Cuadernos
de Marte
AÑO 11
/ N° 18 Enero – Junio 2020
https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/index
El movimiento estudiantil y la violencia política en
Argentina, 1966-1976
The
student movement and the political violence in Argentina, 1966-1976
Mariano Millán*
Universidad de Buenos Aires - CONICET
Enviado: 10/03/2020 – Aprobado: 11/06/2020
Cita sugerida: Millán, M. (2020). El
movimiento estudiantil y la violencia política en Argentina, 1966-1976. Cuadernos
de Marte, 0(18), 89-137. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5659/4600
Resumen
En este artículo se analizan las relaciones del
movimiento estudiantil con la violencia política en Argentina entre los golpes
de Estado de 1966 y 1976: el ejercicio de prácticas violentas por parte de
contingentes de alumnos, las distintas formas represivas y las representaciones
sociales de las organizaciones estudiantiles sobre la violencia a lo largo del
decenio. Para ello se realiza una triangulación de métodos cuantitativos y
cualitativos. Las principales conclusiones apuntan a comprender la diversidad
de ideas y prácticas sobre la violencia, sus metamorfosis y, a pesar de ello,
su inmanencia en la contienda política, cuestionando así hipótesis de uso común
sobre el período como, por ejemplo, la “opción por la violencia” o la
disociación entre política y violencia.
Palabras clave
Movimiento
estudiantil; violencia política; Argentina; dictaduras; Guerra Fría
Abstract
This article
analyzes the relations of the student movement with political violence in
Argentina between the coup d'état of 1966 and 1976: the exercise of violent
practices by student contingents, the different repressive forms and the social
representations of student organizations on violence throughout the decade. For
this, a triangulation of quantitative and qualitative methods is carried out.
The main conclusions aim to understand the diversity of ideas and practices
about violence, its metamorphoses and, despite this, its immanence in political
contests, thus questioning commonly used hypotheses about the period such as,
for example, the “option for violence” or the dissociation between politics and
violence.
Key
words
Student movement; political
violence; Argentina; dictatorships; Cold War
Introducción
Las ciencias humanas
caracterizan los años sesenta como una era de movilización y radicalización,
siendo la violencia política una de sus expresiones. Hitos como el mayo francés o la Masacre de Tlatelolco,
suelen enmarcarse en unos “largos años sesenta” comenzados promediando la
década de 1950 y finalizados en algún punto de la de 1970.[1]
Las luchas estudiantiles
ocupan un lugar destacado en el maelstrom
de los global sixties. Los eventos
protagonizados por los alumnos en Brasil, México o Uruguay se han constituido
como objetos cardinales para el análisis del pasado reciente.[2]
Asimismo, notamos que la
violencia política en América Latina durante la posguerra recibió más atención
de las ciencias sociales que procesos similares en Europa Occidental o los
EEUU. Isabelle Sommier agudamente señaló que la distancia entre las tradiciones
conceptuales del comportamiento colectivo y de la movilización de recursos
“…estableció una cesura muy perjudicial entre […] el análisis de los
movimientos sociales y […] el de la violencia.”[3] Agregamos
dos variables contextuales: el consenso sobre el bienestar en el centro del
sistema-mundo y la elusión del choque entre potencias, desplazando el grueso
del derramamiento de sangre al Tercer Mundo.
La violencia política se
encuentra entre los objetos fundacionales de las ciencias sociales
latinoamericanas. Desde los trabajos pioneros de Orlando Fals Borda y los
análisis que la comprendieron como parte de las tensiones de un proceso de
modernización, hasta aquellas que resaltaron sus raíces histórico-culturales,
la violencia inspiró diversas tesis y análisis.[4]
El caso argentino reviste
algunas peculiaridades. Su tradición marxista relativamente autóctona, el
Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO), inscribió tempranamente
la violencia en el proceso de lucha de clases.[5] Luego,
durante la transición democrática, la influyente “teoría de los dos demonios”
tendió a igualar en “la violencia” acciones con modalidades, escalas e
intensidades disímiles y mentadas por objetivos políticos antagónicos. En
revistas prominentes como Punto de Vista o
Unidos, las ciencias sociales
constituyeron nociones que, pese a su refinamiento, se inscribían en dicho
sentido común. Ante la provinciana, pero usual, pregunta de ¿Por qué los
argentinos se mataron entre sí? Solía apelarse a la cultura política “nacional”:
caudillismo, tendiente a las dicotomías, al fanatismo, etc.
Durante el cambio de siglo, en
medio de una crisis social, tuvo lugar una expansión notoria del campo
interdisciplinario de estudios sobre el pasado reciente. Las investigaciones abarcaron
más variables subjetivas y contextuales[6] y, a diferencia de los
escritos contemporáneos o de la transición, no pretendían sentar un balance
general, sino producir conocimiento sobre ciertos aspectos.
La mayor parte de estos
valiosos estudios fueron construidos en diálogo con tesis de los años ’80 y
’90, muchas con debilidades empíricas o conceptuales como, por ejemplo, la
irrelevancia del reformismo universitario, la excepcionalidad de la violencia
en Argentina o la disociación entre lo político y lo militar.[7]
En contrapartida, hubo autores que “secularizaron” lo cultural y trasnacional, despojándolas
del manto condenatorio y produjeron análisis comprensivos de la multiplicidad
de elementos de sentido de “los años ’60”.[8]
La bibliografía sobre el
movimiento estudiantil argentino durante aquella etapa se encuentra marcada por
una tensión entre dos posturas. Por un lado, investigaciones centradas en el
análisis de discursos y memorias han resaltado la crisis del reformismo universitario
y la preponderancia del peronismo y la nueva izquierda, críticos de la herencia
de la Reforma, en la radicalización estudiantil.[9] Por
otra, sociólogo/as que reconstruyeron los enfrentamientos protagonizados por
alumnos/as mediante fuentes de prensa marcaron la relevancia del legado
reformista y de la “vieja izquierda”.[10] Estos
escritos abarcaron buena parte de los casos locales, comparaciones,
generalizaciones y el análisis de la represión.[11] En casi todos los trabajos
fueron mencionadas formas de violencia política. Asimismo, en varias obras
sobre organizaciones político militares se comenta la procedencia universitaria
de distintos militantes, sin profundizar en ello.[12] En este sentido, no conocemos un análisis
sistemático de las relaciones del movimiento estudiantil argentino con la violencia
política. Por ello, aquí describimos el ejercicio de la violencia política de
los alumnos, contra ellos y las representaciones sobre la misma de sus
organizaciones entre los golpes de Estado de 1966 y 1976, un decenio signado
por la intervención autoritaria, la resistencia, la rebelión y el terrorismo de
Estado.
En este artículo tomamos como
fuente principal una base de datos sobre enfrentamientos sociales
protagonizados por estudiantes en Argentina entre 1966 y 1976, confeccionada
con más de 20 periódicos locales y nacionales.[13] El
análisis del ejercicio estudiantil de la violencia se realizó siguiendo
técnicas cuantitativas. Codificamos hechos ocurridos en Buenos Aires, Córdoba,
Rosario y Tucumán con diez variables, algunas de categorías no excluyentes
(tipo de acción, protagonista/s, reclamo/s, escenario, aliado/s y enemigo/s) y
otras excluyentes (lugar, fecha, cantidad de participantes y facultad donde
ocurrió el hecho).[14]
Los tipos de acción, donde está comprendido el ejercicio de la violencia,
contienen 17 formas. Aquí se exponen sus guarismos globales y las agrupadas en
la categoría “Acción directa con violencia”, que contiene actos relámpago,
enfrentamientos con la policía, barricadas, tomas con control del edificio,
detonaciones de explosivos y ataques armados.[15] El escrutinio de la represión y los sentidos
que asumió la violencia presentará un abordaje cualitativo. Asimismo, en una
sección previa señalamos algunos antecedentes y conceptos para precisar los
cambios y continuidades de las relaciones del movimiento estudiantil con la
violencia política entre 1966 y 1976.
Movimiento
estudiantil y violencia en Argentina
Los orígenes del movimiento
estudiantil en Argentina se remontan al último tercio del siglo XIX, aunque su
acontecimiento fundacional fue la Reforma de 1918. Un balance de la extensa
bibliografía sobre la Reforma excede nuestros objetivos, pero resaltamos tres
aspectos del acontecimiento cordobés:
- Ocurrió
en un contexto mundial signado por el final de la Gran Guerra, la develación de
los horrores de los campos de batalla y la proliferación de planteos sobre una
crisis civilizatoria;
- Tuvo
lugar en el marco de un ciclo de protesta local y, a nivel nacional, en una
etapa de grandes y violentos conflictos obreros como la Semana Roja, la Semana
Trágica, la huelga de la Patagonia y la de La Forestal;
- Los
sucesos en la Universidad Nacional de Córdoba, sobre todo desde el 15 de junio,
tuvieron una cuota de acción directa y de violencia política moderada.
