridad se constituyeron como ejes clave a partir
de los cuales comenzaron a delinearse políticas universitarias, particularmente
a partir del golpe militar de 1966. Éste comenzó por implementar una política
represiva en las universidades, para “salvaguardar” a la nación de posibles
“infiltraciones comunistas”. Un año después, por medio de la sanción de la Ley
Orgánica de Universidades Nacionales, se procuró implementar una línea de acción
que retomara las ideas de “desarrollo” y “modernización”.
Desarrollo, modernización y
seguridad, un legado para Latinoamérica
Los cambios sufridos en el mundo en el período de posguerra
pusieron a la cuestión del desarrollo en el eje de los debates, principalmente
en EE.UU. La misma se había puesto de manifiesto en la Carta del Atlántico de
1941, en la que Roosevelt y Churchill prometían ganar la guerra para crear un
nuevo y más justo orden, y expresaban la necesidad de colaborar “entre todas
las naciones en el campo económico, con el fin de asegurar para todos mejores
condiciones de trabajo, adelanto económico y seguridad social”.[9]
Apenas cuatro años más tarde se constituyó la Organización de Naciones Unidas
(ONU), cuya finalidad sería “procurar especialmente niveles de vida más
elevados, trabajo permanente para todos y desarrollo económico y social en los
diferentes países”. De este modo inauguró el surgimiento de diferentes
instituciones destinadas a tal fin, entre las que destacan el Banco de Reconstrucción
y Fomento, el Fondo Monetario Internacional y el Fondo de Préstamos para el
Desarrollo. Estas ideas afloraron, por otra parte, en un contexto en el que los
procesos de industrialización, urbanización y la expansión de la actividad del
Estado en el marco de la posguerra, generaron expectativas y experiencias
históricas que contribuyeron a conformar el ideario desarrollista.[10]
En el mismo año en que se puso en funcionamiento el Plan
Marshall en Europa, por otra parte, fue creada la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL), bajo el auspicio de Naciones Unidas. Su objetivo apuntó
a pensar la realidad latinoamericana en el contexto mundial, intentando
encontrar respuestas para las economías “subdesarrolladas”. El nuevo organismo
reunió a intelectuales de todos los países de la región, entre los cuales
destacaron Raúl Prebisch de Argentina, Celso Furtado de Brasil, Aníbal Pinto y
Osvaldo Sunkel de Chile, entre otros. Todos ellos acordaban en que era
necesario iniciar una nueva etapa en el desarrollo latinoamericano, para lo
cual debía incrementarse la planificación en el área económica.[11]
Las propuestas presentadas por la CEPAL no dejaban de
enmarcarse también en el contexto geopolítico de la Guerra Fría. La situación
económica en la que estaban sometidos los países del hemisferio podía
traducirse en inestabilidad política y, consecuentemente, disponer el terreno
para la intervención del bloque soviético. En este marco, el gobierno brasileño
de Juscelino Kubitschek presentó la “Operación Pan-Americana” (OPA) en 1958,
con el objetivo de mejorar las relaciones de los países latinoamericanos con el
gobierno norteamericano. Proponía, en última instancia, recibir de éste una
ayuda masiva de recursos externos para el desarrollo.[12]
Si bien se conformó como la base de los cambios que se producirían luego en
política de cooperación entre EE.UU. y los países de América Latina, hacia 1960
el gobierno estadounidense diseñó una estrategia de mayor alcance, que se
enmarcó en la Alianza para el Progreso (ALPRO). Así, bajo la presidencia de
Kennedy, el desarrollo económico fue asumido como responsabilidad internacional
y una obligación moral de los países industrializados.[13]
Concretamente, la ALPRO preveía invertir 20.000 millones de dólares en obras
públicas y privadas en América Latina durante toda la década.[14]
El objetivo de estos planes de desarrollo consistía en
lograr el crecimiento autosostenido de los países de la región. Como
contrapartida, los gobiernos debían reorganizar sus instituciones y obtener el
consenso de la población para la implementación de estas políticas. En palabras
de Kennedy, y a tono con la coyuntura política del continente, se trataba de
una “revolución pacífica a escala hemisférica”. Su preocupación mayor, tal como
lo expresó en su discurso de asunción, era el de la seguridad nacional. De este
modo, mediante la nueva alianza, se proyectaba también coordinar acciones con
los ejércitos americanos en la lucha antisubversiva y la contrainsurgencia. De
lo que se trataba, en definitiva, era de impedir la propagación del modelo de
la Revolución cubana hacia otros países del continente, ya fuera mediante la
disuasión a través de la expansión económica o la represión de cualquier tipo
de intento revolucionario.
En este marco, la ALPRO fue lanzada en la reunión del
Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la OEA, en Uruguay en el
mes de agosto de 1961 y expresó sus fundamentos en la Carta de Punta del Este,
firmada por todas las naciones del continente, a excepción de Cuba.[15]
La médula del programa era el planeamiento económico, pero también se proponía,
en líneas generales, eliminar el hambre, expandir los niveles educativos y
elevar el nivel de vida de la población. El objetivo final radicaba en promover
el desarrollo por la vía democrática. Como señala Mazzei, la política de
Kennedy intentó lograr un equilibrio entre la defensa de la democracia y la
lucha anticomunista en América Latina. Sin embargo, los golpes de Estado en
Argentina y Perú en 1962 terminaron por quebrantarla y pusieron de manifiesto
el fracaso de la ALPRO. Consecuentemente, durante el gobierno de Lyndon Johnson
entre 1963 y 1969, se priorizó la política de contrainsurgencia a la de reforma
social. En efecto, la consolidación de la Revolución Cubana y su posterior
alineamiento con la U.R.S.S. acabaron de definir el giro de la estrategia
militar en el continente. En este escenario, a las FF.AA. de los países de la
región se les asignó la misión de guardianes del orden interno. Asimismo, la
preocupación por la “seguridad continental” fortaleció la asistencia y la
cooperación militar, enfatizando el entrenamiento a los oficiales
latinoamericanos en técnicas contrainsurgentes.[16]
Así, en América Latina, la ideología de la seguridad siguió entreverándose con
la del desarrollismo.
