Cuadernos de Marte
AÑO
10 / N° 17 Julio - Diciembre 2019
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Prácticas discursivas y violencia revolucionaria del
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, durante el período 1963-1970
Discursive practices and
revolutionary violence of the National Liberation Movement-Tupamaros, during
the period 1963-1970
Martínez Ruesta,
Manuel *
Universidad de
Buenos Aires
Recibido: 27/2/2019 - Aceptado: 25/10/2019
Cita sugerida: Martínez
Ruesta, M. (2019). Prácticas discursivas y violencia revolucionaria del
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros durante el período 1963-1970. Cuadernos
de Marte, 0(17), 269-300. Recuperado de https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/cuadernosdemarte/article/view/5142/4265
Resumen
En los albores de la década de 1960, el
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) irrumpió en la arena
política uruguaya. A partir de promover una estrategia armada tuvo que hilvanar
un conjunto de prácticas y símbolos que justificasen aquel proyecto
revolucionario; más aun teniendo en consideración que la lucha que arengaban
era contra un Estado elegido democráticamente, y en un país cuya población
tenía que remontarse al Golpe de Estado de Gabriel Terra (1933) para recordar
un episodio de matriz violenta.
Frente a dicho panorama -si bien la crisis económica iniciada
en la década del cincuenta y cierta degradación de los partidos tradicionales
permitían augurar importantes estallidos sociales-, los Tupamaros debieron
resolver ciertas incertidumbres: ¿Qué estrategias implementar para “quitarle la
máscara democrática” a un gobierno que decía defender los intereses de todos
los uruguayos? ¿Cómo superar el cerco mediático y la censura estatal para
lograr transmitir el mensaje revolucionario a la población?
Éstas y otras incógnitas son las que intentaremos dilucidar;
para tal fin realizaremos un análisis de documentos producidos por el MLN-T y
de sus acciones propiamente dichas, así como también utilizaremos bibliografía
referida tanto al contexto político, social y económico que atravesaba, como
específicamente sobre el movimiento tupamaro.
Palabras claves
MLN-Tupamaros, prácticas revolucionarias, década de 1960,
Uruguay
Abstract
In the dawn of the 1960s, the
National Liberation Movement-Tupamaros (MLN-T) broke into the Uruguayan
political arena. Based on the promotion of an armed strategy, Tupamaros had to
work out a set of practices and symbols that would justify that revolutionary
project; even more considering that the fight they harangued was against a
democratically elected State in a country whose population had to go back to
Gabriel Terra's Coup d'Etat (1933) in order to remember an episode with a
violent matrix.
Faced with this panorama -although
the economic crisis that began in the 1950s and some degradation of traditional
parties allowed to foresee important social outbursts-, the Tupamaros had to
resolve some uncertainties such as: What strategies should be implemented in
order to "remove the democratic mask" from a government that claimed
to defend the interests of all Uruguayans? How to overcome the media siege and
state censorship in order to transmit the revolutionary message to the
population?
On this article, we will try to
figure out these and other questions. In order to do this, we will carry out an
analysis of documents produced by the MLN-T and its actions, we will use
bibliography referring to the political, social and economic context as well as
specializedworks on the tupamaro movement.
Key words
MLN-Tupamaros, revolutionary
practices, 1960s, Uruguay
Introducción
Desde sus orígenes, en 1963, los heterogéneos integrantes del
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) se unieron con la clara
intención de dejar atrás lo que a su entender eran dos de los mayores males de
la izquierda tradicional uruguaya: el reformismo parlamentario y el verbalismo paralizador
e intrascendente. Frente a un Estado clasista que se volvía cada día más
autoritario, violento y corrupto era imperdonable gastar energías en discusiones
teóricas interminables; “había que hacer”; lo cual implicaba utilizar la
violencia revolucionaria.[1]
A partir de dicho diagnóstico la frase “las acciones nos unen, las palabras nos separan”, adjudicada a Raúl
Sendic –uno de sus fundadores-, se trasformó en una insignia que los Tupamaros
no solo no abandonaron en ningún momento, sino que con el paso de los años
buscaron afianzar y profundizar. Desde su accionar se posicionaron, tanto
frente a la izquierda tradicional como al resto del arco social, con una
práctica política que se proponía utilizar los crecientes descontentos de las
masas para señalar las limitaciones del reformismo, al cual veían atrapado en
una lucha por la justicia social a través de las instituciones de la democracia
liberal burguesa. Ésta, gracias a un Poder Judicial corrupto, los grandes medios
de comunicación acólitos[2]
y la abierta represión policial, se volvía una estructura cuasi infranqueable a
las demandas populares sin la utilización de la violencia revolucionaria; en
consecuencia, la lucha armada era a la vez una respuesta y un plan político
ineludible.
Perspectiva, en gran parte influenciada por los filósofos
anarquistas del siglo XIX; al respecto cabe recordar unas palabras de Mijail Alejandrovich
Bakunin:
Con toda seguridad, la
emancipación de los trabajadores podría darse sin violencia si la burguesía
tuviera por propia iniciativa un 4 de agosto, si estuviera a disposición de
renunciar a sus privilegios y a devolver a los trabajadores sus derechos sobre
el capital. Pero el egoísmo y la ceguera burguesa son tan inveterados que uno
sería un gran optimista esperando que el problema social pudiera ser
solucionado mediante un mutuo entendimiento entre los privilegiados y los
desposeídos.[3]
A modo de síntesis, es plausible plantear que el MLN-T
legitimó su proceder desde la perspectiva de que su actividad estaba
determinada por la naturaleza de clase del Estado, que empujaba a los sectores
populares a la violencia política para obtener justicia social, soberanía
nacional y libertades civiles. La democracia, desde su perspectiva, no solamente
resultaba ser un régimen imperfecto, sino que abiertamente se presentaba como
una institución de dominio (coerción) cuyo fin último era mantener y legitimar
la primacía de clase.
Tanto en documentos internos, manifiestos o proclamas, el
movimiento enfatizó la necesidad de implementar la lucha armada, el valor de la
acción y la práctica revolucionaria por sobre la retórica parlamentaria. En el Manifiesto a la opinión pública sostenía:
No respetamos más
vuestro orden. No aceptamos más nuestra situación de marginados. Ahora exigimos
el derecho a forjar nuestro destino y garantizarnos ese derecho armas en mano.
Hace ya tiempo que el
pueblo oriental decidió empezar a contestar los golpes que venía recibiendo. La
guerra represiva tendrá la única respuesta posible: nuestra guerra
revolucionaria. En esa tarea estamos.[4]
Tras dicho planteo lleno de intenciones, la organización tuvo
varias tareas perentorias por delante: ¿Cómo legitimar su violencia
revolucionaria frente a un gobierno que se decía democrático y representativo? ¿Qué
estrategias utilizar para desbaratar la perspectiva instalada por los partidos
tradicionales –Blanco y Colorado- de que Uruguay seguía siendo “la Suiza de
América”? ¿Cómo demostrar los intereses espurios de la clase gobernante?
A su vez, desde las limitaciones comunicacionales que genera
ser un movimiento clandestino ¿Cuáles serían los canales y medios para hacer
llegar su mensaje a la población? La táctica elegida para responder dichas
inquietudes fue la lucha ideológica y simbólica, más que armada y no sólo
verbalista y panfletaria. Al respecto, en pleno fragor de los hechos, el
ensayista Carlos Real de Azúa planteaba: “ni `guerrilla` entonces, ni `guerra
abierta` ni siquiera siempre `lucha armada`, sino, más bien, `lucha con armas`,
la acción concreta del movimiento tupamaro no carece de rasgos que la peculiarizan
enérgicamente”.[5]
En cuanto al recorte temporal realizado en el presente
artículo cabe mencionar dos importantes aclaraciones. En primer lugar, durante
el período que estamos trabajando podemos marcar dos grandes etapas dentro del
movimiento tupamaro: 1963-1966 y 1966-1970. Una germinal que se caracterizó por
un crecimiento y construcción “hacia adentro”-el tiempo del silencio y la
clandestinidad absoluta-; en donde los ejes estaban dirigidos a consolidar el
núcleo de trabajo, las ideas, las estrategias[6]
y los materiales necesarios –armas, locales, documentos falsos, etc.- antes de
darse a conocer abiertamente e iniciar el camino de la toma del poder[7].Esta, abruptamente
cortada por un enfrentamiento no planeado con la policía en diciembre de 1966,
dio paso a una fase de clara acción propagandística y de exposición—unir,
educar y politizar-; razón por la cual corresponden a dicha etapa la gran
mayoría de los documentos, proclamas y acciones de envergadura firmadas con el
nombre MLN-Tupamaros.
