Cuadernos de Marte

AÑO 11  / N° 18 Enero – Junio 2020

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El movimiento estudiantil y la violencia política en Argentina, 1966-1976

The student movement and the political violence in Argentina, 1966-1976

 

Mariano Millán*

Universidad de Buenos Aires - CONICET

Enviado: 10/03/2020 – Aprobado: 11/06/2020

 

Cita sugerida: Millán, M. (2020). El movimiento estudiantil y la violencia política en Argentina, 1966-1976. Cuadernos de Marte, 0(18), 89-137. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5659/4600

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Resumen

En este artículo se analizan las relaciones del movimiento estudiantil con la violencia política en Argentina entre los golpes de Estado de 1966 y 1976: el ejercicio de prácticas violentas por parte de contingentes de alumnos, las distintas formas represivas y las representaciones sociales de las organizaciones estudiantiles sobre la violencia a lo largo del decenio. Para ello se realiza una triangulación de métodos cuantitativos y cualitativos. Las principales conclusiones apuntan a comprender la diversidad de ideas y prácticas sobre la violencia, sus metamorfosis y, a pesar de ello, su inmanencia en la contienda política, cuestionando así hipótesis de uso común sobre el período como, por ejemplo, la “opción por la violencia” o la disociación entre política y violencia.

 

Palabras clave

Movimiento estudiantil; violencia política; Argentina; dictaduras; Guerra Fría

 

Abstract

This article analyzes the relations of the student movement with political violence in Argentina between the coup d'état of 1966 and 1976: the exercise of violent practices by student contingents, the different repressive forms and the social representations of student organizations on violence throughout the decade. For this, a triangulation of quantitative and qualitative methods is carried out. The main conclusions aim to understand the diversity of ideas and practices about violence, its metamorphoses and, despite this, its immanence in political contests, thus questioning commonly used hypotheses about the period such as, for example, the “option for violence” or the dissociation between politics and violence.

 

Key words

Student movement; political violence; Argentina; dictatorships; Cold War

 

 

Introducción

 

Las ciencias humanas caracterizan los años sesenta como una era de movilización y radicalización, siendo la violencia política una de sus expresiones. Hitos como el mayo francés o la Masacre de Tlatelolco, suelen enmarcarse en unos “largos años sesenta” comenzados promediando la década de 1950 y finalizados en algún punto de la de 1970.[1]

Las luchas estudiantiles ocupan un lugar destacado en el maelstrom de los global sixties. Los eventos protagonizados por los alumnos en Brasil, México o Uruguay se han constituido como objetos cardinales para el análisis del pasado reciente.[2]

Asimismo, notamos que la violencia política en América Latina durante la posguerra recibió más atención de las ciencias sociales que procesos similares en Europa Occidental o los EEUU. Isabelle Sommier agudamente señaló que la distancia entre las tradiciones conceptuales del comportamiento colectivo y de la movilización de recursos “…estableció una cesura muy perjudicial entre […] el análisis de los movimientos sociales y […] el de la violencia.”[3] Agregamos dos variables contextuales: el consenso sobre el bienestar en el centro del sistema-mundo y la elusión del choque entre potencias, desplazando el grueso del derramamiento de sangre al Tercer Mundo.

La violencia política se encuentra entre los objetos fundacionales de las ciencias sociales latinoamericanas. Desde los trabajos pioneros de Orlando Fals Borda y los análisis que la comprendieron como parte de las tensiones de un proceso de modernización, hasta aquellas que resaltaron sus raíces histórico-culturales, la violencia inspiró diversas tesis y análisis.[4]

El caso argentino reviste algunas peculiaridades. Su tradición marxista relativamente autóctona, el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO), inscribió tempranamente la violencia en el proceso de lucha de clases.[5] Luego, durante la transición democrática, la influyente “teoría de los dos demonios” tendió a igualar en “la violencia” acciones con modalidades, escalas e intensidades disímiles y mentadas por objetivos políticos antagónicos. En revistas prominentes como Punto de Vista o Unidos, las ciencias sociales constituyeron nociones que, pese a su refinamiento, se inscribían en dicho sentido común. Ante la provinciana, pero usual, pregunta de ¿Por qué los argentinos se mataron entre sí? Solía apelarse a la cultura política “nacional”: caudillismo, tendiente a las dicotomías, al fanatismo, etc.

Durante el cambio de siglo, en medio de una crisis social, tuvo lugar una expansión notoria del campo interdisciplinario de estudios sobre el pasado reciente. Las investigaciones abarcaron más variables subjetivas y contextuales[6] y, a diferencia de los escritos contemporáneos o de la transición, no pretendían sentar un balance general, sino producir conocimiento sobre ciertos aspectos.

La mayor parte de estos valiosos estudios fueron construidos en diálogo con tesis de los años ’80 y ’90, muchas con debilidades empíricas o conceptuales como, por ejemplo, la irrelevancia del reformismo universitario, la excepcionalidad de la violencia en Argentina o la disociación entre lo político y lo militar.[7] En contrapartida, hubo autores que “secularizaron” lo cultural y trasnacional, despojándolas del manto condenatorio y produjeron análisis comprensivos de la multiplicidad de elementos de sentido de “los años ’60”.[8]

La bibliografía sobre el movimiento estudiantil argentino durante aquella etapa se encuentra marcada por una tensión entre dos posturas. Por un lado, investigaciones centradas en el análisis de discursos y memorias han resaltado la crisis del reformismo universitario y la preponderancia del peronismo y la nueva izquierda, críticos de la herencia de la Reforma, en la radicalización estudiantil.[9] Por otra, sociólogo/as que reconstruyeron los enfrentamientos protagonizados por alumnos/as mediante fuentes de prensa marcaron la relevancia del legado reformista y de la “vieja izquierda”.[10] Estos escritos abarcaron buena parte de los casos locales, comparaciones, generalizaciones y el análisis de la represión.[11] En casi todos los trabajos fueron mencionadas formas de violencia política. Asimismo, en varias obras sobre organizaciones político militares se comenta la procedencia universitaria de distintos militantes, sin profundizar en ello.[12]  En este sentido, no conocemos un análisis sistemático de las relaciones del movimiento estudiantil argentino con la violencia política. Por ello, aquí describimos el ejercicio de la violencia política de los alumnos, contra ellos y las representaciones sobre la misma de sus organizaciones entre los golpes de Estado de 1966 y 1976, un decenio signado por la intervención autoritaria, la resistencia, la rebelión y el terrorismo de Estado.

En este artículo tomamos como fuente principal una base de datos sobre enfrentamientos sociales protagonizados por estudiantes en Argentina entre 1966 y 1976, confeccionada con más de 20 periódicos locales y nacionales.[13] El análisis del ejercicio estudiantil de la violencia se realizó siguiendo técnicas cuantitativas. Codificamos hechos ocurridos en Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Tucumán con diez variables, algunas de categorías no excluyentes (tipo de acción, protagonista/s, reclamo/s, escenario, aliado/s y enemigo/s) y otras excluyentes (lugar, fecha, cantidad de participantes y facultad donde ocurrió el hecho).[14] Los tipos de acción, donde está comprendido el ejercicio de la violencia, contienen 17 formas. Aquí se exponen sus guarismos globales y las agrupadas en la categoría “Acción directa con violencia”, que contiene actos relámpago, enfrentamientos con la policía, barricadas, tomas con control del edificio, detonaciones de explosivos y ataques armados.[15]  El escrutinio de la represión y los sentidos que asumió la violencia presentará un abordaje cualitativo. Asimismo, en una sección previa señalamos algunos antecedentes y conceptos para precisar los cambios y continuidades de las relaciones del movimiento estudiantil con la violencia política entre 1966 y 1976.

 

 

Movimiento estudiantil y violencia en Argentina

 

Los orígenes del movimiento estudiantil en Argentina se remontan al último tercio del siglo XIX, aunque su acontecimiento fundacional fue la Reforma de 1918. Un balance de la extensa bibliografía sobre la Reforma excede nuestros objetivos, pero resaltamos tres aspectos del acontecimiento cordobés:

-       Ocurrió en un contexto mundial signado por el final de la Gran Guerra, la develación de los horrores de los campos de batalla y la proliferación de planteos sobre una crisis civilizatoria;

-       Tuvo lugar en el marco de un ciclo de protesta local y, a nivel nacional, en una etapa de grandes y violentos conflictos obreros como la Semana Roja, la Semana Trágica, la huelga de la Patagonia y la de La Forestal;

-       Los sucesos en la Universidad Nacional de Córdoba, sobre todo desde el 15 de junio, tuvieron una cuota de acción directa y de violencia política moderada.

La Reforma, entonces, fue moldeada en circunstancias donde la violencia constituía un rasgo distintivo del escenario político. Para las fracciones radicalizadas las trincheras europeas y la represión a gran escala evidenciaban la necesidad de una transformación que excedía lo universitario. Asimismo, el asalto a la asamblea universitaria o la toma de los edificios, denotan que la acción directa y la violencia, bajo ciertas modalidades, era una herramienta del ejercicio político entre otras. Estas ideas y prácticas inauguraron una heterogénea tradición en la política universitaria, que inspiró a numerosas corrientes de izquierda.[16] Por otro lado, despertaron la animadversión del catolicismo, del conservadurismo y del nacionalismo hacia la Reforma, a sus ojos integrante de la subversión impulsada desde la Rusia soviética.[17]

En este punto interesa una breve consideración teórica. Como ha señalado Eduardo González Calleja:

 

La violencia no es un fenómeno sui generis, sino una salida contingente de procesos sociales y de métodos de acción en común que no son intrínsecamente violentos. El juego político nunca es completamente pacífico, y la violencia es una forma de gestión de los conflictos. Extrema, pero no anormal.[18]

 

La consideración de la violencia como “instrumento”, que tomamos parcialmente, ha recibido la crítica de Michel Wieviorka:

 

Dado que lo que merece ser llamado violencia firma necesariamente una cierta transgresión en relación con los medios legítimos reconocidos al interior de un conjunto de actores […] Incluso instrumental, la violencia implica el desbordamiento de reglas y normas establecidas, hasta situaciones donde sus objetivos parecen encontrar su lugar al interior de estas reglas; corresponder a fines legítimos, no cuestionar los principios de la vida generales de organización de la vida colectiva. […]

…incluso aquella teóricamente instrumental, siempre está, al menos por una parte, en el orden de la ruptura y de la transgresión; que puede desbocarse, conservando por el otro lado, las apariencias del cálculo…”[19]

 