La
Reforma, entonces, fue moldeada en circunstancias donde la violencia constituía
un rasgo distintivo del escenario político. Para las fracciones radicalizadas
las trincheras europeas y la represión a gran escala evidenciaban la necesidad
de una transformación que excedía lo universitario. Asimismo, el asalto a la
asamblea universitaria o la toma de los edificios, denotan que la acción
directa y la violencia, bajo ciertas modalidades, era una herramienta del
ejercicio político entre otras. Estas ideas y prácticas inauguraron una
heterogénea tradición en la política universitaria, que inspiró a numerosas
corrientes de izquierda.[16]
Por otro lado, despertaron la animadversión del catolicismo, del
conservadurismo y del nacionalismo hacia la Reforma, a sus ojos integrante de la
subversión impulsada desde la Rusia soviética.[17]
En
este punto interesa una breve consideración teórica. Como ha señalado Eduardo
González Calleja:
La violencia no es un fenómeno sui generis, sino una salida contingente
de procesos sociales y de métodos de acción en común que no son intrínsecamente
violentos. El juego político nunca es completamente pacífico, y la violencia es
una forma de gestión de los conflictos. Extrema, pero no anormal.[18]
La
consideración de la violencia como “instrumento”, que tomamos parcialmente, ha
recibido la crítica de Michel Wieviorka:
Dado que lo que merece ser llamado violencia
firma necesariamente una cierta transgresión en relación con los medios
legítimos reconocidos al interior de un conjunto de actores […] Incluso
instrumental, la violencia implica el desbordamiento de reglas y normas
establecidas, hasta situaciones donde sus objetivos parecen encontrar su lugar
al interior de estas reglas; corresponder a fines legítimos, no cuestionar los
principios de la vida generales de organización de la vida colectiva. […]
…incluso aquella teóricamente instrumental,
siempre está, al menos por una parte, en el orden de la ruptura y de la
transgresión; que puede desbocarse, conservando por el otro lado, las
apariencias del cálculo…”[19]
Los
cuestionamientos habilitan una comprensión metódica sobre la complejidad de la
violencia en la experiencia del movimiento estudiantil argentino. No existe una violencia, sino violencias, con disímiles objetivos, modalidades, escalas e
intensidades, con diferentes posiciones en las gradaciones de legitimidad de
distintos actores sociales. Para el movimiento estudiantil determinados ejercicios
de la violencia resultaron una prueba de las injusticias y de los roles
negativos de ciertos sujetos e instituciones, mientras los epígonos de la
Reforma apuntaron las acciones transgresivas de los alumnos como parte de una
ruptura del orden social.[20]
En ambos casos, las representaciones sobre determinadas violencias contiene
escasas dosis de instrumentalidad y fuertes cargas emocionales y valorativas
que fundamentan oposiciones de principio
a sus perpetradores y un llamado a la acción. En paralelo, según el propio
movimiento estudiantil acciones como tomar un edificio y retener o expulsar
personas, agarrarse a golpes de puño, revestían una dimensión predominantemente
instrumental. A lo largo de las décadas, estas prácticas fueron estructurando rituales
violentos, que “exacerban y, simultáneamente, introducen una cierta disciplina
en la […] violencia colectiva.”, operando mecanismos de activación de líneas
divisorias, polarización, exhibición competitiva, arbitrajes, contención y
certificación “de los actores, de sus actuaciones y de sus reivindicaciones por
parte de autoridades externas…”[21]
De
esta manera, el reformismo se constituyó como un movimiento social en varias
ciudades argentinas, abrazando el antifascismo de entreguerras. Este
posicionamiento implicó numerosos enfrentamientos violentos en Buenos Aires,
Córdoba o La Plata.[22] Asimismo, puede verse una
continuidad: crítica hacia la violencia belicista y represiva y el ejercicio de
la violencia estudiantil de baja intensidad en las protestas.
Durante
la Segunda Guerra Mundial comenzó una etapa de masificación y politización
universitaria que se extendió hasta mediados de los años ’70.[23]
La política antireformista de los golpistas de 1943, proseguida por el
presidente Juan Perón, y la caracterización estudiantil de esos mandatos como
fascistas produjeron un espiral ascendente en la cual las demandas
estudiantiles resultaban incompatibles con la continuidad del gobierno.[24]
Hechos como el asesinato parapolicial de Aron Feijó en 1945, la instauración de
celadores para vigilar los claustros o la formación de la Confederación General
Universitaria (CGU) para combatir a los reformistas, son observables de la
violencia en la contienda política de las facultades.[25] La
participación armada de alumnos en la asonada de 1955 forma parte de esa
compleja relación entre movimiento estudiantil y violencia en el siglo XX.
La
ruptura con la autodenominada “Revolución Libertadora” comenzó a principios de
1956, inaugurando los largos años sesenta del movimiento estudiantil argentino,
un ciclo de radicalización que concluyó con el ejercicio del terrorismo de
Estado bajo el gobierno peronista entre 1974 y 1975, en la “Misión
Ivanissevich”.[26]
En el ‘56 tuvo lugar el primer combate de Laica
o Libre, un proceso de tomas de colegios y facultades y enfrentamientos a
golpes con la policía o grupos católicos, para anular la flamante autorización
para emitir títulos a las universidades privadas. El segundo y más importante,
bajo el mandato de Arturo Frondizi en 1958, galvanizó una transformación en
curso. En varias ciudades tuvieron lugar movilizaciones de centenares de miles.
Se produjeron numerosos enfrentamientos violentos, algunos con armas de fuego,
costando vidas de ambos bandos. La gran prensa y varios dirigentes denunciaron
a los laicos como parte de un complot comunista. La agrupación
nacionalista-católica Tacuara combatió contra los reformistas, pintando también
muros con la consigna: “Laica perra rusa”. Dentro del reformismo ganaron fuerza
los comunistas y otras corrientes de izquierda, algunas ligadas al socialismo y
otras luego definidas como “cubanistas”. Se observa la creciente preponderancia
de las líneas divisorias de la Guerra Fría en la discusión política
universitaria.[27]
Para las derechas, la Reforma se convirtió en la “puerta de entrada del
comunismo” a la Argentina,[28]
motivando acciones putschistas o duras intervenciones gubernamentales a través
de las fuerzas de seguridad.
La
Revolución Cubana agudizó los conflictos preexistentes en el continente.[29]
Su impacto sobre un mundo universitario en proceso de radicalización fue
significativo, uno de ellos el enrolamiento de alumnos en el Ejército
Guerrillero del Pueblo.[30]
En paralelo, proseguía el rechazo del militarismo, como puede verse en las
violentas movilizaciones contra la invasión norteamericana a República
Dominicana en 1964, el reclamo de “más presupuesto universitario menos
presupuesto militar” o los monedazos contra el acto de las Fuerzas Armadas en
el centro de Buenos Aires a principios de 1966.
Ciclos
y modalidades del ejercicio estudiantil de la violencia, 1966-1976
El
golpe de Estado comandado por el general (RE) Juan Carlos Onganía en 1966
constituyó un intento de superar las violentas disputas en las clases
dominantes, como el bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955 o los choques
militares entre Azules y Colorados en 1962, mediante un proyecto anticomunista.
Con excepción de Radicales del Pueblo y comunistas, fue apoyado por todos los
partidos y cámaras empresarias, por el sindicalismo peronista, la Iglesia
Católica y las principales embajadas extranjeras.[31]
Inspirado en la Doctrina de Seguridad
Nacional, el nuevo régimen intervino las universidades nacionales, ocupó sus
edificios, anuló el cogobierno y la autonomía y proscribió las organizaciones
estudiantiles. De inmediato se produjeron enfrentamientos de alumnos, docentes
y funcionarios contra policías. Como destacaron Juan Sebastián Califa y Mariano
Millán, durante la primera etapa de esta dictadura se implementaron tácticas
represivas difusas, frontales, reactivas y generalmente limpias.[32]
Una parte significativa de la actuación gubernamental inicial en la política
universitaria consistía en la aplicación pública, por parte de personal
uniformado, de violencia física hacia grupos activos, en las calles o en los
claustros, sin focalizar sobre sus partes. Esta modalidad contribuyó a que
numerosas manifestaciones o concentraciones, legales semanas antes e
inicialmente pacíficas, se convirtieran en violentos enfrentamientos,
observándose el señalado tránsito de las formas contenidas a las transgresivas
de la contienda.
Eventos
paradigmáticos, como la “Noche de los Bastones Largos”, los enfrentamientos
donde fueron heridos Alberto Cerdá o el luego fallecido Santiago Pampillón,
ilustran la complejidad del lugar de la violencia en la experiencia de este
movimiento. Tras varias semanas de hechos similares, una de las consecuencias
fue la demarcación de campos entre la dictadura y un bloque estudiantil de reformistas
y católicos, unidad impensable meses antes. Notamos operando lo que Charles
Tilly denominó el mecanismo de la polarización y, al mismo tiempo, la
disrupción que implica la violencia, con su efecto sobre los sujetos, como
explicó Michel Wieviorka. Lo decisivo no fue la iniciativa gubernamental, la
intervención; ni una gramática discursiva, donde los cristianos se ubicaban más
cerca de la dictadura que del reformismo, sino la violencia.
El
repudio no se inspiraba en el pacifismo. Por el contrario, y en consonancia con
una acumulación histórica, los/as alumnos/as de Argentina respondieron con
distintas tácticas violentas: resistencia con puños, piedras y otros objetos
contundentes, tomas, barricadas y actos relámpago. Bajo las categorías de
Donatella Della Porta, desde el primer momento las agrupaciones estudiantiles
desenvolvieron una violencia no especializada, de bajo nivel y poco organizada.[33]
Como
puede observarse, la violencia formó parte de las prácticas de militancia
estudiantil durante esta década, acompañando a el nivel general de actividad:
Construcción
propia en base a información de la BDB
La
primera lectura de estas series debe advertir que las cifras de 1966
corresponden al registro del segundo semestre, posterior al golpe de Estado. Las
420 acciones directas con ejercicio de la violencia tienen una media diaria de
2,29, la mayor de la distribución de cantidades absolutas, por encima del 1,6
de 1970 o del 1,49 de 1969. Sin embargo, la situación es distinta cuando se
analiza la proporción de las acciones violentas sobre el conjunto de las
acciones: durante esta década representan una media del 29,34%. En 1966 el
guarismo es de 28%, la curva se eleva a 45% en 1968, 53% en 1969 y 51% en 1970,
declina en 1971 y 1972, con 23% y 26%, y se desploma durante el tercer
peronismo, entre 1973 y 1975.
Asimismo,
en el gráfico n° 1 notamos que el ascenso general de actividad entre 1968 y
1970 fue acompañado por un incremento en el porcentaje de las acciones
violentas. Luego, a partir de 1971, las curvas pierden su paralelismo, con la
mengua del porcentaje del ejercicio de la violencia. Sin embargo, estas
correlaciones no presentan la misma fuerza en todos los casos:
Cuadro
n° 1
Coeficiente R de Pearson entre
el total anual de acciones y el total anual de acciones directas con violencia
del ME de la UBA, la UNC, la UNR y la UNT, 28/6/1966-31/12/1975
Universidad |
R |
UBA |
0,49 |
UNC |
0,88 |
UNR |
0,80 |
UNT |
0,76 |
Construcción
propia en base a información de la BDB
Como
se observa, existen situaciones cualitativamente diferentes. En la UBA la
correlación posee una fuerza moderada, mucho menor que en Tucumán, Rosario o
Córdoba, donde la relación estadística entre acción y porcentaje de acción
violenta estudiantil se encuentra cerca de la asociación perfecta. En
consonancia con ello, los gráficos n° 2 y 3 muestran que la evolución de las
curvas de acción en general y de acción directa con violencia presentan
diferencias regionales:
Construcción propia en base a información de la BDB
Construcción
propia en base a información de la BDB
Las
evoluciones anuales a escalas nacional y regional de los porcentajes anuales de
la acción directa con ejercicio de la violencia presentan similitudes y algunas
diferencias. Hacia 1972 se observa un declive de los enfrentamientos
protagonizados por alumnos en Buenos Aires, Córdoba y Rosario. La excepción de
Tucumán, donde ocurrió la revuelta estudiantil-popular del Quintazo, sostiene
la curva nacional en una cota elevada. Las caídas generalizadas coexisten con
un desplome de la importancia de la acción violenta desde 1971. Pueden marcarse
las salvedades de Córdoba y Rosario en 1972 y 1975. Sin embargo, se trata de
contextos de escasa actividad militante pública, por lo cual resulta
estadística y analíticamente incorrecto asimilar tales cifras con las
observadas en momentos de auge.