En síntesis, el trenzado de las ideologías del desarrollo y
la seguridad comenzó a jugar un rol destacado en la implementación de políticas
en los países latinoamericanos. Y en este escenario, la educación comenzó a
ocupar un lugar clave. En efecto, el aumento de la inversión estatal en
educación permitiría no sólo erradicar el analfabetismo, sino también formar
fuerza de trabajo calificada, particularmente para el área de I+D, lo que se
constituía a su vez en base para el desarrollo. De este modo, la educación comenzó
a ser considerada no como un gasto, sino como una inversión a largo plazo.
Consecuentemente, se abrió un período en el que las
discusiones giraron en torno al planeamiento educativo, el capital humano y la
formación de recursos humanos.
La política educativa entre la
planificación y el desarrollo
La implementación de políticas educativas que apuntaran en
esta dirección resultaron en la necesidad de llevar a cabo una planificación,
en la que se analizara y orientara objetiva y científicamente el sistema
educativo en función de su productividad y eficiencia.[17]
Para el nivel superior específicamente, el énfasis estuvo puesto en la
formación técnica, vinculada de manera directa con el desarrollo económico. Se
propuso, asimismo, efectuar estudios que dieran cuenta de la situación de la
mano de obra, su oferta y su demanda, y cómo a partir de ellos podría
consolidarse la idea del desarrollo económico y el progreso técnico.[18]
En este escenario, la universidad pasó a ocupar un lugar
central. A la expansión del sistema educativo, con los objetivos de eliminar la
tasa de analfabetismo de los países latinoamericanos, se sumaba la necesidad de
formar a la población como fuerza de trabajo calificada para el impulsar el
desarrollo. El aumento demográfico que caracterizó los años de posguerra se vio
reflejado en la demanda de plazas en la escuela secundaria y la educación
superior, que se multiplicó de un modo extraordinario. Hasta ese momento, sólo
EE.UU. había experimentado el aumento de la matrícula universitaria. Como
señala Hobsbawm, sin embargo, Alemania, Francia y Gran Bretaña, tres de los
países económicamente más desarrollados, pasaron de registrar apenas 150.000
estudiantes matriculados, esto es, el 1% de su población conjunta, a contarlos
por millones. Esta multiplicación del ingreso de estudiantes se extendió
asimismo a otros países tanto en Europa como fuera de ella.[19]
Un proceso similar fue experimentado por los países latinoamericanos a mediados
del siglo XX. En particular, la Argentina, se posicionaba hacia 1956 como el
país con mayor matrícula universitaria en la región: aproximadamente el 0,8% de
la población estudiaba en la universidad, mientras que en Brasil sólo lo hacía
el 0,12%. En la enseñanza secundaria, por otra parte, el porcentaje ascendía al
2,48%, cifra que sólo era superada por el 6,9% registrado en Puerto Rico.[20]
El desafío para los países de la región, sin embargo, radicaba en la estructura
de sus sistemas educativos, dado que en estos países se había adoptado, el
llamado “modelo napoleónico”, con una fuerte orientación en la formación de
profesiones liberales y menos dedicación al desarrollo de la investigación
científica.
En este contexto, la idea de modernizar las estructuras
universitarias se intersecó con el ideario desarrollista, a su vez ligado a la
ideología de la seguridad, y que tenía por base a la planificación. Así, no
sólo se crearon organismos internacionales con el objetivo de planificar
reformas estructurales, sino que a su vez se impulsó a los países
latinoamericanos a crear organismos e instituciones propias que pudieran
brindarles el resguardo necesario para llevar adelante los cambios que se
habían propuesto desde los EE. UU. Es en este marco que emergieron los
esfuerzos para orientar las universidades latinoamericanas hacia el modelo
estadounidense.
La universidad argentina
en el período de posguerra
Las ideas de modernización y desarrollo económico que habían
surgido a finales de la década de 1940 comenzaron a materializarse veinte años
después, a través de organismos de planificación surgidos unos años antes, como
en los casos de Brasil, Colombia, Bolivia, Ecuador y Venezuela. Sin embargo,
fue a partir del lanzamiento de la ALPRO y la Carta de Punta del Este que los
gobiernos de América Latina asumieron la planificación como un instrumento
fundamental para movilizar los recursos nacionales, lograr cambios
estructurales, y aumentar la eficiencia y la productividad, de la mano de una
mayor inversión y cooperación por parte de los organismos financieros
internacionales.[21]
Neiburg y Plotkin ponen de manifiesto el particular interés
que desarrolló EE.UU. en la formación de elites latinoamericanas, que fueran
afines o, al menos, receptivas a sus ideas. Las mismas debían ser
preferentemente “técnicas”, de modo que pudieran “hacerse cargo de los
problemas inherentes al desarrollo económico (…) y sobre todo de las
negociaciones con los organismos internacionales”.[22]
De manera similar, Suasnábar señala que, en la Argentina, el planeamiento
educativo penetró en los ámbitos públicos y en las universidades junto con la
emergencia de las ideas desarrollistas, pero sobre todo con las nuevas
orientaciones de los organismos internacionales.[23]
Frente a la nueva coyuntura internacional de la década del sesenta, los planes
integrales de educación debían diagnosticar y, a su vez, proyectar alternativas
y soluciones para poder cumplir con los objetivos planteados y con los cuales
se habían comprometido los diferentes países, que serían apoyados por la
Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), entre otros
organismos.