Los cuestionamientos habilitan una comprensión metódica sobre la complejidad de la violencia en la experiencia del movimiento estudiantil argentino. No existe una violencia, sino violencias, con disímiles objetivos, modalidades, escalas e intensidades, con diferentes posiciones en las gradaciones de legitimidad de distintos actores sociales. Para el movimiento estudiantil determinados ejercicios de la violencia resultaron una prueba de las injusticias y de los roles negativos de ciertos sujetos e instituciones, mientras los epígonos de la Reforma apuntaron las acciones transgresivas de los alumnos como parte de una ruptura del orden social.[20] En ambos casos, las representaciones sobre determinadas violencias contiene escasas dosis de instrumentalidad y fuertes cargas emocionales y valorativas que fundamentan oposiciones de principio a sus perpetradores y un llamado a la acción. En paralelo, según el propio movimiento estudiantil acciones como tomar un edificio y retener o expulsar personas, agarrarse a golpes de puño, revestían una dimensión predominantemente instrumental. A lo largo de las décadas, estas prácticas fueron estructurando rituales violentos, que “exacerban y, simultáneamente, introducen una cierta disciplina en la […] violencia colectiva.”, operando mecanismos de activación de líneas divisorias, polarización, exhibición competitiva, arbitrajes, contención y certificación “de los actores, de sus actuaciones y de sus reivindicaciones por parte de autoridades externas…”[21]

De esta manera, el reformismo se constituyó como un movimiento social en varias ciudades argentinas, abrazando el antifascismo de entreguerras. Este posicionamiento implicó numerosos enfrentamientos violentos en Buenos Aires, Córdoba o La Plata.[22] Asimismo, puede verse una continuidad: crítica hacia la violencia belicista y represiva y el ejercicio de la violencia estudiantil de baja intensidad en las protestas.

Durante la Segunda Guerra Mundial comenzó una etapa de masificación y politización universitaria que se extendió hasta mediados de los años ’70.[23] La política antireformista de los golpistas de 1943, proseguida por el presidente Juan Perón, y la caracterización estudiantil de esos mandatos como fascistas produjeron un espiral ascendente en la cual las demandas estudiantiles resultaban incompatibles con la continuidad del gobierno.[24] Hechos como el asesinato parapolicial de Aron Feijó en 1945, la instauración de celadores para vigilar los claustros o la formación de la Confederación General Universitaria (CGU) para combatir a los reformistas, son observables de la violencia en la contienda política de las facultades.[25] La participación armada de alumnos en la asonada de 1955 forma parte de esa compleja relación entre movimiento estudiantil y violencia en el siglo XX.

La ruptura con la autodenominada “Revolución Libertadora” comenzó a principios de 1956, inaugurando los largos años sesenta del movimiento estudiantil argentino, un ciclo de radicalización que concluyó con el ejercicio del terrorismo de Estado bajo el gobierno peronista entre 1974 y 1975, en la “Misión Ivanissevich”.[26] En el ‘56 tuvo lugar el primer combate de Laica o Libre, un proceso de tomas de colegios y facultades y enfrentamientos a golpes con la policía o grupos católicos, para anular la flamante autorización para emitir títulos a las universidades privadas. El segundo y más importante, bajo el mandato de Arturo Frondizi en 1958, galvanizó una transformación en curso. En varias ciudades tuvieron lugar movilizaciones de centenares de miles. Se produjeron numerosos enfrentamientos violentos, algunos con armas de fuego, costando vidas de ambos bandos. La gran prensa y varios dirigentes denunciaron a los laicos como parte de un complot comunista. La agrupación nacionalista-católica Tacuara combatió contra los reformistas, pintando también muros con la consigna: “Laica perra rusa”. Dentro del reformismo ganaron fuerza los comunistas y otras corrientes de izquierda, algunas ligadas al socialismo y otras luego definidas como “cubanistas”. Se observa la creciente preponderancia de las líneas divisorias de la Guerra Fría en la discusión política universitaria.[27] Para las derechas, la Reforma se convirtió en la “puerta de entrada del comunismo” a la Argentina,[28] motivando acciones putschistas o duras intervenciones gubernamentales a través de las fuerzas de seguridad.

La Revolución Cubana agudizó los conflictos preexistentes en el continente.[29] Su impacto sobre un mundo universitario en proceso de radicalización fue significativo, uno de ellos el enrolamiento de alumnos en el Ejército Guerrillero del Pueblo.[30] En paralelo, proseguía el rechazo del militarismo, como puede verse en las violentas movilizaciones contra la invasión norteamericana a República Dominicana en 1964, el reclamo de “más presupuesto universitario menos presupuesto militar” o los monedazos contra el acto de las Fuerzas Armadas en el centro de Buenos Aires a principios de 1966.

 

 

Ciclos y modalidades del ejercicio estudiantil de la violencia, 1966-1976

 

El golpe de Estado comandado por el general (RE) Juan Carlos Onganía en 1966 constituyó un intento de superar las violentas disputas en las clases dominantes, como el bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955 o los choques militares entre Azules y Colorados en 1962, mediante un proyecto anticomunista. Con excepción de Radicales del Pueblo y comunistas, fue apoyado por todos los partidos y cámaras empresarias, por el sindicalismo peronista, la Iglesia Católica y las principales embajadas extranjeras.[31]

 Inspirado en la Doctrina de Seguridad Nacional, el nuevo régimen intervino las universidades nacionales, ocupó sus edificios, anuló el cogobierno y la autonomía y proscribió las organizaciones estudiantiles. De inmediato se produjeron enfrentamientos de alumnos, docentes y funcionarios contra policías. Como destacaron Juan Sebastián Califa y Mariano Millán, durante la primera etapa de esta dictadura se implementaron tácticas represivas difusas, frontales, reactivas y generalmente limpias.[32] Una parte significativa de la actuación gubernamental inicial en la política universitaria consistía en la aplicación pública, por parte de personal uniformado, de violencia física hacia grupos activos, en las calles o en los claustros, sin focalizar sobre sus partes. Esta modalidad contribuyó a que numerosas manifestaciones o concentraciones, legales semanas antes e inicialmente pacíficas, se convirtieran en violentos enfrentamientos, observándose el señalado tránsito de las formas contenidas a las transgresivas de la contienda.

Eventos paradigmáticos, como la “Noche de los Bastones Largos”, los enfrentamientos donde fueron heridos Alberto Cerdá o el luego fallecido Santiago Pampillón, ilustran la complejidad del lugar de la violencia en la experiencia de este movimiento. Tras varias semanas de hechos similares, una de las consecuencias fue la demarcación de campos entre la dictadura y un bloque estudiantil de reformistas y católicos, unidad impensable meses antes. Notamos operando lo que Charles Tilly denominó el mecanismo de la polarización y, al mismo tiempo, la disrupción que implica la violencia, con su efecto sobre los sujetos, como explicó Michel Wieviorka. Lo decisivo no fue la iniciativa gubernamental, la intervención; ni una gramática discursiva, donde los cristianos se ubicaban más cerca de la dictadura que del reformismo, sino la violencia.

El repudio no se inspiraba en el pacifismo. Por el contrario, y en consonancia con una acumulación histórica, los/as alumnos/as de Argentina respondieron con distintas tácticas violentas: resistencia con puños, piedras y otros objetos contundentes, tomas, barricadas y actos relámpago. Bajo las categorías de Donatella Della Porta, desde el primer momento las agrupaciones estudiantiles desenvolvieron una violencia no especializada, de bajo nivel y poco organizada.[33]

Como puede observarse, la violencia formó parte de las prácticas de militancia estudiantil durante esta década, acompañando a el nivel general de actividad:

 

Construcción propia en base a información de la BDB

 

La primera lectura de estas series debe advertir que las cifras de 1966 corresponden al registro del segundo semestre, posterior al golpe de Estado. Las 420 acciones directas con ejercicio de la violencia tienen una media diaria de 2,29, la mayor de la distribución de cantidades absolutas, por encima del 1,6 de 1970 o del 1,49 de 1969. Sin embargo, la situación es distinta cuando se analiza la proporción de las acciones violentas sobre el conjunto de las acciones: durante esta década representan una media del 29,34%. En 1966 el guarismo es de 28%, la curva se eleva a 45% en 1968, 53% en 1969 y 51% en 1970, declina en 1971 y 1972, con 23% y 26%, y se desploma durante el tercer peronismo, entre 1973 y 1975.

Asimismo, en el gráfico n° 1 notamos que el ascenso general de actividad entre 1968 y 1970 fue acompañado por un incremento en el porcentaje de las acciones violentas. Luego, a partir de 1971, las curvas pierden su paralelismo, con la mengua del porcentaje del ejercicio de la violencia. Sin embargo, estas correlaciones no presentan la misma fuerza en todos los casos:

 

Cuadro n° 1

Coeficiente R de Pearson entre el total anual de acciones y el total anual de acciones directas con violencia del ME de la UBA, la UNC, la UNR y la UNT, 28/6/1966-31/12/1975

 

Universidad

R

UBA

0,49

UNC

0,88

UNR

0,80

UNT

0,76

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Construcción propia en base a información de la BDB

 

Como se observa, existen situaciones cualitativamente diferentes. En la UBA la correlación posee una fuerza moderada, mucho menor que en Tucumán, Rosario o Córdoba, donde la relación estadística entre acción y porcentaje de acción violenta estudiantil se encuentra cerca de la asociación perfecta. En consonancia con ello, los gráficos n° 2 y 3 muestran que la evolución de las curvas de acción en general y de acción directa con violencia presentan diferencias regionales:

 

Construcción propia en base a información de la BDB

 

Construcción propia en base a información de la BDB

 

Las evoluciones anuales a escalas nacional y regional de los porcentajes anuales de la acción directa con ejercicio de la violencia presentan similitudes y algunas diferencias. Hacia 1972 se observa un declive de los enfrentamientos protagonizados por alumnos en Buenos Aires, Córdoba y Rosario. La excepción de Tucumán, donde ocurrió la revuelta estudiantil-popular del Quintazo, sostiene la curva nacional en una cota elevada. Las caídas generalizadas coexisten con un desplome de la importancia de la acción violenta desde 1971. Pueden marcarse las salvedades de Córdoba y Rosario en 1972 y 1975. Sin embargo, se trata de contextos de escasa actividad militante pública, por lo cual resulta estadística y analíticamente incorrecto asimilar tales cifras con las observadas en momentos de auge.