Estas
mutaciones se corresponden con una transformación del escenario político y de
las formas represivas. Tras el Viborazo de marzo de 1971, el general Roberto
Levingston fue reemplazado en la presidencia por el también general Alejandro
Lanusse. Éste impulsó un Gran Acuerdo Nacional (GAN): legalización de los
partidos, cronograma electoral y apertura del diálogo con quienes no
propugnaran una transformación revolucionaria. Al mismo tiempo, endureció la
política contrainsurgente: agravó las sanciones legales y proliferaron las
acciones para-militares. Tras un ciclo de gran agitación, Lanusse ofrecía
canales legales para los descontentos buscando aislar a la insurgencia.
En el
mundo universitario, tras el Cordobazo comenzó a mermar la rigidez
institucional. El rector de la Universidad Nacional de Cuyo, Dardo Pérez
Gillhou, reemplazó de José Mariano Astigueta en la cartera educativa,
procurando habilitar ámbitos de negociación para los reclamos académicos. El
GAN prolongó los intentos de interlocución y el relajamiento en los exámenes de
admisión que, tras las protestas de 1970 y 1971, posibilitó el crecimiento de
la matrícula y la inauguración de varias universidades.[34] En
paralelo, emergieron formas represivas más selectivas, en situaciones ajenas a
la actividad militante, que denotaban el creciente peso de las tareas de
inteligencia. Existía una orientación bicéfala: cuestionables instancias
legales del Estado, como detenciones a disposición del Poder Ejecutivo Nacional
o procesamientos en fueros ad hoc, y secuestros, ataques armados o asesinatos
llevados a cabo por personal de civil.
Las
descripciones de las formas represivas permiten comprender las respuestas
estudiantiles. Entre 1966 y 1970 predominaron las tácticas de bloqueo y
desalojo de la calle o los edificios mediante la saturación de agentes
uniformados, carros de asalto y otros instrumentos, para chocar contra
contingentes estudiantiles. Frente a ello surgieron dos tipos de réplicas. La
primera precisaba mayores recursos logísticos y políticos: la organización de
masas más numerosas y compactas, difíciles de disgregar por la carga de
policías identificables. La segunda, más económica en términos de fuerzas
materiales y morales: articulación de grupos pequeños, con gran movilidad, que
realizaban en simultáneo varias acciones de corta duración en diferentes
puntos, los “actos relámpago”. La dispersión agotaba a las fuerzas de
seguridad, que desplazaban uniformados sin impedir o disolver las
manifestaciones. Desde el punto de vista del arte de la guerra, esta modalidad
presentaba dos virtudes. Era una ofensiva táctica no convergente y, por ello,
arriesgaba pocas fuerzas. A nivel estratégico, permitían al bando más débil
retener la iniciativa, elegir en qué condiciones presentar combate. En resumen:
sorpresa, movilidad, flexibilidad. No en vano, acciones similares de sus pares
de Brasil inspiraron las elaboraciones sobre la guerrilla urbana de Carlos
Marighella.[35]
Una de
las características de la lucha de clases en la Argentina durante el siglo XX
fue la importancia de las calles como escenario, produciendo hechos de masas
como la Semana Roja (1909), la Semana Trágica (1919) o la Huelga de 1936. Entre
1968 y 1974 tuvieron lugar más de 30 revueltas populares urbanas conocidas como
“azos”.[36]
Varias desencadenadas por conflictos protagonizados por la clase obrera y sus
organizaciones, como el Cordobazo, el Viborazo o el Rosariazo de septiembre de
1969. Otras, las “puebladas”, fueron alzamientos donde la ciudad actuaba como
corporación local, como en Cipolletti y Casilda.[37] Un
tercer tipo, no advertido por la sociología argentina, son los levantamientos
comenzados por un conflicto estudiantil, cuando la acción de las organizaciones
de los/as alumnos/as articula un escenario para el ejercicio de la violencia de
otras fracciones, como los trabajadores, los pobres de la ciudad, etc.,
entendemos que son los casos del Correntinazo de 1969, el Rosariazo de mayo y
el mencionado Quintazo de 1972.[38]
Pese a
estas diferencias, tales eventos comparten secuencias similares de violencia
colectiva.[39]
Una manifestación recibía la carga represiva de la policía. Los grupos
movilizados resistían con objetos contundentes y conseguían el retroceso de las
partidas uniformadas. Las columnas de manifestantes avanzaban desde distintos
puntos hacia el centro de la ciudad, sucediéndose nuevos choques con la
policía, mejor agrupada y pertrechada, ante la cual se abastionaban zonas con
barricadas construidas con bienes destruidos, muchas veces de empresas
multinacionales, como concesionarios de automotores. Varios de estos choques
resultaban en pequeñas victorias populares, con bajas por heridos y detenciones
y, en algunos, con el costo de vidas. En otras oportunidades, las cargas
policiales desarmaban la posición obrero-estudiantil-popular e iniciaban la
persecución de alguna de sus partes, dándose casos de asesinatos de
manifestantes que huían. Estos niveles de destrucción de fuerzas materiales no
implicaban la desarticulación de fuerzas morales. Cuando la violencia represiva
terminaba con una vida era considerada como un “hecho brutal”, en el sentido de
Karl Kautsky,[40]
y desencadenaba inmediatamente una polarización. Se volcaban a las calles
contingentes horas antes pasivos y otros colaboran con los combatientes desde
sus casas: desde balcones o terrazas arrojaban objetos contundentes o
incendiarios contra la policía, suministraban materiales para las barricadas,
escondían manifestantes, abrían pasajes interiores a las manzanas pasando de
casa a casa, etc. Cuando este proceso estaba cerca de su mayor elevación, la policía
se retiraba del centro de la ciudad, que era tomada por los manifestantes.
Estos, después de imponerse en choques aislados contra grupos desorganizados de
efectivos, comenzaban a erigir líneas defensivas. Generalmente con barricadas
sucesivas. También con clavos “miguelito”, vidrios y cortes de metal que
impedían el avance de vehículos con neumáticos, o canicas que dificultaban el
desplazamiento de caballos. Al respecto existían variaciones. En Tucumán, se
cruzaban alambres de vereda a vereda para derribar a los efectivos que se
adentraban en moto. En casi todas las ciudades los manifestantes dejaban
personas apostadas en portales o recovas con hondas y piedras para hostigar a
las columnas policiales.
Como
se observa, se trataba de enfrentamientos por oleadas. Lo que a primera vista
parece un tumulto, es la disputa de posiciones mediante la saturación de
personas para proseguir un avance concéntrico hacia la sede del poder político
local. Los “azos” fueron combates urbanos con niveles muy bajos de fuerza
material en ambos bandos. Sin embargo, desde el lado de los manifestantes se
observa una destacable fuerza moral: determinación y habilidad para el
enfrentamiento y notorio apoyo popular. Según las nociones de Charles Tilly
fueron eventos de destrucción coordinada, aunque en la tipología de Donatella
Della Porta deben clasificarse como “violencia semimilitar […] de bajo nivel, pero más organizada”.[41]
Como resaltó Andrea Iglesias, varios analistas contemporáneos consideraron
estos hechos como “batallas”.[42]
Especialistas como el cordobés Juan Carlos Agulla marcaron la diferencia entre
un primer momento de violencia relativamente espontánea y otro de operación de
grupos violentos organizados.[43] Coincidiendo, el gobierno
declaró Rosario, Córdoba y Tucumán “zonas de guerra”, envió tropas del Ejército
y procesó centenares de detenidos en la justicia militar.
La
bibliografía ha destacado la participación de los alumnos en aquellos eventos.
En los gráficos precedentes resaltamos el ascenso de la contenciosidad y la creciente
importancia de la acción directa con violencia estudiantil, especialmente en el
escenario callejero. Ese abultamiento puede leerse como una acumulación de
experiencias y saberes sobre el enfrentamiento violento con la policía,
adquirido en diferentes modalidades de choque:
Construcción
propia en base a información de la BDB
Tras un vistazo a las cifras notamos
el predominio de formas de ejercicio de la violencia con menores requisitos
respecto a capacidad logística y tamaño de los contingentes: enfrentamientos
con la policía y actos relámpago. No son “no organizadas” pues, sobre todo los
segundos, requieren asignación de tareas, sincronización espacio temporal y,
además, se suponen como la manera adecuada en vistas de la disparidad de
fuerzas materiales con la policía.
En una tercera posición
encontramos las barricadas, con aproximadamente la mitad de cada una de las
categorías mencionadas. Aquellas expresan un mayor nivel de organización y de
confrontación. Suponen la determinación a enfrentarse violentamente con los
efectivos estatales y necesariamente involucran más personas y medios físicos.
Asimismo, implican destrucción de algunos bienes y el breve control efectivo,
ya no la aparición, de porciones acotadas de la ciudad.
En cuarto lugar, encontramos
la detonación de explosivos, de dificultosa atribución. Este tipo de acciones
no necesariamente envuelven gran cantidad de protagonistas. Tal como
descubrieron los anarquistas rusos del último tercio del siglo XIX, que
practicaban la “propaganda por el hecho”, grupos pequeños que apuestan por
estas modalidades de intervención, como los ataques armados (sextos, con el
3%), suelen adquirir rápidamente un espacio en el debate público.
En quinta ubicación ubicamos
las tomas con control de edificios, una modalidad que requiere un número
relativamente alto de participantes, de coordinación y supone una voluntad de
combate moderada. Al igual que las formas de acción callejera, las tomas
implicaban un modo de acción compartido con las tradiciones obreras y su recurrencia
evidencia un lazo entre ambos movimientos.