En este contexto, bajo el gobierno de Arturo Frondizi, el
desarrollismo prometía una sociedad más democrática y más autónoma, a la cual
se llegaría de la mano de la industrialización, el progreso científico y la
modernización cultural. A diferencia de los gobiernos antecesores,
especialmente durante el último gobierno peronista en el que se había negado
por completo la asistencia internacional, Frondizi recibió un empréstito
extranjero para el cumplimiento de los objetivos propuestos y firmó un acuerdo
de cooperación técnica con los EE.UU.[24]
Consecuentemente, en 1959 se creó la Comisión Nacional de Administración de
Apoyo al Desarrollo Económico (CAFADE), cuyos objetivos eran “coordinar,
programar trabajos, promover investigaciones, y brindar asesoramiento destinado
a fomentar el desarrollo económico del país”. En particular, la CAFADE se creó
con el fin de contar con ingenieros para el gran capital, concretándose así la
“ayuda” financiera y técnica de las fundaciones norteamericanas.[25]
Asimismo, de la mano de las nuevas instituciones del Estado
desarrollista, se reclutaron técnicos y expertos para cumplir con las tareas
específicas propuestas. Neiburg y Plotkin afirman que, después de 1955, y
especialmente a partir de la década siguiente, se conformó una nueva elite
técnica estatal afín a las propuestas de EE.UU.. Dentro de esta “nueva
generación de cerebros”, destacaban especialmente aquéllos egresados del Instituto
Torcuato Di Tella (ITDT).[26]
Para estos años, la teoría del desarrollo económico se había convertido ya en
una “subdisciplina” de la ciencia económica. Con la creación de las carreras de
economía y sociología en la UBA en 1958, las ideas desarrollistas se insertaron
en el ámbito universitario.[27]
Asimismo, junto con la emergencia de las ciencias sociales apareció el
“especialista” como nueva figura intelectual. De este modo, bajo la legitimidad
que otorgaba la “especialización técnica”, un segmento de la intelectualidad
recuperaba un espacio de intervención y relevancia en la esfera estatal.[28]
Fue en este contexto que, mediante el Decreto Nº 7.290, se
creó en el año 1961 el Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE). Este organismo
dependiente de la presidencia tuvo como finalidad la programación y
planificación de políticas para el desarrollo. Tres años después, bajo la
presidencia de Arturo Illia, el CONADE creó un sector dedicado exclusivamente
al análisis educativo.[29]
El objetivo del equipo técnico consistió en la elaboración de un diagnóstico de
la situación educativa en el país y el desarrollo de una planificación para el
corto, mediano y largo plazo.[30] En
definitiva, la política nacional se adaptó a los lineamientos propuestos por la
OEA, la UNESCO y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), entre otras
instituciones de similar índole, que derivaron en la creación de organismos
cuya función específica era analizar la situación del país. Asimismo, cabe
señalar la influencia directa de técnicos y asesores extranjeros que recibieron
los funcionarios argentinos para emprender tareas similares en los organismos
nacionales.
Los diagnósticos y propuestas presentadas se vincularon
directamente con las ideas en torno al modelo planteado por los organismos internacionales
respecto de la forma que debía adoptar la universidad latinoamericana en el
futuro próximo. Un personaje clave en este escenario fue Rudolph Atcon, quien
fue asesor de la UNESCO durante dos décadas. Hacia principios de 1970, actuó
como enviado desde EE. UU. para promover planes de reforma universitaria en
distintos países de Latinoamérica. Si bien tuvo mayor influencia en Brasil,
también incidió en las reformas implementadas en Honduras, Chile y Argentina.
Así, bajo el ideario de modernización y desarrollo, se
comenzaron a llevar a cabo políticas universitarias que reconfiguraron el
sistema argentino de educación superior. Tras el golpe de Estado de 1966, sin
embargo, el eje rector de las políticas implementadas fue la ideología de la
seguridad. Tal como señala Terán, antes de asumir, Onganía había expresado que
“había mucho ruido en la universidad”.[31]
Consecuentemente, luego de un intento por silenciarla, el eje de la seguridad
comenzaría a entremezclarse, como veremos, con los intentos de modernización.
Detengámonos brevemente, a continuación, en algunas de las características del
gobierno militar que emergió de dicho golpe.
El golpe de Estado
El 28 de junio de 1966, la Junta Militar se dirigió a la
sociedad argentina con el objeto de informar las causas del golpe de Estado que
acababa de perpetrar. En dicho mensaje, señalaron que el país se había
convertido en un “escenario de anarquía” por “la colisión de sectores con
intereses antagónicos” e hicieron alusión a la “inexistencia de un orden social
elemental”. Asimismo, sostuvieron que la situación económica se había agravado
por la inflación, situación que perjudicaba a los sectores de menores ingresos.
En este contexto, las FF.AA. tenían como “único y auténtico fin (...) salvar a
la República y encauzarla definitivamente por el camino de su grandeza”. Para
ello, asumían la “responsabilidad irrenunciable de asegurar la unión nacional y
posibilitar el bienestar general, incorporando al país los modernos elementos
de la cultura, la ciencia y la técnica”. De este modo, se lograría transformar
y modernizar el país, consolidando la unidad de los argentinos y evitando que
“decaiga para siempre la dignidad argentina”.[32]
Frente a este escenario, la Junta de Comandantes asumió el
poder político y militar de la República Argentina, destituyó inmediatamente al
Presidente y Vicepresidente, junto con los Gobernadores y Vicegobernadores;
separó de sus cargos a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al
Procurador General de la Nación; disolvió el Congreso Nacional y las
legislaturas provinciales, y proscribió todos los partidos políticos del
país. Finalmente, y antes de
autodisolverse y entregarle el poder al general Juan Carlos Onganía, las FF.AA.
anunciaron la emisión de un “Estatuto revolucionario” que tendría mayor
jerarquía que la Constitución Nacional y en el cual se fijarían los objetivos
políticos de la nación.[33]
El Acta de la Revolución Argentina fue difundida unos días
después del golpe. En la misma se presentaba formalmente lo expuesto por los
Comandantes en Jefe de las tres fuerzas en el mensaje del 28 de junio. El anexo
II, en el que se exponía el mencionado estatuto, suspendía la división de
poderes y concentraba las funciones ejecutivas y legislativas en el Presidente
de la Nación Argentina. Asimismo, dejaba a su cargo el nombramiento de los
gobernadores provinciales, los cuales ejercerían los poderes ejecutivo y
legislativo de sus respectivas constituciones. De este modo, el nuevo gobierno
centralizado quedaba autorizado a promulgar leyes que podrían alterar el tamaño
y las funciones del gabinete, junto con la posibilidad de crear cuerpos
transitorios o permanentes que lo aconsejarían durante el ejercicio de su
mandato. Por último, la duración del período presidencial no quedaba
preestablecida, aunque sí el hecho de que en caso de muerte o incapacidad
serían los Comandantes en Jefe de las FF.AA. los encargados de nombrar un
sucesor.
El proyecto político y económico del gobierno de facto
quedaba plasmado en el anexo III del Acta: la modernización y transformación
iban a ser los ejes propuestos para eliminar los males que aquejaban a la
nación y retomar la senda del desarrollo. De esta forma, el objetivo general
propuesto consistía en “consolidar los valores espirituales y morales, elevar
el nivel cultural, educacional, científico y técnico; eliminar las causas
profundas del actual estancamiento económico, alcanzar adecuadas relaciones
laborales, asegurar el bienestar social y afianzar nuestra tradición espiritual
inspirada en los ideales de libertad y dignidad de la persona humana, que son
patrimonio de la civilización occidental y cristiana; como medios para
restablecer una auténtica democracia representativa en la que impere el orden
dentro de la ley, la justicia y el interés del bien común, todo ello para
reencauzar al país por el camino de su grandeza y proyectarlo hacia el
exterior”.[34]
En cumplimiento de semejante cometido, el presidente de facto elaboró las
Políticas de Gobierno Nacional, en donde se ponían de manifiesto los cursos de
acción generales que conducirían al logro de los objetivos fijados en lo
referente a la política exterior e interna, en el ámbito económico, laboral, de
bienestar social, y seguridad.