La segunda aclaración está vinculada con el proceder del
movimiento, en cuanto a tácticas, estrategias discursivas y prácticas, ya que
este no fue unísono a lo largo de su existir. Retomando la perspectiva de
especialistas como Alain Labrousse, Clara Aldrighi y Eduardo Rey Tristán, es
posible señalar que existió un cambio de actitud por parte del MLN-T en cuanto
al respeto por la vida del enemigo, a partir del asesinato del agente Carlos
Zembrano, en noviembre de 1969; como represalia por su actuación en los sucesos
de Pando (8/10/1969),[8]
en los que éste habría sido responsable de la ejecución de tres tupamaros.
Desde aquel momento se estableció una estrategia de contraataque y castigo, con
el propósito de que el Estado abandonase aquellas prácticas terroristas. Dicho
acto marcó el paulatino fin de la “violencia cortés”; sería un proceso lento
pero continuo –con constantes cambios dentro del Comité Ejecutivo- que se
aceleraría al año siguiente con acciones como los asesinatos del agente de la
CIA (Central Intelligence Agency) Dan
Anthony Mitrione y el Comisario Héctor Morán Charquero, ambos acusados de
practicar torturas a presos políticos. Es desde este parámetro que el presente
trabajo se limitará a examinar el período 1963-1970, haciendo un fuerte énfasis
en la etapa 1966-1970.
Por último, en pos de enriquecer la perspectiva de análisis
sobre la conformación del movimiento tupamaro, sus metodologías y prédicas
discursivas, creemos pertinente realizar una pequeña contextualización tanto
desde el plano nacional como el internacional.
A nivel local, la victoria del Partido Nacional, en la
elección presidencial de 1958 marcó no sólo el fin de la hegemonía colorada[9]
sino el inicial abandono del modelo neobatllista;[10]
situación fuertemente influenciada por el desarrollo económico de parte de Europa
–plan Marshall mediante- y la reestructuración de la división mundial del
trabajo.
Desde aquel momento y a
lo largo del período seleccionado en el presente trabajo, si bien con sus idas
y venidas,[11] tanto
los gobiernos blancos (1959-1963 y 1963-1967)[12] como el colorado (1967-1972)[13]
reflejaron el lento camino hacia la apertura externa, el acercamiento con
elFondo Monetario Internacional (FMI)y la liberación de la economía. Política
macroeconómica que se establecería definitivamente bajo el gobierno cívico
militar (1973-1985).
En sintonía con un complejo
panorama económico,[14]
a partir del primer gobierno blanco un clima de violencia callejera, impartida
por grupos nacionalistas anticomunistas y antisemitas, empezó a enturbiar la
apacible democracia uruguaya; los primeros casos que dejaron perpleja a la sociedad
fueron el asesinato del Profesor Arbelio Ramírez (1961) y las vejaciones a
Soledad Barrett Viedma (julio de 1962).
Aquella violencia
también se trasladó a las prácticas estatales. Desde 1959 comenzó a ser habitual
la utilización de la legislación de emergencia -principalmente a partir de las
Medidas Prontas de Seguridad (MPS)-,[15]
la limitación de derechos civiles mediante decretos y ordenanzas, la abierta
represión a manifestantes,[16]
y las clausuras de diversos periódicos y semanarios de izquierda; a su vez, las
denuncias por malos tratos y torturas a presos políticos en comisarías y
cárceles pasaron a ser una constante.[17]
Por otra parte, dentro de la izquierda oriental se precipitó
el abandono del perfil parlamentario de varios de sus simpatizantes. Esta
situación, que estimuló la aparición y el desarrollo de grupos armados,[18]
estuvo fuertemente incentivada tanto por los magros resultados electorales del
Partido Socialista en 1962 y 1966, el aumento de las políticas represivas de los
gobiernos blancos y colorado, como por el cambio de paradigma del Partido Comunista
tras su XVII Congreso, de 1958; en donde se planteó el carácter democrático y
antiimperialista de la revolución uruguaya como etapa previa al socialismo.[19]
A este complejo panorama nacional cabe sumar algunos
episodios internacionales que ineludiblemente repercutieron –con diferentes
magnitudes e intensidades- en el suelo local. Estos son la interrupción de los
gobiernos democráticos en Argentina, Brasil y Paraguay (1954, 55, 62, 64 y 66),
el Concilio Vaticano II (1962-1965), el XX Congreso del Partido Comunista de la
Unión Soviética (PCUS) en 1956, la masacre de Tlatelolco en México (1968), la
victoria de la Unidad Popular en Chile (1970) y los procesos de descolonización
en Asia y África;[20]
sin perder de vista la guerra fría, la cual fue un manto que permeó todo el período.
Fuera de dichos sucesos, por la problemática abordada en este
artículo, sin lugar a dudas la revolución cubana de 1959,[21]
marcó un antes y un después en la lógica política del período. Lo acontecido en
la isla propició el debate acerca de “La Revolución”, el carácter de ésta (revolución
socialista o revolución por etapas); sus estrategias de lucha (guerra popular
prolongada o guerrilla con un desarrollo de la lucha de masas); las formas de
llegar al poder (partido marxista leninista, vanguardia o guerrilla) y, el
escenario revolucionario (primacía del campo o la ciudad).
En alusión a aquellas diferencias programáticas, Fidel
Castro, durante su discurso de clausura de la primera conferencia de la
Organización Latinoamericana de Solidaridad, en 1967, planteó:
¿Debemos acaso decir que
la conferencia ha resultado una gran victoria ideológica? Sí, esa es nuestra
opinión. ¿Quiere esto acaso decir que los acuerdos se lograron sin lucha
ideológica? No, los acuerdos no se lograron sin lucha ideológica. ¿Son unánimes
los criterios, o el apoyo a esta declaración aquí leída? Sí, fue unánime.
¿Representa criterios unánimes? No, no representa criterios unánimes. En
diversos aspectos, algunas de las delegaciones aquí presentes tenían reservas y
expresaron sus reservas.[22]
Particularmente para el MLN-T, un movimiento que en todo
momento reconoció la influencia cubana,[23]
uno de los ejes que más recelo generó en su interior fueron las críticas que
diversas figuras de la corriente castrista impulsaron contra las guerrillas
urbanas.[24]
Según Regis Debray, el mismo Fidel Castro caracterizó la ciudad como “un
cementerio de los revolucionarios y de recursos”;[25]
a su vez, referentes como Ernesto “Che” Guevara y Carlos Marighella le
confirieron un papel secundario de colaboradoras y subsidiarias de las rurales.[26]
Mientras que Debray sostuvo que a su juicio “las montañas” -es decir la
guerrilla rural- podrían “proletarizar” al campesino y hasta al burgués,
mientras que la ciudad “aburguesaba” hasta al proletario.[27]
Amparada en aquellas improntas la teoría del foco guerrillero rural se
mantuvo en auge hasta el asesinato de Guevara en 1967; durante aquel período, a
lo largo y ancho de América distintos grupos armados tendieron -con
heterogéneos resultados- a imitar la experiencia cubana.[28]
Ahora bien, bajo dicho panorama contextual cabe preguntarse el porqué de la
estrategia rupturista tupamara; “la más vieja y más importante guerrilla urbana
en Latinoamérica”, como la catalogó Roberto Lamberg en 1971.[29]
Al respecto, es posible mencionar tres elementos que influyeron
decisivamente en la decisión final. En primer lugar el geográfico; Uruguay
carece de una “sierra Maestra”.[30]
En segundo, la importante cantidad de experiencias rurales fallidas que
tuvieron lugar en territorios próximos a la Capital oriental.