Sin embargo, estas modalidades de acción no se presentaron de manera homogénea a lo largo del tiempo:
Construcción
propia en base a información de la BDB
En el gráfico n° 5 notamos que
los actos relámpago y los enfrentamientos con la policía ostentan una
estabilidad considerable como las formas predominantes de ejercicio de la
violencia. El único año en el cual observamos una disminución es 1973, cuando
el grueso del movimiento estudiantil apoyaba al gobierno peronista. Las
barricadas presentaron guarismos elevados en 1966, desaparecieron durante el
reflujo de 1967 y crecieron entre 1968 y 1972, este último año casi
exclusivamente por el impulso de Tucumán. Las detonaciones de explosivos y los ataques
armados presentan una incidencia mayor desde 1971, con importancia creciente
entre 1973 y 1975. Estos datos ilustran la transformación represiva durante el
GAN, con la aplicación de tácticas ilegales y para-estatales. Vale resaltar que
la mayor parte de los ataques armados fueron obra de grupos contrarios al
movimiento estudiantil, de gran presencia durante los años inmediatamente
previos a 1976, como los peronistas de la Concentración Nacional Universitaria.
En una obra pionera, Juan Carlos Marín apuntaba que entre los más de 8.000
hechos armados del tercer peronismo, cerca del 75% tuvieron lugar sin
enfrentamientos y más del 60% de los del “campo del régimen” fueron protagonizados
por agentes clandestinos.[44]
Por otra parte, la evolución
de las tomas también ilustra las transformaciones de las formas no contenidas
de la contienda política y de la represión. Crecieron en 1970, al compás de las
luchas por el ingreso irrestricto, y en 1973 y 1974, subordinadas a las
disputas internas del justicialismo, en defensa de funcionarios universitarios
acosados por los gobiernos de Perón y su viuda María Estela Martínez
“Isabelita”. La ausencia de estas prácticas en 1975 se debe al éxito de la
cruzada del ministro de Educación comenzada durante los meses finales del año
anterior, la “misión Ivanissevich”, que inició el ejercicio del terrorismo de
Estado, cobrándose la vida de más de 100 universitarios/as.[45]
Llegado este punto, destacamos
que las contribuciones de cada universidad presentan disparidades cuya
comprensión permite una aproximación más precisa:
Construcción
propia en base a información de la BDB
Según
el gráfico n° 6, la participación de cada ciudad en la suma de los actos
relámpago resulta similar. Se advierte que Rosario está por detrás, pero
recordemos que se trata del caso con menos acciones. Esta paridad obedece a un
rasgo señalado: es una de las maneras más sencillas de ejercer la violencia
política. Los enfrentamientos con la policía implican niveles de hostilidad más
elevados y también se acercan a una distribución equitativa, con la salvedad de
Buenos Aires, que ocupa el cuarto lugar. Tucumán es seguida por Córdoba y, ya
más lejos, Rosario, tres ciudades donde tuvieron lugar revueltas populares. La
inexistencia de una rebelión similar en el escenario porteño es la causa de su
aporte exiguo al total de barricadas, fundamentales para defender posiciones en
combates urbanos como los “azos”.
A
pesar de estos señalamientos, el activismo en la UBA no fue menos violento,
sino que reconoció otras formas. Las facultades de Buenos Aires fueron el
epicentro de la peronización en 1973[46] y de la disputa
universitaria intraperonista. Las modalidades de violencia estudiantil abocadas
al control de la calle, predominantes contra la dictadura entre 1968 y 1971/2,
fueron alternativizadas por las tomas y los ataques armados, formas recurrentes
de los choques durante el tercer peronismo, categorías donde la UBA destaca. Se
trataba de lo que Dela Porta llamó “Violencia
clandestina – es decir, la violencia extrema de grupos organizados en la
clandestinidad con el propósito explícito de participar de las formas más
radicales de acción colectiva”.[47]
Como
puede verse, el movimiento estudiantil argentino, con especificidades
regionales, ejerció y padeció la violencia. Con similitudes y diferencias según
la etapa y el lugar, las recurrencias establecieron ciertos rituales violentos.
Rituales
violentos
Hemos brindado cifras y claves
interpretativas que sintetizan enfrentamientos entre grupos de personas
concretas. A continuación, describimos episodios de ejercicio de la violencia
que no formaron parte de los acontecimientos icónicos del período, cuyas
descripciones se encuentran en numerosos textos, con objetivo de ilustrar la
rutinización de ciertas formas:
Rosario,
agosto de 1966[48]
1/8. 11,30: Asamblea de 80 alumnos en el Anfiteatro de
Medicina, tratan el tema de la intervención. La policía (caballería e
infantería) irrumpe e “invita” a desalojar. Los alumnos se retiran por la
avenida Francia. Al llegar a Córdoba cortan el tránsito, se producen incidentes
con los automovilistas, la policía reprime y los estudiantes resisten con
proyectiles y arrojan volantes de la FUL que atacan al gobierno. Son detenidos
2 estudiantes [...]
12/8. Clausuran la Facultad de Filosofía y Letras y
de Ciencias del Hombre.
Se reabre la UNL, pero en Rosario la policía la
cierra nuevamente. Los alumnos abandonan las aulas a instancias de los
profesores […].
Los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras
y de Ciencias del Hombre se manifiestan en número de 200 en el centro, chocan
con la policía.
Se realiza un acto en la intersección de las calles
Francia y Córdoba, a una cuadra de la Facultad de Medicina. Participan unos 100
alumnos, repudian las medidas del Poder Ejecutivo Nacional y arrojan volantes
de la FUL […]. Son dispersados por una brigada policial, con un saldo de 11
manifestantes detenidos […]. Los estudiantes de varias facultades intentan
realizar manifestaciones por el centro de la ciudad, frustradas por la policía.
19/8. A la noche se realizan varios actos de tipo
relámpago. 19 horas: En la esquina de Córdoba y San Martín se congregan 400
estudiantes, profieren gritos contra el gobierno y arrojan volantes reclamando
la autonomía universitaria. Al poco de marchar son interceptados por las
fuerzas policiales que arrojan chorros de agua […]. Los manifestantes se dispersan.
Se desplazan luego […] en grupos de cuatro o cinco, para volver a congregarse
en San Martín y San Juan, donde cortan el tránsito. Varios se sientan sobre la
calzada, escuchando a un improvisado orador. Nueva intervención policial y
nuevo desplazamiento del grupo de estudiantes que vuelven a sentarse […]
mientras dos oradores hacen uso de la palabra. Otra vez intervienen piquetes
policiales y obligan a los estudiantes a disgregarse […] 20 horas: Las calles
estaban calmas. En la puerta de un comercio de Córdoba al 1000 la policía
encontró un muñeco de
Córdoba, febrero de 1970
2/2. Alrededor de 800 estudiantes ocupan Ciencias
Exactas y unos 100 Ingeniería, en protesta por el sistema de ingreso. […]. Un
funcionario se hizo presente para exhortar a los estudiantes a abandonar el
edificio, tras 10 minutos de diálogo aceptan la intimación policial.
El Gobernador citó al Rector para comunicarle su
intención de "mantener la paz en la provincia".
Padres de aspirantes lanzan un comunicado solicitando la
derogación del ingreso […] y proclaman: “si las puertas de la Universidad se
cierran para nuestros hijos, nosotros las abriremos”.
3/2. 11,40: Una columna de unos 200 estudiantes marcha
por Santa Rosa y penetra en el Hospital de Clínicas. Clausuran las puertas,
levantan barricadas y pequeños grupos ocupan posiciones en techos de las adyacencias.
12 horas: Comunicado […] “Los estudiantes del ingreso y
las agrupaciones estudiantiles, ante reiteradas negativas de recibir a la
comisión delegada por los estudiantes […] que han cerrado todo camino al
diálogo, resolvieron […] ocupar Hospital Nacional de Clínicas […] dejando bien
sentado ante la opinión pública que los ocupantes aseguran una actitud
respetuosa ante el cuerpo médico y los pacientes haciendo responsable al rector
y al gobierno provincial de cualquier disturbio…” Los ocupantes son unos 1.000
y la medida dura 13 horas.
El Movimiento Integralista coloca una bandera en la
entrada del Clínicas, al igual que la Federación Universitaria de Córdoba.
Tarde: Los ocupantes hablan por teléfono con la Casa de
Gobierno. Las autoridades aceptan recibir una delegación estudiantil. Se retira
la policía, los estudiantes levantan más barricadas en las adyacencias. El
Gobernador y el Rector rechazan la entrevista mientras siga la ocupación.
19,45: La policía empieza a destruir las barricadas del
perímetro. Reciben una intensa pedrea y responden con gases lacrimógenos. Se
levantan más barricadas, que son incendiadas, y se voltean 4 autos en la
Avenida Colón, para impedir la llegada de refuerzos policiales.
Noche: Concurre un grupo de estudiantes para entrevistarse
con el Gobernador, quien los exhortó a reflexionar. La policía corta la luz del
Hospital de Clínicas.
21,30: La policía emplaza a los ocupantes a abandonar el
Hospital a las 23 horas, agregando que no serán identificados ni detenidos.
Dos policías de investigaciones de civil fueron tomados
como rehenes por los estudiantes […]
23 horas: Los estudiantes abandonan el Clínicas.
En la calle, la policía arroja gases lacrimógenos y los
estudiantes levantan barricadas y hacen fogatas. El saldo de la jornada es de
14 detenidos.[50]
Tucumán,
abril y mayo de 1972
19/4: Los alumnos ocupan la Facultad de Bioquímica
disconformes con el calendario académico y el régimen de exámenes […].
21/4: Son ocupadas las
Facultades de la UNT en solidaridad con los alumnos de Bioquímica.
23/4: Los estudiantes
que ocupan las Facultades aceptan la tregua propuesta por el Rector,
establecida durante una reunión en el rectorado, también ocupado. […] El
documento considera especialmente las situaciones de Bioquímica y Derecho.
Plantean además problemas relacionados con el Comedor Estudiantil. […] Los
estudiantes dan plazo hasta el 25, con el fin de conocer de manera más concreta
las propuestas y considerarlas después en asamblea.
24/4: Los estudiantes de
Bioquímica resolvieron no aceptar la proposición del Rector […].
Por la mañana la Asamblea estudiantil en la sede central
de la UNT resolvió […] sostener las medidas de fuerza hasta que el Rector haga
llegar por escrito las respuestas satisfactorias para los 8 puntos del
petitorio.