Estas propuestas, sin embargo, permanecieron durante un
tiempo en el mismo nivel de abstracción en el que fueron enunciadas. Si bien a
dos días de su asunción Onganía afirmó que pronto haría conocer el plan de
gobierno inspirado en los fines revolucionarios y el equipo de colaboradores
que conformarían el nuevo gabinete, la designación de su nuevo equipo de
gobierno demoró semanas, lo que indicaría que la fecha elegida para el golpe de
Estado tomó por sorpresa al nuevo presidente de facto.[35]
Asimismo, y a pesar de lo dicho en su discurso del 30 de junio, la ausencia de
medidas durante las primeras semanas provocó interrogantes acerca de la
capacidad del gobierno para cumplir con los objetivos anunciados. En contraste,
Rouquié sostiene que el apoyo masivo que tuvo el gobernó militar y las
esperanzas contradictorias que se depositaron sobre él fueron lo que dificultó
inicialmente su acción, ya que cualquier rumbo que adoptase podría romper este
grado de consenso, tan ficticio como frágil.[36]
De todos modos, sea por táctica o por inexperiencia, Onganía se hizo esperar.
La única precisión que fue adelantada consistió en que el
proceso iba a estar dividido en dos etapas, tanto para el planeamiento como
para la ejecución. Las correspondientes al planeamiento se llevarían a cabo
durante los dos primeros años: en 1966 se confeccionaría el Programa de Ordenamiento
y Transformación, mientras que en 1967 se trazaría el Plan Nacional de
Desarrollo y Seguridad. La ejecución del primero se llevaría a cabo entre los
años 1967 y 1968, y tanto el CONADE como el Consejo Nacional de Seguridad
(CONASE) se encargarían de diseñar las políticas y estrategias del plan.[37]
Las primeras medidas que tomó el gobierno de facto
consistieron en una reorganización burocrática, en la cual se reestructuraban
algunos de los órganos de gobierno y se creaban otros destinados a la formulación
de los planes de desarrollo. Así, como señala O´Donnell, el “ordenamiento” de
la sociedad buscaría llevarse a cabo junto con la “racionalización” del aparato
estatal (esto es, la contracción del número de empleados e instituciones
públicas) para un mayor y mejor control. Modernización, desarrollo y seguridad
serían los tres pilares de las políticas del gobierno de facto.[38]Comenzaba
así a implementarse una nueva fórmula para el desarrollo nacional: la de
“modernizar por la vía autoritaria”.[39]
La estructura del aparato de Estado ya se había erigido y Onganía se proponía
reencauzar el país hacia el “orden”, para lo cual era necesario mantener la
apoliticidad, no sólo en la sociedad, sino también en el interior de las FF.AA.
En efecto, Onganía consideraba a la política como un “sinónimo de intereses
parcializados, de desorden, de promesas demagógicas, que [alentaban]
aspiraciones prematuras (…) un campo de manipulaciones y oportunismos que
hieren el sentido moralista de [su] corriente”.[40]
Suponía, asimismo, la existencia de un estado de “división de los argentinos”
que fomentaba el “desorden” y la “subversión”. Consecuentemente, designó a
civiles “técnicos” y “apolíticos” en los altos niveles decisorios del gobierno,
incluyendo Ministerios y Secretarías de Estado.
En este marco, el plano cultural y educativo fue objeto del
accionar del gobierno de facto.[41]
Allí también intervinieron “técnicos” y “especialistas” que cumplirían con los
fines y objetivos propuestos por la “Revolución Argentina”. El principal carácter
de la política implementada en el ámbito universitario, sin embargo, estuvo más
bien vinculado a las ideas de seguridad.
La política universitaria en los
primeros meses del golpe
Las universidades
nacionales se constituyeron en uno de los principales objetivos de la política
del gobierno militar. En el marco de la lucha a nivel mundial contra el
comunismo, propulsado principalmente por EE.UU., las casas de estudio en
Argentina eran vistas como lugar de propagación de desorden y de violencia por
excelencia; en particular, se creía que se habían constituido en “focos de
subversión” o, incluso, que habían sido blanco de una “infiltración comunista”.[42]
Consecuentemente, el 28 de julio, a un mes de instalado el gobierno militar,
Onganía sancionó un régimen provisorio por medio del decreto ley 16.912. El
mismo establecía que los rectores de las universidades nacionales y sus
respectivos decanos pasarían a ejercer funciones puramente administrativas, dejando
a cargo de la Secretaría de Educación el ejercicio de las atribuciones
reservadas por sus estatutos a los Consejos Superiores o Directivos; en caso de
no aceptar este recorte en sus funciones, serían cesanteados. Asimismo, la
cartera de Educación también tendría la facultad para intervenir en caso de
situaciones que afectaran a “la paz y el orden interno” de las universidades,
atribución que usó para prohibir la realización de actividades políticas por
parte de los centros o agrupaciones estudiantiles, so pena de disolución.[43]
De acuerdo a las
versiones gubernamentales, la Ley estaba dirigida a articular la autonomía con
el proceso propuesto para la recuperación de la Nación.[44]
Así lo proclamaba un comunicado del Ministerio del Interior:
La Universidad no ha sido
avasallada. Es propósito del gobierno que las actividades universitarias se
sigan desarrollando normalmente y dará su más decidido apoyo a los profesores
y estudiantes que en su inmensa mayoría desean continuar sus respectivas tareas
en un ambiente de seriedad científica y jerarquía y respeto recíproco. La ley
16.912 ha sentado las bases para que, bajo la dirección de sus actuales
autoridades, la institución se encamine hacia formas de organización que le
permitan alcanzar el más alto nivel académico, prestar a la comunidad los más
eficientes servicios y excluir de su seno la influencia de elementos extraños a
su natural sentido. Por ello, el gobierno de la Nación deplora la actitud de
algunos grupos de activistas que, en la noche de ayer han pretendido alterar el
orden y desviar a la Universidad del cumplimiento de su función específica.[45]
De las 8
universidades nacionales, las del Sur, Cuyo y del Nordeste, acataron las
medidas y reanudaron su normal funcionamiento antes del período previsto. Los
rectores de las de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, Litoral y La Plata, en
cambio, no lo hicieron. La Federación Universitaria Argentina (FUA), por su
parte, rechazó la nueva ley, denunciando que la misma tenía como único fin
“someter y amordazar a la universidad”, por lo que convocó a los estudiantes a
organizarse en su contra y a reclamar la reapertura de las clases y la
restitución de la autonomía universitaria.