Estas mutaciones se corresponden con una transformación del escenario político y de las formas represivas. Tras el Viborazo de marzo de 1971, el general Roberto Levingston fue reemplazado en la presidencia por el también general Alejandro Lanusse. Éste impulsó un Gran Acuerdo Nacional (GAN): legalización de los partidos, cronograma electoral y apertura del diálogo con quienes no propugnaran una transformación revolucionaria. Al mismo tiempo, endureció la política contrainsurgente: agravó las sanciones legales y proliferaron las acciones para-militares. Tras un ciclo de gran agitación, Lanusse ofrecía canales legales para los descontentos buscando aislar a la insurgencia.

En el mundo universitario, tras el Cordobazo comenzó a mermar la rigidez institucional. El rector de la Universidad Nacional de Cuyo, Dardo Pérez Gillhou, reemplazó de José Mariano Astigueta en la cartera educativa, procurando habilitar ámbitos de negociación para los reclamos académicos. El GAN prolongó los intentos de interlocución y el relajamiento en los exámenes de admisión que, tras las protestas de 1970 y 1971, posibilitó el crecimiento de la matrícula y la inauguración de varias universidades.[34] En paralelo, emergieron formas represivas más selectivas, en situaciones ajenas a la actividad militante, que denotaban el creciente peso de las tareas de inteligencia. Existía una orientación bicéfala: cuestionables instancias legales del Estado, como detenciones a disposición del Poder Ejecutivo Nacional o procesamientos en fueros ad hoc, y secuestros, ataques armados o asesinatos llevados a cabo por personal de civil.

Las descripciones de las formas represivas permiten comprender las respuestas estudiantiles. Entre 1966 y 1970 predominaron las tácticas de bloqueo y desalojo de la calle o los edificios mediante la saturación de agentes uniformados, carros de asalto y otros instrumentos, para chocar contra contingentes estudiantiles. Frente a ello surgieron dos tipos de réplicas. La primera precisaba mayores recursos logísticos y políticos: la organización de masas más numerosas y compactas, difíciles de disgregar por la carga de policías identificables. La segunda, más económica en términos de fuerzas materiales y morales: articulación de grupos pequeños, con gran movilidad, que realizaban en simultáneo varias acciones de corta duración en diferentes puntos, los “actos relámpago”. La dispersión agotaba a las fuerzas de seguridad, que desplazaban uniformados sin impedir o disolver las manifestaciones. Desde el punto de vista del arte de la guerra, esta modalidad presentaba dos virtudes. Era una ofensiva táctica no convergente y, por ello, arriesgaba pocas fuerzas. A nivel estratégico, permitían al bando más débil retener la iniciativa, elegir en qué condiciones presentar combate. En resumen: sorpresa, movilidad, flexibilidad. No en vano, acciones similares de sus pares de Brasil inspiraron las elaboraciones sobre la guerrilla urbana de Carlos Marighella.[35]

Una de las características de la lucha de clases en la Argentina durante el siglo XX fue la importancia de las calles como escenario, produciendo hechos de masas como la Semana Roja (1909), la Semana Trágica (1919) o la Huelga de 1936. Entre 1968 y 1974 tuvieron lugar más de 30 revueltas populares urbanas conocidas como “azos”.[36] Varias desencadenadas por conflictos protagonizados por la clase obrera y sus organizaciones, como el Cordobazo, el Viborazo o el Rosariazo de septiembre de 1969. Otras, las “puebladas”, fueron alzamientos donde la ciudad actuaba como corporación local, como en Cipolletti y Casilda.[37] Un tercer tipo, no advertido por la sociología argentina, son los levantamientos comenzados por un conflicto estudiantil, cuando la acción de las organizaciones de los/as alumnos/as articula un escenario para el ejercicio de la violencia de otras fracciones, como los trabajadores, los pobres de la ciudad, etc., entendemos que son los casos del Correntinazo de 1969, el Rosariazo de mayo y el mencionado Quintazo de 1972.[38]

Pese a estas diferencias, tales eventos comparten secuencias similares de violencia colectiva.[39] Una manifestación recibía la carga represiva de la policía. Los grupos movilizados resistían con objetos contundentes y conseguían el retroceso de las partidas uniformadas. Las columnas de manifestantes avanzaban desde distintos puntos hacia el centro de la ciudad, sucediéndose nuevos choques con la policía, mejor agrupada y pertrechada, ante la cual se abastionaban zonas con barricadas construidas con bienes destruidos, muchas veces de empresas multinacionales, como concesionarios de automotores. Varios de estos choques resultaban en pequeñas victorias populares, con bajas por heridos y detenciones y, en algunos, con el costo de vidas. En otras oportunidades, las cargas policiales desarmaban la posición obrero-estudiantil-popular e iniciaban la persecución de alguna de sus partes, dándose casos de asesinatos de manifestantes que huían. Estos niveles de destrucción de fuerzas materiales no implicaban la desarticulación de fuerzas morales. Cuando la violencia represiva terminaba con una vida era considerada como un “hecho brutal”, en el sentido de Karl Kautsky,[40] y desencadenaba inmediatamente una polarización. Se volcaban a las calles contingentes horas antes pasivos y otros colaboran con los combatientes desde sus casas: desde balcones o terrazas arrojaban objetos contundentes o incendiarios contra la policía, suministraban materiales para las barricadas, escondían manifestantes, abrían pasajes interiores a las manzanas pasando de casa a casa, etc. Cuando este proceso estaba cerca de su mayor elevación, la policía se retiraba del centro de la ciudad, que era tomada por los manifestantes. Estos, después de imponerse en choques aislados contra grupos desorganizados de efectivos, comenzaban a erigir líneas defensivas. Generalmente con barricadas sucesivas. También con clavos “miguelito”, vidrios y cortes de metal que impedían el avance de vehículos con neumáticos, o canicas que dificultaban el desplazamiento de caballos. Al respecto existían variaciones. En Tucumán, se cruzaban alambres de vereda a vereda para derribar a los efectivos que se adentraban en moto. En casi todas las ciudades los manifestantes dejaban personas apostadas en portales o recovas con hondas y piedras para hostigar a las columnas policiales.

Como se observa, se trataba de enfrentamientos por oleadas. Lo que a primera vista parece un tumulto, es la disputa de posiciones mediante la saturación de personas para proseguir un avance concéntrico hacia la sede del poder político local. Los “azos” fueron combates urbanos con niveles muy bajos de fuerza material en ambos bandos. Sin embargo, desde el lado de los manifestantes se observa una destacable fuerza moral: determinación y habilidad para el enfrentamiento y notorio apoyo popular. Según las nociones de Charles Tilly fueron eventos de destrucción coordinada, aunque en la tipología de Donatella Della Porta deben clasificarse como “violencia semimilitar  […] de bajo nivel, pero más organizada”.[41] Como resaltó Andrea Iglesias, varios analistas contemporáneos consideraron estos hechos como “batallas”.[42] Especialistas como el cordobés Juan Carlos Agulla marcaron la diferencia entre un primer momento de violencia relativamente espontánea y otro de operación de grupos violentos organizados.[43] Coincidiendo, el gobierno declaró Rosario, Córdoba y Tucumán “zonas de guerra”, envió tropas del Ejército y procesó centenares de detenidos en la justicia militar.

La bibliografía ha destacado la participación de los alumnos en aquellos eventos. En los gráficos precedentes resaltamos el ascenso de la contenciosidad y la creciente importancia de la acción directa con violencia estudiantil, especialmente en el escenario callejero. Ese abultamiento puede leerse como una acumulación de experiencias y saberes sobre el enfrentamiento violento con la policía, adquirido en diferentes modalidades de choque:

 

Construcción propia en base a información de la BDB

 

 

Tras un vistazo a las cifras notamos el predominio de formas de ejercicio de la violencia con menores requisitos respecto a capacidad logística y tamaño de los contingentes: enfrentamientos con la policía y actos relámpago. No son “no organizadas” pues, sobre todo los segundos, requieren asignación de tareas, sincronización espacio temporal y, además, se suponen como la manera adecuada en vistas de la disparidad de fuerzas materiales con la policía.

En una tercera posición encontramos las barricadas, con aproximadamente la mitad de cada una de las categorías mencionadas. Aquellas expresan un mayor nivel de organización y de confrontación. Suponen la determinación a enfrentarse violentamente con los efectivos estatales y necesariamente involucran más personas y medios físicos. Asimismo, implican destrucción de algunos bienes y el breve control efectivo, ya no la aparición, de porciones acotadas de la ciudad.

En cuarto lugar, encontramos la detonación de explosivos, de dificultosa atribución. Este tipo de acciones no necesariamente envuelven gran cantidad de protagonistas. Tal como descubrieron los anarquistas rusos del último tercio del siglo XIX, que practicaban la “propaganda por el hecho”, grupos pequeños que apuestan por estas modalidades de intervención, como los ataques armados (sextos, con el 3%), suelen adquirir rápidamente un espacio en el debate público.

En quinta ubicación ubicamos las tomas con control de edificios, una modalidad que requiere un número relativamente alto de participantes, de coordinación y supone una voluntad de combate moderada. Al igual que las formas de acción callejera, las tomas implicaban un modo de acción compartido con las tradiciones obreras y su recurrencia evidencia un lazo entre ambos movimientos.