25/4: Manifestación
estudiantil por la noche, reprimida por la policía, hay enfrentamientos de
piedras contra gases.
El Batallón de Represión y Control de Disturbios se negó
a reprimir a los estudiantes, las autoridades califican tal actitud de
insubordinación.
27/4: Siguen ocupadas
las Facultades de la UNT. El Rector dispuso la suspensión de las clases […].
Los estudiantes reclaman la normalización de la Facultad de Bioquímica, la
asignación de la categoría de carrera para Enfermería, la designación de
titulares en distintas Facultades, mayor cantidad de becas y la regularización
definitiva del Comedor Universitario.
28/4: La policía
desaloja a los estudiantes (UNT) que ocupaban el Comedor Universitario.
3/5: Asambleas en todas las Facultades de la UNT.
Se reúne la Mesa Coordinadora Estudiantil […] No
terminan las deliberaciones ya que la Mesa tiene que organizar las
movilizaciones programadas para esta tarde, mañana y pasado, se pasa a cuarto
intermedio hasta las primeras horas de mañana en un lugar secreto.
En el rectorado (UNT) hay aprestos de los estudiantes
para ‘recibir’ a Lanusse.
Primeras horas de la noche:
Grupos de 20 estudiantes […] realizan actos relámpagos
en el centro de San Miguel, hablan oradores que se refieren al problema del presupuesto
y repudian a la visita de Lanusse. Arrojan gases lacrimógenos.
4/5: Llega Lanusse a
Tucumán. Un grupo importante de estudiantes se congrega entre el público en la
Plaza frente a Casa de Gobierno, hay gritos […] un policía de civil que
caminaba entre el público fue identificado por los estudiantes, la agresión
casi llega a las manos cuando el policía sacó su arma. Tres oficiales del
Ejército se presentan en el lugar […] son golpeados. Al mediodía, la policía y
el Ejército tratan sólo de que los estudiantes no lleguen a la Casa de
Gobierno, minutos después miembros del Ejército agreden al público […]. Los
estudiantes que ocupan la Facultad de Derecho incendian barricadas en el frente
del edificio, hay barricadas en varias calles de la ciudad, queman gomas de
autos sobre el asfalto y pintan leyendas contrarias a Lanusse […]. Horas más
tarde el Jefe de Policía trata de mediar con los estudiantes, consigue que se
levante la barricada frente a Derecho, pero los alumnos anuncian que no
variarán su posición […]. Le aceptan la renuncia Héctor Ciapuscio, Rector de la
UNT.[51]
Buenos Aires, 25 octubre de 1973
20 horas: Homenaje a Rucci en Derecho (UBA). Concurren
el Comando de Organización, CNU, GAP/MUN, Comando Evita, JPRA y la Juventud
Sindical. Varios están armados.
20,35: Agreden a 2 trabajadores no docentes y se
acercaban al Decanato amenazando estudiantes y trabajadores. Un grupo de
docentes llama al Comando Radioeléctrico y a la Seccional 19; la policía negó
su colaboración.
Las 250 personas presentes, encabezadas por Augusto
Giovenco (JPRA), Jorge Rampoldi (Comando Evita), Giácome, un docente de la
Facultad, Padrós, orador de la autotitulada Legión Revolucionaria Peronista y
Núñez de GAP/MUN (brazo universitario del C.de O.) se acercan al aula magna.
“Invitan” a sumarse a varios estudiantes a punta de pistola. El Diputado
Sandler […] logró cierto interés por parte de la policía […] el subcomisario
Solano […] llamó por teléfono a sus superiores y supo […] que debía volver a su
patrullero para esperar órdenes. Finalizado el acto […] se despliegan
militarmente disparando armas de guerra a los alumnos que abandonaban el
edificio y arrojando gases lacrimógenos. Insultan con cánticos y gritos a
Puiggrós, al Decano interventor Kestelboin y profesores […]. Reivindicaban a
Rucci. A su paso destrozan todo lo que encuentran, […] un monolito que
recuerda a los “Héroes de Trelew”, carteles del Movimiento Social Cristiano y
de la Agrupación Peronista de Derecho. Perforan a balazos un cartel...[52]
Estos son algunos ejemplos del ejercicio de la
violencia estudiantil, al margen de los grandes acontecimientos del período,
que forman parte de las series estadísticas analizadas donde observamos formas
rutinizadas de la contenciosidad. Estas prácticas eran acompañadas por
distintas representaciones sociales.
Las
transformaciones en las representaciones estudiantiles sobre la violencia
Una indagación sistemática
sobre la relación del movimiento estudiantil con la violencia requiere un
análisis de sus formas y volúmenes, así como la descripción de las ideas que
portaban sus protagonistas. Estas articulaban sentidos acerca del aspecto
físico de los enfrentamientos sociales, significados con variaciones
sustanciales a lo largo de la década. Aquí nos detendremos en dos elementos que
ilustran tales mutaciones: la construcción de un mártir estudiantil-popular,
como Santiago Pampillón desde 1966 hasta la era de los “azos”; y la
metamorfosis de la legitimidad de los medios violentos, desde las grandes
rebeliones hasta el comienzo del terrorismo de Estado, a partir de 1974.
Mártires
estudiantiles y populares: el caso de Pampillón
Las
luchas del movimiento estudiantil en Córdoba resultaron ser las más intensas y
radicales durante 1966,[53]
donde se cuenta el asesinato de Santiago Pampillón, que decantó un proceso de
polarización entre la dictadura y sus opositores en la universidad y, al mismo
tiempo, fue base para la construcción de la figura de un mártir estudiantil y
popular. Inmediatamente conocida la noticia, la Federación Universitaria del
Norte, con sede en Tucumán, sostenía: “esta nueva víctima estudiantil
engrosa la larga nómina de mártires que regaron con su sangre el camino de la
lucha de los estudiantes por integrar definitivamente la universidad al país”.[54] En el mismo sentido se
expresaban con la Federación Universitaria Argentina, Intercentros y la Liga
Humanista en Buenos Aires:
Abatido por las balas policiales, muerto por la espalda, ha caído un
estudiante argentino. Cayó luchando contra el avasallamiento de la
Universidad, por su autonomía, por una Universidad enraizada en los intereses
de nuestra patria. Nuestros mártires alentarán aún más nuestro espíritu de
lucha por la justa causa que hoy vuelca a miles de estudiantes a las calles del
país. Ni la cárcel ni la muerte podrán doblegarnos.[55]
El
pequeño y poco influyente Movimiento Universitario Peronista de Córdoba,
también se pronunciaba, aún desde un anticomunismo visceral:
…un nuevo
mártir ha caído en nuestra lucha por la Revolución Nacional, por la Patria y
por una universidad al servicio de los grandes intereses populares y nacionales
y contra la oligarquía, ahora titulada anticomunista, la cual aliada con los
marxistas, tomó por asalto la Universidad Nacional en la contrarrevolución de
septiembre del '55.[56]
La
consideración de un militante asesinado en medio de la represión policial como
un mártir, inmediata en este caso, no se limitó a una cuestión discursiva.
Durante los años siguientes, incluso en el relativamente pasivo 1967, el 12 de
septiembre se convirtió en una jornada con manifestaciones y enfrentamientos en
casi todas las ciudades.[57]
Esta identificación pervivió durante la era de mayor agitación, cuando
Pampillón fue incluido en un listado junto a otros estudiantes abatidos por la
policía en procesos de confrontación. En las vísperas del Rosariazo de
septiembre de 1969, tras una jornada de violentos choques:
El Centro de Estudiantes
de Ciencias Médicas felicita a los estudiantes por el paro ‘en el día de homenaje
al primer mártir de la resistencia, con el que evocamos también a quienes
cayeron luego’.
El MNR insta a los estudiantes a seguir luchando por las
banderas por las que cayeron Pampillón, Cabral, Bello y Blanco, se pronuncian
contra la intervención universitaria, la dictadura universitaria, por la
libertad, independencia y bienestar de todos los argentinos.[58]
En septiembre de 1972, sobre el final de la
dictadura y con el horizonte de una salida electoral, la figura de Pampillón
formaba parte de la identidad estudiantil, una filiación que cuestionaba organizaciones
centenarias. El dirigente radical Ricardo Balbín, luego candidato presidencial,
había afirmado: “Los estudiantes del movimiento de 1918 no rompían
bancos para defender sus ideas”. Poco después la juventud de su partido
respondió:
Nuestra organización, que en estos años de dictadura
militar luchó junto al resto del estudiantado argentino por la recuperación de
la soberanía popular y la reimplantación en la Universidad del programa de la
Reforma de 1918, se cree en su deber de refutar esos conceptos, pues así se lo
exige su responsabilidad traducida hoy en nuestra hegemonía en […] la
Federación Universitaria Argentina. Pareciera olvidar […] que la violencia
desatada por la dictadura militar sobre el estudiantado argentino obligó a éste
a apelar a todas las formas de lucha posibles para defender los valores
fundamentales que se pretenden arrasar. Tampoco se debe olvidar el doctor
Balbín que si hoy ocupa tribunas se lo debe en parte a Pampillón, Bello,
Cabral, etc.[59]
El
movimiento estudiantil argentino, como vemos, construyó una representación
social sobre Santiago Pampillón profundamente emparentada con otras figuras de
las izquierdas de los largos años sesenta. Algunos/as autores/as mostraron que
la figura del mártir era una afinidad electiva entre la tradición cristiana y
la nueva izquierda, que en Argentina tiene el caso paradigmático de Montoneros.[60]
El mito del Che Guevara y la imagen de su cuerpo abatido, tan similar a Lamentación
sobre Cristo muerto de Andrea Mantegna,[61]
o La civilización occidental y cristiana,
de León Ferrari, forman parte de un maremagnum estético y conceptual que
tendió a inscribir la violencia y, con ello, la muerte, en el centro del
intercambio político.
Las
representaciones sociales de un movimiento de lucha sobre su propio pasado resultan
centrales para articular su activismo. Ese marco, nutrido por factores
endógenos y exógenos, perfila ideas y prácticas sobre acontecimientos
relevantes, como los asesinatos de los integrantes. Siendo esquemáticos, existe
una diferencia entre la figura de la víctima y la del mártir. Ambas fueron
abatidas, sin embargo, la primera es, por definición, inocente, mientras que la
segunda presupone una causa. Dos blancos de ataque, una por algún atributo
objetivo, la otra por una predisposición subjetiva, compartida por las personas
y grupos que la reivindican. Construidas por un hecho violento, que signa la
naturaleza de quien lo perpetró, la víctima convoca al reclamo de justicia,
mientras el/la mártir incita a la movilización para cumplir con sus
propósitos.