Frente a este
escenario, el gobierno militar advirtió que no toleraría acciones de protesta.
En consecuencia, la misma noche en que fue dictada la ley, la Guardia de
Infantería entró a las Facultades tomadas y reprimió a alumnos y docentes con
sus cachiporras, hecho que se conoció como “La noche de los bastones largos”.
En Filosofía y Letras, Arquitectura e Ingeniería hubo cerca de 130 detenidos,
mientras que en Exactas, la represión y las detenciones alcanzaron mayores
niveles.[46]
Estos hechos
inauguraron las políticas universitarias represivas que caracterizaron las
primeras intervenciones del gobierno de facto en la vida académica. Sin
embargo, tal como ocurrió en los diferentes ámbitos de la vida social del país
durante los primeros meses, quedaba en evidencia que se trataba de medidas
puramente coyunturales, y que faltaba una política de largo plazo. En este
sentido, el caso de la UBA fue paradigmático. Después de la intervención,
comenzaron a renunciar masivamente docentes de diferentes Facultades, sumando
un total de 968 a la semana de la promulgación de la Ley.
Tras los brutales acontecimientos ocurridos la noche del 29
de julio, el Poder Ejecutivo Nacional dispuso un receso universitario por 15
días a partir del 1 de agosto. Asimismo, nombró a un nuevo Consejo Asesor de la
Enseñanza Universitaria Oficial, con el objetivo de elaborar las nuevas leyes
que establecerían el régimen de funcionamiento definitivo de las casas de altos
estudios durante el gobierno militar.
Mientras tanto, el panorama universitario se presentaba cada
vez más sombrío para el gobierno. Lejos de “normalizar” las instituciones, las
acciones gubernamentales habían dado lugar a un conflicto que resultó en
consecuencias que afectaron a la comunidad académica y al país: la emigración
de técnicos y el desmantelamiento de grupos de investigación considerados
irremplazables. Docentes, investigadores y técnicos emigraron sin dificultad a
distintas universidades latinoamericanas y de los EE.UU., debido a que los
antecedentes en investigación y formación de recursos humanos que tenía el país
desde 1958 generaban un gran interés en el exterior.[47]
En suma, las medidas adoptadas por el gobierno estaban
fracasando. La intervención y la represión habían estado lejos de disminuir la
politización, que en lugar de ello se había potenciado, tomando ahora como
blanco al régimen militar; a lo que se sumó, como vimos, el proceso de “fuga de
cerebros”. Así, de momento, la intervención universitaria lejos estaba de haber
logrado encarnar los principios de modernización, aunque sí había avanzado con
el autoritarismo, el cual velaba por la “seguridad” interna de las
instituciones contra los “gérmenes subversivos” y la radicalización política de
los estudiantes.[48]
De la represión a la sanción de
una nueva Ley universitaria
A seis meses de haber asumido como presidente de facto,
Onganía cerraba una primera etapa de su gobierno solicitando a casi todo su
gabinete la presentación de sus renuncias. A pesar de la reestructuración del
aparato estatal, el gobierno de facto se había mostrado absolutamente incapaz
de poner en marcha una política definida en las distintas áreas, y
particularmente en la económica. Acaso el ámbito que mayor atención recibió por
parte del gobierno haya sido el universitario, con las consecuencias ya
señaladas. El año 1967 comenzó entonces con un recambio de ministros en un
intento por recuperar, o más bien establecer, la iniciativa política. Este
barajar y dar de nuevo, sin embargo, no alcanzó al Ministerio del Interior ni a
la cartera de Educación. Por el contrario, en estos últimos se profundizó la
línea trazada desde el principio, que apuntaba a sancionar una nueva Ley
Universitaria,[49] con
lo que se daría por concluida la primera etapa de la política universitaria,
según expresó el secretario de Educación y Cultura mediante un discurso
pronunciado por radio y televisión el día en que fue sancionada y publicada la
ley en el Boletín Oficial.
Allí se hacía énfasis en los objetivos de enfrentar las
“anomalías” que afectaban el desarrollo material y espiritual de la nación,
para lo cual ponía de manifiesto la urgente necesidad de accionar en el ámbito
universitario con el fin de “erradicar” la “subversión interna”, descartando
los factores que procuraban transformarlas en “focos de perturbación pública” y
asegurando las condiciones para su “normal” funcionamiento, para evitar así
frustrar los esfuerzos de docentes, investigadores y estudiantes. Con este
espíritu, la ley proponía una renovación universitaria enmarcada dentro del
proyecto nacional, en la cual se adecuaba el sistema de educación superior a
los principios autoritarios del régimen de facto. En palabras del secretario de
Educación, “la etapa presente (…) corresponde a un momento de ordenamiento y
transformación”.[50]
El anteproyecto fue presentado antes de que se diera
comienzo al ciclo lectivo del año 1967. Allí, el secretario de Educación,
explicó a los medios periodísticos que “la universidad se había convertido en
un bastión al servicio de ideas subversivas y desde allí se lanzaban ataques al
gobierno”, y que la Ley Universitaria daría comienzo a “una nueva etapa
encaminada hacia una nueva Universidad que pueda cumplir sus fines al servicio de
la Nación”.[51]
Como era de esperarse, los estudiantes denunciaron inmediatamente lo que
constituía un nuevo avasallamiento de la autonomía universitaria.[52]
Pese a las quejas estudiantiles, que no alcanzaron a
materializarse en acciones de protesta, la nueva legislación fue sancionada en
abril. En ella, a lo largo de 126 artículos, se estableció un régimen orgánico
común para todas las universidades nacionales.[53]
Allí, asimismo, se esbozaron los lineamientos vinculados con la modernidad, el
desarrollo y la seguridad. Sobre esta base, las autoridades debían tomar las
decisiones necesarias para cumplir con sus fines, dictar y reformar los
estatutos, elegir sus autoridades, designar y remover al personal, desarrollar
tareas de investigación, educación y extensión universitaria, establecer un
régimen disciplinario, y administrar y disponer de sus recursos, entre otros.