En alusión a éste punto, en su último trabajo, el historiador Aldo Marchesi[31]
planteó que como Montevideo -a principios de la década de 1960- actuó como un
espacio de refugio para los miembros de los grupos armados de países vecinos,
algunos integrantes del por entonces “Coordinador” tuvieron la oportunidad de
dialogar y hasta participar de cursos brindados por migrantes de la talla de
Ciro Bustos –miembro del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP)-[32]
y Leonel Brizola,[33]
entre otros; lo que les permitió conocer de primera mano los avatares de sus
experiencias y las limitaciones del foco rural cubano.[34]
Por último, otro factor que estimuló la construcción de un grupo armado en
“la jungla de asfalto” fue el conocimiento de experiencias victoriosas de lucha
urbana en otras latitudes del mundo. Al respeto, Mauricio Rosencof –alias
Urbano-, ante la pregunta del periodista Leopoldo Madrugi ¿Por qué el MLN-T
optó por la vía urbana?, respondió:
Hubo un período en que
se veía a la guerrilla urbana como guerrilla de apoyo logístico,
comunicaciones, armas, dinero, etc., a lo que debía ser el foco central: la
guerrilla rural. Esta concepción fue polemizada por el MLN, que se nutría no
sólo del análisis de la situación nacional, donde las posibilidades de una
guerrilla rural son prácticamente nulas -no existen grandes selvas, ni
montañas- sino, además, de algunos antecedentes donde el desarrollo de la lucha
en las ciudades daba un marco de acción sobre bases de leyes propias, muy
interesante.
La resistencia francesa
a la ocupación nazi; la lucha de los argelinos que, aunque se desarrolló
fundamentalmente en las montañas, alcanzó un nivel propio en la ciudad; y un
ejemplo que, por su metodología, por circunscribirse estrictamente a las
ciudades fue útil como experiencia al Movimiento, fue la que libraron los
judíos contra los ingleses y que, de alguna manera, está contenida en un
librito que se llama “Rebelión en Tierra Santa”.
Con estos elementos se
estimó posible, entonces, iniciar la experiencia en América Latina de una
guerrilla que estuviese focalizada precisamente en la ciudad y no en el campo.[35]
En forma de síntesis es posible señalar que a
pesar de ser un movimiento con fuerte anclaje en la Revolución Cubana, esto no
lo condicionó sobremanera a la hora de decidir el camino para emprender la
lucha armada. Ésta, por las condiciones específicas del Uruguay y por la
información recabada sobre otras experiencias revolucionarias, debía ser
urbana; específicamente en Montevideo, núcleo neurálgico de la vida política
del país. Y así lo dejaron asentado en su Documento
1, de junio de 1967.
Desarrollo
Antes de comenzar a desgranar las estrategias y prácticas
revolucionarias emprendidas por el MLN-T es menester señalar, aunque sea
someramente, cuáles fueron los lineamientos ideológicos que estimularon aquel
proceder.
A partir de analizar los Documentos
1, 2 y el Programa de gobierno revolucionario (1967, 1968 y 1971
respectivamente) es posible establecer que los Tupamaros poseyeron una praxis
basada en un programa mínimo: 1) Negación de la posibilidad de acceder al poder
por vías pacíficas. 2) Necesidad de la lucha armada y de su preparación
inmediata. 3) La acción como promotora de la conciencia y la unidad
revolucionaria. 4) Discurso que entrelazaba una perspectiva nacionalista –con
una clara dimensión latinoamericana vinculada a “la Patria grande” promovida
por el artiguismo-, con un heterodoxo socialismo y un marcado antiimperialismo.
5) La necesidad de definir la línea propia por la acción afirmativa y no por la
negación sistematizada de las ajenas.[36] En este sentido, y
retomando la perspectiva del politólogo Francisco Panizza, la especificidad de
la práctica comunicacional tupamara consistía en que sus “signos”, a diferencia
de los signos producidos por formas de comunicación más “tradicionales”
(folletos, actos públicos, etc.), no consistían en un lenguaje oral o escrito
sino en sus propias acciones armadas.[37]
Ahora bien, ¿qué entendían éstos por acciones
revolucionarias? En cuanto a sus acciones o medios tácticos con miras a la
victoria revolucionaria y eventual toma del poder, el movimiento planteó una
subdivisión compuesta por: sabotaje, ataque a integrantes de las fuerzas
represivas, represalia, atentado dinamitero, pertrechamiento, copamiento de
domicilios, propaganda armada, secuestros y cárcel revolucionaria.[38]
Con sus acciones el MLN-T buscó generar
conciencia revolucionaria y justificar frente a la población su estrategia de
lucha armada; a la vez que deslegitimar y demarcar al enemigo: Estado burgués,
capitalista y pro norteamericano. Desde dicha práctica se propuso desalentar la
estrategia discursiva esgrimida por el Estado -deudora del sociólogo Max Weber-[39]
a partir de la cual éste era el que poseía el monopolio legítimo de la coacción
física; por definición entonces, y a contrario
sensu, toda violencia que no fuese estatal era ilegítima y sus ejecutantes
unos meros “delincuentes” o “bandoleros”.
En alusión a las causas de su insurgencia y con una clara
estrategia reivindicativa, en el documento Carta
abierta a la Policía, los Tupamaros plantearon:
Nos
hemos colocado al margen de la ley. Es la única ubicación honesta cuando la ley
no es igual para todos; cuando la ley está para defender los intereses espurios
de una minoría en perjuicio de la mayoría; cuando la ley está contra el
progreso del país; cuando incluso quienes la han creado se colocan impunemente
al margen de ella cada vez que les conviene. Para nosotros ha sonado
definitivamente la hora de la rebelión y ha terminado la hora de la paciencia.[40]
Por
otra parte, continuando con la campaña de deslegitimación, otro de los
enunciados que el MLN-T implementó con miras a “quitarle su máscara
democrática”[41]
al Estado uruguayo fue el de identificar y denunciar los distintos tipos de
violencia a los que éste acudía para acallar las cada vez más frecuentes manifestaciones
sociales de descontento.
Frente
a los grandes medios de comunicación, que acusaban a los miembros del MLN-T de
ser “terroristas” y “extremistas”[42] que atacaban a un
gobierno libremente elegido por el pueblo, éstos aducían que había una
“violencia encubierta” pues las necesidades básicas de los sectores más
humildes no eran satisfechas, la justicia era corrupta, discriminadora y
desigual, y el modelo económico sólo tenía por fin seguir enriqueciendo a un
minúsculo sector de la sociedad a costa del pueblo trabajador. La libertad de
acción que el sistema democrático burgués ofrecía a los ciudadanos uruguayos
era la del súbdito que debe obedecer servilmente a un Estado que lo asfixia, y
al que no debe cuestionar bajo ninguna circunstancia so pena de ser censurado y
castigado.[43]
Desde
la perspectiva tupamara aquella “violencia encubierta” había logrado ser
morigerada gracias al modelo político económico desplegado por el Batllismo,
llegando a despertar un consenso cuasi generalizado; pero con el devenir de la
crisis económica toda la pirámide comenzaba a tambalearse, lo que provocaba que
la cúpula dirigencial –agropecuaria, financiera e industrial, todos acompasados
con el capital externo norteamericano-[44], frente al miedo de
perderlo todo, estuviese dispuesta a implementar la “violencia directa”. El
progresivo deterioro en la forma de resolver conflictos produjo una ruptura con
lo que José Guerrero Martín[45] denominó “práctico
sistema monocolor”; en sintonía con dicha interpretación Luis Costa Bonino[46] vio en el histórico y
continuamente refrendado acuerdo entre los Partidos Colorado y Nacional–Pacto
de la Cruz de 1897, reformas constitucionales de 1952 y 1966, entre otros
ejemplos- uno de los elementos fundamentales que los imposibilitaron adaptarse
al cambio necesario para afrontar la crisis económica; aquella inmutabilidad atada
a los acuerdos interpartidarios y al status
quo, estimuló que cada vez con mayor frecuencia el Estado utilizase la
“violencia directa” como mecanismo para acallar los reclamos de la población[47].
En
oposición a aquellas “violencias” el movimiento tupamaro buscó establecer lo
que Real de Azúa[48]
denominó como “violencia cortés”; la cual se caracterizó por presentar sesgos
de humor, amabilidad y un cuidadoso trabajo de preparación y meticulosidad,
entre otros rasgos.