En
nuestro país, desde los ’80 corrientes de las ciencias sociales han señalado
que la causa de los grandes derramamientos de sangre del pasado reciente se
encuentra en una matriz violenta de la cultura política local, donde se
inscribe el martirio.[62] Es interesante ubicar la
figura del/la mártir en una serie más amplia, para comprenderla en su
complejidad. En un libro reciente sobre el yihadismo Dardo Scavino sostuvo que
este tipo de representación heroica no constituye una peculiaridad de las
fracciones islámicas radicalizadas, y mostró su presencia en la tradición
judeo-cristiana y en otras corrientes ideológicas occidentales.[63]
Tal vez ciertas hipótesis de uso común en Argentina tomen el efecto por causa y,
justamente, la figura de los mártires sea, como en otras coordenadas
espacio-temporales, una resultante de un proceso de confrontación violento, un
elemento ideológico que articula voluntades para una práctica política
peligrosa pero moralmente necesaria. En ese proceso, la violencia se convierte
en un medio entre otros de la política.
Auge
y ocaso de la legitimidad de la violencia
En paralelo a la reiteración e
intensificación del ejercicio estudiantil de la violencia, esta adquirió el
status de un medio para la lucha política. Luego, con el declive del movimiento
de lucha, en un escenario signado por el terrorismo de Estado desde 1974, la
confrontación física fue asimilándose enteramente a la represión y a acciones
imprudentes, que sentaban condiciones para un nuevo golpe de Estado. Como puede
verse en algunos pocos ejemplos que se relatan a continuación, la legitimación
se produjo en espejo con el repudio a la represión, celebrando las revueltas
que cuestionaron el orden dictatorial. Tomamos un documento de la Coordinadora
de Agrupaciones Reformistas, enrolada en el Partido Comunista, de fines de mayo
de 1969:
El país se halla conmovido por una profunda crisis
universitaria que ha puesto en movimiento un sentimiento popular acumulado a lo
largo de 3 años de violencia, discriminación, verticalismo, opresión y entrega.
Las contradicciones que hoy desatan la ira ciudadana y
universitaria son inherentes a la concepción de vida que se quiere imponer […].
[…] la dictadura pretende descargar su responsabilidad
declarando que la reacción estudiantil es obra de una "minoría
extremista" proclive a la violencia y que no hay razones valederas para
una explosión […] ignora la justeza de las reclamaciones de los estudiantes,
corroboradas por la amplia solidaridad que las rodea y que proviene de la clase
obrera […] y […] de sus propios docentes, que conviven la frustración de ver
responder a las ideas con las balas...
…en el ejercicio de los derechos, el estudiantado deberá
ganar la calle y enfrentar, si es necesario, la violencia policial con la
acción unida y combativa tal como lo enseñan Rosario y Córdoba. Pero los
reformistas rechazamos la acción provocadora, los métodos aventureros y
sectarios, el terrorismo anarquista que aísla al estudiantado del resto del pueblo.[64]
En la cita notamos la reivindicación comunista de
los levantamientos de Rosario y Córdoba, la cual no implicaba un aval a todo
hecho de violencia popular. Aquí aparecía temprana, y marginalmente, un tópico
que se volvería predominante hacia el final del período que estudiamos: la
disociación entre la violencia popular, justificada, y la de grupos al margen
“aventureros y sectarios”.
Un mes después, el 27 de junio de 1969, los
proto-peronistas de la Unión de Estudiantes del Litoral, de Rosario, emitían un
comunicado sobre las violentas protestas de ese mismo día: "no
constituyeron actos de vandalismo, cuyo objetivo era la destrucción en sí
misma […] fueron actos de repudio de los estudiantes, como parte del pueblo
oprimido contra el imperialismo en nuestro país, representado en los
establecimientos afectados".[65] En
esa misma ciudad, casi un año después, en mayo de 1970, los estudiantes de
Humanidades de la Universidad Católica sostenían que los: “...enfrentamientos
estudiantiles, con las fuerzas policiales […].son una concreción del proceso de
liberación en que se insertan los países subdesarrollados. Los regímenes que
detentan el poder, incapaces de mantener su arbitraria imposición, reprimen
violentamente a quienes se alzan…”[66]
En Tucumán, durante agosto de 1970, se produjo un
evento similar al de Rosario. Tras una jornada de movilización con varios
choques violentos con las fuerzas policiales, el Centro de Estudiantes de
Ciencias Económicas felicitó a los alumnos de su facultad por el alcance del
paro solidario con los educadores provinciales y los trabajadores no docentes
de la UNT.[67] Meses después, el Integralismo publicaba un balance
del Tucumanazo y de los años recientes. Uno de los subtítulos, en línea con
ideas corrientes en la época, rezaba: “La violencia en manos del pueblo no es
la violencia, es justicia”. Asimismo, destacaba que: “Piedras, botellas,
cajones, hondas, etc., cualquier elemento, sirvió para que el pueblo tucumano
demostrara su firme deseo de ‘participar’ en esta ‘revolución’…”,[68]
mofándose de las iniciativas de diálogo lanzadas poco antes por las autoridades
provinciales para aplacar el descontento. Meses después, en febrero de 1971, la
comisión Intercentros, hegemonizada por las izquierdas
guevaristas y maoístas, sostenía: “La solución de los problemas del comedor
universitario; la libertad de los detenidos y la adecuación de los exámenes
[…] serán un triunfo del movimiento estudiantil que estamos dispuestos a
garantizar continuando, profundizando y generalizando las luchas emprendidas
por los estudiantes, obreros y demás sectores populares en mayo y noviembre.”[69]
Los “azos” y sus
mártires eran elementos centrales de la identidad estudiantil, incluso para
fracciones no radicalizadas, como la Unión Nacional Reformista Franja Morada de
Buenos Aires, que el 15 de mayo de 1970 denunciaba el ataque de los derechistas
de Tacuara: “…en momentos en que se realizaba una manifestación de homenaje a los
estudiantes caídos en los sucesos de mayo de 1969 …”[70]
Con el surgimiento y
consolidación de los grupos insurgentes en el escenario político, el movimiento
estudiantil mostró vínculos más contradictorios. Efectivamente, muchos
militantes de Montoneros y del ERP, las dos organizaciones más grandes,
provenían del mundo universitario. Sin embargo, estas corrientes en contados
casos dirigían al movimiento estudiantil. Puede notarse la importancia, aunque
no hegemonía, de los guevaristas en Tucumán, así como una breve preeminencia de
la JUP, enrolada en Montoneros, en la UBA en 1973, pero fracturada a principios
del año siguiente.
En los primeros años se
observa una camaradería no exenta de tensiones. Tomaremos algunos ejemplos de
episodios de 1970 y 1971. En los actos en memoria de Pampillón realizados en
Córdoba y Rosario durante 1970 la prensa consigna las banderas de Montoneros.[71]
En noviembre de 1970 el ERP donó al comedor universitario parte del dinero
robado al Banco Central y los estudiantes lo devolvieron a las autoridades.[72]
En febrero de 1971 el Centro de Estudiantes de Medicina recibió una
contribución similar, celebrada por la mencionada Unión de Estudiantes del
Litoral.[73]
En marzo de 1971, una
manifestación estudiantil llevó su solidaridad hasta la Cárcel de Encauzados en
Córdoba, donde se encontraban detenidos militantes de Montoneros.[74]
Durante el Viborazo está documentada la participación del ERP junto a grupos
estudiantiles en el incendio del Instituto Cultural Argentino Norteamericano.[75]
Para junio contamos las aplaudidas participaciones de oradores del ERP en
asambleas estudiantiles de Córdoba y Tucumán, donde también fueron vivados los
Montoneros.[76]
En agosto un militante del ERP arengó a la concurrencia en la asamblea de la
UNC.[77]
Durante septiembre, esta organización detonó dos bombas panfletarias en la
facultad de Derecho de la UBA.[78]
Para octubre, una militante del ERP tuvo una participación destacada en una
mesa redonda sobre la represión en Filosofía y Letras de Buenos Aires, donde compartía
el foro con otras corrientes.[79]
En noviembre ocurrió un hecho similar, en una mesa sobre “Ciencia y
Dependencia”.[80]
Para diciembre tenemos constancia de la participación de militantes montoneros
en una misa y en un acto estudiantiles-populares en Tucumán.[81]
Asimismo, las crónicas de varias detenciones de presuntos/as integrantes de
estas organizaciones detallan su matriculación como alumnos/as
universitarios/as.
Con posterioridad a la
era de la radicalización sobrevino una etapa de institucionalización del
movimiento estudiantil, en cuya cúspide se ubica la conquista de la federación
porteña por parte de la JUP, aliada al Partido Comunista y a fracciones de
Franja Morada, a fines de 1973. Esta corriente con escasa acumulación previa se
postuló para iniciar varias transformaciones universitarias reclamadas durante
los largos años sesenta, chocando grupos estudiantiles que la apoyaban, con la
disputa interna de su propio gobierno, de su partido y, finalmente, de la misma
agrupación, de donde se escindió el sector Lealtad a principios de 1974.[82]
Meses después, las prácticas represivas iniciadas durante el GAN alcanzaron su
apogeo durante la “Misión Ivanissevich”, inicio del terrorismo de Estado en las
universidades argentinas.