El único requisito era la aprobación previa del Poder Ejecutivo. De esta forma,
la autonomía y la autarquía financiera no serían obstáculos para el ejercicio
de atribuciones conferidas a otras autoridades nacionales y locales, en lo que
al mantenimiento del orden público refiere. En la misma línea y con una fuerte
apuesta a la seguridad interna, las autoridades universitarias deberían
abstenerse de realizar declaraciones políticas o tener actitudes que
comprometieran la “seriedad institucional”. Finalmente se prohibía cualquier
actividad que asumiera formas de militancia, proselitismo, agitación,
propaganda o adoctrinamiento político (arts. 1º a 10º). Al respecto, la ley
preveía la posibilidad de intervenir las universidades nacionales por parte del
Poder Ejecutivo, en caso de desarrollarse un conflicto insoluble dentro de las
casas de estudio, de manifestarse el incumplimiento de los fines de la universidad,
y de alteración grave del orden público o subversión contra los poderes de la
nación.
En lo que refiere al gobierno universitario, se mantuvo la
anulación del gobierno tripartito y se estableció que el mismo estaría
conformado por la Asamblea, el Rector o Presidente, el Consejo Superior, los
Decanos de Facultades o Directores de Departamentos y por los Consejos
Académicos, elegidos éstos últimos por el voto secreto y obligatorio de los
profesores ordinarios de las categorías correspondientes (art. 43º y 64º).
Asimismo, los graduados quedaban excluidos y se establecía que los estudiantes
serían representados por un delegado que tendría voz pero no voto en las
sesiones del Consejo Académico de cada Facultad (art. 93º, 94º y 95º). Sin
embargo, para poder ser elegido como delegado, el estudiante debía cumplir
ciertos requisitos, tales como tener aprobado las dos terceras partes del plan
de estudios y tener un promedio general equivalente a bueno (art. 96°), lo que
acotaba el espectro de candidatos posibles. Los graduados, por otra parte,
podrían participar en la vida académica, pero no en la vida política de la
universidad (art. 84°).
En este marco de reorganización institucional, la ley
implementaba un nuevo régimen de cursada, con mayores exigencias para mantener
la condición de alumno regular y nuevos requisitos para la reinscripción, que
incluían la aprobación de un mínimo de materias anuales y el arancelamiento de
los exámenes reprobados, lo que afectaba el derecho a la gratuidad educativa.
La justificación de las medidas adoptadas se basaba en que los fondos
recaudados estarían destinados a becas estudiantiles, lo que contribuiría a
aumentar el presupuesto universitario. Finalmente, la ley establecía que cada
Facultad reglamentaría el número de insuficiencias que determinen la pérdida de
la regularidad (art. 88º - 92º). Esta medida involucraba directamente a los
alumnos que debían trabajar para poder estudiar, ya que históricamente fueron
quienes adeudaron más materias que aquellos cuya única actividad es el estudio.
Asimismo, la nueva ley buscaba detener el avance de la
politización estudiantil, estableciendo la posibilidad de sanciones ante
cualquier actividad política desarrollada dentro de las casas de estudio. Por
otra parte, los centros de estudiantes y organizaciones políticas podrían ser
privados de su personería jurídica, si la tuvieran, y del uso de locales
ubicados dentro de las universidades (art. 98º).
En relación a los postulados de modernización y desarrollo,
la Ley daba forma, a un nuevo sistema de organización académica, que preveía la
estructuración departamental “recogiendo concepciones modernas ampliamente
difundidas y la experiencia de la Universidad Nacional del Sur” (art.12°). Cabe
mencionar que dicha institución, creada en 1956, se constituyó en la
materialización de ideas vinculadas con proyectos universitarios extranjeros,
no sólo en su organización interna, sino también y particularmente, en relación
a su oferta académica. En este mismo orden, el sistema de Facultades en
aquellas casas de estudio que no lograran cambar su organización a una
estructura departamental, se vería obligado a organizar las materias afines en
unidades pedagógicas, para evitar la superposición de tareas y de mejorar la
calidad de la enseñanza (art.14°). En esta misma línea se expresan los
requisitos para la tarea docente, la cual pasaba a tener como condición
actividades vinculadas con la investigación. Con ello, se preveía la
incorporación de un régimen moderno y, al menos en los postulados, se marcaba
como condición sine qua non, que la investigación fuera parte constitutiva del
cuerpo docente.
Finalmente, el gobierno militar solicitaba a los rectores,
decanos o directores de departamentos la adecuación de los estatutos de las
universidades a la nueva Ley, debiendo elevarlos al Poder Ejecutivo para ser
aprobados en el lapso de los 120 días. Una vez aprobados, se llamaría a
elecciones para integrar los Consejos Académicos de cada Facultad o
Departamento.[54]
La política universitaria entre
la seguridad y la modernización
De manera general, las ideas en torno a la seguridad
delinearon la primera fase de las políticas universitarias, que se
caracterizaron por la represión del activismo político bajo el discurso de la
existencia de focos subversivos o comunistas. Esta fase se prolongó
posteriormente con la sanción de la Ley Orgánica, cuyo objetivo, tal como
acabamos de analizar, consistió en ajustar la política de “normalización” de
las casas de estudio. Esta normalización, sin embargo, no se limitó al
afianzamiento de la política de seguridad, sino que incluyó también elementos
de modernización. En efecto, la influencia de los “técnicos” y “especialistas”
extranjeros en la gestión universitaria empezaba a aflorar, ya que dicha Ley
Orgánica se constituyó en el primer intento por reestructurar las universidades
nacionales. Así, la idea de “normalización” apuntaba no sólo a despolitizar a
los estudiantes, sino también a “modernizar” las casas de estudio por medio de
la restructuración institucional, adoptando una organización departamental que
se asemejaba a la implementada en otros sistemas universitarios, tales como el
estadounidense.