Para
refrendar la descripción realizada por Real de Azúa cabe recordar la expropiación
realizada al casino San Rafael de Punta del Este, durante el carnaval de
1969. La misma duró diez minutos, se
extrajeron más de medio millón de dólares y no se disparó una bala; con la
particularidad de que posteriormente, los perpetradores se enteraron que parte
del botín estaba compuesto por las propinas de los empleados, razón por la cual
mediante un comunicado a la opinión pública señalaron que si se les daban las
garantías correspondientes, estaban dispuestos a devolver dicha suma, ya que
“ellos sabían diferenciar entre los bienes de la burguesía y los del pueblo”.[49]
En
sintonía con esta apreciación, en relación con el accionar de los Tupamaros, el
periodista Carlos Núñez expresaba en 1969:
Tras dos asaltos a sucursales bancarias
realizadas en mayo último, algunos cronistas preguntaron al Jefe de policía de
Montevideo si existían evidencias que responsabilizaran de ellos a los
Tupamaros; el jerarca respondió, increíblemente que aun cuando no existían
pruebas concretas ´la perfecta organización, la buena educación con que
actuaron los asaltantes y el toque humano` puestos en evidencia en esas
acciones, hacían suponer que eran efectivamente obra del MLN.[50]
Por
otra parte, si bien aquella violencia revolucionaria era “cortés”, no dejaba de
ser un tipo de violencia que debía ser justificada ante los ojos de la
población, para que esta la refrendase. Sumado a que si el mensaje que se
buscaba transmitir no era absorbido correctamente, el discurso cuasi monopólico
estatal –que, como ya señalamos, los catalogaba de simples reos, bandidos y
agentes desestabilizantes- podría tener adeptos. Tarea nada sencilla, ya que
tal como señaló Carlos Demasi “la adjudicación de sentido está vinculada a
poderes socialmente jerarquizados y entre éstos, el Estado es el más
importante: el narrador no es la persona que `inventa` la historia sino la que
la controla los códigos y es capaz de compartirlos con sus escuchas”.[51]
En
cuanto al proceder estatal, cabe recordar que a comienzos de 1970, el por
entonces Presidente Jorge Pacheco Areco (1967-1972) dispuso que los diarios
sólo podrían publicar, en relación con el MLN-T, los comunicados y fotografías
que les suministrase la policía; medida que actuó de complemento a la impuesta
en julio de 1969 por el Ministro del Interior, en donde para despojar al
movimiento de toda naturaleza política, se prohibió el uso en los medios de
difusión de expresiones como: “terrorista”, “subversivo” y “delincuente
ideológico”; imponiendo su sustitución por otros como: “delincuente”, “reo” y
“malviviente”.[52]
A su vez, se establecieron clausuras totales,
suspensiones parciales y requisas de diarios, semanarios y emisoras radiales
como CX30, Radio Nacional y Universal;
los periódicos YA, El Debate, El Eco, De Frente, Acción, La
Idea, Época, El Popular, El Día, Extra
y El Diario; los semanarios Marcha, El Oriental, Izquierda, El Sol y Al Rojo Vivo; las revistas Cuestión y Para Todos.[53]
En
suma, frente a semejante despliegue a nivel comunicacional y,a partir de
privilegiar a la lucha armada en perjuicio de la contienda electoral como la
vía de acceso al poder, los Tupamaros debieron buscar imperiosamente los medios
para lograr la aceptación y el apoyo de la sociedad uruguaya; elemento crucial
para una guerrilla urbana que carecía de espacios físicos de control y defensa,
y estaba en constante contacto con el enemigo. Su supervivencia y victoria
dependían de lograr justificar, ante ésta, una práctica que rompía en parte con
la tradición política legalista y reformista de casi un siglo; que si bien,
como ya señalamos, estaba comenzando a modificarse a partir del cambio de
paradigma del Estado, no dejaba de ser, un hecho rupturista.[54]
Una vez reconocida la importancia de contar con
el apoyo, beneplácito y comprensión de la población surgieron dos grandes
incertidumbres al interior del MLN-T: A) ¿Qué estrategias discursivas
implementar para legitimar las acciones? B) ¿Cómo llegar a transmitir el
mensaje revolucionario?
Con respecto a la primera, una de las tácticas
elegidas fue enlazar su violencia revolucionaria actual con las guerras de
independencia llevadas a cabo contra los españoles realistas y las tropas
portuguesas del Rey Juan VI; así como también con la última guerra civil
acaecida a principios del siglo XX, entre blancos y colorados.[55] Dicho
proceder se aprecia en la Proclama de
Garín, en donde es posible leer:
Muchos
hemos comprendido que estamos viviendo en tiempos parecidos a aquellos que
anunciaron nuestra primera independencia. Cuando Don José Artigas arrojó su
uniforme al gobierno español y comenzó a reunir a los patriotas que lucharon
por la libertad (…). Cuando los Treinta y Tres Orientales, sin medir que eran
pocos, se lanzaron contra los déspotas (…). Hoy, otra vez los uruguayos tenemos
que elegir entre los déspotas de hoy, estos banqueros que han resuelto defender
sus negocios a tiros, y el Uruguay libre y justiciero del mañana.[56]
Puntualmente, sobre la figura de José Gervasio
Artigas (1764-1850), y retomando la perspectiva del Profesor Wilson González,[57]
es posible argumentar que para el MLN éste militar rioplatense poseía muchas
virtudes por las cuales se lo buscó asociar al panteón revolucionario tupamaro:
era el promotor de la primera y más importante reforma agraria a nivel nacional,
nadie podía vincularlo con un partido político determinado (lo que si sucedía
con Juan Lavalleja o Manuel Oribe), a la vez que se erigió como un luchador de
dimensión supranacional.
Por otra parte, la personalidad ascética del
prócer oriental también fue esgrimida para contraponerla con la del por
entonces Presidente Pacheco Areco. Aquella maniobra quedó evidenciada en la
sección “vidas paralelas” de la revista Cuestión.[58]
En sintonía con este último punto, en todo
momento la organización se presentó como la garante de ciertos valores -la
ética, la honradez, la austeridad, la defensa de la Patria y la justicia
social, entre otros- que a su entender estaban siendo vilipendiados por el
gobierno; lo que conllevaba a que se pudiese hablar de una “guerra justa”.
Frente a la moral burguesa –individualista, consumista, en decadencia y pro
imperialista- buscaron establecer un contra sistema de valores y prácticas, una
moral revolucionaria que pregonaba por el “hombre nuevo”[59].Su
prosa continuamente se erigió en base a dualidades: violencia de
arriba-violencia de abajo, oligarquía-pueblo, justicia burguesa-justicia
revolucionaria...
Mediante operaciones como: A)
La expropiación a la financiera Monty (1969), B) “La burra de oro” (sustracción
de 300mil dólares en libras esterlinas y lingotes de oro, sin declarar,
ubicados en la caja fuerte de la residencia particular de Luis Gustavo Mailhos)
y C) La expropiación a las oficinas de Echeverrigaray - Petcho Hnos. (1969), la
organización buscó dejar en evidencia dinero no declarado, maniobras
especulativas y fugas de divisas de conocidos e importantes miembros de la
elite montevideana.[60] En los tres casos
señalados, se dio la particularidad de que en ninguno los damnificados
realizaron la denuncia policial correspondiente; los hechos salieron a la luz
porque los Tupamaros brindaron a la justicia “burguesa” los libros contables
obtenidos, para “darle la oportunidad de actuar correctamente”.[61]
Aquella actitud es posible de apreciarse en el
comunicado distribuido por el MLN- T el 15 de octubre de 1969, en relación con
la operación llevada a cabo contra la firma Echeverrigaray - Petcho Hnos.:
Realizada
la operación los integrantes del Comando se alejaron del lugar llevando
documentación de operaciones y 17 millones de cruzeiros, 10.000 dólares, 1
millón 800mil pesos uruguayos, 1millón 200mil pesos argentinos y cifras menores
de otras monedas.