Sin embargo, estas modalidades de acción no se presentaron de manera homogénea a lo largo del tiempo:


Construcción propia en base a información de la BDB

 

En el gráfico n° 5 notamos que los actos relámpago y los enfrentamientos con la policía ostentan una estabilidad considerable como las formas predominantes de ejercicio de la violencia. El único año en el cual observamos una disminución es 1973, cuando el grueso del movimiento estudiantil apoyaba al gobierno peronista. Las barricadas presentaron guarismos elevados en 1966, desaparecieron durante el reflujo de 1967 y crecieron entre 1968 y 1972, este último año casi exclusivamente por el impulso de Tucumán. Las detonaciones de explosivos y los ataques armados presentan una incidencia mayor desde 1971, con importancia creciente entre 1973 y 1975. Estos datos ilustran la transformación represiva durante el GAN, con la aplicación de tácticas ilegales y para-estatales. Vale resaltar que la mayor parte de los ataques armados fueron obra de grupos contrarios al movimiento estudiantil, de gran presencia durante los años inmediatamente previos a 1976, como los peronistas de la Concentración Nacional Universitaria. En una obra pionera, Juan Carlos Marín apuntaba que entre los más de 8.000 hechos armados del tercer peronismo, cerca del 75% tuvieron lugar sin enfrentamientos y más del 60% de los del “campo del régimen” fueron protagonizados por agentes clandestinos.[44]

Por otra parte, la evolución de las tomas también ilustra las transformaciones de las formas no contenidas de la contienda política y de la represión. Crecieron en 1970, al compás de las luchas por el ingreso irrestricto, y en 1973 y 1974, subordinadas a las disputas internas del justicialismo, en defensa de funcionarios universitarios acosados por los gobiernos de Perón y su viuda María Estela Martínez “Isabelita”. La ausencia de estas prácticas en 1975 se debe al éxito de la cruzada del ministro de Educación comenzada durante los meses finales del año anterior, la “misión Ivanissevich”, que inició el ejercicio del terrorismo de Estado, cobrándose la vida de más de 100 universitarios/as.[45]

Llegado este punto, destacamos que las contribuciones de cada universidad presentan disparidades cuya comprensión permite una aproximación más precisa: 

 

Construcción propia en base a información de la BDB

 

 

Según el gráfico n° 6, la participación de cada ciudad en la suma de los actos relámpago resulta similar. Se advierte que Rosario está por detrás, pero recordemos que se trata del caso con menos acciones. Esta paridad obedece a un rasgo señalado: es una de las maneras más sencillas de ejercer la violencia política. Los enfrentamientos con la policía implican niveles de hostilidad más elevados y también se acercan a una distribución equitativa, con la salvedad de Buenos Aires, que ocupa el cuarto lugar. Tucumán es seguida por Córdoba y, ya más lejos, Rosario, tres ciudades donde tuvieron lugar revueltas populares. La inexistencia de una rebelión similar en el escenario porteño es la causa de su aporte exiguo al total de barricadas, fundamentales para defender posiciones en combates urbanos como los “azos”.

A pesar de estos señalamientos, el activismo en la UBA no fue menos violento, sino que reconoció otras formas. Las facultades de Buenos Aires fueron el epicentro de la peronización en 1973[46] y de la disputa universitaria intraperonista. Las modalidades de violencia estudiantil abocadas al control de la calle, predominantes contra la dictadura entre 1968 y 1971/2, fueron alternativizadas por las tomas y los ataques armados, formas recurrentes de los choques durante el tercer peronismo, categorías donde la UBA destaca. Se trataba de lo que Dela Porta llamó “Violencia clandestina – es decir, la violencia extrema de grupos organizados en la clandestinidad con el propósito explícito de participar de las formas más radicales de acción colectiva”.[47]

Como puede verse, el movimiento estudiantil argentino, con especificidades regionales, ejerció y padeció la violencia. Con similitudes y diferencias según la etapa y el lugar, las recurrencias establecieron ciertos rituales violentos.

 

 

Rituales violentos

 

Hemos brindado cifras y claves interpretativas que sintetizan enfrentamientos entre grupos de personas concretas. A continuación, describimos episodios de ejercicio de la violencia que no formaron parte de los acontecimientos icónicos del período, cuyas descripciones se encuentran en numerosos textos, con objetivo de ilustrar la rutinización de ciertas formas:

 

Rosario, agosto de 1966[48]

 

1/8. 11,30: Asamblea de 80 alumnos en el Anfiteatro de Medicina, tratan el tema de la intervención. La policía (caballería e infantería) irrumpe e “invita” a desalojar. Los alumnos se retiran por la avenida Francia. Al llegar a Córdoba cortan el tránsito, se producen incidentes con los automovilistas, la policía reprime y los estudiantes resisten con proyectiles y arrojan volantes de la FUL que atacan al gobierno. Son detenidos 2 estudian­tes [...]

12/8. Clausuran la Facultad de Filosofía y Letras y de Ciencias del Hombre.

Se reabre la UNL, pero en Rosario la policía la cierra nuevamen­te. Los alumnos abandonan las aulas a instancias de los profesores […].

Los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras y de Ciencias del Hombre se manifiestan en número de 200 en el centro, chocan con la policía.

Se realiza un acto en la intersección de las calles Francia y Córdoba, a una cuadra de la Facultad de Medicina. Participan unos 100 alumnos, repudian las medidas del Poder Ejecutivo Nacional y arrojan volantes de la FUL […]. Son dispersados por una brigada policial, con un saldo de 11 manifestantes detenidos […]. Los estudiantes de varias facultades intentan realizar manifestaciones por el centro de la ciudad, frustradas por la policía.

19/8. A la noche se realizan varios actos de tipo relámpago. 19 horas: En la esquina de Córdoba y San Martín se congregan 400 estudiantes, profieren gritos contra el gobierno y arrojan volantes reclamando la autonomía universitaria. Al poco de marchar son interceptados por las fuerzas policiales que arrojan chorros de agua […]. Los manifestantes se dispersan. Se desplazan luego […] en grupos de cuatro o cinco, para volver a congre­garse en San Martín y San Juan, donde cortan el tránsito. Varios se sientan sobre la calzada, escuchando a un improvisado orador. Nueva intervención policial y nuevo desplazamiento del grupo de estudiantes que vuelven a sentarse […] mientras dos oradores hacen uso de la palabra. Otra vez intervienen piquetes policiales y obligan a los estudiantes a disgregarse […] 20 horas: Las calles estaban calmas. En la puerta de un comercio de Córdoba al 1000 la policía encontró un muñeco de 1,60 metros de altura vestido de militar y con banda presiden­cial, en cada pierna tenía una bomba de fabricación casera, que no estallan. La policía detiene a 10 estudiantes.[49]

 

Córdoba, febrero de 1970

 

2/2. Alrededor de 800 estudiantes ocupan Ciencias Exactas y unos 100 Ingeniería, en protesta por el sistema de ingreso. […]. Un funcionario se hizo presente para exhortar a los estudiantes a abandonar el edificio, tras 10 minutos de diálogo aceptan la intimación policial.

El Gobernador citó al Rector para comunicarle su intención de "mantener la paz en la provincia".

Padres de aspirantes lanzan un comunicado solicitando la derogación del ingreso […] y proclaman: “si las puertas de la Universidad se cierran para nuestros hijos, nosotros las abriremos”.

3/2. 11,40: Una columna de unos 200 estudiantes marcha por Santa Rosa y penetra en el Hospital de Clínicas. Clausuran las puertas, levantan barricadas y pequeños grupos ocupan posiciones en techos de las adyacencias.

12 horas: Comunicado […] “Los estudiantes del ingreso y las agrupaciones estudiantiles, ante reiteradas negativas de recibir a la comisión delegada por los estudiantes […] que han cerrado todo camino al diálogo, resolvie­ron […] ocupar Hospital Nacional de Clínicas […] dejando bien sentado ante la opinión pública que los ocupantes aseguran una actitud respetuosa ante el cuerpo médico y los pacientes haciendo responsable al rector y al gobierno provincial de cualquier disturbio…” Los ocupantes son unos 1.000 y la medida dura 13 horas.

El Movimiento Integralista coloca una bandera en la entrada del Clínicas, al igual que la Federación Universitaria de Córdoba.

Tarde: Los ocupantes hablan por teléfono con la Casa de Gobierno. Las autoridades aceptan recibir una delegación estudiantil. Se retira la policía, los estudiantes levantan más barricadas en las adyacencias. El Gobernador y el Rector rechazan la entre­vista mientras siga la ocupación.

19,45: La policía empieza a destruir las barricadas del períme­tro. Reciben una intensa pedrea y responden con gases lacrimógenos. Se levantan más barricadas, que son incendiadas, y se voltean 4 autos en la Avenida Colón, para impedir la llegada de refuerzos policiales.

Noche: Concurre un grupo de estudiantes para entrevistarse con el Gobernador, quien los exhortó a reflexionar. La policía corta la luz del Hospital de Clínicas.

21,30: La policía emplaza a los ocupantes a abandonar el Hospital a las 23 horas, agregando que no serán identificados ni detenidos.

Dos policías de investigaciones de civil fueron tomados como rehenes por los estudiantes […]

23 horas: Los estudiantes abandonan el Clínicas.

En la calle, la policía arroja gases lacrimógenos y los estudiantes levantan barricadas y hacen fogatas. El saldo de la jornada es de 14 detenidos.[50]

 

Tucumán, abril y mayo de 1972

 

19/4: Los alumnos ocupan la Facultad de Bioquímica disconformes con el calendario académico y el régimen de exámenes […].

21/4: Son ocupadas las Facultades de la UNT en solidaridad con los alumnos de Bioquímica.

23/4: Los estudiantes que ocupan las Facultades aceptan la tregua propues­ta por el Rector, establecida durante una reunión en el rectorado, también ocupado. […] El documento considera especialmente las situaciones de Bioquímica y Derecho. Plantean además problemas relaciona­dos con el Comedor Estudiantil. […] Los estudiantes dan plazo hasta el 25, con el fin de conocer de manera más concreta las propuestas y considerarlas después en asamblea.

24/4: Los estudiantes de Bioquímica resolvieron no aceptar la proposi­ción del Rector […].

Por la mañana la Asamblea estudiantil en la sede central de la UNT resolvió […] sostener las medidas de fuerza hasta que el Rector haga llegar por escrito las respuestas satisfactorias para los 8 puntos del petitorio.

25/4: Manifestación estudiantil por la noche, reprimida por la policía, hay enfrentamientos de piedras contra gases.

El Batallón de Represión y Control de Disturbios se negó a reprimir a los estudiantes, las autoridades califican tal actitud de insubordinación.

27/4: Siguen ocupadas las Facultades de la UNT. El Rector dispuso la suspensión de las clases […]. Los estudian­tes reclaman la normalización de la Facultad de Bioquímica, la asignación de la categoría de carrera para Enfermería, la designación de titulares en distintas Facultades, mayor cantidad de becas y la regularización definitiva del Comedor Universitario.

28/4: La policía desaloja a los estudiantes (UNT) que ocupaban el Comedor Universi­tario.

3/5: Asambleas en todas las Facultades de la UNT.

Se reúne la Mesa Coordinadora Estudiantil […] No terminan las deliberaciones ya que la Mesa tiene que organizar las movilizaciones programadas para esta tarde, mañana y pasado, se pasa a cuarto intermedio hasta las primeras horas de mañana en un lugar secreto.

En el rectorado (UNT) hay aprestos de los estudiantes para ‘recibir’ a Lanusse.

Primeras horas de la noche:

Grupos de 20 estudiantes […] realizan actos relámpagos en el centro de San Miguel, hablan oradores que se refieren al problema del presupuesto y repudian a la visita de Lanusse. Arrojan gases lacrimógenos.