El gobierno, sin embargo, no logró avances en ninguno de
estos frentes. La despolitización no pudo sostenerse más allá de un corto
período de tiempo, debido al contexto general de efervescencia política. La
“modernización”, por su parte, no pasó de la letra de la Ley, y recién cobró
forma bajo el mandato de Lanusse, quien retomó esta iniciativa en el marco del
Gran Acuerdo Nacional. En este momento, en el que se buscó reestructurar el
sistema mediante un proceso de creación de nuevas universidades, la ideología
desarrollista acabó de incrustarse en la gestión universitaria, orientando la
dirección que tomó dicho proceso.[55]
En efecto, la ola de expansión
institucional que sobrevino a principios de la década de 1970 se encaramó sobre
las grietas que la Ley de 1967 no había sido capaz de cerrar. Las políticas
limitacionistas que imponían nuevas condiciones de regularidad y mecanismos de
ingreso no habían logrado minimizar el proceso de masificación iniciado en la
década anterior, la tasa de matriculados continuó en aumento durante todo el
período dictatorial, y al poco tiempo afloraron las manifestaciones de docentes
y estudiantes en contra de las medidas adoptadas.
A la luz de la política “desarrollista” y “modernizadora”
que el gobierno de facto pretendía implementar, y en el marco de la política
internacional que había volcado sus ejes de discusión en torno a la educación
en los países de la región, la universidad se convirtió en el foco de análisis
y discusión hacia fines de la década del sesenta. ¿Cómo congeniar, en este
escenario, la modernización institucional y el desarrollo económico, sin dejar
de lado la seguridad nacional? El desafío del gobierno se había, al menos,
duplicado. Las ideas de desarrollo, modernización y planificación que habían
surgido en el marco de la guerra fría, se reforzaron con el paso del tiempo y
en la década del sesenta cobraron una importancia mayor en algunos países de
Latinoamérica, complejizando las tareas inicialmente asumidas por el gobierno.
Como ya señalamos, sin embargo, el primer esfuerzo coherente por resolver este
conjunto de problemas mediante la implementación de una política general no
tendría lugar sino hasta la llegada al poder de Lanusse.
A modo de cierre
En este trabajo nos hemos propuesto rastrear el entramado
ideológico sobre el cual se elaboró la política universitaria en la Argentina
durante las décadas del cincuenta y sesenta, principalmente. Tal como hemos
puesto de manifiesto, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la educación
pasó a ser un eje clave de análisis entre los gobiernos de los países clásicos,
a la vez que comenzó a pensarse de qué manera podrían incidir en los países en
vías de desarrollo. En este marco, se incentivó a los gobiernos de América
Latina a implementar planes de desarrollo económico que pusieron el foco en los
sistemas de educación. La idea de que los países con mejores niveles de
educación experimentaban un crecimiento económico mayor aumentaba entre los
países desarrollados. El período de la Guerra Fría comenzó, asimismo, con un
fuerte interés en los avances en Investigación y Desarrollo y,
consecuentemente, los países de la región recibieron enormes inversiones por
parte de empresas extranjeras.
Sin embargo, tras la Revolución cubana, el problema de la
seguridad también comenzó a ocupar un lugar central en los lineamientos
políticos para la región. Consecuentemente, se inició una clara política que no
sólo promovió la idea de la planificación vinculada con el desarrollo y la
educación, sino que además vinculó la educación y el desarrollo económico con
el postulado de la seguridad.
Ese entramado ideológico se solidificó bajo el régimen
militar de Onganía, cuyo gobierno prestó especial atención al ámbito
universitario. Allí, tal como hemos visto, se procuró eliminar cualquier
“germen subversivo” y “modernizar” las estructuras con el objetivo de lograr la
tan aclamada “normalización” universitaria. Se hizo, como cabía esperarse, por
medio de las dos líneas de acción que caracterizaron a este gobierno: el
autoritarismo y la modernización. Así, no sólo se intervinieron las
universidades apenas asumieron las FF. AA., sino que al mes se reprimió a
docentes y estudiantes de la casa de estudios más grande del país. La medida
siguiente fue la elaboración de la Ley Universitaria. La misma, estaba empapada
de la ideología gestada en el marco de la Guerra Fría. A lo largo de sus 126
artículos es posible encontrar distintos mecanismos que apuntan a la
planificación, el desarrollo, la modernización y la seguridad. Se trata de
principios que, incluso tras el cambio de rumbo que sobrevino a partir de 1968,
continuaron rigiendo la política de la autodenominada “Revolución Argentina”.
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[1] Becaria Postdoctoral. Instituto de Historia Argentina y Americana
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[2] Nallar, J. R. (2006). La
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[4] Hobsbawm, E. (1999). Historia
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[5] Ranaletti, M. & Pontoriero, E. (2010). “La normativa en materia de defensa y seguridad y la
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[6] Leal Buitrago, F. (2003). La doctrina de Seguridad Nacional: materialización de la Guerra
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[7] Véase, entre otros, Califa, J. S. (2015). Reforma y revolución: La radicalización política del movimiento
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[8] Morero, S., Eidelman, A., & Lichtman, G. (2002). La noche
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[9] Agudelo Vila, H. op. Cit. , La revolución del desarrollo. Origen y evolución de la Alianza para el
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[10] Brunner, J. (1985). Universidad
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[11] Wasserman, C. (2010). “La perspectiva brasileña del desarrollo y
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[12] Ibídem.
[13] Agudelo Vila, H. op. Cit. ,
La revolución del desarrollo. Origen y
evolución de la Alianza para el Progreso, p. 26.
[14] Mazzei, D. (2012). Bajo el
poder de la caballería. El ejército argentino (1962-1073). Buenos Aires:
Eudeba, p. 144.
[15] Carta de Punta del Este, 1961.
[16] Mazzei, D. op. cit. Bajo el poder de la caballería. El ejército argentino (1962-1073). Buenos Aires: Eudeba, p. 143-144.
[17] Braslavsky, C. (1980). “La educación argentina (1955-1980)”, Propuesta Educativa, Buenos Aires, pp. 281-308.
[18] UNESCO. (1962). Proyecto
Principal de Educación. Santiago de Chile: Naciones Unidas, p. 7.
[19] Hobsbawm, E. op. cit. Historia del Siglo XX. Buenos Aires:
Crítica, p.298.
[20] Buchbinder, P. (2012). Historia de las universidades argentinas.
Buenos Aires: Sudamericana, p. 161.
[21] UNESCO (1968). Educación,
Recursos Humanos y Desarrollo en América Latina. Nueva York: Naciones
Unidas, p.186.
[22] Neiburg, F., & Plotkin, M. (2004). Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en
Argentina. Buenos Aires: Paidós, p. 234.