En ese tránsito, los
discursos estudiantiles acerca de la violencia fueron cambiando radicalmente de
eje. Perdieron presencia los “azos”, se redobló la importancia del aspecto
represivo y, bajo la idea de una reciprocidad de la violencia, se intentó
vanamente desescalar el conflicto, marcando las diferencias con las
organizaciones insurgentes. Parte de la tragedia histórica consiste en que los
mismos Montoneros utilizaron ardides que luego se volverían contra ellos. En
marzo de 1974, el rector de la UBA Ernesto Villanueva, afín a la JUP, afirmaba: “… no permitiremos que grupos
tanto de ultraderecha como de ultraizquierda interrumpan el normal desarrollo
de la universidad.”[83]
Meses después, el Movimiento de Orientación Reformista difundía la propuesta
del Partido Comunista: un gobierno de unidad democrática “… integrado por todas
las fuerzas progresistas del país, contrarias al golpismo...”, donde se
integrarían “… si se termina con el terrorismo de derecha”, recordando estar “…
en contra del terrorismo de izquierda, que le hace el juego...”.[84]
Poco
después, en septiembre de 1974, en un acto de la federación porteña Montoneros
anunció su pasaje a la clandestinidad, que tuvo un profundo impacto sobre sus
aliados universitarios.[85] En
el Congreso de la FUA de diciembre 1974, Franja Morada, MNR y FAUDI firmaron
una declaración de repudio al “... terrorismo de los grupos aislados de las
masas populares que confunden al enemigo principal y que consciente o
inconscientemente le hacen el juego a las variantes golpistas…”.[86]
Para
1975 comenzó un acercamiento entre el comunismo y Franja Morada, que abreviaba
una distancia de cinco años, tras la ruptura de la FUA en 1970, y ahondaba la
brecha entre el PC y la JUP. En un documento conjunto afirmaban defender el
orden constitucional frente a: “… la violencia de la derecha, alimentada por la
reacción y la CIA […] y el permanente accionar de sectores de ultraizquierda
que […] [crean] las condiciones necesarias para […] una intentona golpista.”[87]
El
dirigente de Franja Morada Leopoldo Moreau afirmaba que ese pronunciamiento
mostraba un “… movimiento estudiantil serio, alejado del ultraizquierdismo...”,
subrayando “La condena al terrorismo de ultraizquierda y de ultraderecha”, e
incluyendo entre los interlocutores a: “Las Fuerzas Armadas, cuya opinión es
tomada en cuenta para […] el ámbito universitario por las implicancias […] en
relación con […] la guerrilla.”[88]
Estas posiciones fueron sostenidas luego por ex dirigentes de la izquierda
peronista como Juan Manuel Abal Medina y Leonardo Obeid, que se manifestaron
“cerradamente opositora[es] a toda expresión subversiva.”[89]
Días después, la FUA exigía la “… total rectificación de la política
instrumentada y la aplicación de la Ley Universitaria, como camino para que la
‘juventud no se vuelque a la frustración abriendo el campo propicio para el
terrorismo’.”[90]
Palabras finales
En este artículo describimos
la evolución del ejercicio de la violencia política por parte del movimiento
estudiantil y contra el mismo en Argentina entre 1966 y 1976, a partir de datos
cuantitativos y cualitativos de Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Tucumán. Nuestro
análisis arroja seis elementos empíricos y dispara una reflexión general:
-
En línea con una acumulación histórica, el
rechazo de la violencia represiva, estatal o para-estatal, y del militarismo,
fungen como aglutinadores del movimiento estudiantil, marcando líneas
divisorias entre las organizaciones de alumnos y los gobiernos.
-
Con más de 2400 hechos advertimos una
recurrencia del ejercicio estudiantil de la violencia política.
-
Durante algunas etapas o en determinadas
ciudades, las prácticas violentas ocuparon casi la mitad de las formas de acción
colectiva estudiantil, por lo cual deducimos que por momentos varias formas del
ejercicio de la violencia formaban parte de los hábitos de la lucha política,
con límites porosos respecto de formas pacíficas u otras modalidades violentas.
-
Las maneras predominantes de ejercicio
estudiantil de la violencia fueron las modalidades poco organizadas o, en sus picos,
semi-militares: enfrentamientos con la policía, actos relámpago y barricadas.
Estas prácticas ocupan un lugar preponderante en el ciclo de ascenso
estudiantil y popular, de finales de la década de 1960 y principios de la de
1970 y su proliferación coexiste con tácticas represivas frontales, difusas,
reactivas y limpias del Estado argentino.
-
El giro hacia un paradigma contrainsurgente con
mayor gravitación de las fuerzas para-estatales y del trabajo de inteligencia,
comenzado en 1971 y agudizado con el comienzo del terrorismo de Estado en 1974,
tuvo efectos sobre el ejercicio de la violencia estudiantil. Esto resulta
evidente cuando observamos la preponderancia de los ataques armados, formas de
violencia clandestina, sobre el final del período.
-
Los cambios en los enfrentamientos físicos se
corresponden con mutaciones en las ideas sobre la violencia. La figura de los
mártires y la reivindicación de los “azos” predominaron durante la etapa
ascendente. Cerca de esos picos se consolidaron las organizaciones insurgentes
más importantes del país y, con ello, se fueron estableciendo relaciones que
pasaron de una camaradería inicial a la crítica para mediados de los años ’70.
Estos elementos empíricos
contribuyen a comprender con mayor precisión el proceso político argentino de
los años ’60 y ’70. La violencia, como observamos, no era una decisión de
ciertos actores, sino, como en otros puntos del globo, un atributo saliente de
la interacción política, incluso dentro de las clases dominantes, tal cual nos
recuerdan hechos como el bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955 o los choques
entre Azules y Colorados, en 1962.
Las condiciones de existencia
del movimiento estudiantil, donde hicieron sus primeras experiencias militantes
muchas personas luego enroladas en grupos insurgentes, suponían el ejercicio de
determinadas formas de violencia, modalidades mayormente ritualizadas pero,
como recuerda Wieviorka, siempre rebeldes a la regulación. Una política local y
nacional violenta, en un contexto internacional signado por ejemplos de
heroísmo antiimperialista, acunó e inspiró a quiénes intentaron apalancar la
confrontación hacia nuevos niveles y transformar la sociedad. Sus
representaciones sociales, más que llevarlos a determinados cursos de acción,
reflejaban dinámicas propias de la contienda, observables en numerosos ámbitos,
como el universitario.
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Prometeo.
* Docente de la Carrera de Sociología,
UBA e investigador de CONICET con asiento en el Instituto de Historia Argentina
y Americana Dr. Emilio Ravignani.
[1] Sorensen, D. (2007). A Turbulent Decade Remembered: Scenes from
the Latin American Sixties. Stanford: Stanford University Press; Gosse, V. (2005). Rethinkingthe
New Left: An Interpretative History. Nueva York: Palgrave/Macmillan; Seidman, M.
(2018). La revolución imaginaria. París 1968. Madrid: Alianza.
[2] Por ejemplo: Sá
Motta, Rodrigo (2014). As universidades e
o regime militar. Cultura política brasileira e modernização autoritária,
Río de Janeiro: Zahar; Rivas Ontiveros, José René (2007). La
izquierda estudiantil en la UNAM: organizaciones, movilizaciones y liderazgos
(1958-1972). México: Porrúa; Markarian, Vania (2012). El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil entre molotovs y música beat.
Bernal: Universidad Nacional de Quilmes Editora.
[3] Sommier, I. (2009). La violencia revolucionaria. Buenos
Aires: Nueva Visión, p. 9.
[4] Solo mencionando uno
de cada corriente: Fals Borda, O. (1962). La
violencia en Colombia. Bogotá: Iqueima; Germani, G. (2010) “Democracia y
autoritarismo en la sociedad moderna”, en Gino
Germani. La sociedad en cuestión. Buenos Aires: CLACSO-IIGG, pp. 652-695;
Halperín Donghi, T. (1967). Historia
contemporánea de América Latina. Buenos Aires: Alianza.
[5] Entre otros: Marín Juan Carlos (2003). Los hechos armados. Buenos Aires: La Rosa Blindada; Balbé, B. et. al. (2005). Lucha de calles, lucha de clases. Elementos para su análisis (Córdoba
1971-1969). Buenos Aires: CICSO/RyR.
[6] Dos ejemplos: Izaguirre, I. (y cols.) Lucha
de clases, guerra civil y genocidio en Argentina. 1973 – 1983. Buenos
Aires: EUDEBA; Pozzi, Pablo y Schneider, Alejandro (2000). Izquierda y clase obrera: 1969-1976. Eudeba: Buenos Aires.
[7] Actualmente siguen publicándose
elaboraciones de este tipo: Vezzetti, H. (2009). Sobre la violencia revolucionaria: memorias y olvidos. Buenos
Aires: Siglo XXI o Calveiro, P. (2013). Política
y/o violencia una aproximación a la guerrilla de los años setenta. Buenos
Aires: Siglo XXI.
[8] El caso más destacado: Marchessi, A.
(2018). Hacer la revolución: Guerrillas
latinoamericanas, de los años sesenta a la caída del Muro. Buenos Aires:
Siglo XXI.
[9] Entre otros: Barletta, A. (2001). “Peronización de los universitarios
(1966-1973). Elementos para rastrear la constitución de una política
universitaria peronista”. Pensamiento
Universitario n° 9 (pp. 82-89). Bernal; Friedemann, Sergio (2015). La
Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (1973 – 1974). Una reforma
universitaria inconclusa. Tesis de Doctor en Ciencias Sociales. Buenos
Aires: FSOC-UBA; Tortti, María Cristina (2000). “Protesta social y ‘nueva
izquierda’ en la Argentina del ‘Gran Acuerdo Nacional’” en Camarero, H., Pozzi,
P. y Schneider, A. (comps.). De la
Revolución Libertadora al menemismo. Historia social y política argentina
(pp. 129-154). Buenos Aires: Imago Mundi.
[10] Entre otros: Bonavena, P., Califa, J. y Millán M. (2018). “¿Ha muerto la
Reforma? La acción del movimiento estudiantil porteño durante la larga década
de 1966 a 1976”. Archivos de historial
del movimiento obrero y la izquierda n° 12 (pp. 73-95). Buenos Aires;
Califa, J. (2014). Reforma y Revolución.
La radicalización política del movimiento estudiantil de la UBA 1943-1966.
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[11]Califa, J. y Millán, M. (2016). “La represión a las
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de 1966 y 1976”. Iberoamericana n° 9
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1968-1972”. Conflicto Social n° 22
(pp. 175-210). Buenos Aires; Califa, J. y Millán, Mariano (2019). “Las
experiencias estudiantiles durante los ‘azos’ argentinos en perspectiva
latinoamericana”. Contenciosa n° 9
(pp. 1-19). Buenos Aires; Califa, J. y Millán, M. (2019). “La lucha estudiantil
en Buenos Aires y Córdoba entre 1966 y 1975. Un análisis comparativo” en
Gordillo, M. (Comp.) 1969. A cincuenta
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Califa, J. y Millán, M. (2020). “De la resistencia universitaria a la rebelión
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la universidad y la política: los movimientos estudiantiles de Corrientes y
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universitario santafesino durante la segunda mitad de los años sesenta y sus
vinculaciones con el surgimiento de las organizaciones político-militares en el
ámbito local. Tesis de Doctorado. Paraná: UNER.