4/5: Llega Lanusse a Tucumán. Un grupo importante de estudiantes se congrega entre el público en la Plaza frente a Casa de Gobierno, hay gritos […] un policía de civil que caminaba entre el público fue identificado por los estudiantes, la agresión casi llega a las manos cuando el policía sacó su arma. Tres oficiales del Ejército se presentan en el lugar […] son golpeados. Al mediodía, la policía y el Ejército tratan sólo de que los estu­diantes no lleguen a la Casa de Gobierno, minutos después miem­bros del Ejército agreden al público […]. Los estudiantes que ocupan la Facultad de Derecho incen­dian barricadas en el frente del edificio, hay barricadas en varias calles de la ciudad, queman gomas de autos sobre el asfalto y pintan leyendas contrarias a Lanusse […]. Horas más tarde el Jefe de Policía trata de mediar con los estudiantes, consigue que se levante la barricada frente a Derecho, pero los alumnos anuncian que no variarán su posición […]. Le aceptan la renuncia Héctor Ciapuscio, Rector de la UNT.[51]

 

Buenos Aires, 25 octubre de 1973

 

20 horas: Homenaje a Rucci en Derecho (UBA). Concurren el Comando de Organización, CNU, GAP/MUN, Comando Evita, JPRA y la Juventud Sindical. Varios están armados.

20,35: Agreden a 2 trabajadores no docentes y se acercaban al Decanato amenazando estudiantes y trabajadores. Un grupo de docentes llama al Comando Radioeléctrico y a la Seccio­nal 19; la policía negó su colabora­ción.

Las 250 personas presen­tes, encabezadas por Augusto Giovenco (JPRA), Jorge Rampoldi (Comando Evita), Giácome, un docente de la Facultad, Padrós, orador de la autotitulada Legión Revolucionaria Peronista y Núñez de GAP/MUN (brazo universitario del C.de O.) se acercan al aula magna. “Invitan” a sumarse a varios estudiantes a punta de pistola. El Diputado Sandler […] logró cierto interés por parte de la policía […] el subcomisario Solano […] llamó por teléfono a sus superiores y supo […] que debía volver a su patrullero para esperar órdenes. Finalizado el acto […] se despliegan militarmente disparando armas de guerra a los alumnos que abandonaban el edificio y arrojando gases lacrimógenos. Insultan con cánticos y gritos a Puiggrós, al Decano interventor Kestelboin y profesores […]. Reivindi­caban a Rucci. A su paso destro­zan todo lo que encuentran, […] un monolito que recuerda a los “Héroes de Trelew”, carteles del Movimiento Social Cristia­no y de la Agrupación Peronista de Derecho. Perforan a balazos un cartel...[52]

 

Estos son algunos ejemplos del ejercicio de la violencia estudiantil, al margen de los grandes acontecimientos del período, que forman parte de las series estadísticas analizadas donde observamos formas rutinizadas de la contenciosidad. Estas prácticas eran acompañadas por distintas representaciones sociales.

 

 

Las transformaciones en las representaciones estudiantiles sobre la violencia

 

Una indagación sistemática sobre la relación del movimiento estudiantil con la violencia requiere un análisis de sus formas y volúmenes, así como la descripción de las ideas que portaban sus protagonistas. Estas articulaban sentidos acerca del aspecto físico de los enfrentamientos sociales, significados con variaciones sustanciales a lo largo de la década. Aquí nos detendremos en dos elementos que ilustran tales mutaciones: la construcción de un mártir estudiantil-popular, como Santiago Pampillón desde 1966 hasta la era de los “azos”; y la metamorfosis de la legitimidad de los medios violentos, desde las grandes rebeliones hasta el comienzo del terrorismo de Estado, a partir de 1974.

 

Mártires estudiantiles y populares: el caso de Pampillón

 

Las luchas del movimiento estudiantil en Córdoba resultaron ser las más intensas y radicales durante 1966,[53] donde se cuenta el asesinato de Santiago Pampillón, que decantó un proceso de polarización entre la dictadura y sus opositores en la universidad y, al mismo tiempo, fue base para la construcción de la figura de un mártir estudiantil y popular. Inmediatamente conocida la noticia, la Federación Universitaria del Norte, con sede en Tucumán, sostenía: “esta nueva víctima estudiantil engrosa la larga nómina de mártires que regaron con su sangre el camino de la lucha de los estudiantes por integrar definitivamente la universidad al país”.[54] En el mismo sentido se expresaban con la Federación Universitaria Argentina, Intercentros y la Liga Humanista en Buenos Aires:

 

Abatido por las balas policia­les, muerto por la espalda, ha caído un estu­diante argentino. Cayó luchando contra el avasallamiento de la Universidad, por su autonomía, por una Univer­sidad enraizada en los intereses de nuestra patria. Nuestros mártires alenta­rán aún más nuestro espíritu de lucha por la justa causa que hoy vuelca a miles de estudiantes a las calles del país. Ni la cárcel ni la muerte podrán doblegarnos.[55]

 

El pequeño y poco influyente Movimiento Universitario Peronista de Córdoba, también se pronunciaba, aún desde un anticomunismo visceral:

 

…un nuevo mártir ha caído en nuestra lucha por la Revolución Nacional, por la Patria y por una universidad al servicio de los grandes intereses populares y naciona­les y contra la oligarquía, ahora titulada anticomunista, la cual aliada con los marxistas, tomó por asalto la Universidad Nacional en la contrarrevolución de septiembre del '55.[56]

 

La consideración de un militante asesinado en medio de la represión policial como un mártir, inmediata en este caso, no se limitó a una cuestión discursiva. Durante los años siguientes, incluso en el relativamente pasivo 1967, el 12 de septiembre se convirtió en una jornada con manifestaciones y enfrentamientos en casi todas las ciudades.[57] Esta identificación pervivió durante la era de mayor agitación, cuando Pampillón fue incluido en un listado junto a otros estudiantes abatidos por la policía en procesos de confrontación. En las vísperas del Rosariazo de septiembre de 1969, tras una jornada de violentos choques:

 

El Centro de Estudiantes de Ciencias Médicas felicita a los estudiantes por el paro ‘en el día de homenaje al primer mártir de la resis­tencia, con el que evocamos también a quienes cayeron luego’.

El MNR insta a los estudiantes a seguir luchando por las bande­ras por las que cayeron Pampillón, Cabral, Bello y Blanco, se pronuncian contra la interven­ción universitaria, la dictadura universitaria, por la libertad, independencia y bienestar de todos los argentinos.[58]

 

En septiembre de 1972, sobre el final de la dictadura y con el horizonte de una salida electoral, la figura de Pampillón formaba parte de la identidad estudiantil, una filiación que cuestionaba organizaciones centenarias. El dirigente radical Ricardo Balbín, luego candidato presidencial, había afirmado: “Los estudiantes del movimiento de 1918 no rompían bancos para defender sus ideas”. Poco después la juventud de su partido respondió:

 

Nuestra organización, que en estos años de dictadura militar luchó junto al resto del estudiantado argentino por la recuperación de la sobera­nía popular y la reimplantación en la Universidad del programa de la Reforma de 1918, se cree en su deber de refutar esos concep­tos, pues así se lo exige su responsabilidad traducida hoy en nuestra hegemonía en […] la Federación Univer­si­taria Argentina. Pareciera olvidar […] que la violencia desatada por la dictadura militar sobre el estudiantado argentino obligó a éste a apelar a todas las formas de lucha posibles para defender los valores fundamentales que se pretenden arrasar. Tampoco se debe olvidar el doctor Balbín que si hoy ocupa tribu­nas se lo debe en parte a Pampillón, Bello, Cabral, etc.[59]


El movimiento estudiantil argentino, como vemos, construyó una representación social sobre Santiago Pampillón profundamente emparentada con otras figuras de las izquierdas de los largos años sesenta. Algunos/as autores/as mostraron que la figura del mártir era una afinidad electiva entre la tradición cristiana y la nueva izquierda, que en Argentina tiene el caso paradigmático de Montoneros.[60] El mito del Che Guevara y la imagen de su cuerpo abatido, tan similar a Lamentación sobre Cristo muerto de Andrea Mantegna,[61] o La civilización occidental y cristiana, de León Ferrari, forman parte de un maremagnum estético y conceptual que tendió a inscribir la violencia y, con ello, la muerte, en el centro del intercambio político.

Las representaciones sociales de un movimiento de lucha sobre su propio pasado resultan centrales para articular su activismo. Ese marco, nutrido por factores endógenos y exógenos, perfila ideas y prácticas sobre acontecimientos relevantes, como los asesinatos de los integrantes. Siendo esquemáticos, existe una diferencia entre la figura de la víctima y la del mártir. Ambas fueron abatidas, sin embargo, la primera es, por definición, inocente, mientras que la segunda presupone una causa. Dos blancos de ataque, una por algún atributo objetivo, la otra por una predisposición subjetiva, compartida por las personas y grupos que la reivindican. Construidas por un hecho violento, que signa la naturaleza de quien lo perpetró, la víctima convoca al reclamo de justicia, mientras el/la mártir incita a la movilización para cumplir con sus propósitos. 

En nuestro país, desde los ’80 corrientes de las ciencias sociales han señalado que la causa de los grandes derramamientos de sangre del pasado reciente se encuentra en una matriz violenta de la cultura política local, donde se inscribe el martirio.[62] Es interesante ubicar la figura del/la mártir en una serie más amplia, para comprenderla en su complejidad. En un libro reciente sobre el yihadismo Dardo Scavino sostuvo que este tipo de representación heroica no constituye una peculiaridad de las fracciones islámicas radicalizadas, y mostró su presencia en la tradición judeo-cristiana y en otras corrientes ideológicas occidentales.[63] Tal vez ciertas hipótesis de uso común en Argentina tomen el efecto por causa y, justamente, la figura de los mártires sea, como en otras coordenadas espacio-temporales, una resultante de un proceso de confrontación violento, un elemento ideológico que articula voluntades para una práctica política peligrosa pero moralmente necesaria. En ese proceso, la violencia se convierte en un medio entre otros de la política.

 

Auge y ocaso de la legitimidad de la violencia

 

En paralelo a la reiteración e intensificación del ejercicio estudiantil de la violencia, esta adquirió el status de un medio para la lucha política. Luego, con el declive del movimiento de lucha, en un escenario signado por el terrorismo de Estado desde 1974, la confrontación física fue asimilándose enteramente a la represión y a acciones imprudentes, que sentaban condiciones para un nuevo golpe de Estado. Como puede verse en algunos pocos ejemplos que se relatan a continuación, la legitimación se produjo en espejo con el repudio a la represión, celebrando las revueltas que cuestionaron el orden dictatorial. Tomamos un documento de la Coordinadora de Agrupaciones Reformistas, enrolada en el Partido Comunista, de fines de mayo de 1969:

 

El país se halla conmovido por una profunda crisis universitaria que ha puesto en movimiento un sentimiento popular acumulado a lo largo de 3 años de violencia, discriminación, verticalismo, opresión y entrega.