A
pesar de que la expropiación alcanza cifras varias veces millonarias, ninguno
de los directamente afectados ha denunciado el hecho a la policía (…). El MLN
pregunta: ¿Por qué los integrantes de las firmas Echeverrigaray Hnos. y Petcho
Hnos. no denunciaron la expropiación a la policía? ¿Por qué la policía alertada
por el MLN, ha guardado silencio sobre lo ocurrido en la Financiera clandestina
y no ha iniciado una investigación?[62]
Dicho desafío moral al Estado también tuvo su
capítulo en el plano del derecho; situación que estimuló la construcción, por
parte del MLN-T, del concepto de “contrapoder”. Al respecto, la Profesora en
historia y ex Tupamara Clara Aldrighi planteó: “El MLN aplicaba formas de
justicia alternativa, con sus fuentes de derecho propias, que se querían
representantes de la voluntad popular. (…) Con la aplicación de la `justicia
revolucionaria` las relaciones de autoridad se veían alteradas en lo más
profundo, se practicaba e institucionalizaba una nueva concepción de justicia y
un sistema de normas que regulaba su funcionamiento”.[63]
Con esta práctica se buscó dejar en evidencia lo corrupto e influenciable de la
justicia burguesa donde los “amigos del régimen quedaban libres” y los sectores
carenciados eran estigmatizados y sentenciados por luchar contra las
injusticias del sistema.
Desde
esa idiosincrasia, con miras a imponer una concepción de justicia alternativa y
a dejar nuevamente de manifiesto en su narrativa el antagonismo pueblo/oligarquía,
el MLN privó de su libertad a individuos representativos del establishment capitalista uruguayo. Una
vez producido el secuestro y repartida la proclama pertinente, se designaba al
Tribunal Revolucionario; el cual interrogaba, enjuiciaba y sentenciaba a los
detenidos con penas que iban desde la prisión en las Cárceles del Pueblo, la
indemnización hasta la muerte.[64]
En cuanto a las cifras referidas a las acciones
de secuestro, entre los años 1968 y 1972 la organización realizó 16, con un
saldo de una condena a muerte. Entre los detenidos se destacaron: el Presidente
de Usinas y Teléfonos del Estado (UTE) Ulysses Pereyra Reverbel (1968 y 1971),
el Juez de Instrucción Daniel Pereyra Manelli (1970),[65]
el agente de la CIA Dan Anthony Mitrione (1970) y el Cónsul brasileño
AloysioDiasGomide (1970).
A modo de síntesis, en alusión tanto a los
secuestros como a las acciones vinculadas a las financieras antes mencionadas
–Monty y Echeverrigaray/Petcho Hnos.-, retomando las palabras de Francisco
Panizza[66]es
importante observar que el MLN-T intentó producir un doble nivel de sentido.
Uno “inmediato”, el castigo de un “digno representante del régimen”, y uno
“profundo”, la construcción de una relación de oposición entre la “justicia
burguesa” y la “justicia popular”.
Con respecto a la segunda inquietud, para
superar el cerco mediático y discursivo impuesto por el Estado y los grandes
medios de comunicación acólitos, los Tupamaros se valieron de varios
procedimientos. Algunos de los más resonantes fueron: 1) El copamiento de Radio
Sarandí -mayo de 1969- y la posterior intervención de la frecuencia para
trasmitir un comunicado; el cual, en uno de sus párrafos planteó: “Tupamaros es
todo aquel que no se queda en la mera protesta, no respeta las leyes, decretos
y órdenes creadas por la oligarquía para beneficiarse a sí misma”; cabe señalar
que acciones similares se realizaron con posterioridad en Radio Río de la Plata
y la Emisora del Palacio. 2) El atentado a la planta emisora de Radio Ariel -
julio de 1968-, el cual paralizó su transmisión en el momento en que el
Presidente Pacheco Areco se aprestaba a pronunciar un discurso por Cadena
Nacional; con el aditamento de que la misma era propiedad de Jorge Batlle
Ibáñez, alto dirigente colorado. 3) Las ocupaciones relámpago de cines -Nuevo
París y Sayago, entre otros-, para pasar “cortos revolucionarios” o proclamas
del movimiento. 4) La intervención de la frecuencia radial CX 52, para
transmitir en forma clandestina “La voz de los Tupamaros” –alias la Tartamuda-
los miércoles y domingos a las 21hs, durante buena parte de 1969. 5) El
copamiento de ciudades, como Pando (1969), Paysandú (1971) o Soca (1972); en
donde por un breve tiempo se tomaron las principales instituciones públicas de
las ciudades, se realizaron pintadas y se leyeron proclamas. 6) El secuestro,
en septiembre de 1969, de Gaetano Pellegrini Giampietro, banquero y principal
accionista de los periódicos La Mañana y
El Diario.
Pero incluso estas prácticas, que buscaban ser
un canal directo de comunicación con la sociedad, no estaban exentas de ser
“mal interpretadas” por los receptores, ya que al emitir mensajes con
diferentes niveles de sentido entrecruzados (ataque al imperialismo, denunciar
casos de corrupción, reivindicaciones artiguistas, etc.) el MLN recurría a
mecanismos cuya decodificación no siempre estaba al alcance del ciudadano de a
pie; razón por la cual en algunas ocasiones necesitaron de ser explicadas. Como
por ejemplo ocurrió con la acción de Radio Sarandí, cuando tras los comentarios
negativos de Carlos Solé -Director de la misma- el movimiento publicó un
comunicado a modo de respuesta.[67]
Resultados
Habiendo presentado las principales estrategias
tanto prácticas como teóricas de las que se valió el MLN-T para hacer llegar su
mensaje revolucionario a la población -con miras a alcanzar la toma del poder-,
es plausible reconocer una línea ideológica y programática que abarcó todo el
período 1963-1970. Si bien, como se señaló al principio del trabajo, existieron
dos grandes etapas dentro de aquellos siete años, ejes transversales como la
elección por la vía armada urbana, el reconocimiento de las acciones como las
grandes generadoras de conciencia revolucionaria y la necesidad de contar con
el apoyo de la población, se mantuvieron incólumes.
Por otra parte, para diferenciarse de
“criminales” o “bandoleros”, adjetivos con los que los medios de comunicación y
el Estado buscaron emparentarlos y hasta igualarlos, en todo momento los
Tupamaros debieron mantenerse en la esfera política y defender a la vez que
refrendar sus acciones armadas. Para tal fin se valieron de diversas maniobras.
En cuanto a las acciones, como intentamos
demostrar a lo largo de éstas páginas, desde un inicio el movimiento proyectó
construir un “modus operandi tupamaro”
en donde, tal como advirtieron Panizza, Núñez y Real de Azúa -entre otros-,
primase el respeto por la vida del enemigo, la meticulosidad y la “violencia
cortés”. A su vez, aquellas prácticas buscaron legitimarse frente a la opinión
pública a través de una lucha ético moral contra un Estado clasista y violento
que dejaba nulos espacios para el disenso; lo que a su entender permitía hablar
de una “guerra justa”. Dentro de ésta impronta, esa dualidad burguesía/pueblo,
violencia de arriba/violencia de bajo, se encontró remarcada en documentos
como: Carta abierta a la Policía y Carta a Carlos Solé. Misma tónica
presentaron acciones como las expropiaciones a las financieras o al casino San
Rafael.
Desde dicha dualidad fue que nació la
concepción del “contrapoder”, los Tribunales Revolucionarios, las Cárceles del
Pueblo y las acciones de secuestro a representantes del establishment uruguayo.
Asimismo, el vincular la lucha revolucionaria del
momento con las guerras de independencia y las banderas independentistas
enarboladas por Artigas fue otro mecanismo que les permitió anclar
históricamente su proyecto en la trayectoria nacional; más allá de la clara
referencia a la sublevación de Túpac Amaru (1781), en sus siglas.
Por último, en cuanto a los canales
comunicacionales fue posible apreciar una gran variedad y alcance. Desde la
majestuosidad –en cuanto a preparación y planificación- de las tomas de
ciudades hasta las ocupaciones relámpago de cines y fábricas, en todo momento
se divisó un conjunto de signos y sentidos entrelazados: el Movimiento de
Liberación Nacional- Tupamaros no era un movimiento armado, sino un movimiento
político con armas; la lucha armada fue un medio –quizás hasta el más
importante- y un canal de propaganda revolucionaria pero de ningún modo el
único. Era indispensable concientizar, educar y estimular la participación
política de la población, sin ella el “hombre nuevo” nunca nacería y por ende
la revolución estaría destinada al fracaso.
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[1] Desde la premisa de que la violencia es la forma más drástica de impugnación y de conservación del orden, sea este económico, social, político o cultural, cabe recordar -retomando el postulado de Xavier Crettiez- que existen tres grandes formas de violencia: del Estado, contra el Estado e interindividuales (propias de la vida cotidiana). Crettiez, X. (2009). Las formas de la violencia. Buenos Aires: Editorial Waldhuter, p.69.