[12] Casos paradigmáticos: Santucho, J. (2011). Los
últimos guevaristas. La guerrilla marxista en la Argentina. Buenos Aire:
Zeta; Gillespie, R. (1987). Soldados de
Perón. Los Montoneros. Buenos Aires: Grijalbo.
[13] Bonavena, P. (1990/2). Las luchas estudiantiles en Argentina
1966/1976. Informe de Beca de Perfeccionamiento, Secretaría de Ciencia y
Técnica, Universidad de Buenos Aires. De aquí en más BDB.
[14] La tarea de codificación fue realizada
por Pablo Bonavena, Juan Sebastián Califa y el autor.
[15] Las otras formas de acción fueron
condensadas en otras tres categorías complejas: “Declaraciones y/o
comunicados”; “Acción institucionalizada” (conferencia de prensa, acto,
asamblea, huelga de hambre, huelga universitaria de escala nacional, local o
por unidad académica) y “Acción directa sin violencia” (marcha, movilización,
concentración y toma sin control del edificio).
[16] Millán, Mariano
(2018). “El lugar de la Reforma del 18 en la evolución de las formas de lucha
estudiantil en Argentina”. Hic Rhodus n°14 (pp. 31-47). Buenos Aires.
[17] Echeverría, Olga. (2018). “El proceso de la Reforma
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la democratización y el anticomunismo (décadas de 1920 y 1930)”, Mauro, D. y
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[18] González Calleja, E. (2017). Asalto al poder. La violencia política
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[19] Wieviorka, M. (2018). La violencia. Buenos Aires: Prometeo,
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[20] Mc Adam, D.,
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[21] Tilly, Ch. (2007). Violencia colectiva. Barcelona: Hacer, pp. 84/5.
[22] Tcach, C. (2012). “Movimiento
estudiantil e intelectualidad reformista en Argentina 1918- 1946”. Cuadernos de Historia n° 37 (pp.
131-157). Santiago de Chile.
[23] Millán, M. y Seia, G. (2019). “El
movimiento estudiantil como sujeto de conflicto social en Argentina
(1871-2019). Apuntes para una mirada de larga duración”. Entramados y Perspectivas n° 9 (pp. 124-166). Buenos Aires.
[24] Buchbinder, P. (2018).
“El movimiento estudiantil argentino: aportes para una visión global de su evolución
en el siglo XX”. Archivos de historia del
movimiento obrero y la izquierda n° 12 (pp. 11-32). Buenos Aires.
[25] Sobre este proceso puede leerse:
Califa, J.S. Reforma y revolución. La
radicalización política del movimiento estudiantil de la UBA 1943-1966. op. cit.
[26] Millán, M. “Reforma, revolución y
contrarrevolución. El movimiento estudiantil argentino entre laica o libre y la
misión Ivanissevich, 1956-1974”, op. cit.
[27] Califa, J.S. Reforma y Revolución. La radicalización política del
movimiento estudiantil de la UBA 1943-1966. op. cit. y
Manzano, V. (2009). “Las batallas de los ‘laicos’: movilización estudiantil en
Buenos Aires, septiembre-octubre de 1958”. Boletín
del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani n° 31
(pp. 123-150). Buenos Aires.
[28] Cersósimo, F. (2018). “Impugnadores en tiempos de Guerra
Fría. La Reforma Universitaria como puerta de entrada del comunismo en
Argentina” en Mauro, D. y Zanca, J. (comp.). La Reforma Universitaria cuestionada, (pp. 131-154). Rosario: HyA.
[29] Brands, H. (2012). Latin
America’s Coldwar. Boston: Harvard.
[30] Rot, G. (2010). Los orígenes perdidos de la guerrilla en Argentina. Buenos Aires:
Waldhuter, pp. 197 y ss.
[31] Tcach, C. y Rodríguez, C. (2011). Arturo Illia: un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados
Unidos en el golpe militar de 1966. Buenos Aires: Edhasa.
[32] Califa, J. y Millán, M. (2016). “La represión a las
universidades y al movimiento estudiantil argentino entre los golpes de Estado
de 1966 y 1976”. Iberoamericana n° 9 (pp.10-38). Madrid.
[33] Della Porta, D.
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Italy and Germany. Cambridge:
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[34] Califa, J. y Seia, G.
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[35] Marighella, C. (1971). “Minimanual del
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[36] Fernández, J., et. al.
(2013). “Aportes para el estudio de los levantamientos de masas en Argentina
entre 1968 y 1974”. Ponencia presentada en las VII Jornadas de Jóvenes Investigadores. Buenos Aires: IIGG.
[37] Bonavena, P. et. al. (1998). Orígenes y
desarrollo de la guerra civil en Argentina. Buenos Aires: EUDEBA, p. 62.
[38] Millán, M. Entre la
universidad y la política: los movimientos estudiantiles de Corrientes y Resistencia,
Rosario, Córdoba y Tucumán durante la "Revolución Argentina"
[1966-1973]. op. cit.
[39] Algunas descripciones
de los hechos: Balvé, B. y Balvé, B. (2005). El ‘69: huelga política de masas:
Rosariazo, Cordobazo, Rosariazo. Buenos Aires: Razón y Revolución; Crenzel,
E. (1997). El Tucumanazo. Tucumán:
Universidad Nacional de Tucumán.
[40] Kausky, K. (1975). “Una nueva
estrategia” en AAVV. Debate sobre la
huelga de masas (pp. 189–228). México: Pasado y Presente. Primera Parte. p.
221.
[41] Tilly, Ch. Violencia colectiva. op. cit.
; Dela Porta, D. Social movements,
Political and the state. A
comparative analysis of Italy and Germany, op. cit., p. 4.
[42] Iglesias. A. (2014). La batalla de Rosario. El movimiento
estudiantil universitario del Rosariazo a través de la construcción de la
prensa gráfica y las publicaciones periódicas. Tesis de Licenciatura en
Historia. Buenos Aires: FFyL-UBA.
[43] Agulla, J. (1969). Diagnóstico social de una crisis. Córdoba, mayo de 1969. Buenos
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[44] Marín, J. (2003). Los hechos armados. Buenos Aires: La Rosa Blindada, pp. 81-87.
[45] La cifra corresponde a Izaguirre, I.
(2011). “La Universidad y el Estado terrorista. La Misión
Ivanisevich” Conflicto Social nº 5
(pp. 287-303). Buenos Aires.
[46] Dip, N. Libros y alpargatas… op. cit.
[47] Dela Porta, D. Social movements, Political and the state.
A comparative analysis of Italy and
Germany. op. cit. p. 4.
[48] Se trata de transcripciones corregidas
de la fuente secundaria.
[49]BDB, agosto 1966, pp. 7, 40 y 51/2.
[50] BDB, febrero 1970, pp. 1/2.
[51] BDB, abril 1972, pp. 12/9, y mayo, pp.
2/3.
[52] BDB, octubre 1973, pp. 20/1.
[53] Millán, M. (2018). “Las resistencias
estudiantiles frente a la intervención universitaria de 1966. Un análisis
comparado de la UBA y de la UNC”. Contemporánea
n ° 9 (pp. 51-74). Montevideo.
[54] BDB, septiembre de 1966, p. 63.
[55] BDB, septiembre de 1966, p. 65.
[56] BDB, septiembre de 1966, p. 74.
[57] Bonavena, P. y Millán, M. (2018). “El
movimiento estudiantil argentino durante 1967 ¿el año perdido?”, en Buchbinder,
P. (Coord.). Juventudes universitarias en
América Latina (pp. 251-279). Rosario: HyA.
[58] BDB, septiembre de 1969, p. 9.
[59] BDB, septiembre de 1972, p. 14.
[60] Por ejemplo: Anzorena, O. (1998). Tiempo de violencia y utopía (1966-1976).
Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional.
[61] Traverso, E. (2018). Melancolía de izquierda. Buenos Aires:
FCE, pp. 88/90.
[62] Una obra destacada: Ollier, M. (2005) Golpe o revolución. La violencia legitimada,
Argentina 1966-1973. Buenos Aires: EDUNTREF.
[63] Scavino, D. (2018). El sueño de los mártires. Meditaciones sobre una guerra actual.
Barcelona: Anagrama.
[64] BDB, mayo 1969, pp. 93/5.
[65] BDB, junio 1969, p. 19.
[66] BDB, mayo 1970, p.36.
[67] BDB, agosto 1970, pp. 9/10.
[68] BDB, diciembre 1970, pp. 6/9.
[69] BDB, febrero 1971, p. 4.
[70] BDB, mayo 1970, p. 21.
[71] BDB, septiembre 1970, pp. 10/1.
[72] BDB, noviembre 1970, pp. 23/4.
[73] BDB, febrero 1971, pp. 21 y 24.
[74] BDB, marzo 1971, p. 6.
[75] BDB, marzo 1971, p. 26.
[76] BDB, junio 1971, pp. 13 y 23.
[77] BDB, agosto 1971, p. 14.
[78] BDB, septiembre 1971, p. 19.
[79] BDB, octubre 1971, p. 19.
[80] BDB, noviembre 1971, p. 10.
[81] BDB, diciembre 1971, pp. 6 y 19.
[82] Bonavena, P., Califa, J.S. y Millán, M.
“¿Ha muerto la reforma?...” op. cit.
[83] La
Opinión (1974). “Garantizamos el orden, dijo Villanueva”. Buenos Aires,
19/3.
[84] La
Opinión (1974). “El Partido Comunista propone un gabinete de coalición”.
Buenos Aires, 25/6.
[85] Millán, M. (2017). “La Juventud Universitaria Peronista en
las memorias de la militancia estudiantil reformista y marxista de la UBA, 1973
– 1976”. Historia Voces y Memoria nº
10 (pp. 49-63). Buenos Aires.
[86] Nueva
Hora (1975). “El congreso de la FUA”. Buenos Aires, 24/12-05/01.
[87] La
Opinión (1975). “Produjo un documento común el estudiantado radical y
comunista”. Buenos Aires, 2/10.
[88] Moreau, L. (1975). “Se busca dar la imagen de
una propuesta seria”, en La Opinión. Buenos
Aires, 2/10.
[89] La
Opinión (1975). “Surge un sector legal del peronismo juvenil”. Buenos
Aires, 16/11.
[90] La
Opinión (1975). “Condena universitaria al terrorismo de ambos signos”.
Buenos Aires, 13/12.
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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
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