Las contradicciones que hoy desatan la ira ciudadana y universitaria son inherentes a la concepción de vida que se quiere imponer […].

[…] la dictadura pretende descargar su responsabilidad declarando que la reacción estudiantil es obra de una "minoría extremista" proclive a la violencia y que no hay razones valederas para una explosión […] ignora la justeza de las reclamaciones de los estudiantes, corroboradas por la amplia solidaridad que las rodea y que proviene de la clase obrera […] y […] de sus propios docentes, que conviven la frustración de ver responder a las ideas con las balas...      

…en el ejercicio de los derechos, el estudiantado deberá ganar la calle y enfrentar, si es necesario, la violencia policial con la acción unida y combativa tal como lo enseñan Rosario y Córdoba. Pero los reformistas rechazamos la acción provocadora, los métodos aventureros y sectarios, el terrorismo anarquista que aísla al estudiantado del resto del pueblo.[64]

           

En la cita notamos la reivindicación comunista de los levantamientos de Rosario y Córdoba, la cual no implicaba un aval a todo hecho de violencia popular. Aquí aparecía temprana, y marginalmente, un tópico que se volvería predominante hacia el final del período que estudiamos: la disociación entre la violencia popular, justificada, y la de grupos al margen “aventureros y sectarios”.

Un mes después, el 27 de junio de 1969, los proto-peronistas de la Unión de Estudiantes del Litoral, de Rosario, emitían un comunicado sobre las violentas protestas de ese mismo día: "no consti­tuyeron actos de vandalis­mo, cuyo objetivo era la destrucción en sí misma […] fueron actos de repudio de los estudiantes, como parte del pueblo oprimido contra el imperialismo en nuestro país, representado en los establecimientos afectados".[65] En esa misma ciudad, casi un año después, en mayo de 1970, los estudiantes de Humanidades de la Universidad Católica sostenían que los: “...enfrentamientos estudiantiles, con las fuerzas policiales […].son una concreción del proceso de liberación en que se insertan los países subdesarrollados. Los regímenes que detentan el poder, incapaces de mantener su arbitraria imposición, reprimen violentamente a quienes se alzan…”[66]

En Tucumán, durante agosto de 1970, se produjo un evento similar al de Rosario. Tras una jornada de movilización con varios choques violentos con las fuerzas policiales, el Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas felicitó a los alumnos de su facultad por el alcance del paro solidario con los educadores provinciales y los trabajadores no docentes de la UNT.[67] Meses después, el Integralismo publicaba un balance del Tucumanazo y de los años recientes. Uno de los subtítulos, en línea con ideas corrientes en la época, rezaba: “La violencia en manos del pueblo no es la violencia, es justicia”. Asimismo, destacaba que: “Piedras, botellas, cajones, hondas, etc., cualquier elemento, sirvió para que el pueblo tucumano demostrara su firme deseo de ‘participar’ en esta ‘revolución’…”,[68] mofándose de las iniciativas de diálogo lanzadas poco antes por las autoridades provinciales para aplacar el descontento. Meses después, en febrero de 1971, la comisión Intercentros, hegemonizada por las izquierdas guevaristas y maoístas, sostenía: “La solución de los problemas del comedor univer­sitario; la libertad de los detenidos y la adecuación de los exámenes […] serán un triunfo del movimiento estudiantil que estamos dispuestos a garantizar continuando, profundizando y generalizando las luchas emprendidas por los estudiantes, obreros y demás sectores populares en mayo y noviembre.”[69]

Los “azos” y sus mártires eran elementos centrales de la identidad estudiantil, incluso para fracciones no radicalizadas, como la Unión Nacional Reformista Franja Morada de Buenos Aires, que el 15 de mayo de 1970 denunciaba el ataque de los derechistas de Tacuara: “…en momentos en que se realizaba una manifestación de homenaje a los estudiantes caídos en los sucesos de mayo de 1969 …”[70]

Con el surgimiento y consolidación de los grupos insurgentes en el escenario político, el movimiento estudiantil mostró vínculos más contradictorios. Efectivamente, muchos militantes de Montoneros y del ERP, las dos organizaciones más grandes, provenían del mundo universitario. Sin embargo, estas corrientes en contados casos dirigían al movimiento estudiantil. Puede notarse la importancia, aunque no hegemonía, de los guevaristas en Tucumán, así como una breve preeminencia de la JUP, enrolada en Montoneros, en la UBA en 1973, pero fracturada a principios del año siguiente.

En los primeros años se observa una camaradería no exenta de tensiones. Tomaremos algunos ejemplos de episodios de 1970 y 1971. En los actos en memoria de Pampillón realizados en Córdoba y Rosario durante 1970 la prensa consigna las banderas de Montoneros.[71] En noviembre de 1970 el ERP donó al comedor universitario parte del dinero robado al Banco Central y los estudiantes lo devolvieron a las autoridades.[72] En febrero de 1971 el Centro de Estudiantes de Medicina recibió una contribución similar, celebrada por la mencionada Unión de Estudiantes del Litoral.[73]

En marzo de 1971, una manifestación estudiantil llevó su solidaridad hasta la Cárcel de Encauzados en Córdoba, donde se encontraban detenidos militantes de Montoneros.[74] Durante el Viborazo está documentada la participación del ERP junto a grupos estudiantiles en el incendio del Instituto Cultural Argentino Norteamericano.[75] Para junio contamos las aplaudidas participaciones de oradores del ERP en asambleas estudiantiles de Córdoba y Tucumán, donde también fueron vivados los Montoneros.[76] En agosto un militante del ERP arengó a la concurrencia en la asamblea de la UNC.[77] Durante septiembre, esta organización detonó dos bombas panfletarias en la facultad de Derecho de la UBA.[78] Para octubre, una militante del ERP tuvo una participación destacada en una mesa redonda sobre la represión en Filosofía y Letras de Buenos Aires, donde compartía el foro con otras corrientes.[79] En noviembre ocurrió un hecho similar, en una mesa sobre “Ciencia y Dependencia”.[80] Para diciembre tenemos constancia de la participación de militantes montoneros en una misa y en un acto estudiantiles-populares en Tucumán.[81] Asimismo, las crónicas de varias detenciones de presuntos/as integrantes de estas organizaciones detallan su matriculación como alumnos/as universitarios/as.

Con posterioridad a la era de la radicalización sobrevino una etapa de institucionalización del movimiento estudiantil, en cuya cúspide se ubica la conquista de la federación porteña por parte de la JUP, aliada al Partido Comunista y a fracciones de Franja Morada, a fines de 1973. Esta corriente con escasa acumulación previa se postuló para iniciar varias transformaciones universitarias reclamadas durante los largos años sesenta, chocando grupos estudiantiles que la apoyaban, con la disputa interna de su propio gobierno, de su partido y, finalmente, de la misma agrupación, de donde se escindió el sector Lealtad a principios de 1974.[82] Meses después, las prácticas represivas iniciadas durante el GAN alcanzaron su apogeo durante la “Misión Ivanissevich”, inicio del terrorismo de Estado en las universidades argentinas.

En ese tránsito, los discursos estudiantiles acerca de la violencia fueron cambiando radicalmente de eje. Perdieron presencia los “azos”, se redobló la importancia del aspecto represivo y, bajo la idea de una reciprocidad de la violencia, se intentó vanamente desescalar el conflicto, marcando las diferencias con las organizaciones insurgentes. Parte de la tragedia histórica consiste en que los mismos Montoneros utilizaron ardides que luego se volverían contra ellos. En marzo de 1974, el rector de la UBA Ernesto Villanueva, afín a la JUP, afirmaba: “… no permitiremos que grupos tanto de ultraderecha como de ultraizquierda interrumpan el normal desarrollo de la universidad.”[83] Meses después, el Movimiento de Orientación Reformista difundía la propuesta del Partido Comunista: un gobierno de unidad democrática “… integrado por todas las fuerzas progresistas del país, contrarias al golpismo...”, donde se integrarían “… si se termina con el terrorismo de derecha”, recordando estar “… en contra del terrorismo de izquierda, que le hace el juego...”.[84]

Poco después, en septiembre de 1974, en un acto de la federación porteña Montoneros anunció su pasaje a la clandestinidad, que tuvo un profundo impacto sobre sus aliados universitarios.[85] En el Congreso de la FUA de diciembre 1974, Franja Morada, MNR y FAUDI firmaron una declaración de repudio al “... terrorismo de los grupos aislados de las masas populares que confunden al enemigo principal y que consciente o inconscientemente le hacen el juego a las variantes golpistas…”.[86]

Para 1975 comenzó un acercamiento entre el comunismo y Franja Morada, que abreviaba una distancia de cinco años, tras la ruptura de la FUA en 1970, y ahondaba la brecha entre el PC y la JUP. En un documento conjunto afirmaban defender el orden constitucional frente a: “… la violencia de la derecha, alimentada por la reacción y la CIA […] y el permanente accionar de sectores de ultraizquierda que […] [crean] las condiciones necesarias para […] una intentona golpista.”[87]

El dirigente de Franja Morada Leopoldo Moreau afirmaba que ese pronunciamiento mostraba un “… movimiento estudiantil serio, alejado del ultraizquierdismo...”, subrayando “La condena al terrorismo de ultraizquierda y de ultraderecha”, e incluyendo entre los interlocutores a: “Las Fuerzas Armadas, cuya opinión es tomada en cuenta para […] el ámbito universitario por las implicancias […] en relación con […] la guerrilla.”[88] Estas posiciones fueron sostenidas luego por ex dirigentes de la izquierda peronista como Juan Manuel Abal Medina y Leonardo Obeid, que se manifestaron “cerradamente opositora[es] a toda expresión subversiva.”[89] Días después, la FUA exigía la “… total rectificación de la política instrumentada y la aplicación de la Ley Universitaria, como camino para que la ‘juventud no se vuelque a la frustración abriendo el campo propicio para el terrorismo’.”[90]

 

 

Palabras finales

En este artículo describimos la evolución del ejercicio de la violencia política por parte del movimiento estudiantil y contra el mismo en Argentina entre 1966 y 1976, a partir de datos cuantitativos y cualitativos de Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Tucumán. Nuestro análisis arroja seis elementos empíricos y dispara una reflexión general:

-       En línea con una acumulación histórica, el rechazo de la violencia represiva, estatal o para-estatal, y del militarismo, fungen como aglutinadores del movimiento estudiantil, marcando líneas divisorias entre las organizaciones de alumnos y los gobiernos.  