En el presente trabajo, por
razones espaciales, nos detendremos solo en la segunda, y dentro de ésta en
violencia política armada revolucionaria. La cual, en palabras de Waldo Ansaldi
es la que se ejerce con la intencionalidad explícita de atacar el poder del
Estado para reemplazarlo por otro, cuyo propósito es la transformación radical
de la sociedad. Ansaldi, W y Giordano, V (coords.). (2014). América Latina;
tiempos de violencias. Buenos
Aires: Ariel, p.50.
[2] En referencia al lazo familiar
y económico existente entre la estructura política y los grandes medios de
comunicación en Uruguay, véase Faraone, R. (1968). “Medios masivos de
comunicación”. Nuestra Tierra nº 25
(pp. 3-60). Montevideo.
[3] Bakunin, M. (2013). Tácticas Revolucionarias. Buenos Aires:
Colección Utopía Libertaria, p.77.
[4] MLN-T.
(7 de septiembre de 1970). Manifiesto a
la opinión pública. Montevideo, p.3.
[5] Real
de Azúa, C.
(1973).Partidos,
política y poder en el Uruguay. Uruguay: 1971. Coyuntura y pronóstico.
Montevideo: Universidad de la República, Facultad de Humanidades y Ciencias,
p.100.
[6] Dentro de aquellas
definiciones trascendentales, recién en 1965 -tras la reunión de Parque del
Plata y el abandono del “Coordinador”-, se decidió dejar definitivamente de
lado la idea de ser una guerrilla rural; con base en el Cerro Betete.
[7] Para mayor información
vinculada a la primera etapa, véase Fernández Huidobro, E. (1986). Historia de los Tupamaros. Tomo 1: Los
orígenes. Montevideo: Editorial Tae.
[8] En la “toma de Pando”
intervinieron 49 tupamaros, distribuidos en seis equipos y un coordinador. La
misma poseyó dos objetivos puntuales, por una parte hacer una demostración de
fuerza y de posibilidades, a la vez que homenajear a Ernesto Guevara, tras cumplirse dos
años de su asesinato en Bolivia.
En cuanto a la acción propiamente dicha, consistió en “copar” los principales
puntos de la ciudad de Pando durante unos minutos –comisaría, cuartel de
bomberos y la central telefónica-, a la vez que robar tres bancos.
Durante “la retirada”, 16
miembros de la organización fueron detenidos y tres asesinados por la Guardia
Metropolitana: Jorge Salerno, Ricardo Zabalza y Alfredo Cultelli. Al respecto,
véase MLN-Tupamaros. (1971). Actas
Tupamaras.Eschapire Editor. Buenos Aires: Colección Mira. MLN-Tupamaros y
Sasso, R. (2005). 8 de octubre de 1969.
La toma de Pando. Montevideo: Fin de Siglo.
[9] El Partido Colorado, llevaba
noventa y tres años al frente del Poder Ejecutivo de la Nación.
[10] El concepto “Batllista”
proviene del caudillo del Partido Colorado, dos veces presidente del país
(1903-1907 y 1911-1915), José Pablo Torcuato Batlle y Ordóñez. Período de
gobierno reconocido como primer Batllismo; el cual se caracterizó por la
dinamización de la economía urbana industrial y el crecimiento de las
empresas públicas. A partir del intervencionismo estatal se fomentó ampliar las
bases del creciente peso social y político de los sectores populares y medios
urbanos. Por neobatllismo se identifica a un nuevo impulso reformista que
comenzó a insinuarse bajo la presidencia de Alfredo Baldomir (19381943), avanzó
durante el gobierno de Juan José de Amézaga (19431947) y se consolidó en el
período de Tomás Berreta (1947) y Luis Batlle y Berres (1947-1951).Para mayor
información vinculada a las particularidades político económicas, tanto del
primer como del segundo Batllismo, véase Nahum, B.; Cocchi, A.; Frega, A. y
Trochón, Y. (1993). Crisis política y
recuperación económica, 1930-1958. Montevideo: Banda Oriental.
[11] El segundo gobierno nacional
intentó preparar una alternativa al proyecto liberal impulsado por sus
antecesores, mediante un retorno al intervencionismo estatal, frenar la fuga de
capitales y morigerar la especulación financiera, a la vez que desacelerar la
inflación y racionalizar la administración pública. Pero la esperanza por
impulsar un modelo desarrollista rápidamente fue perdiendo impulso a medida que
chocó con obstáculos difíciles de franquear: la espiral inflacionaria, la
sequía de 1965, las disputas intrapartidarias, y la presión del FMI y la banca
privada, entre otros factores.
[12] Tras las elecciones de 1958 el Consejo Nacional de Gobierno quedó constituido por una mayoría blanca de seis Consejeros pertenecientes a
la alianza entre el Herrerismo y el Ruralismo,
y una minoría de tres colorados; dos representantes de la Lista 15 y uno de la
14.
Consejo Nacional de Gobierno conformado por una
mayoría blanca de seis Consejeros pertenecientes a la Unión
Blanco Democrática, y tres a la minoría colorada; dos de ellos integrantes de
la Lista 15 y el restante a la Unión
Colorada Batllista.
[13] Tras la reforma constitucional de 1966,
el Poder Ejecutivo volvió a ser unipersonal; siendo Oscar Diego Gestido quien
ocupó la presidencia desde marzo de 1967 hasta su muerte en diciembre del mismo
año; momento en el que fue sucedido por Jorge Pacheco Areco (1967-1972).
[14] Entre 1962 y 1967, la inflación alcanzó
un promedio de 60% anual; llegando a tener picos de 183% entre junio de 1967 y
junio de 1968. Mientras que, si entre 1946 y 1955 el crecimiento acumulativo
anual del PBI había sido del 4,2%, durante el período 1956 y 1973 apenas
alcanzó un 0,6%. Al respecto, véase Finch,
H. (1980). Historia económica del Uruguay
contemporáneo. Montevideo: Banda Oriental.
[15] Recurso constitucional de suspensión de
garantías individuales, establecido en el artículo 168 inciso 17; el cual
sostiene: “tomar medidas prontas de seguridad en los casos graves e imprevistos
de ataque exterior o conmoción interior. (…) En cuanto a las personas, las
medidas prontas de seguridad sólo autorizan a arrestarlas o trasladarlas de un
punto a otro del territorio, siempre que no optasen por salir de él. (…) El
arresto no podrá efectuarse en locales destinados a la reclusión de
delincuentes”. Para mayor información sobre las particularidades de su
implementación en el período 1967-1972, véase Iglesias, M. (2013). “Notas sobre
el recurso al Estado de excepción en Uruguay, 1946-1973” en Nercesián. I.
(Coord.) Observatorio Latinoamericano 11.
Dossier Uruguay. (pp.69-81). Buenos Aires: Instituto de Estudios de América
Latina y el Caribe, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
[16] Durante las manifestaciones
estudiantiles de 1968, la policía montevideana asesinó a Líber Arce, Hugo de
los Santos y Susana Pintos. La sangrienta lista de jóvenes siguió en los años
venideros: Abel Adán Ayala (1971), Heber Nieto (1971), Héctor Castagnetto da
Rosa (1971), Manuel Antonio Ramos Filippini (1971) e Ibero Gutiérrez (1972).
[17] Al respecto cabe citar tanto los casos
del dirigente del MIR(Movimiento de Izquierda Revolucionaria) Julio Arizaga,
los integrantes de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA)
Rodríguez Beletti y el “Cholo” González-todos en 1965-, como los presentados
por la abogada María Esther Gilio; en Gilio. M. (1970). La guerrilla tupamara. Montevideo: Casa de las Américas.
[18] El Movimiento de Unificación Socialista
Proletaria (MUSP), el MIR, la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales (OPR-33) y el Movimiento
Revolucionario Oriental (MRO), entre otros.
[19] Por razones espaciales no hemos
analizado las implicancias que tuvieron los cambios de autoridades dentro de
los Partidos Socialista y Comunista; Vivian Trías por Emilio Frugoni y Rodney
Arismendi por Eugenio Gómez respectivamente. Al respecto véase Nercesian. I.