[23] Suasnábar, C. (2004). Universidad
e Intelectuales. Buenos Aires: FLACSO, p. 42.
[24] Neiburg y Plotkin explican que hacia 1955, la Argentina era el
único entre sus pares de la región que no había adherido a los organismos
financieros internacionales que surgieron de los acuerdos de Bretton-Woods,
tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de
Reconstrucción y Fomento (antecesor del Banco Mundial).
[25] Aguirre, O. (2010). “La Alianza para el Progreso y la promoción
del desarrollo en América Latina”. Revista
Afuera, 9(V). Buenos Aires, p. s/d.
[26] Para un análisis riguroso y detallado del rol que jugó el ITDT en
la formación de la elite técnica estatal después de 1955, véase Neiburg y
Plotkin, op. cit.
[27] Altamirano, C. (2007). Bajo
el signo de las masas (1943-1973). Buenos Aires: Emecé, p.15.
[28] Suasnábar, C. op. Cit. Universidad
e Intelectuales. Buenos Aires: FLACSO
, p.43.
[29] De Luca, R., & Álvarez Prieto, N. (2013). “La sanción de la
Ley Orgánica de las Universidades en la Argentina bajo la dictadura de Onganía
y la intervención de los distintos organismos nacionales e internacionales en
el diseño de las transformaciones”. Perfiles
Educativos, XXXV (139), Buenos Aires, pp.110-126.
[30] Dicho informe fue elaborado con asesoramiento de Louis Emmerij,
especialista francés de la OCDE.
[31] Terán, O. (1994). Nuestros
años sesenta. La formación de la
nueva izquierda intelectual en la Argentina 1956-1966. Buenos Aires: Punto
Sur Editores.
[32] AA.VV. (1966). Mensaje de la
Junta Revolucionaria al pueblo argentino, p. 13-15.
[33] Potash, R. (1994). El
ejército y la política en la Argentina 1962-1973. Buenos Aires:
Sudamericana, p. 8.
[34] AA.VV. (1966). Acta de la
Revolución Argentina, Buenos Aires, p. 25.
[35] Potash, R. op. cit. El ejército y la política
en la Argentina 1962-1973. Buenos Aires:
Sudamericana, p.16.
[36] Rouquié, A. (1983). Poder
militar y sociedad política en la Argentina II 1943-1973. Buenos Aires:
Emecé, p. 285.
[37] Potash, R. op.
cit. El
ejército y la política en la Argentina 1962-1973. Buenos Aires: Sudamericana, p.18.
[38] O`Donnell, G. (2009[1982]). El Estado burocrático autoritario.
Buenos Aires: Prometeo, p. 90.
[39] Altamirano, C. op. Cit. ). Bajo
el signo de las masas (1943-1973). Buenos Aires: Emecé, p. 75.
[40] O`Donnell, G., op. Cit. El Estado
burocrático autoritario. Buenos Aires: Prometeo, p.89.
[41] Para un análisis detallado, véase Terán, op. Cit. . Nuestros
años sesenta. La formación de la nueva izquierda intelectual en la Argentina 1956-1966.
Buenos Aires: Punto Sur Editores.
[42] Ibidem.
[43] Autor/a.
[44] “Universidad. El rayo que no cesa”, en Primera Plana, 9 de agosto de
1966, N° 189, pp. 13-14.
[45] Los fragmentos citados forman parte del trabajo de archivo
realizado por Pablo Bonavena en el marco de una Beca de Perfeccionamiento
Académica otorgada por la UBA durante los años 1990-1992. El informe elaborado
conforma una base de datos a partir de diarios y revistas del período que
reconstruye cronológicamente los hechos sucedidos entre 1966 y 1976.
[46] Morero, S., et. al. (1996). La
noche de los bastones largos. Buenos Aires: Página/12, p.15.
[47] Buchbinder, P. op. Cit. Historia de las universidades argentinas.
Buenos Aires: Sudamericana.
[48] Califa, J. S. (2015). “A los golpes con el golpe: El movimiento
estudiantil frente a la intervención de la Universidad de Buenos Aires, 1966”, Conflicto Social (8), Buenos Aires, pp.
89-115; Califa, J. S. (2018). La amenaza roja. La intervención a la UBA durante
1966 vista desde el golpismo interno. Contemporánea
(9,), Uruguay, pp.35-50.
[49] El anteproyecto de dicha Ley fue elaborado por el Consejo
Asesor. El mismo había elaborado dos
propuestas, los cuales fueron presentadas al nuevo ministro de Interior los
días 28 y 31 de enero respectivamente. De acuerdo al semanario Primera Plana,
la primera de ellas configuraría una universidad “moderna, dinámica y
trascendente”, mientras que daría lugar a una estructura “rígida y académica”
que no dejaba nada librado al azar de quienes la apliquen. Ambos fueron el
resultado del trabajo realizado en conjunto con la gran cantidad de propuestas,
ideas e iniciativas enviadas por instituciones privadas, colegios profesionales
y agrupaciones de profesores y graduados (“Universidad- El brazo izquierdo de
la nueva ley”, en Primera Plana,14 de
febrero de 1967, N° 216, p. 23.
[50] Discurso pronunciado al poner en funciones al nuevo rector de la
Universidad Nacional de Córdoba, Ingeniero Rogelio Nores Martínez el día 31 de
enero de 1967. Citado en Bonavena, op.cit.
“Las Luchas estudiantiles en Argentina 1966/1976”
[51] Citado en Bonavena, P. op. cit. “Las Luchas estudiantiles en
Argentina 1966/1976”
[52] La Agrupación Juvenil de la Liga Argentina de Cultura Laica, por
ejemplo, alerta a estudiantes y profesores y a la ciudadanía en general del país,
sobre este nuevo ataque a la Universidad y a la cultura nacional". Un mes
después, la FUA, llama
a organizarse para luchar por la recuperación de las conquistas estudiantiles
avasalladas por la dictadura. Citado en Bonavena, op.cit “Las Luchas
estudiantiles en Argentina 1966/1976”
[53] Un análisis detallado de dicha legislación puede encontrarse en De
Luca y Álvarez Prieto, op. Cit. “La
sanción de la Ley Orgánica de las Universidades en la Argentina bajo la
dictadura de Onganía y la intervención de los distintos organismos nacionales e
internacionales en el diseño de las transformaciones”
[54]Ley N°17.245 Ley Orgánica de
Universidades Nacionales. BORA, 1967.
[55]Autor/a.
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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
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