-       Con más de 2400 hechos advertimos una recurrencia del ejercicio estudiantil de la violencia política.

-       Durante algunas etapas o en determinadas ciudades, las prácticas violentas ocuparon casi la mitad de las formas de acción colectiva estudiantil, por lo cual deducimos que por momentos varias formas del ejercicio de la violencia formaban parte de los hábitos de la lucha política, con límites porosos respecto de formas pacíficas u otras modalidades violentas.

-       Las maneras predominantes de ejercicio estudiantil de la violencia fueron las modalidades poco organizadas o, en sus picos, semi-militares: enfrentamientos con la policía, actos relámpago y barricadas. Estas prácticas ocupan un lugar preponderante en el ciclo de ascenso estudiantil y popular, de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970 y su proliferación coexiste con tácticas represivas frontales, difusas, reactivas y limpias del Estado argentino.

-       El giro hacia un paradigma contrainsurgente con mayor gravitación de las fuerzas para-estatales y del trabajo de inteligencia, comenzado en 1971 y agudizado con el comienzo del terrorismo de Estado en 1974, tuvo efectos sobre el ejercicio de la violencia estudiantil. Esto resulta evidente cuando observamos la preponderancia de los ataques armados, formas de violencia clandestina, sobre el final del período.

-       Los cambios en los enfrentamientos físicos se corresponden con mutaciones en las ideas sobre la violencia. La figura de los mártires y la reivindicación de los “azos” predominaron durante la etapa ascendente. Cerca de esos picos se consolidaron las organizaciones insurgentes más importantes del país y, con ello, se fueron estableciendo relaciones que pasaron de una camaradería inicial a la crítica para mediados de los años ’70.

Estos elementos empíricos contribuyen a comprender con mayor precisión el proceso político argentino de los años ’60 y ’70. La violencia, como observamos, no era una decisión de ciertos actores, sino, como en otros puntos del globo, un atributo saliente de la interacción política, incluso dentro de las clases dominantes, tal cual nos recuerdan hechos como el bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955 o los choques entre Azules y Colorados, en 1962.

Las condiciones de existencia del movimiento estudiantil, donde hicieron sus primeras experiencias militantes muchas personas luego enroladas en grupos insurgentes, suponían el ejercicio de determinadas formas de violencia, modalidades mayormente ritualizadas pero, como recuerda Wieviorka, siempre rebeldes a la regulación. Una política local y nacional violenta, en un contexto internacional signado por ejemplos de heroísmo antiimperialista, acunó e inspiró a quiénes intentaron apalancar la confrontación hacia nuevos niveles y transformar la sociedad. Sus representaciones sociales, más que llevarlos a determinados cursos de acción, reflejaban dinámicas propias de la contienda, observables en numerosos ámbitos, como el universitario.

 

Bibliografía

 

-       Agulla, J. (1969). Diagnóstico social de una crisis. Córdoba, mayo de 1969. Buenos Aires: Editel.

-       Anzorena, O. (1998). Tiempo de violencia y utopía (1966-1976). Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional.

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-       Vega, N. (2017). El movimiento estudiantil universitario santafesino durante la segunda mitad de los años sesenta y sus vinculaciones con el surgimiento de las organizaciones político-militares en el ámbito local. Tesis de Doctorado. Paraná: UNER.

-       Vezzetti, H. (2009). Sobre la violencia revolucionaria: memorias y olvidos. Buenos Aires: Siglo XXI.

-       Wieviorka, M. (2018). La violencia. Buenos Aires: Prometeo.

 

 



* Docente de la Carrera de Sociología, UBA e investigador de CONICET con asiento en el Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani.

[1] Sorensen, D. (2007). A Turbulent Decade Remembered: Scenes from the Latin American Sixties. Stanford: Stanford University Press; Gosse, V. (2005). Rethinkingthe New Left: An Interpretative History. Nueva York: Palgrave/Macmillan; Seidman, M. (2018). La revolución imaginaria. París 1968. Madrid: Alianza.

[2] Por ejemplo:  Sá Motta, Rodrigo (2014). As universidades e o regime militar. Cultura política brasileira e modernização autoritária, Río de Janeiro: Zahar; Rivas Ontiveros, José René (2007).  La izquierda estudiantil en la UNAM: organizaciones, movilizaciones y liderazgos (1958-1972). México: Porrúa; Markarian, Vania (2012). El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil entre molotovs y música beat. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes Editora.

[3] Sommier, I. (2009). La violencia revolucionaria. Buenos Aires: Nueva Visión, p. 9.

[4] Solo mencionando uno de cada corriente: Fals Borda, O. (1962). La violencia en Colombia. Bogotá: Iqueima; Germani, G. (2010) “Democracia y autoritarismo en la sociedad moderna”, en Gino Germani. La sociedad en cuestión. Buenos Aires: CLACSO-IIGG, pp. 652-695; Halperín Donghi, T. (1967). Historia contemporánea de América Latina. Buenos Aires: Alianza.

[5] Entre otros: Marín Juan Carlos (2003). Los hechos armados. Buenos Aires: La Rosa Blindada; Balbé, B. et. al. (2005). Lucha de calles, lucha de clases. Elementos para su análisis (Córdoba 1971-1969). Buenos Aires: CICSO/RyR.

[6] Dos ejemplos: Izaguirre, I. (y cols.) Lucha de clases, guerra civil y genocidio en Argentina. 1973 – 1983. Buenos Aires: EUDEBA; Pozzi, Pablo y Schneider, Alejandro (2000). Izquierda y clase obrera: 1969-1976. Eudeba: Buenos Aires.

[7] Actualmente siguen publicándose elaboraciones de este tipo: Vezzetti, H. (2009). Sobre la violencia revolucionaria: memorias y olvidos. Buenos Aires: Siglo XXI o Calveiro, P. (2013). Política y/o violencia una aproximación a la guerrilla de los años setenta. Buenos Aires: Siglo XXI.

[8] El caso más destacado: Marchessi, A. (2018). Hacer la revolución: Guerrillas latinoamericanas, de los años sesenta a la caída del Muro. Buenos Aires: Siglo XXI.

[9] Entre otros: Barletta, A. (2001). “Peronización de los universitarios (1966-1973). Elementos para rastrear la constitución de una política universitaria peronista”. Pensamiento Universitario n° 9 (pp. 82-89). Bernal; Friedemann, Sergio (2015).  La Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (1973 – 1974). Una reforma universitaria inconclusa. Tesis de Doctor en Ciencias Sociales. Buenos Aires: FSOC-UBA; Tortti, María Cristina (2000). “Protesta social y ‘nueva izquierda’ en la Argentina del ‘Gran Acuerdo Nacional’” en Camarero, H., Pozzi, P. y Schneider, A. (comps.). De la Revolución Libertadora al menemismo. Historia social y política argentina (pp. 129-154). Buenos Aires: Imago Mundi.

[10] Entre otros: Bonavena, P., Califa, J. y Millán M. (2018). “¿Ha muerto la Reforma? La acción del movimiento estudiantil porteño durante la larga década de 1966 a 1976”. Archivos de historial del movimiento obrero y la izquierda n° 12 (pp. 73-95). Buenos Aires; Califa, J. (2014). Reforma y Revolución. La radicalización política del movimiento estudiantil de la UBA 1943-1966. Buenos Aires, Argentina: EUDEBA.

[11]Califa, J. y Millán, M. (2016). “La represión a las universidades y al movimiento estudiantil argentino entre los golpes de Estado de 1966 y 1976”. Iberoamericana n° 9 (pp.10-38). Madrid; Califa, J. y Millán, M. (2019). “La lucha estudiantil durante los ‘azos’. Córdoba, Rosario y Tucumán en perspectiva comparada, 1968-1972”. Conflicto Social n° 22 (pp. 175-210). Buenos Aires; Califa, J. y Millán, Mariano (2019). “Las experiencias estudiantiles durante los ‘azos’ argentinos en perspectiva latinoamericana”. Contenciosa n° 9 (pp. 1-19). Buenos Aires; Califa, J. y Millán, M. (2019). “La lucha estudiantil en Buenos Aires y Córdoba entre 1966 y 1975. Un análisis comparativo” en Gordillo, M. (Comp.) 1969. A cincuenta años. Repensando el ciclo de protestas (pp. 123-147). Córdoba: CLACSO-UNC.; Califa, J. y Millán, M. (2020). “De la resistencia universitaria a la rebelión popular y del pacto democrático al terrorismo de Estado. Un análisis cuantitativo del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional de Córdoba, 1966-1976”. Historia y Sociedad n° 38 (pp. 176-204). Medellín; Millán, M. (2013). Entre la universidad y la política: los movimientos estudiantiles de Corrientes y Resistencia, Rosario, Córdoba y Tucumán durante la "Revolución Argentina" [1966-1973]. Tesis de doctorado en Ciencias Sociales. Buenos Aires: FSOC-UBA; Millán, M. (2019). “Reforma, revolución y contrarrevolución. El movimiento estudiantil argentino entre laica o libre y la misión Ivanissevich, 1956-1974”, Escripta n° 2 (pp. 73-100). Sinaloa; Dip, N. (2018). Libros y alpargatas. La peronización de estudiantes, docentes e intelectuales de la UBA (1966-1974). Rosario: Prohistoria; -     Vega, N. (2017). El movimiento estudiantil universitario santafesino durante la segunda mitad de los años sesenta y sus vinculaciones con el surgimiento de las organizaciones político-militares en el ámbito local. Tesis de Doctorado. Paraná: UNER.

[12] Casos paradigmáticos: Santucho, J. (2011). Los últimos guevaristas. La guerrilla marxista en la Argentina. Buenos Aire: Zeta; Gillespie, R. (1987). Soldados de Perón. Los Montoneros. Buenos Aires: Grijalbo.

[13] Bonavena, P. (1990/2). Las luchas estudiantiles en Argentina 1966/1976. Informe de Beca de Perfeccionamiento, Secretaría de Ciencia y Técnica, Universidad de Buenos Aires. De aquí en más BDB.

[14] La tarea de codificación fue realizada por Pablo Bonavena, Juan Sebastián Califa y el autor.