(2013). La política en las armas y las
armas en la política: Brasil, Chile y Uruguay 1950-1970. Buenos Aires:
FLACSO Brasil y CLACSO.
[20] En pos de profundizar aquella temática,
véase Taber, R. (1967). La guerra de la
pulga. Guerrilla y contraguerrilla. Distrito Federal: Biblioteca Era,
Testimonio.
[21] La revolución entendida como un todo
que incluye otros acontecimientos de sumo peso como lo fueron la 1º Conferencia
Tricontinental (1966) y la conformación de la Organización Latinoamericana
de Solidaridad (OLAS).
[22] Muñiz
Egea, M. (2004). Fidel Castro, 40 años de
discursos y diálogos. Primera parte (1959-1979). Buenos Aires: Nuestra
América. p.160.
[23] La misma es posible de apreciar bajo diversos ámbitos
e intensidades. En el plano teórico se destacan a) la creencia de que “no hay
que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco
insurgente puede crearlas”. b) la perspectiva leninista de que no debe
olvidarse nunca el carácter clasista, autoritario y restrictivo del Estado
burgués –dicha perspectiva enunciada por Ernesto Guevara en “Guerra de guerrillas: un método” (1963)
cabe ser contrastada con la emitida en agosto de 1961 durante su visita a
Montevideo, en donde arengaba a “saber preservar las libertades que ofrecía el
modelo uruguayo”-. c) la concepción impulsada por Ernesto Guevara del “hombre
nuevo”; aquel hombre que no se considere ya más instrumento de otros hombres y
del que dependerá la posibilidad de la nueva sociedad, del socialismo. Sobre el
cual se explayó en una carta dirigida
al director del semanario uruguayo Marcha,
Carlos Quijano, en 1965.d) la impronta antiimperialista, la búsqueda de la unidad de los pueblos
contra el gran enemigo, y lo ineludible de la lucha armada para acceder a la
liberación ante el yugo clasista. Al respecto, véase: Guevara, E. (2002). Obras completas. Buenos Aires:
Andrómeda, y Guevara, E. (1978). “El hombre nuevo”. Latinoamérica. Cuadernos de cultura
latinoamericana. Centro
de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de Méxiconº
20 (pp. 5-24). Ciudad de México. Por otra parte, en el plano simbólico sobresalen la
utilización de la “estrella guevarista” en su logotipo y la ya mencionada toma
de Pando. Por último, a nivel material, cabe recordar que un importante número
de tupamaros –entre ellos Raúl Sendic, Julio Marenales, Samuel Blixen y
Mauricio Rosencof- asistieron a diversos cursos de entrenamiento en la isla.
Sobre este último punto, véase: Aldrighi, C. (2009). Memorias de insurgencia. Historias de vida y militancia en el
MLN-Tupamaros (1965-1975). Montevideo: Banda Oriental.
[24] Otro punto de divergencia fue si era o
no posible generar un movimiento revolucionario en un país como Uruguay,
conocido internacionalmente por ser la “Suiza de América”; en donde existía una
extensa tradición democrática y una población “amortiguada”. Al respecto, se
recomienda leer los puntos que se debatieron en la extensa reunión que tuvo lugar
en la primavera montevideana de 1964, entre Regis Debray y varios integrantes
del futuro MLN-T; disponible en: Fernández Huidobro, E. (1987). Historia de los Tupamaros. Tomo II: El
nacimiento. Montevideo: Tae. pp. 69-70.
[25] Debray, R. (1967). ¿Revolución en la revolución? La Habana: Cuadernos de Casa de las
Américas. p. 56.
[26] Guevara, E. (2003). La guerra de guerrillas. Buenos Aires:
Editorial 21, y Marighella,
C. (1970). “Mini manual del guerrillero urbano”. Punto Final. Sección Documentos nº 103 (pp.1-23). Santiago de
Chile.
[27] Debray, R. (1967). ¿Revolución en la revolución?, op. cit., pp.61 y 63.
[28] Entre los que se destacaron el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Perú, las Fuerzas
Armadas de Liberación Nacional (FALN) en Venezuela, la Ação Libertadora
Nacional (ALN) en Brasil, y las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) en Guatemala; al
respecto, véase: Wainer, L y Nájera, G. (2016). Participar o romper. Las organizaciones político-militares en América
Latina. Entre el foco y el movimiento de masas. Buenos Aires: Biblos,
colección Latitud Sur.
[29] Lamberg, R. (1971). “La guerrilla
urbana: Condiciones y perspectivas de la ´segunda oleada` guerrillera”. Revista F1 nº XI (421-443). p.428.
[30] Perspectiva enunciada en diversos
documentos del movimiento; entre los que se destacan: la cartilla interna El guerrillero urbano (sin fecha), el Documento 1 (1967) y elPlan Tatú(1971). De este último, se
deprende el siguiente párrafo: “Mientras que la Orga. pasa por los avatares
conocidos hasta la primera Convención de julio de 1966, hay cros. que recorren
todo el interior, reconociendo montes, realizando campamentos en los mismos,
buscando lugares […] porque se pensaba en
el esquema clásico de la guerrilla rural. […] En la Convención, uno de los
cros. informa de los resultados obtenidos durante esos dos años de ajetreo, en
busca de algún resquicio que permitiera operar a un grupo en el interior:
caminamos al pedo, dijo el cro. y nada más”. Disponible en: Junta de
Comandantes en Jefe (1976). La
Subversión. Las Fuerzas Armadas al Pueblo Oriental. Tomo 1, segunda parte
(pp.373-782). Montevideo. p.497.
[31] Marchesi, A. (2019). Hacer la revolución. Guerrillas
latinoamericanas, de los años sesenta a la caída del Muro. Buenos Aires:
Siglo XXI.
[32] Organización, que entre 1963 y 1964,
buscó establecer un foco armado en el norte argentino.
[33] Gobernador de Rio Grande do Sul, el cual
tras el golpe cívico militar de 1964 comenzó a organizar diversas actividades
en contra de éste. Entre la que se destacó el instalar un foco rural en
Caparaó, durante 1966.
[34] Por otra parte, en el mismo período
también se vincularon con miembros de la agrupación argentina Tacuara y con el
anarquista español Abraham Guillén; los cuales defendían la viabilidad de
formas de guerrilla urbana.Sobre dicha impronta, véase: Guillén, A. (1966). Estrategia de la guerrilla urbana.
Montevideo: Manuales del Pueblo.
[35]
Madrugi, L. (1970). “Tupamaros y gobierno: dos
poderes en pugna”. Punto
Final.Suplemento de la edición nº 116 (pp. 1-12).Santiago de
Chile. p. 9.
[36] Al respecto, véase Labrousse, A.
(1972). “Tupamaros de la guerrilla al partido de masas”. Los libros: Para una crítica política de la cultura nº 24 (pp.
3-7). Buenos Aires.
[37] Panizza, F. (1986). “La política del
signo. Los códigos y símbolos de la épica tupamara”. Cuadernos del CLAEH nº 36 (pp. 5-24). Montevideo. p.9.
[38] Para una descripción pormenorizada de
cada una de estas acciones, véase: MLN-Tupamaros, Actas Tupamaras, op. cit.
[39] Weber, M. (1984). Economía y sociedad. Conceptos de la
sociología y del "significado" en la acción social. Distrito
Federal: Fondo de Cultura Económica. pp. 43-44.
[40] MLN-T. (Diciembre de
1967). Carta abierta a la Policía. Montevideo, p.2.
[41] En alusión a dicho
precepto y para reconfirmar la ya mencionada influencia de la revolución cubana
en el proceder tupamaro, cabe transcribir un fragmento de Guerra de Guerrillas: un método, de Ernesto Guevara: “Hay que
violentar el equilibrio dictadura oligárquica-presión popular. La dictadura
trata constantemente de ejercerse sin el uso aparatoso de la fuerza; el obligar
a presentarse sin disfraz, es decir, en su aspecto verdadero de dictadura
violenta de las clases reaccionarias, contribuirá a su desenmascaramiento, lo
que profundizará la lucha hasta extremos tales que ya no se pueda regresar”.
Guevara, La guerra de guerrillas, op.
cit., p. 138.
[42] “Sea de izquierda o de derecha, el
Movimiento de los Tupamaros es sin duda terrorista y de negación. La acción
desarrollada por los grupos que lo integran y la fragmentaria exposición de
principios a la que puede llegarse luego de conocidos los documentos que sus
mismos integrantes han creído oportuno dar a conocer, permite afirmar en
efecto, que no se busca sino el caos por el caos mismo”. Periódico La Mañana. 16 enero de 1969. En MLN-T.
(sin fecha). Documentos y antecedentes.
Montevideo, p.50.
[43] Esta violencia, retomando los conceptos
del Profesor y activista por la paz Johan Galtung, puede ser identificada como
una violencia estructural; la cual equivale a la suma total de todos los
choques incrustados en las estructuras sociales y mundiales, y cementados,
solidificadas, de tal forma que los resultados injustos, desiguales, son casi
inmutables. Galtung, J. (1998). Tras la
violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los
efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia.Bilbao: Red
Gernika. p.16.
[44] Sobre las especificidades del sector
dirigente oriental, véase Real de Azúa, C.(1969). “La clase dirigente”. Nuestra Tierra nº 34(pp. 3-60).
Montevideo.
[45] Guerrero Martín, J. (1972).Los Tupamaros, segundo poder de Uruguay.Montevideo:
Ediciones Clio S.A. p. 22.
[46] Costa Bonino, L. (1985). Crisis de los partidos tradicionales y
movimiento revolucionario en el Uruguay. Montevideo: Banda Oriental.
pp.24-26
[47] La represión a los portuarios y
trabajadores del correo en 1967, la militarización -por decreto- del personal
bancario en 1969 y los ya mencionados asesinatos de Líber Arce (1968), Susana
Pintos (1968), Hugo de los Santos (1968), fueron claros ejemplos de ese cambio
de paradigma. Al respecto, véase Baumgartner, J. (2011). Escuadrón de la muerte. Montevideo: Fin de Siglo y Zubillaga, C. y
Pérez, R. (1998). La Democracia atacada.
El Uruguay de la Dictadura 1973-1985. Montevideo: Banda Oriental.
[48] Real de Azúa, Partidos, política y poder en el Uruguay. Uruguay: 1971. Coyuntura y
pronóstico. op. cit., p. 97.
[49] “Debemos hacer una distinción clara
entre el significado que debe tener para nosotros la propiedad burguesa y la
propiedad de los trabajadores. La primera es –sin duda-, mal habida, amasada
con la explotación de los trabajadores; la segunda es el resultado del esfuerzo
y el trabajo personal. Es por lo tanto la propiedad burguesa nuestra fuente
natural de recursos y nos reservamos el derecho de expropiarla sin retribución
alguna”. MLN-T. (4 de marzo de 1969).
Comunicado del Comando Mario Robaina Méndez. Montevideo, p.2.
[50] Núñez, C. (1969). Los Tupamaros, vanguardia armada en el Uruguay. Montevideo:
Provincias Unidas, p. 62.
[51] Demasi, C. (2016). “Los Tupamaros, la
guerrilla `Robín Hood`”. Revued`etudes
romanes nº 4 (pp. 9-28). Atlante, p. 12.
[52] En referencia a esta “batalla simbólica
discursiva” en sociedades de clase, W. Ansaldi argumenta: “Cuando la violencia
política se legitima, o adquiere legitimidad, deja de ser llamada tal para
travestirse de autoridad, coerción, fuerza, ley, todas ellas denominaciones
institucionalizadas por el derecho. Así, en la batalla ideológica, quienes
detentaban el poder en el siglo XX (…) no vacilaban en calificar a sus enemigos
como `delincuentes`.” (…). Ansaldi y Giordano, América Latina;
tiempos de violencias. op. cit.,
pp. 60-61.
[53] Desde el semanario Marcha, a partir de artículos como “la escalada a través de los
decretos” (nº 1454 del 17/7/1969) o “las libertades avasalladas” (nº 1383 del
15/12/1967) se buscó batallar contra este tipo de medidas autoritarias. Al
respecto, véase Fasano Mertens, F. (1973). Paren
las rotativas. Montevideo: Editorial Octubre, y Rey Tristán, E. (2005). La izquierda
revolucionaria uruguaya, 1955-1973. Sevilla: Consejo Superior de
Investigaciones Científicas.
[54] En alusión al permanente potencial de
violencia política que había expresado la sociedad oriental a lo largo de la
historia, véase Quijano, C. (1969). “La tierra purpura”. Marcha nº 1467 (p.7). Montevideo, p.7.
[55]
Sobre los usos políticos del pasado en Uruguay, véase Rilla, J. (2008). La actualidad del pasado: Usos de la
historia en la política de partidos del Uruguay, 1942-1972. Montevideo:
Editorial Debate.
[56] MLN-T. (29 de mayo de 1970). Proclama de Garín, “A mis compañeros y al pueblo”. Montevideo, p.1.
[57] González, W. (1996). “Sobre el uso público de la historia: José Artigas en la
visión del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, 1965-1972”. Desmemoria nº 11 (pp. 134-151). Buenos
Aires.
[58] Publicación de carácter periódico que
se mantuvo en circulación entre 1971 y 1972. La misma surgió, como un espacio
de difusión dentro del Movimiento de Independientes 26 de Marzo (MI26M); el
brazo político legal del movimiento tupamaro dentro del Frente Amplio.
[59] Específicamente, fue a partir de la
Segunda Convención Nacional –de marzo de 1968-, que la organización se concibió
como una gran escuela donde ya se aspiraba a formar al “hombre nuevo” enunciado
por Guevara. Al respecto, véase: Guevara, “El hombre nuevo”,
op.cit.
[60] A modo de ejemplo, entre los
integrantes de la “red Monty” figuraron: Frick Davies (Ministro de agricultura
y ganadería), Venancio Flores (futuro Ministro de relaciones exteriores) e
Isidoro Vejo Rodríguez (ex Ministro de obras públicas).
[61] Por razones de espacio hemos decidido
no desarrollar cada acción en particular; para más información sobre las mismas
véase MLN-Tupamaros, Actas Tupamaras,
op.cit., y Sasso, R. (2012). Tupamaros.
El auge de la propaganda armada. Montevideo: Fin de Siglo.
[62] MLN-T. (Octubre de 1969). Proclama en alusión a la expropiación de la
financiera clandestina de la firma Echeverrigaray - Petcho Hnos.
Montevideo, p.1.
[63] Aldrighi, C. (2001). La izquierda armada. Ideología, ética e
identidad en el MLN-T.Montevideo: Trilce, p. 82.
[64] Las
Cárceles del Pueblo fueron los lugares en donde se alojaron a los detenidos.
Consistían en espacios estrechos, con comodidades mínimas, ocultas tras
fachadas de viviendas familiares o locales comerciales para evitar ser
detectadas por las fuerzas de seguridad estatal. Mientras que los Tribunales,
eran órganos integrados por miembros de la cúpula dirigencial de la
organización; sus veredictos eran transmitidos al pueblo mediante comunicados,
en donde se detallaban los resultados de los juicios, argumentos y condenas.
[65] A modo
de ejemplo, en cuanto al argumento que el movimiento aplicaba para justificar
los secuestros, en el comunicado Empiezan
a actuar los tribunales revolucionarios, se sostiene: “En síntesis, Pereira
Manelli será juzgado por la Justicia revolucionaria por complicidad con los
crímenes y negociados de la Oligarquía”. MLN-T.(29 de julio de 1970). Empiezan a actuar los tribunales
revolucionarios.
Montevideo, p.1.
[66] Panizza, “La política del signo. Los
códigos y símbolos de la épica tupamara”, op. cit., p.12.
[67] En uno
de sus párrafos es posible leer: “queremos significarle que, tal como usted
dijo, estamos bajo la ley de la selva: unos para hablar, otros para no dejar
hablar; unos para mantener sus privilegios, otros para ganar un pedazo de pan.
No hemos sido nosotros, precisamente, quienes han creado esta situación. Nos
duele tanto la injusticia, la miseria y la suerte de nuestra patria (…) no
sería honesto de nuestra parte quedarnos de brazos cruzados”. MLN-T. (19 de
mayo de 1969). Carta a Carlos Solé.
Montevideo, p.1.
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Cuadernos de Marte, Revista latinoamericana de Sociología de la Guerra es una publicación oficial del Insituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
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