[15] Las otras formas de acción fueron condensadas en otras tres categorías complejas: “Declaraciones y/o comunicados”; “Acción institucionalizada” (conferencia de prensa, acto, asamblea, huelga de hambre, huelga universitaria de escala nacional, local o por unidad académica) y “Acción directa sin violencia” (marcha, movilización, concentración y toma sin control del edificio).

[16] Millán, Mariano (2018). “El lugar de la Reforma del 18 en la evolución de las formas de lucha estudiantil en Argentina”. Hic Rhodus n°14 (pp. 31-47). Buenos Aires.

[17] Echeverría, Olga. (2018). “El proceso de la Reforma Universitaria como preocupación de la derecha nacionalista: entre el rechazo a la democratización y el anticomunismo (décadas de 1920 y 1930)”, Mauro, D. y Zanca, J., La Reforma Universitaria cuestionada (pp. 67-86). Rosario: HyA.

[18] González Calleja, E. (2017). Asalto al poder. La violencia política organizada y las ciencias sociales. Madrid: siglo XXI, pp. 86/7.

[19] Wieviorka, M. (2018). La violencia. Buenos Aires: Prometeo, pp. 213/3.

[20] Mc Adam, D., Tarrow, S. y Tilly, Ch. (2005). Dinámica de la contienda política. Barcelona: Hacer.

[21] Tilly, Ch. (2007). Violencia colectiva. Barcelona: Hacer, pp. 84/5.

[22] Tcach, C. (2012). “Movimiento estudiantil e intelectualidad reformista en Argentina 1918- 1946”. Cuadernos de Historia n° 37 (pp. 131-157). Santiago de Chile.

[23] Millán, M. y Seia, G. (2019). “El movimiento estudiantil como sujeto de conflicto social en Argentina (1871-2019). Apuntes para una mirada de larga duración”. Entramados y Perspectivas n° 9 (pp. 124-166). Buenos Aires.

[24] Buchbinder, P. (2018). “El movimiento estudiantil argentino: aportes para una visión global de su evolución en el siglo XX”. Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda n° 12 (pp. 11-32). Buenos Aires.

[25] Sobre este proceso puede leerse: Califa, J.S. Reforma y revolución. La radicalización política del movimiento estudiantil de la UBA 1943-1966. op. cit.

[26] Millán, M. “Reforma, revolución y contrarrevolución. El movimiento estudiantil argentino entre laica o libre y la misión Ivanissevich, 1956-1974”, op. cit.

[27] Califa, J.S.  Reforma y Revolución. La radicalización política del movimiento estudiantil de la UBA 1943-1966. op. cit.  y Manzano, V. (2009). “Las batallas de los ‘laicos’: movilización estudiantil en Buenos Aires, septiembre-octubre de 1958”. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani n° 31 (pp. 123-150). Buenos Aires.

[28] Cersósimo, F. (2018). “Impugnadores en tiempos de Guerra Fría. La Reforma Universitaria como puerta de entrada del comunismo en Argentina” en Mauro, D. y Zanca, J. (comp.). La Reforma Universitaria cuestionada, (pp. 131-154). Rosario: HyA.

[29] Brands, H. (2012). Latin America’s Coldwar. Boston: Harvard.

[30] Rot, G. (2010). Los orígenes perdidos de la guerrilla en Argentina. Buenos Aires: Waldhuter, pp. 197 y ss.

[31] Tcach, C. y Rodríguez, C. (2011). Arturo Illia: un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados Unidos en el golpe militar de 1966. Buenos Aires: Edhasa.

[32] Califa, J. y Millán, M. (2016). “La represión a las universidades y al movimiento estudiantil argentino entre los golpes de Estado de 1966 y 1976”. Iberoamericana n° 9 (pp.10-38). Madrid.

[33] Della Porta, D. (1995). Social movements, Political and the state. A comparative analysis of Italy and Germany. Cambridge: Cambridge University Press, p. 4.

[34] Califa, J. y Seia, G. (2017). “La ampliación del sistema universitario argentino durante la ‘Revolución Argentina’. Un estudio de sus causas a través del caso de la Universidad de Buenos Aires 1969-1973”. A Contracorriente n° 15 (pp. 36-59) y Mendonça, M. (2016). Entre botas y votos. Las políticas universitarias durante la “Revolución Argentina”. Del golpe de Estado de 1966 a las elecciones de 1973. Tesis Doctoral en Historia. Buenos Aires: IDES-UNGS.

[35] Marighella, C. (1971). “Minimanual del guerrillero urbano”, en Teoría y acción revolucionarias (pp. 65-122). México: Diógenes. pp. 97-100.

[36] Fernández, J., et. al. (2013). “Aportes para el estudio de los levantamientos de masas en Argentina entre 1968 y 1974”. Ponencia presentada en las VII Jornadas de Jóvenes Investigadores. Buenos Aires: IIGG.

[37] Bonavena, P. et. al. (1998). Orígenes y desarrollo de la guerra civil en Argentina. Buenos Aires: EUDEBA, p. 62.

[38] Millán, M. Entre la universidad y la política: los movimientos estudiantiles de Corrientes y Resistencia, Rosario, Córdoba y Tucumán durante la "Revolución Argentina" [1966-1973]. op. cit.

[39] Algunas descripciones de los hechos: Balvé, B. y Balvé, B. (2005). El ‘69: huelga política de masas: Rosariazo, Cordobazo, Rosariazo. Buenos Aires: Razón y Revolución; Crenzel, E. (1997). El Tucumanazo. Tucumán: Universidad Nacional de Tucumán.

[40] Kausky, K. (1975). “Una nueva estrategia” en AAVV. Debate sobre la huelga de masas (pp. 189–228). México: Pasado y Presente. Primera Parte. p. 221.

[41] Tilly, Ch. Violencia colectiva. op. cit. ; Dela Porta, D. Social movements, Political and the state. A comparative analysis of Italy and Germany, op. cit., p. 4.

[42] Iglesias. A. (2014). La batalla de Rosario. El movimiento estudiantil universitario del Rosariazo a través de la construcción de la prensa gráfica y las publicaciones periódicas. Tesis de Licenciatura en Historia. Buenos Aires: FFyL-UBA.

[43] Agulla, J. (1969). Diagnóstico social de una crisis. Córdoba, mayo de 1969. Buenos Aires: Editel.

[44] Marín, J. (2003). Los hechos armados. Buenos Aires: La Rosa Blindada, pp. 81-87.

[45] La cifra corresponde a Izaguirre, I. (2011). “La Universidad y el Estado terrorista. La Misión Ivanisevich” Conflicto Social nº 5 (pp. 287-303). Buenos Aires.

[46] Dip, N. Libros y alpargatas… op. cit.

[47] Dela Porta, D. Social movements, Political and the state. A comparative analysis of Italy and Germany. op. cit. p. 4.

[48] Se trata de transcripciones corregidas de la fuente secundaria.

[49]BDB, agosto 1966, pp. 7, 40 y 51/2.

[50] BDB, febrero 1970, pp. 1/2.

[51] BDB, abril 1972, pp. 12/9, y mayo, pp. 2/3.

[52] BDB, octubre 1973, pp. 20/1.

[53] Millán, M. (2018). “Las resistencias estudiantiles frente a la intervención universitaria de 1966. Un análisis comparado de la UBA y de la UNC”. Contemporánea n ° 9 (pp. 51-74). Montevideo.

[54] BDB, septiembre de 1966, p. 63.

[55] BDB, septiembre   de 1966, p. 65.

[56] BDB, septiembre de 1966, p. 74.

[57] Bonavena, P. y Millán, M. (2018). “El movimiento estudiantil argentino durante 1967 ¿el año perdido?”, en Buchbinder, P. (Coord.). Juventudes universitarias en América Latina (pp. 251-279). Rosario: HyA.

[58] BDB, septiembre de 1969, p. 9.

[59] BDB, septiembre de 1972, p. 14.

[60] Por ejemplo: Anzorena, O. (1998). Tiempo de violencia y utopía (1966-1976). Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional.

[61] Traverso, E. (2018). Melancolía de izquierda. Buenos Aires: FCE, pp. 88/90.

[62] Una obra destacada: Ollier, M. (2005) Golpe o revolución. La violencia legitimada, Argentina 1966-1973. Buenos Aires: EDUNTREF.

[63] Scavino, D. (2018). El sueño de los mártires. Meditaciones sobre una guerra actual. Barcelona: Anagrama.

[64] BDB, mayo 1969, pp. 93/5.

[65] BDB, junio 1969, p. 19.

[66] BDB, mayo 1970, p.36.

[67] BDB, agosto 1970, pp. 9/10.

[68] BDB, diciembre 1970, pp. 6/9.

[69] BDB, febrero 1971, p. 4.

[70] BDB, mayo 1970, p. 21.

[71] BDB, septiembre 1970, pp. 10/1.

[72] BDB, noviembre 1970, pp. 23/4.

[73] BDB, febrero 1971, pp. 21 y 24.

[74] BDB, marzo 1971, p. 6.

[75] BDB, marzo 1971, p. 26.

[76] BDB, junio 1971, pp. 13 y 23.

[77] BDB, agosto 1971, p. 14.

[78] BDB, septiembre 1971, p. 19.

[79] BDB, octubre 1971, p. 19.

[80] BDB, noviembre 1971, p. 10.

[81] BDB, diciembre 1971, pp. 6 y 19.

[82] Bonavena, P., Califa, J.S. y Millán, M. “¿Ha muerto la reforma?...” op. cit.

[83] La Opinión (1974). “Garantizamos el orden, dijo Villanueva”. Buenos Aires, 19/3.

[84] La Opinión (1974). “El Partido Comunista propone un gabinete de coalición”. Buenos Aires, 25/6.

[85] Millán, M. (2017). “La Juventud Universitaria Peronista en las memorias de la militancia estudiantil reformista y marxista de la UBA, 1973 – 1976”. Historia Voces y Memoria nº 10 (pp. 49-63). Buenos Aires.

[86] Nueva Hora (1975). “El congreso de la FUA”. Buenos Aires, 24/12-05/01.

[87] La Opinión (1975). “Produjo un documento común el estudiantado radical y comunista”. Buenos Aires, 2/10.

[88] Moreau, L. (1975). “Se busca dar la imagen de una propuesta seria”, en La Opinión. Buenos Aires, 2/10.

[89] La Opinión (1975). “Surge un sector legal del peronismo juvenil”. Buenos Aires, 16/11.

[90] La Opinión (1975). “Condena universitaria al terrorismo de ambos signos”. Buenos Aires, 13/12.

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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

ISSN 1852-9879

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